domingo, 14 de abril de 2013

'Yo soy una niña de Schindler'

El Holocausto no se puede contar. Nada más cruzar el umbral de Auschwitz, la primera sensación que le invade a uno es la incapacidad de imaginar lo que verdaderamente pasó allí. Algo de ello se adivina en los ojos de Niusia Horowitz-Karakulska, una 'niña de Schindler', el empresario alemán que salvó a más 1.100 judíos del exterminio nazi. Compartimos mesa y cena con ella una noche de marzo en un restaurante de Szeroka Street, corazón del barrio judío de Kazimierz, en la polaca Cracovia, escenario elegido por Steven Spielberg para el rodaje de 'La Lista de Shindler', que ahora cumple 20 años.

"Recuerdo de Schindler que era un hombre muy guapo, olía muy bien, siempre muy elegante, incluso cuando visitaba la fábrica, un lugar lleno de suciedad", relata Niusia, el nombre 105 de la milagrosa lista, nacida en Cracovia en 1932. Sentado junto a ella, Alekxander B. Skotnicki (autor de 'Oskar Schindler a través de los ojos de los judíos que rescató') la traduce al inglés. Sus ojos se iluminan cuando habla de Schindler, pero es una mujer parca en palabras; era una niña cuando aprendió que el silencio y la discreción podrían ayudarla a sobrevivir.

En el rictus serio de su rostro y su mirada intensa se lee el dolor. Niusia y sus padres vivieron dos años en el gueto de Cracovia y fueron trasladados al campo de concentración de Plaszów cuando el gueto fue liquidado. Madre e hija lograron un trabajo en la fábrica de Oskar Schindler en la calle Lipowa. Pero un día acabaron, por error, en Auschwitz, ya lo cuenta la película: el tren que debía trasladar a las mujeres y niños de Schindler desde Cracovia a la nueva sede de la fábrica en Brünlitz fue enviado a un terrible destino. Por una terrible equivocación. Pasaron allí tres semanas hasta que Herr Direktor, como le llamaban sus empleados, logró sacarlos de allí. Eran 300. Los únicos judíos que salieron de Auschwitz.

Niusia, en su juventud.Niusia, en su juventud.

Un tema tabú

Niusia tenía 9 años cuando entró en el gueto; 13 cuando terminó la guerra. No había asistido al colegio, apenas sabía leer ni escribir. "Nunca quise hablar de ello, nunca le conté nada ni siquiera a mi hija", dice. "Yo también querría olvidarlo", explica Stotnicki, que ha entrevistado a cientos de supervivientes para su libro, "no era fácil hablar de ello en una nación donde nadie quería escuchar ni creer que aquello había pasado de verdad tan cerca de sus propias casas".
Steven Spielberg buscó en Cracovia supervivientes para conocer historias reales con todos sus detalles. Fue en la década de los 90 cuando Niusia rompió su silencio. Recordar y contar lo vivido para que nunca nadie pueda olvidarlo. "Conocí a Spielberg en la calle Urzyz, en Cracovia, me pareció un hombre muy humilde y emocionado por conocer a un superviviente de Auschwitz", recuerda. "Ver 'La lista de Schindler' me provocó emociones terribles", prosigue. "No es una historia de amor, es un drama, un trauma para quienes lo vivimos. Incluso muchas personas que no tenían nada que ver con los campos de concentración salían del cine con los ojos llenos de lágrimas".

52.000 testimonios

'La Lista de Schindler' se filmó en blanco y negro porque así eran todas las imágenes que Spielberg había conocido durante su vida del Holocausto y para dar a la película apariencia de documental. Porque el proyecto traspasaba las fronteras de Hollywood: Spielberg creó la Fundación Shoah, cuyo primer objetivo fue grabar todos los testimonios que fuera posible del Holocausto, en cualquier país, en todos sus idiomas, en sus hogares, utilizando una red de voluntarios locales que fueron formados específicamente para ello. Se recogieron 52.000 entrevistas en todo el mundo.
"Nuestra misión ahora es la educación", explica Martin Smok, miembro de esta institución, "utilizar los testimonios del Archivo de Historia Visual, estas voces de los supervivientes y testigos del Holocausto para educar a la población del mundo sobre los mecanismos del odio y de la formación de estereotipos, y cómo estos puede llevar a grandes sufrimientos". Una base de datos de gran importancia histórica teniendo en cuenta que ya han pasado siete décadas y cada vez quedan menos testigos con vida.
"Intentamos hacer de las experiencias de los supervivientes algo relevante para la vida diaria de las nuevas generaciones", añade Smok. Estas 52.000 entrevistas, narrativa viva del siglo XX, están disponibles en 41 instituciones en todo el mundo, la mayoría universidades.

