martes, 28 de junio de 2011

Los alemanes sabían lo que ocurría en los campos de concentración y exterminio

Cualquier alemán que vivió durante el Tercer Reich podía saber y posiblemente sabía lo que estaba pasando en los campos de concentración nazis. El diario personal que un funcionario alemán, Friedrich Kellner, escribió entre 1939 y 1945 demuestra que el ciudadano medio alemán conocía los crímenes nazis, era consciente de estar viviendo en un "Estado del terror", y callaba.

Durante los juicios de desnazificación y en toda una escuela de literatura y cinematografía de la segunda mitad del siglo XX se ha ido imponiendo la imagen de un pueblo alemán que apenas era capaz de entrever lo que estaba haciendo Hitler y que no era consciente del material que componían las cenizas esparcidas desde las chimeneas de los hornos crematorios.

El hallazgo y publicación del diario de este funcionario judicial que trabajaba en Laubach, Hesse, ofrece sin embargo una respuesta diferente a la pregunta que historiadores y filósofos alemanes siguen haciéndose hoy en día: ¿qué podía saber el individuo anónimo y en qué medida, por tanto, puede ser considerado responsable? Y la respuesta es quizá no conocían a fondo los detalles técnicos, pero sí comprendían las líneas directrices de la política nazi, sus objetivos y los medios que utilizaban.
Apuntes de una guerra

Kellner refiere conversaciones mantenidas al azar y cita fuentes de acceso público como periódicos y programas de radio y en menos de un año de gobierno nazi ya había llegado a una conclusión certera. "Está claro, se trata del exterminio de los judíos y los polacos", escribe horrorizado. Especialmente irónicos son sus comentarios sobre las noticias y partes de guerra en los que descubre con enorme facilidad el material de propaganda del régimen, cuya escasa coherencia planteaba dudas a cualquier análisis medianamente crítico.

El 1 de septiembre de 1940 anota: "Si debemos creer lo que leemos todos los días en los periódicos, nuestros aviadores van de paseo. El enemigo impacta solamente en cielo abierto, además de en cementerios y hospitales. Y cuando muere un piloto, nos dicen que ha sido a causa de un ataque aéreo pirata inglés. Y repiten que la intención de nuestros vuelos no es la de llevar a cabo ataques aéreos. Si no queremos ataques aéreos, ¿para qué estamos en guerra?", se pregunta.

Kellner desarrolla tretas para burlar lo que califica como "una propaganda cada día más agresiva". Ante la falta de información sobre bajas alemanas en la guerra, cuenta en octubre de 1941 las esquelas del periódico 'Hamburger Fremdenblatt', 281, y calcula multiplicando esta cifra por los 250 diarios que publican esquelas en Alemania, una media de 30.000 muertos al mes, anotando que "la cifra debe ser aún más alta, porque muchos soldados rasos no reciben el honor de una esquela".
Una visión distinta

Las 900 páginas de anotaciones de Kellner difieren de otras publicadas anteriormente como las del Darl Dürkefälder o Victor Klemperer, en que el autor no era un intelectual ni disfrutaba de una situación económica desahogada.

Nació en 1885 en Vaihingen an der Enz, cerca de Stuttgart. Su padre trabajaba como panadero, su madre como empleada doméstica. En 1903 comenzó su formación como oficial jurídico en Maguncia y después de haber cumplido con el servicio militar obligatorio encontró empleo en la corte de Maguncia. Allí trabajó hasta 1932 y ascendió al puesto de inspector judicial provisional. Su padre había simpatizado con el socialismo y Kellner constata en las notas su estupefacción por el hecho de que la República de Weimar hubiera derivado en el nazismo con tan terribles consecuencias.

El diario ha permanecido en poder de la familia y acaba de ser publicado en dos volúmenes bajo el título 'Cuando está nublado, todos los cerebros oscurecen' por la editorial Wallenstein, de Göttingen.

domingo, 26 de junio de 2011

La hija de Himmler, tan nazi como su padre


El programa se llama “Ayuda Tranquila”. Bajo este inocente reclamo podría esconderse un gabinete de ayuda psicológica o una asociación al rescate de personas en apuros. En cierto modo es ambas cosas, pero para beneficiarse de él hace falta una condición imprescindible: ser nazi y parecerlo.

Detrás de “Ayuda tranquila” (Stille Hilfe) se encuentra Gudrun Burwitz, una anciana de apariencia apacible y pelo blanco que vive en Múnich y que ha consagrado su vida a salvaguardar la memoria de su padre, el jefe de las SS nazis Heinrich Himmler. Quizás por ello un historiador la bautizó como “la princesa del nazismo”.

66 años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, Burwitz no sólo no ha renegado del legado del ministro del Interior de Hitler y responsable de la Gestapo, sino que dirige una red para asistir en materia legal y financiera a ex integrantes del régimen nazi.

En su declaración de intenciones, el grupo, creado en 1951 por antiguos oficiales de las SS y abogados, se compromete a facilitar “ayuda discreta” a todos aquellos nazis que “han perdido su libertad” y “necesitan ayuda”, según explica el diario británico "The Daily Mail" .

Ahora está en manos de la hija de Himmler y, por lo que parece, el toque personal de esta anciana se nota. Los genes del arquitecto del Holocausto han radicalizado el grupo, que funciona también como una asociación en la sombra que “no sólo ayuda a antiguos miembros del Partido Nacionalsocialista, sino que recauda dinero para los movimientos neonazis”, explica Andrea Roepke, un experto en este tipo de actividades.