Niusia y el beso de Schindler

La actriz Magdalena Dandourian interpreta en el filme el personaje de Niusia, es la joven judía que el propio Schindler besa, ante la mirada incrédula de numerosos oficiales nazis, el día de su cumpleaños. Horowitz aparece en la emotiva escena final en la que más de un centenar de judíos desfilan ante la tumba de Oskar Schindler, fallecido en Alemania el 9 de octubre de 1974. El empresario, que se enriqueció con el trabajo gratuito de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial y gastó toda su fortuna en salvarlos después, descansa para siempre en el Cementerio de los Hombres Justos de Jerusalén.

Niusia (Magdalena Dandourian), instantes antes del beso de Schindler en el filme.Niusia (Magdalena Dandourian), instantes antes del beso de Schindler en el filme.
Muchos supervivientes emigraron tras la guerra en busca de una nueva vida. No era fácil, sin dinero ni contactos en el extranjero. Niusia permaneció en Cracovia y en 1955 se casó con Tadeusz Karakulski; nunca volvió a ver a Schindler después de la guerra, aunque sus padres, establecidos en Austria, sí se pudieron reunir con él. Su hija Magdalena, nacida en 1956 y afincada desde 1978 en EEUU, le ha dado dos nietos.

Realidad y ficción

En las calles de Cracovia, restos originales del muro del gueto conviven cerca de los escenarios que eligió Steven Spielberg para el rodaje del filme, ganador de siete Oscar, incluidos los de mejor película y director. Lugar emblemático es la fábrica de Oskar Schindler, en el barrio de Podgórze, hoy un museo dedicado a las víctimas de los nazis que reconstruye la vida cotidiana en Cracovia antes de la ocupación y da testimonio de las condiciones inhumanas de vida, las atrocidades y muertes, primero en el gueto, y en Plaszów, Auschwitz y Birkenau después. 
 
Museo Fábrica de Schindler. | Foto: S.A.Museo Fábrica de Schindler. | Foto: S.A.
"La primera impresión era terrible (...) Todos estábamos deprimidos, y decíamos: 'No se vuelve de un cementerio'". El testimonio de Mila Hornik da fe del estado de ánimo de los judíos que fueron traslados y aislados entre muros desde el 3 de marzo de 1941 al 13 marzo de 1943, cuando se llevó a cabo la liquidación total del gueto. Unos muros construidos de cemento gris, con forma de lápidas sucesivas, para que los que allí vivían se sintieran enterrados en vida.
Los judíos que sobrevivieron al gueto fueron trasladados al campo de concentración de Plaszów. Desde el 7 de octubre de 1941 Auschwitz ya estaba funcionando, a 43 kilómetros al oeste de la ciudad, como campo de concentración y sede de experimentos científicos que se llevaron a cabo con judíos, eslavos, prisioneros de guerra, gitanos... Birkenau (Auschwitz 2) se creó a tres kilómetros de allí, como campo de exterminio. Dos toneladas de pelo humano, maletas y zapatos se conservan entre sus muros como prueba histórica de lo que allí pasó.

Vía| El Mundo

jueves, 11 de abril de 2013

Westerplatte, la fortaleza donde 200 polacos plantaron cara al gran ejército nazi

En la que fue la primera batalla de la II GM, un pequeño grupo de soldados logró defender durante una semana el avance del poderío militar de Hitler

Westerplatte, una pequeña estación portuaria ubicada al norte de Polonia. Este fue el escenario en el que 200 soldados polacos lograron detener durante una semana al poderoso ejército alemán que, para desesperación de Hitler, vio durante algunos días como su maquinaria de guerra era drásticamente detenida
Esta valerosa resistencia no sólo significó el inicio de las hostilidades del régimen de Adolf Hitler contra Polonia, sino que, para algunos autores como Steven J. Zaloga, es considerada como la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial. En ella, los alemanes aprendieron que, aunque su tecnología y sus tácticas militares eran superiores a las del resto de Europa, el valor también podía decantar una contienda.