Nazis en Holanda y Dinamarca
La hija de Himmler trabaja ahora en impedir la extradición de Alemania del holandés Klaas Carel Faber, de 89 años de edad, un ex miembro de las SS en los Países Bajos, culpable por el asesinato a sangre fría de varios judíos indefensos.

Su segunda prioridad es un ex oficial de la SS en Dinamarca, Søren Kamm, que a los 90 años es buscado por las autoridades danesas por crímenes de guerra, que incluyen la ejecución de un director de periódico en Copenhague, Carl Henrik Clemmensen.

Gudrun Burwitz vive en un chalé en Furstenried, un barrio a las afueras de Múnich, con su marido Wolf-Dieter, pero no está dispuesta a dar cuentas a nadie. “Nunca hablo de trabajo. Simplemente hago lo que puedo cuando puedo”, respondió a los reporteros del Mail.

viernes, 24 de junio de 2011

Identificado el autor de las fotografías inéditas de Hitler

Franz Krieger. Así se llama el fotoperiodista autor de las instantáneas inéditas sobre la Segunda Guerra Mundial publicadas este pasado martes por diversos medios y de las que se desconocía la autoría. Gracias a una lectora, que respondió a los llamamientos lanzados por Der Spiegel y The New York Times, se deshizo el misterio.

"En el verano de 1941 Krieger se fue a Minsk, en calidad de miembro del Reichsautozug alemán (una formación política del régimen nazi). Allí fotografió a los prisioneros de guerra rusos y pudo visitar el gueto judío, retratando a sus vecinos. En su camino de vuelta a Berlín, Krieger coincidió en Mariemburgo (la actual Malbork, en Polonia) con el encuentro oficial entre Hitler y el mariscal y líder de Hungría Miklos Horty. De ahí que sacara fotos también del dictador alemán", relataba Harriet Scharnberg, historiadora de Hamburgo (Alemania), al The New York Times.

Según explica el diario estadounidense, Scharnberg se tropezó con las imágenes de Krieger mientras preparaba una conferencia para la Universidad Martin Luther King de Halle-Wittenberg (Alemania) sobre cómo la propaganda nazi retrataba a los judíos.

Al avanzar en sus investigaciones, la historiadora descubrió el libro The Salzburg Press Photographer Franz Krieger (1914-1933): Photojournalism in the Shadow of Nazi Propaganda and War, publicado en 2008 por Peter F. Kramml.

The New York Times se ha puesto en contacto con el doctor Kramml, que ha podido ofrecer más detalles sobre la biografía de Krieger. Tras licenciarse en economía en la Universidad de Viena, el austriaco fue el fotógrafo del festival de Salzburgo entre 1935 y 1937. El Anschluss (la anexión de Austria por parte de Alemania) hizo que Krieger empezara a colaborar con el Reichsgau de Salzburgo, una suerte de oficina administrativa del régimen nazi en la ciudad austriaca.

El fotógrafo acabó afiliándose al partido nazi y a las SS, aunque abandonaría la policía especial del régimen en 1941. En el mismo año Krieger se hizo miembro de la unidad de propaganda de la Wehrmacth, las fuerzas armadas alemanas.

En agosto de 1941 el fotógrafo viajó a Bielorrusia, donde, según explica el doctor Kramml, "realizó las fotos del cementerio de los soldados y del gueto de Minsk". Tras este viaje, Krieger volvió a Austria, abandonó la unidad de propaganda y se convirtió en un "soldado simple", como escribe Kramml al diario estadounidense.

martes, 21 de junio de 2011

La Batalla de Inglaterra, con mapas

Finales de junio de 1940. Francia, poco después de la evacuación anglo-francesa de Dunkerque, acaba de sucumbir ante el empuje arrollador de las tropas alemanas. Bélgica y Holanda son territorios ya ocupados, al igual que Dinamarca y Noruega. En el este, ocupada también Polonia, la guerra relámpago (Blitzkrieg) se encuentra a las puertas de la Rusia de Stalin, un aliado coyuntural por el pacto Ribentropp-Molotov de 1939. En apenas diez meses, el Reich se ha quedado prácticamente sin rivales en Europa. Sólo la vieja y orgullosa Inglaterra, al otro lado del canal de la Mancha, prácticamente a tiro de artillería de las divisiones alemanas instaladas en suelo francés, se perfila como una amenaza para los planes expansionistas de Hitler.

Invadir Inglaterra ha sido un objetivo ambicionado a lo largo de la historia por muchos. También por el régimen nazi. Hitler, al poco del inicio de la guerra mundial, ya enfatizaba en sus directivas: "La derrota inglesa es esencial para nuestra victoria"; y, meses después: "El objetivo es aniquilar a Inglaterra, nuestro principal enemigo". Dominar la Isla garantizaba dos aspectos trascendentales para el devenir de la guerra: por un lado, librarse del último rival de entidad en Europa y poder concentrarse en otros frentes, y por otro, evitar su utilización como base de lanzamiento para un eventual contraataque aliado. Por ello, no es extraño que en fechas tan tempranas como la primavera de 1939 ya existieran proyectos para asediar y someter a Inglaterra.



Todos estos planes requerían como elemento indispensable para la invasión eliminar la resistencia de la Royal Air Forcé (RAF) y conseguir la completa superioridad aérea, algo que, a la vista de las victorias alemanas ante los aparatos británicos sobre suelo francés (donde la RAF, que acudió en defensa del aliado agredido, perdió más de 300 aviones), parecía al alcance de la Luftwaffe. Los mandos alemanes, con el Führer a la cabeza, estaban convencidos de que si caía la RAF, con el Ejército de Tierra británico aún recuperándose de las heridas de Dunkerque y con una Royal Navy (la Marina inglesa) sin protección aérea y acosada en el canal de la Mancha por los aviones y los submarinos alemanes, la invasión sería perfectamente asumible.