Los inicios

La península de Westerplatte no fue seleccionada de forma aleatoria para comenzar la invasión nazi. De hecho, su conquista era de vital importancia, pues era una de las pocas salidas al mar con las que contaba Polonia y su capitulación significaba la imposibilidad del enemigo de responder por mar a los ataques alemanes.
El enclave, por lo tanto, tenía para los polacos un gran valor estratégico a pesar de que únicamente ocupaba un pequeño trozo del país: 75 kilómetros de la bahía de Danzing. Este territorio, que había sido entregado a Polonia tras la Primera Guerra Mundial, no disponía sin embargo de un gran contingente militar, pues una de las condiciones para su cesión fue que no se enviaran al lugar más de 88 soldados.
«Según el Tratado de Versalles, Danzig (Gdansk) era una ciudad-estado libre bajo la protección de la Sociedad de Naciones, donde Polonia tenía una oficina de correos, derechos portuarios especiales y, a partir de 1924, derecho a mantener un arsenal “protegido”. El lugar donde estaba guardado el arsenal (…) era la pequeña península de Westerplatte», determina el Dr. Chris Mann (como editor general) en el libro «Grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial».

Malas relaciones con Alemania

Antes incluso de la invasión nazi, las relaciones entre Polonia y Alemania ya estaban bastante deterioradas. Por ello, a principios de 1939, y a pesar del pacto de no agresión que existía entre ambos países desde 1934, los polacos decidieron secretamente aumentar las defensas de Westerplatte sabedores de su importancia estratégica.
Así, y tras la subida de Hitler al poder, el pequeño arsenal semifortificado de la Península de Westerplatte pasó a contar con seis nuevos búnkeres y siete puestos de campaña más. A su vez, el contingente inicial de 88 soldados fue aumentado hasta 210 (27 de ellos reservistas civiles) al mando del comandante Henryk Sucharski. No obstante, la realidad es que, a pesar de estas mejoras, el emplazamiento no era más que una fortaleza menor.
A su vez, las fuerzas seguían siendo escasas para resistir un ataque a gran escala. Por ello, se estableció que la función de la guarnición sería aguatar unas largas 12 horas hasta que llegaran refuerzos. «Los polacos contaban con un cañón de campaña de 75 mm, dos cañones antitanque de 37 mm, cuatro morteros y varias ametralladoras medianas, pero carecían de auténticas fortificaciones», explica Mann.

El engaño alemán

Mientras los polacos planteaban su defensa, los alemanes, por su parte, establecían el plan de ataque. En primer lugar, determinaron que lo fundamental era acercarse lo más posible a Westerplatte por mar para bombardear con uno de sus acorazados la pequeña fortaleza polaca. Para ello idearon una curiosa estratagema. Concretamente, pidieron permiso a Polonia para anclar un barco cerca del fortín alegando una «visita de cortesía».
Planteada la estrategia, ya sólo faltaba seleccionar el buque que comenzaría el ataque. El acorazado seleccionado fue el SMS Schleswig-Holstein, un viejo barco de entrenamiento construido entre 1905 y 1908 y armado con nada menos que 22 cañones. A su vez, se reforzó su tripulación con 225 infantes de Marina con órdenes de desembarcar y atacar si fuera necesario.
Además, al buque le acompañarían por tierra unos 1.275 soldados de las SS bajo el mando del general de la policía Friedrich Eberhardt. En total, los poco más de 200 defensores se debían enfrentar a 1.500 nazis, una fuerza que les superaba ampliamente. No obstante, su tenacidad les mantendría firmes durante una semana.

Comienza la batalla

«A las 04:45 h, a.m, del 1 de septiembre (de 1939) el Schleswig-Holstein se puso en zafarrancho de combate y comenzó el bombardeo con toda la potencia de fuego de sus cañones (…). En los 8 minutos siguientes caerían sobre los muros exteriores de la débil fortificación polaca 8 proyectiles de 280 mm, 59 de 155 y 600 de 20, con la intención de abrir alguna brecha que allanase el camino de los infantes», explican por su parte Miguel del Rey y Carlos Canales en su libro «Blitzkrieg», editado por «Edaf».
No sólo había comenzado una batalla aislada, sino que los cañones del acorazado dieron el pistoletazo de salida a la Segunda Guerra Mundial. Y es que, a la vez que comenzaba el asalto sobre Westerplatte, las tropas nazis iniciaban la invasión masiva de Polonia, la llamada «Operación Blanco».
En principio, las cosas no pudieron marchar mejor para el ejército nazi, ya que, después de que cesara el fuego, tres pelotones de infantería alemana se lanzaron hacia la fortaleza de Westerplatte. De hecho, uno de ellos logró volar la entrada exterior que permitía atravesar el puente natural que llevaba hasta la fortaleza. «Al intentar cruzarlo, encontraron una resistencia infranqueable. El fuego de cañón (…), centrado sobre el pelotón de ingenieros, los detuvo nada más avanzar 500 metros, lo mismo que al resto de la infantería», determinan los autores españoles en el texto.
Pero no fue todo pues, animados por la férrea defensa que habían planteado, los escasos polacos se abalanzaron sobre varios nidos de ametralladoras alemanas e intentaron acabar con el puesto de mando establecido por el enemigo detrás de uno de los primeros muros derruidos del fuerte.
Así, y aunque los polacos también se vieron obligados a retirarse y protegerse en la fortaleza, al final del día la situación era inmejorable para ellos. «La lucha había costado a los alemanes 82 bajas, y Westerplatte seguía resistiendo. El único consuelo para los alemanes era que habían masacrado a los defensores polacos de la oficina de correos (…). Por lo demás, el ataque contra Westerplatte había sido un absoluto fracaso», explica Mann.

Días posteriores: la aviación asesina

Los días posteriores quedaron marcados por la desmotivación del ejército alemán, que veía como 200 hombres podían detener a las poderosas fuerzas de Hitler. No obstante, el miedo a perder más hombres y la osadía de los defensores provocó que decidieran esperar el apoyo de la Luftwaffe (la fuerza aérea nazi) antes de llevar a cabo más asaltos.
«El día 2, la Luftwaffe pudo despegar, y una ola devastadora de fuego se abatió sobre Polonia. También sobre Westerplatte, que esa tarde, tras bombardearla sin oposición alguna, mató a ocho de los defensores y destruyó el búnker número 5, la emisora de radio, las bombas de los depósitos de agua, los morteros y los antitanques», afirman Canales y del Rey.
Las jornadas posteriores se sucedieron sin novedades, pues varios ataques alemanes fueron frustrados por los polacos, cada vez con una mayor necesidad de agua y víveres. De hecho, se cree que Sucharski tuvo un momento de flaqueza el día 5 cuando, momentáneamente, sugirió la posibilidad de rendir el fuerte. Sin embargo, pronto apartó esa idea de la cabeza.
En aquellos momentos, la situación era crítica para ambos bandos. Para los polacos, por su falta de alimento (los víveres de reserva ya habían tocado a su fin). Mientras, Hitler seguía desesperándose ante la imposibilidad de tomar una pequeña fortaleza que pensaba haber conquistado con extrema celeridad.

Una descabellada idea alemana

Ante la desesperación, el ejército alemán se planteó el día 6 una descabellada idea. Concretamente, decidieron que lanzarían un tren camicace contra las defensas de la fortaleza para abrir una brecha por la que pudiera pasar la infantería. «A las 03.00 (…) los alemanes enviaron un tren en llamas contra el puente natural, pero el aterrorizado maquinista lo desacopló demasiado pronto y no logró alcanzar la cisterna de aceite que había dentro del perímetro polaco. Si hubiera tenido éxito, se habría destruido la cobertura para los defensores», se afirma en «Grandes Batallas de la Segunda Guerra Mundial.
A su vez, y según plantea el autor, este plan se volvió contra los propios alemanes, pues, «los vagones ardiendo dejaron un campo de tiro perfecto y los alemanes sufrieron numerosas bajas». Al parecer, la suerte no estaba de parte del nazismo en Westerplatte.