Desde el otro lado del canal, la acometida alemana se consideraba inminente, así como la soledad con que el país tendría que afrontarla. Winston Churchill, reciente sustituto de Neville Chamberlain como primer ministro, no dejaba de advertirlo en sus intervenciones radiofónicas: "La batalla de Francia ha terminado. Creo que pronto empezará la batalla de Inglaterra. De ésta dependerá la existencia de la civilización cristiana [...]. Hitler sabe que tendrá que destrozar al pueblo de esta isla o perderá la guerra". Churchill animaba a su pueblo a prepararse para el ataque mientras rechazaba una y otra vez las propuestas de paz de Hitler. Las fuerzas aéreas que librarían el inevitable duelo sobre los cielos británicos partían de una situación muy desigual. La Luftwaffe, reorganizada en secreto desde el fin de la primera guerra mundial, había alcanzado la aureola de invencibilidad tras destrozar sin gran oposición a las aviaciones de Francia, Polonia y demás países conquistados, y estaba considerada como la fuerza aérea más potente del mundo. Bajo el mando de Hermann Góring, estaba equipada con modernos aviones de combate, con tácticas avanzadas y con pilotos (experimentados en la guerra mundial y en la guerra civil española) que ya habían batido a la aviación inglesa sobre Francia. Su superioridad de tres a uno en número de aparatos modernos sobre la RAF hacía a Goring jactarse de que la Luftwaffe destrozaría a las Fuerzas Aéreas británicas en apenas cuatro días. Y así se lo hacía saber al propio Hitler. Su único inconveniente era que debía combatir lejos de sus bases (en Francia, Bélgica, Países Bajos y Noruega), al otro lado del canal.



La RAF, desde luego, estaba en una situación más precaria. Tras luchar por su existencia como ejército autónomo en el período de entreguerras, su tan necesitado plan de modernización había sido más lento de lo deseado por sus mandos. Sólo a partir de 1936, cuando se conoció el alcance del rearme de la Luftwaffe y se sintió el peso de la amenaza, hubo conciencia en el gobierno de la necesidad de dar prioridad a la producción de aviones de caza, necesarios para librar una batalla defensiva, frente a los bombarderos, considerados como arma ofensiva. Entre aquéllos figuraban los Hurricane y Spitfire, cuyas primeras unidades, sin embargo, no comenzaron a entrar en servicio hasta 1938.

El plan integral para la defensa aérea fue puesto en manos del nuevo Fighter Command (Mando de Caza). Su jefe, el mariscal Hugh Dowding, organizó un sistema defensivo dividido en grupos (10, 11, 12 y 13) y sectores territoriales, cada uno con salas de operaciones enlazadas con el Mando de Caza, que centralizaba la información, y con la flexibilidad suficiente para transferir a las zonas más vulnerables cazas y pilotos de otros sectores menos amenazados, algo que no siempre se cumplió. También decidió confiar en un nuevo invento, el radar, cuya aplicación militar apenas había sido probada, para prever con antelación por dónde llegaría la amenaza, eliminando el factor sorpresa y respondiendo con rapidez y eficacia.

Dowding tuvo que organizar las potencialidades y carencias británicas (meses antes de la batalla poseía apenas 40 escuadrones de los 52 que había reclamado y disponía de una defensa antiaérea insuficiente) para hacer frente a un enemigo numéricamente superior (casi 2.000 bombarderos y cazas alemanes frente a apenas 700 cazas británicos en el mes de julio) y con una moral muy elevada por sus rápidos triunfos en Europa.

Los planes de Hitler pasaban por una rápida victoria aérea de la Luftwaffe -se calculaba que necesitaría de dos a cuatro semanas para ello- y la ocupación militar de la isla "para evitar que desde allí se prosiga la guerra contra Alemania", según escribió en su directiva número 16 de julio de 1940. Era un objetivo estratégico lógico, si se tiene en cuenta que el líder nazi ya comenzaba a volver sus miras hacia la gigantesca y, por el momento, amiga URSS, su gran rival en el este. De este planteamiento nació la operación Seelowe (León Marino), un plan de desembarco de entre 20 y 40 divisiones alemanas en Inglaterra cuya preparación fue encomendada a los estados mayores.

Tanto el Ejército como la Kriegs-marine (la Marina alemana) coincidían en la necesidad de lograr la superioridad aérea en el sudeste de Inglaterra (la zona más cercana al canal de la Mancha) antes de lanzar cualquier iniciativa de invasión. Sin embargo, discreparon desde el principio sobre el lugar, la amplitud del frente de ataque y el número de divisiones a transportar en barcazas al otro lado del canal. El Ejército se mostraba más optimista que la Marina. Gó-ring, por su parte, desdeñaba esos planes y creía que Inglaterra se rendiría ante la agresión de la Luftwaffe. La ejecución final de la operación León Marino quedó, por tanto, supeditada al éxito de las Fuerzas Aéreas.
Mientras se aceleraban estos preparativos, los cazas y bombarderos de las Luftflotten (flotas aéreas) II y III, estacionados en aeródromos de Bélgica y Países Bajos y de Francia, respectivamente, llevaban días haciendo incursiones sobre la zona del canal. Su misión era atacar a los convoyes aliados y buques de la Royal Navy, para obligar así a la RAF a entablar una batalla abierta. El "Stu-ka", famoso por sus bombardeos en picado en las campañas del continente, se distinguió al hundir varios cargueros y destructores británicos.

Ante el reto germano, Dowding prefirió dejar a la Marina Real sin cobertura y afrontó las incursiones enemigas con pequeñas formaciones de Hurricane y Spitfire. El responsable del Mando de Caza intuía que sería una guerra de desgaste y optó por reservar su limitado material y evitar el agotamiento de sus pilotos, para poder mantener las operaciones a una intensidad que permitiera continuarlas durante largo tiempo. Esta débil oposición aérea inicial facilitó a la aviación alemana el control sobre el canal e hizo pensar a los mandos del ejército nazi que la RAF estaba prácticamente acabada. Góring insistía en que, con cuatro días seguidos de buen tiempo, liquidaría los 400 o 500 cazas con que creía que contaba la RAF.

La segunda semana de agosto fue el momento elegido por los alemanes para desencadenar el Adleran-griff (ataque del águila), la ofensiva aérea que debía destruir el potencial de la RAF, "reduciéndola moral y físicamente, para que no pudiera realizar acciones de importancia en el canal", y así someter a Inglaterra. El objetivo de Goring era concentrar los ataques de la Luftwaffe contra los aeródromos de vanguardia y las instalaciones de la RAF en la zona sudeste y contra las fábricas aeronáuticas, para después ampliar el radio de acción hacia el oeste y el norte. Ya que la RAF eludía el combate en el aire, ahora se trataba de destruirla en tierra.



El 15 de agosto, tras un intento parcialmente abortado dos días antes por el mal tiempo, la Luftwaffe lanzó por primera vez a sus tres Luftflotten (la II y la III desde Francia y Bélgica, en dirección sudeste, y la V desde Noruega y Dinamarca, en dirección nordeste) en lo que debía ser el primero de los cuatro días en que la RAF fuese derrotada. Una media de 1.500 cazas y bombarderos participaron, tanto esa jornada como las sucesivas, en oleadas diurnas y nocturnas contra los aeródromos del sur y el sudeste que defendían Londres (Hawkinge, Lympne, Manston...) y contra las fábricas aeronáuticas Supermarine (en Southampton, donde se fabricaba el Spitfire), Hawker (al oeste de la capital, donde se fabricaba el Hurricane) y otras en Rochester y Plymouth, lo que causó graves daños a la operativi-dad de la RAF. En el oeste, la ofensiva estaba dirigida contra otras instalaciones y aeródromos británicos.
El radar, que los alemanes creían haber puesto fuera de combate en la fase anterior de la batalla, se reveló como un instrumento útilísimo para localizar con anticipación las grandes concentraciones de aviones que se agrupaban sobre Francia para cruzar el canal. Otra cuestión era qué respuesta podía darse a las oleadas de la Luftwaffe.

El Grupo 11, sobre el que se centraban casi todos los ataques alemanes, tuvo que llevar el peso de la defensa con apenas 16 escuadrones de Spitfire y Hurricane (unos 250 aparatos). La orden, siguiendo la política de economía de medios de Dowding, era atacar en pequeños grupos de entre seis y nueve aviones sólo cuando se tratara de formaciones de bombarderos -lentos y muy vulnerables, pero que eran la principal amenaza-. Se evitaba, aunque no se rehuía, el enfrenta-miento con los más rápidos Me-109, cuya autonomía apenas les permitía permanecer más de veinte minutos sobre suelo inglés. Los pilotos alemanes, y su propio comandante en jefe, interpretaron esta actitud como una negativa de la RAF a entablar combate. En definitiva, como una muestra de debilidad.

En el nordeste, el raid de la Luft-flotte V, pobremente defendida por sus cazas y localizada anticipadamente por el radar, fue desbaratado el primer día por un enjambre de aviones del Grupo 12, que operaba con mayores formaciones que el 11. Esta flota aérea alemana sufrió tantas pérdidas que en adelante dejó de tener una actuación significativa.

Pero en las zonas sur y sudeste, donde los Spitfire y Hurricane del Grupo 11 apenas podían contener las continuas oleadas de los bombarderos alemanes sobre la infraestructura de la RAF, la situación se hizo insostenible en pocos días. Los cazas británicos derribaban un buen número de bombarderos y combatían de igual a igual con los Me-109 (sobre todo el Spitfire). Sin embargo, los daños causados por la lluvia de bombas en los aeródromos de primera línea, los centros de mando y las salas de operaciones habían puesto la operatividad del Mando de Caza al borde del colapso a finales de agosto. La pérdida de aparatos británicos se paliaba con el acelerón dado por la industria aeronáutica a la producción de cazas, aunque los pilotos (unas 115 bajas a la semana, entre muertos y heridos) eran más difíciles de reemplazar. Dowding resistía las presiones para retirar los cazas del sudeste y concentrarlos más al norte, lo que hubiera facilitado una invasión cuyos preparativos ya eran visibles al otro lado del canal. "Poco sabía Alemania lo cerca que estaba de la victoria en aquellos días", escribió en sus memorias Keith Park, vicemariscal al mando del Grupo 11. Como ocurre muchas veces en la historia, un simple hecho, casi anecdótico, contribuyó a cambiar el rumbo de los acontecimientos. Una decena de bombarderos alemanes que habían perdido su rumbo descargaron en la madrugada del 25 de agosto unas bombas sobre la city londinense, causando una gran conmoción popular. Fue un error, porque la Luftwaffe tenía vedado atacar las ciudades inglesas, pero este error, "uno de los mayores de la historia", según The New York Times, desencadenó una represalia nocturna de bombarderos británicos autorizada por Churchill sobre unas factorías de Berlín. Apenas produjo daños, pero la agresión aterrorizó al atónito pueblo alemán y encolerizó a Hitler de tal modo que ordenó a la Luftwaffe dejar de lado los aeródromos del sur para lanzar represalias sobre Londres y las grandes ciudades inglesas. Con ello, argumentó, no sólo se socavaría la moral inglesa, sino el Mando de Caza se vería forzado a defender Londres con cazas de otras regiones, que quedarían mal defendidas y podrían ser atacadas. Este trascendental cambio de táctica, lejos de ser discutido, fue aceptado por Goring, quien, como Hitler, veía la victoria final a su alcance. Pero hubo militares, como el general Theo Osterkamp, que no evitaron criticarlo: "Estando a un paso de la victoria, vi parar en seco la batalla decisiva por la supremacía aérea, porque los altos mandos prefirieron la ofensiva sobre Londres". Los bombardeos de represalia sobre Londres (la llamada operación Loge, en honor al dios del fuego wagneriano) se iniciaron el 7 de septiembre, poco después de otros similares sobre Liverpool. Tal como ocurrió 23 años antes con los bombarderos pesados Gotha y los zepelines, la capital inglesa sufrió el martilleo constante de las bombas alemanas, esta vez lanzadas desde los Heinkel, Dornier y Junkers, en especial de noche, cuando apenas eran detectables para los Blenheim y Defiant equipados con radar.