La rendición polaca

Sin embargo, y a pesar de la tenacidad de los defensores, finalmente el hambre hizo mella en sus fuerzas. «Tras seis días de ser machadas sin descanso sus posiciones (…) repeliendo continuos asaltos, la situación de los defensores de la Westerplatte , sin agua, y con los heridos hacinados en los barracones, era ya insostenible», determinan por su parte los autores españoles.
Finalmente, a las diez menos cuarto de la mañana, Sucharski no pudo hacer nada más que alzar la bandera blanca en señal de rendición. Habían resistido todo tipo de ataques y, al final, habían caído derrotados por el hambre y la sed. No obstante, y en lo que se cree que fue una señal de respeto, los soldados nazis se cuadraron ante la salida de los polacos.
La victoria, sin embargo, costó cara a los alemanes, cuyas bajas fueron de entre 100 y 200 (con otro centenar de heridos). Mientras, los defensores perdieron unos escasos 15 soldados, aunque sí fueron heridos más de 50. A pesar de todo, y para desgracia de Polonia, el caso de Westerplatte fue aislado, pues el país cayó ante los nazis ofreciendo una escasa resistencia.

Vía| ABC

lunes, 8 de abril de 2013

Las últimas víctimas de Rommel y Montgomery

Las últimas víctimas de Rommel y Montgomery

Meshri Daud cambiaba naranjas y huevos por cigarrillos a los soldados británicos. Aún recuerda algunas palabras en inglés, y también en italiano, que recita de memoria con una gracia coqueta setenta años después de la gran batalla, aquella que cambió el rumbo de la Segunda Guerra Mundial en África y que hoy sigue causando víctimas. Los Aliados y las fuerzas del Eje, los mariscales Montgomery y Rommel, se marcharon hace toda una vida de El Alamein, pero atrás dejaron un legado de minas y municiones sin explotar, y un reguero de miles de muertos y mutilados a lo largo de los años, los últimos el pasado mes de enero.
Las minas han arrebatado a Daud 14 familiares desde aquellos días de guerra. «Algunos murieron desangrados, porque no había ningún hospital cerca al que llevarlos», recuerda el anciano. Acompañado de dos nietos, y con una carpetilla bajo el brazo donde guarda la documentación de su familia, quiere aprovechar la visita del ministro de Planificación y Cooperación Internacional egipcio a la zona para recordarle que los que quedaron mutilados, en un país donde la discapacidad condena a la marginación, no han recibido ni compensaciones ni ayuda para encontrar trabajo.

17 millones de minas

Es imposible saber cuántos artefactos explosivos quedan enterrados en las arenas del Desierto Occidental, aunque se calcula que la cifra ronda los 17 millones, lo que convierte a Egipto en uno de los países más minados del mundo. Una cuarta parte de esta contaminación se debe a las minas, la mayoría de ellas antitanque, mientras que el resto son obuses, misiles y explosivos que no llegaron a detonarse, y cuya antigüedad los convierte en altamente inestables. En la península del Sinaí y las riberas del Canal de Suez podría haber otros cinco millones de minas, éstas procedentes de las sucesivas guerras con Israel.
«Desde que se comenzó a elaborar un registro metódico en 1981 se han producido 8.313 víctimas, entre ellos más de 700 muertos», desvela Fathy el Shazly, que dirige la Secretaría para el Desminado y Desarrollo de la Costa Noroeste de Egipto. La mayoría de las víctimas son hombres adultos, pero un 4% son niños, que confunden un explosivo con una lata vieja y oxidada a la que dan una patada, o a los que la desgracia sorprende jugando al fútbol. «La mayoría de las víctimas son hombres porque son los que menos miedo tienen a pasar por zonas donde se sabe que hay minas. Son más arriesgados y piensan que no les va a pasar nada», explica El Shazly.