Los aviones alemanes sufrían cuantiosas pérdidas en sus enfrenta-mientos con los Spitfire y Hurricane, sobre todo en la ruta de regreso al continente -a menudo sin los cazas de escolta, con quienes no siempre podían comunicar-, pero era un precio que Goring estaba dispuesto a asumir para alcanzar la victoria.

Fueron los días sombríos del Blitz, de las sirenas de alarma y de los refugios en el metro, de las incansables actuaciones de la defensa civil londinense (médicos, enfermeros, bomberos, reparadores de gas y agua, patrullas...), de la solidaridad a pie de calle de la familia real con los londinenses y de la inmensa capacidad de sacrificio de un pueblo que se resistía a sucumbir. También fueron los días de la psicosis de invasión. Y es que los preparativos de la operación León Marino, con concentraciones de barcazas, pertrechos y divisiones al otro lado del canal, eran cada vez más perceptibles. Incluso había fijada una fecha: el 21 de septiembre. La posibilidad de un desembarco en la isla nunca fue tan real desde 1066, cuando Guillermo el Conquistador cruzó el canal con sus normandos y derrotó al rey sajón Harold en Hastings. Hasta el propio Churchill advertía por la BBC de la inminencia de la invasión.

Pero el cambio de táctica alemán fue decisivo para la suerte de la batalla. La repentina falta de presión alemana sobre la infraestructura meridional de la RAP', junto con varios días de mal tiempo que limitaron los ataques alemanes, constituyó un enorme alivio para el Mando de Caza, que tuvo tiempo para reparar los desperfectos en los aeródromos del sur y recomponer sus líneas de comunicaciones y las salas de operaciones. También permitió el descanso de los pilotos, sometidos a una presión diaria difícilmente soportable de despegues y combates continuos, y ahora refrescados por profesionales polacos, checos o canadienses (exiliados unos, colaboradores otros).

Por otro lado, el sistema de producción y reparación de lord Beaver-brook proporcionaba casi 160 cazas a la semana, fundamentalmente destinados a los escuadrones del Grupo 11, con lo que no sólo cubría las bajas con una celeridad que los alemanes jamás alcanzaron, sino que fortalecía enormemente su potencial. Esta nueva situación permitió a Dowding variar su táctica. Comenzó a enviar al cielo formaciones de cazas cada vez mayores para hacer frente a las enemigas. Estas se acercaban invariablemente por los mismos pasillos aéreos, prácticamente ajenas a la trascendencia del radar para la defensa.

El 15 de septiembre, una jornada que fue seguida por Churchill y su esposa desde la sala de operaciones del Grupo 11, en Uxbridge, más de tres centenares de Spitfire y Hurricane, actuando en escuadrillas emparejadas, se lanzaron sobre las nutridas formaciones alemanas avistadas por el radar que transportaban su carga mortífera hasta Londres. Abatieron en las incursiones de ese día más de 60 Heinkel, Dornier y Junkers (objetivo de los Hurricane) y, en menor medida, de Me-109 de escolta (objetivo de los Spitfire). En un solo día se derribó casi una cuarta parte de los aviones perdidos por la Luftwaffe en todo el mes de septiembre. Fue un triunfo de la RAF en toda regla, que desde entonces se conmemora como el día de la victoria. Y también una derrota sin paliativos para la Luftwaffe, cada vez más exhausta por la sangría de aviones y pilotos, la duración de la campaña, la dificultad de combatir sobre territorio enemigo y la tenaz resistencia de la RAF, que tenía muchos más cazas de los que decía la inteligencia alemana.

Por aquel entonces era aún difícil sospechar que el equilibrio de fuerzas se estaba inclinando definitivamente del lado británico. En Berlín, no obstante, Hitler advirtió con realismo que la superioridad aérea prometida por Goring estaba lejos de conseguirse tras diez semanas de combates. Por ello, dos días después de la derrota de la Luftwaffe aplazó la operación León Marino. En realidad, fue la muerte definitiva del sueño de invadir Inglaterra. El asedio, sin embargo, no había terminado. La derrota del 15 de septiembre, seguida de otras en días posteriores, obligó a Goring a variar de nuevo la estrategia. Sus aviones se concentraron de nuevo en el bombardeo contra las fábricas aeronáuticas (Southampton, Bristol.) y se pusieron en práctica nuevas tácticas para dificultar la interceptación inglesa. El Me-109, gracias a un elevado techo que impedía su localización por el radar, fue utilizado como bombardero; se intercalaron formaciones de cazas con otras de bombarderos (el radar no distinguía el tipo de avión) para sorprender a los cazas británicos^; Londres siguió siendo un objetivo, aunque los ataques contra la capital se espaciaron en el tiempo.

No obstante, la RAF, fortalecida por sus victorias y por la continuada afluencia de nuevos cazas a sus escuadrones, demostraba un poderío hasta entonces desconocido. No sólo devolvía golpe por golpe, sino que había recuperado la iniciativa aérea. Así lo reconoció ante Goring el propio Adolf Galland, as de la aviación alemana, y así lo reflejaban las estadísticas: desde el viraje decisivo del 15 de septiembre, las pérdidas en aparatos de la Luftwaffe doblaban las de la RAF.

Una sangría de aviones y pilotos in-asumible para la aviación del siempre optimista Goring que ya intuía que la victoria se evaporaba.

Con mucha menos intensidad que en agosto y septiembre, y debido también al mal tiempo, la batalla continuó a lo largo de octubre. Fue un mes en que la Luftwaffe, al amparo de la noche -que impedía su interceptación por los cazas-, lanzó bombardeos devastadores sobre ciudades como Londres, Birmingham o Coventry y sobre centros industriales.

Estos ataques de castigo, realizados por formaciones de aviones mucho menores que las de meses anteriores, producían grandes daños materiales y numerosas víctimas entre la población civil. Sin embargo, eran prácticamente irrelevantes desde el punto de vista militar y apenas disimulaban una realidad incontestable: que los magníficos Spitfire y Hurricane ostentaban ahora el dominio de los cielos ingleses. El propio Hitler prestaba cada vez menos atención a Inglaterra y preparaba ya las siguientes fases de la guerra, que llevaría a los Balcanes y al norte de África.

Los bombardeos nocturnos se prolongaron durante el difícil invierno de 1940-41 (particularmente brutal fue el lanzado el 14 de noviembre sobre Coventry), pero la batalla de Inglaterra, tradicionalmente encuadrada en la historia entre los meses de julio y octubre, había sido definitivamente ganada por la organización y la resistencia de la Royal Air Forcé. La derrota de la Luftwaffe fue el primer revés serio que recibieron los ejércitos de Hitler, señores y dueños de media Europa en 1940. Los propios mandos británicos sostienen que si la Luftwaffe hubiera continuado en aquellos días críticos de agosto con la estrategia de destruir los aeródromos del sur y sudeste y las fábricas areonáuticas, la defensa aérea meridional inglesa se habría desmoronado. Keith Park habla incluso de que la Luftwaffe, "con su cambio de táctica, arrojó la victoria por la borda". Y esa victoria probablemente habría propiciado la invasión alemana de la isla, con unas consecuencias difícilmente predecibles.

El triunfo hubiese dejado al Reich las manos libres en toda Europa, sin tener que preocuparse de su retaguardia, para dedicar mayor esfuerzo bélico al siguiente objetivo: la URSS. Sin embargo, los cambios tácticos de Hitler y Goring, junto a la continuada resistencia de los pilotos británicos y el Mando de Caza, impidieron ese sombrío escenario para la causa aliada.

Gracias a la victoria de la RAF, Inglaterra mantuvo su aislamiento y desde sus dominios se prepararon, primero en solitario y luego con los estadounidenses, los sucesivos golpes contra el poder nazi. De allí salieron las tropas que derrotaron al Afrika-korps en el norte de África, los convoyes para ayudar a Rusia, los bombarderos que destruyeron las principales ciudades alemanas y la invasión del continente por Normandía que supuso el principio del fin de la Alemania de Hitler. Son argumentos que permiten elevar la batalla de Inglaterra a la categoría de una contienda que alteró el curso de la historia.

Fuente| Historia y Vida

sábado, 18 de junio de 2011

La Masacre de Katyn en el régimen Stalinista

La Masacre de Katyn ocurrió en Polonia, en plena Segunda Guerra Mundial cuando los ejércitos nazis de Alemania y los ejércitos del régimen Stalinista de la URSS se disputaban el territorio polaco. Y durante décadas unos y otros se acusaron de ser responsables de la cruenta matanza de 4.443 oficiales polacos, pero sólo en 1992, más de 50 años después, salió a la luz la verdad.

En 1939, el ejército Nazi comenzó la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia tomando gran parte del oeste del país. Pocos días después, los ejércitos de la Unión Soviética ocuparon el este del país. Como consecuencia de esta ocupación, decenas de miles de militares polacos cayeron en manos soviéticas y fueron recluidos en campos de prisioneros dentro de la URSS. Polonia quedaba ocupada así por ambos ejércitos, tal como lo habían acordado en un pacto secreto entre Alemania y la URSS.

Pero después, en 1941 los alemanes invadieron la Unión Soviética. En este contexto, el gobierno polaco en el exilio en Londres y el gobierno comunista soviético acordaron cooperar entre sí para luchar contra Alemania. Para ello se comenzó a formar un ejército polaco en territorio soviético y el general a cargo de esto pidió que los 15.000 oficiales polacos hechos prisioneros por los soviéticos regresaran. Pero el gobierno soviético informó que la mayoría de los prisioneros habían escapado a Manchuria y que no pudieron ser localizados.