Las últimas víctimas de Rommel y Montgomery
El anciano Meshri Daud recuerda la gran batalla de hace setenta años


Lo cierto, sin embargo, es que es imposible determinar dónde se encuentra enterrada la mala suerte. En parte debido a la vastedad del terreno, que se extiende desde las aguas turquesas de la costa de esta parte del Mediterráneo hasta la depresión de Qatara, una gigantesca olla cuyo punto más bajo se encuentra a 135 metros bajo el nivel del mar, además de otras extensiones de terreno cerca de la frontera con Libia y en los alrededores de la localidad de Marsa Matruh. Más de 287.000 hectáreas de terreno contaminado, donde el viento y las dunas vuelven a esconder en muchas ocasiones explosivos que ya habían sido identificados. Pero también se debe a que no existen mapas que indiquen dónde se encuentran exactamente las minas, instaladas por británicos y alemanes en 1942. «Tan sólo disponemos de algunos mapas de batalla, pero no de la localización de los explosivos, que se pusieron a la carrera y no están marcados», reconoce Fathy El Shazly.

Los «jardines del diablo»

No es difícil entender, en las extensiones de este desierto, donde el viento del Mediterráneo sopla sin encontrarse un solo obstáculo en el camino y sin apenas relieves estratégicos para enrocarse en la defensa, por qué las tropas británicas comandadas por el mariscal Bernard Montgomery decidieron minar el terreno. El camino de El Alamein era el único paso para llegar por tierra a El Cairo y el Canal de Suez, los dos bastiones de los Aliados en el Norte de África, ya que la depresión de Qatara, con sus lagos de sal y escarpados barrancos, hacía imposible el paso a las divisiones panzer del alemán Erwin Rommel. El «zorro del desierto», en su primera retirada del frente de El Alamein, terminó de plantar lo que en su momento se conocieron como los «jardines del diablo», un reguero de minas que hoy aún aguardan a víctimas inocentes. El Eje perdió, la guerra terminó, pero las minas quedaron. 

Las últimas víctimas de Rommel y Montgomery
Soldados italianos luchan contra las dificultades del desierto en el año 1942

 
El gobierno egipcio, con la colaboración del PNUD y fondos de USAid o el gobierno alemán, acaba de finalizar el desminado de una zona de aproximadamente 12.000 hectáreas cerca de El Alamein. Los explosivos no sólo siguen causando víctimas, sino que han frenado el desarrollo de esta región, donde se esconden yacimientos de petróleo que los expertos calculan en 4.800 millones de barriles y que podrían igualar la producción egipcia a la de Angola. El desarrollo turístico de la hermosa costa norte también se encuentra cercenado por las minas. Y miles de hectáreas de tierra cultivable y apta para el pastoreo están vedadas para la población local, en su mayoría beduinos, lo que repercute en su economía. La mitad de los fondos de este proyecto, explica Rania Hedeya, analista del PNUD, se destinan a proyectos de concienciación y a ayuda a las víctimas, «a las que se provee de prótesis y se les ayuda a integrarse en el mercado laboral».

Tratado de Ottawa

El desminado «es el trabajo más peligroso del mundo», afirma el general Effat Adib Megaly, jefe de Armamento de la Autoridad de Ingenieros del ejército egipcio. Los 200 soldados especialistas en desactivación de minas han tardado un año en poder limpiar estas 12.000 hectáreas. Se podría hacer más rápido, explica el militar, pero para ello hacen falta recursos.
Egipto es uno de los pocos países del mundo que no ha firmado el Tratado de Ottawa, que prohíbe el uso, almacenamiento o producción de minas antipersonales. Después de tres guerras con Israel, El Cairo alega que tiene derecho a defender sus fronteras. Pero no es el único motivo. El tratado no exige que la limpieza corra a cargo de los que contaminaron el terreno, y la deben llevar a cabo países que en su momento nada tuvieron que ver con la guerra, denuncia Fathy el Shazly, para quien «no es una cuestión de caridad, sino una obligación moral de las naciones».

Vía| ABC

sábado, 6 de abril de 2013

Revelan impactantes imágenes de la vida cotidiana durante la Segunda Guerra Mundial

 

Bert Hardy fue un célebre fotógrafo, conocido por su trabajo en la revista Picture Post entre 1941 y 1957, falleció en el año 1995.

Estas sorprendentes imágenes forman parte de una retrospectiva realizada con la intención de celebrar el trabajo del reconocido fotógrafo, quien habría cumplido 100 años de vida.

Hardy cubrió el bombardeo de Londres, los desembarcos del Día D y la liberación de París y el campo de concentración de Bergen-Belsen en Alemania.