El 13 de abril de 1943, los alemanes anunciaron que habían descubierto fosas comunes en el bosque de Katyn, cerca de Smolensk, en Rusia occidental. Un total de 4.443 cadáveres fueron recuperados que habían sido al parecer disparados por la espalda.

Los investigadores identificaron los cadáveres como pertenecientes a muchos de los oficiales polacos “perdidos”, y estimaban que habían sido asesinados a principios de 1940, cuando esa zona aún permanecía bajo dominio de la URSS. En respuesta a estas acusaciones, el gobierno soviético afirmó que los polacos fueron asesinados por el ejército invasor alemán en agosto de 1941.

En abril de 1943, los soviéticos rompieron relaciones diplomáticas con el gobierno polaco en Londres. Tras el final de la ocupación alemana, los soviéticos establecieron la República Popular de Polonia, un estado socialista satélite de la Unión Soviética. Sus sucesivos gobiernos continuaron culpando a Alemania de la Masacre de Katyn, mientras internacionalmente se consideraba a los soviéticos responsables de este crimen.

En marzo de 1989 finalizó el régimen comunista y el nuevo gobierno polaco cambió oficialmente la responsabilidad por la masacre de Katyn, de los alemanes a la policía secreta soviética, la NKVD. Finalmente, 52 años después, en 1992, el gobierno ruso publicó documentos que prueban que el Politburó soviético y la NKVD había sido los responsable de la masacre y del encubrimiento.

Hobgoblin, nuevo proyecto de la HBO sobre la Segunda Guerra Mundial

Segunda Guerra Mundial. El ejército aliado decide contratar a un grupo de estafadores y magos para intentar vencer a las fuerzas del Tercer Reich. Éste es el argumento de “Hobgoblin”, una nueva serie del canal norteamericano HBO que ya ha empezado a reclutar profesionales para la grabación de su episodio piloto: Darren Aronofsky, Michael Chabon y Ayelet Waldman.

Darren Aronofsky dirigió a Natalie Portman en “Cisne Negro”, el filme que le reportó su primer premio Oscar® como actriz principal, y se encuentra preparando “Noah”, el regreso de Hollywood a la historia del Arca de Noé. El pasado Marzo Aronofsky decidió abandonar el proyecto con el estudio 20th Century Fox sobre la segunda parte de “X-Men orígenes: Lobezno”, en la que iba a dirigir a Hugh Jackman. Renunció al cargo semanas antes del comienzo de la grabación, que estaba prevista para esta primavera en Japón, alegando que el rodaje le obligaría a estar mucho tiempo alejado de su hogar.

Michael Chabon y su esposa Ayelet Waldman son los creadores de “Hobgoblin”. Chabon es el prestigioso escritor autor de “Chicos prodigiosos” (1997) y “Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay”, obra que ganó el Premio Pulitzer en el año 2001. En el 2005 publicó “La solución final”, obra en la que un anciano que se supone que es Sherlock Holmes lleva a cabo una investigación criminal a finales de la Segunda Guerra Mundial. Por su parte Waldman también es escritora y autora de “El amor y otras actividades imposibles” (2006), trasladada a la gran pantalla y protagonizada por Natalie Portman en el año 2009.

Respecto a la serie, cuyo título en español podría traducirse como “duende”, puede basarse en las experiencias reales de magos como Jasper Maskelyne, illusionista británico que ayudó a camuflar objetivos militares en África del Norte (convirtiendo tanques en camiones, creando a las afueras de Alejandría otra Alejandría o haciendo desaparecer el Canal de Suez con enormes juegos de luces), armar ejércitos falsos e incluso conseguir el apoyo de un jefe indígena en un duelo de magos entre Oriente y Occidente. Para averiguar más sobre las “mágicas” aventuras de Maskelyne resulta imprescindible leer “El mago de la guerra” (2009), de David Fisher.

viernes, 10 de junio de 2011

Muere a los 91 años Mietek Pemper, redator de la Lista de Schindler


Mieczyslaw (Mietek) Pemper, redactor de la conocida lista de Schindler que salvó la vida a 1.200 judíos durante la Segunda Guerra Mundial, falleció el martes a la edad de 91 años, según anunció el ayuntamiento de la población alemana de Augsbourg, donde residía.

Pemper, nacido en el seno de una familia judía en Cracovia en 1920, vivió desde 1958 en esta ciudad. Trabajó como administrador y consultor de empresas. De la industria que fundó durante la guerra aprovechó mano de obra judía en aquel momento. Al poco, se dio cuenta de la situación de injusticia que vivían sus trabajadores e intentó ayudarlos a fin de evitar su entrada en campos de concentración nazi.

Hasta 1993 no se reveló su pasadonazi, momento en el que apareció la película dirigida por Steven Spielberg. Mieczyslaw Pemper transmitió la historia de la lista de Schindler a Tom Keneally, autor de la obra "El arca de Schindler", en la que se basó el director de la película para narrar la histora de Oskar Schindler, fallecido en 1974, el artífice de la salvación judía .

jueves, 9 de junio de 2011

Actualidad» Encuentran avión de la Segunda Guerra Mundial en Tailandia



Autoridades de la Fuerza Aérea Tailandesa retiraron los restos de un avión P-51 Mustang, que sirvió a los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Los restos de la aeronave fueron encontrados en la provincia de Pathum Thani. El avión americano fue derrivado cuando bombardeaba la región de Don Muang, en Tailandia, que era aliada de Japón en el conflicto.

lunes, 6 de junio de 2011

Cierran el museo del campo de exterminio nazi de Sobibor por falta de fondos

El museo del antiguo campo de exterminio nazi de Sobibor, en el Este de Polonia, donde durante la Segunda Guerra Mundial fueron asesinados más de 250.000 personas, se ha visto obligado a cerrar por falta de fondos para mantener las instalación.