La Galería de Fotógrafos de Soho (Caracas) llevará a cabo una exposición de su obra, coincidiendo con su centenario. La exposición estará abierta 4 de abril al 23 de mayo.
Las imágenes que se exhiben se centrarán en la gente común que viven sus vidas diarias durante y después de la segunda guerra mundial, incluyendo el distrito pobre de Gorbals en Glasgow.

La exposición incluye las obras: Gorbals Niños (1948), doncellas en espera (1951), Life Of An East End Parson (1940), el Grand Hotel Torquay (1947) y Yorkshire Holiday Camp (1953).
Nacido en Londres en una familia de clase trabajadora en mayo de 1913, Hardy era el mayor de siete hijos.

Mordido por el insecto fotografía, se compró su primera cámara de 50 peniques de una casa de empeño y tuvo su primera gran oportunidad cuando capturo con su lente al rey Jorge V y la reina María pasaba en coche por carretera Blackfriars.

El joven emprendedor imprimió 200 tarjetas postales y los vendió a sus amigos y vecinos.
Después de su trabajo como asistente de laboratorio para una agencia fotográfica, fue contratado como fotógrafo personal del Picture Post en 1940.

Su viuda, Sheila, ha permitido el acceso a las imágenes y las inéditas impresiones de edición limitada.



Podéis ver todas la imágenes y el artículo original publicado por el Daily Mail AQUI.

martes, 2 de abril de 2013

Héroes británicos de la Segunda Guerra Mundial se ven obligados a vender las medallas

Las dificultades económicas obligan a algunos veteranos británicos a vender sus condecoraciones para sobrevivir. 

El piloto Branse Burbridge defendió el Reino Unido contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que al principio de la contienda se declaró objetor de conciencia, terminó convirtiéndose en héroe de guerra y en protagonista de una de las gestas más excepcionales del conflicto cuando en una sola de sus misiones nocturnas derribó a cuatro aviones alemanes.


Cuentan que Burbridge nunca apuntaba a la cabina de los aviones, solo a los motores, esperando que así se salvara el piloto, y le tranquilizaba ver que se abría el paracaídas del piloto enemigo.

Ahora tiene 92 años, sufre alzhéimer y vive en una residencia para ancianos. Para pagar su estancia allí su familia se vio obligada a subastar algunas de sus pertenencias: la cazadora, el diario de vuelo e incluso las medallas.



Sarah Christine, hija de Branse Burbridge: “Le dije: 'Mira, papá, son tus medallas y queremos venderlas'. Él sonrió, y en su sonrisa se veía que las reconocía como suyas. Estoy segura de que entendía lo que pasaba.”

La familia espera conseguir más de 100.000 libras por las medallas y con ese dinero poder pagar el asilo, que cuesta casi 50.000 libras al año. Por una parte es una opción que puede ayudar a la familia, pero por otra pone en evidencia que los recuerdos tienen un precio.

“Una de cada diez personas sin hogar es ex militar” 

No es un caso único: a esta medida se ven obligados a recurrir los allegados de muchos veteranos. Aunque es cierto que estos reciben una pensión libre de impuestos, la vida es tan cara que esa asignación a veces no alcanza ni para pagar la calefacción o la comida. Incluso se estima que una de cada diez personas sin hogar es ex militar.

Ann-Mari Freebairn, del Fondo de Previsión para la Real Fuerza Aérea (RAF Benevolent Funds): “Anualmente nos contactan cientos de ciudadanos, veteranos y personas que dependen de estos, que necesitan ayuda. Como la población envejece, no parece que el número de los que reciben nuestra ayuda vaya a reducirse en un futuro próximo.” El creciente número de conflictos en los que se ha visto involucrado el Reino Unido tampoco permite ser muy optimista respecto a una disminución del número de veteranos.

A los políticos les gusta conmemorar las gestas bélicas, pero en cambio olvidan a aquellos que las protagonizaron. Los veteranos de guerra británicos libran hoy en día una nueva lucha. Y al parecer esta no difiere mucho de la que se llevaba a cabo en los campos de batalla de los años 40. Hoy, como en aquella época, luchan para sobrevivir. Pero ahora no tienen más remedio que vender sus pertenencias y todo aquello por lo que lucharon y dedicaron sus vidas.

Vía Actualidad RT