"Se trata de uno de los cementerios más grandes de Europa, para muchas personas un lugar santo que, sin embargo ahora tiene que cerrar sus puertas", lamentó hoy uno de los responsables del museo, Marek Bem, quien reconoció que "sin dinero" no se puede funcionar.

El museo precisa de alrededor de 250.000 euros anuales para asegurar su superviviencia, aunque para este año se ha asignado menos de la mitad, informa la edición digital del diario "Rzeszpospolita".

El antiguo campo de exterminio depende de las autoridades locales, aunque a partir de 2012 está previsto que pase a la competencia del ministerio de Cultura, desde donde se ha asegurado que se apoyará económicamente el funcionamiento del memorial que hoy ocupa las instalaciones.

"Debido a la difícil situación financiera se han visto obligados a restringir las actividades del museo", reconoció Wieslaw Holaczuk, presidente del municipio de Wlodawie, en la zona fronteriza con Ucrania y Bielorrusia, donde se ubica el campo de exterminio.

Recientemente los responsables del memorial del campo de concentración de Auschwitz, también en Polonia, lanzaron una campaña internacional para recaudar fondos que permitan el mantenimiento de las instalaciones, en peligro por el paso del tiempo y la falta de recursos.

Desde el museo de Auschwitz se ha insistido en numerosas ocasiones en la importancia de preservar los antiguos campos de exterminio nazis para mantener viva la documentación del genocidio cometido durante la Segunda Guerra Mundial.

jueves, 2 de junio de 2011

Españoles que espiaban en Inglaterra a favor de Alemania

Quizás una de las más significantes y útiles contribuciones al trabajo de contraespionaje realizado en Londres y Madrid por el SIS y el MI5 lo constituía el desenmascaramiento de españoles, los cuales, ubicados en Inglaterra por motivos lícitos, realizaban tareas por cuenta del Abwehr. Uno de los primeros detenidos fue cierto Piernavieja del Pozo (las fuentes no indican su nombre) que llegó a Inglaterra en septiembre de 1940 en una visita de estudios respaldada por el Instituto de Estudios Políticos.

Aprovechó las facilidades que le fueron dadas para enviar información escrita en tinta simpática en el verso de los informes que oficialmente enviaba a Madrid. Del Pozo no sabía que uno de sus contactos ingleses, Arthur Owens, doble agente que los alemanes creían tener a su servicio, mantenía al MI5 enterado de los movimientos de del Pozo, que tenían que ver con la productividad de fábricas de armamentos en el País de Gales, donde su guía era otro fingido agente de Alemania. Este era Gwilym Williams, inspector de policía jubilado y afiliado, por lo menos tal era la ficción construida, al movimiento nacionalista gales, al cual los alemanes creían un posible futuro aliado.

Durante estas semanas se creó el llamado XX Committee '^^. El XX Committee se encargaba de «tornar» a los agentes enemigos, comunicándoles noticias militares falsas para que las transmitiesen a Berlín.

En mayo de 1941 el agente Williams se puso en comunicación con Luis Calvo, corresponsal de un diario madrileño destacado en Londres y conocido como espía. Éste siguió hasta 1942 reuniéndose con Williams y recibiendo información, falsa por supuesto. Por otra parte, no dudando que Williams fuera como él un espía a favor de Alemania, Calvo le habló del jefe de la red español de espionaje pro-alemán en Inglaterra. Este era Ángel Alcázar de Velasco, destacado falangista, que ostentaba el cargo de agregado de prensa de la embajada española, pero cuya caja fuerte en Madrid había sido abierta por el SIS. Examinados los documentos que la caja fuerte contenía, la conclusión inglesa fue que la red de agentes que Alcázar de Velasco describía en los documentos que comunicaba al Abwehr era imaginaria, creada para impresionar y sacar fondos de los alemanes.

Sin embargo, la información descubierta permitió detener a Calvo, atemorizarlo sin tener que echar mano de métodos brutales, y persuadirle que siguiera pasando la información que le proporcionara el MI5.

La opinión de Philby, desde su atalaya londinense como jefe de la sección ibérica, era que «pocos españoles y portugueses se mostraban entusiastas para arriesgar la cabeza por el fascismo. Muchos de los que aceptaban misiones lo hicieron simplemente para salir de la Península o entrar en Inglaterra o las dos cosas» '^^. Como ejemplo, Philby cuenta la historiadel portugués Ernesto Simoes. A este obrero especializado se le había concedido un permiso de trabajo en una fábrica de aviones, pero uno de los decenas de miles de mensajes radiotelegráficos alemanes interceptados, reveló que Simoes había sido reclutado por el Abwehr. El MI5 le detuvo, pero resultaba que vivía bien, ganando unos jornales altos en la fábrica y gozando de los favores de la señora en cuya casa tenía alquilada una habitación.

No tenía interés en arriesgar su cómoda situación haciendo espionaje. Otro de los españoles, empleado en el departamento de prensa de la embajada, José Brugada Wood, actuaba como canal de mensajes. Detenido, fue «persuadido» a que siguiera enviando mensajes, esta vez sutilmente falsificados, sobre la producción de aviones *^.

Estas personas y otras llegaron a ser autores convincentes de una cantidad ingente de material falso sobre localización de unidades militares, aspectos técnicos de cañones, defensa contra paracaidistas etc, regularmente comunicado a Alemania, de manera que, leyendo las preguntas que los alemanes enviaban, el XX Committee y el MI5 podían incluso averiguar las intenciones del enemigo.