lunes, 14 de junio de 2010

La clave Embassy


Llega a mis oidos la publicación de un nuevo libro, en este caso de una autora española, Patricia Martínez de Vivente, publicado por La Esfera de los Libros, que tiene unapinta muy interesante y que nos trae una historia bastante desconocida.

Os dejo la sinopsis a continuación.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el salón de té Embassy, uno de los centros sociales más elegantes del Madrid de la época, se convirtió en el lugar de encuentro de numerosos agentes y cooperantes secretos de los servicios de inteligencia británicos.
Entre ellos, uno de los más destacados fue el doctor Eduardo Martínez Alonso, el padre de la autora. En esta fascinante novela histórica, su hija saca a la luz los documentos inéditos que demuestran cómo este médico ayudó directamente en la red humanitaria organizada por el Servicio Secreto británico, que, a través de España, evacuaba a refugiados europeos hacia Portugal y Gibraltar. Miles de perseguidos por el nazismo, indocumentados, apátridas y judíos (polacos y checos en su mayoría) fueron rescatados por el doctor Martínez Alonso, quien expidió certificados médicos falsos, creó la ruta de evacuación desde el campo de concentración de Miranda de Ebro a Vigo e, incluso, cedió su casa en Galicia para acoger a los fugitivos en su huida hacia Portugal.
Con un importante respaldo testimonial y tras una profunda investigación en archivos españoles e ingleses para contrastar los testimonios familiares, la autora presenta en La clave Embassy un capítulo inédito de la historia española, novelesco pero real, con un final auténtico y feliz.

domingo, 13 de junio de 2010

Nazis de elite: los hijos de Lebensborn

Para Guntram Weber, el viaje que lo llevó a este pintoresco pueblo de carros tirados por caballos y casas con marco de madera fue largo, difícil y cualquier cosa menos una redención. Hace cuatro años Weber descubrió que su padre no era, como su madre le había dicho, un joven soldado que murió honorablemente en el campo de batalla en la II Guerra Mundial. Era en realidad un alto oficial de la SS que supervisó la muerte de decenas de miles de personas en lo que es ahora Polonia occidental.

"Murió pacíficamente en la Argentina, con sus antiguos camaradas en torno a su tumba alzando el brazo derecho", dijo Weber, con la voz cargada de ira y pesar. "Un racista es por siempre un racista".

Cuando, a los 63 años, Weber contó su historia en un cuarto poblado por hombres y mujeres canosos, en silencio, hubo asentimiento con simpatía, pero no sorpresa. La mayoría tenía sus propias historias de engaño y descubrimiento, historias de vida que resultaron ser cuentos de hadas hogareños, con la oscura verdad oculta baja el silencio.

Estos son los hijos del Lebensborn, un programa de la SS creado para propagar rasgos arios. Este fin de semana gélido se reunieron en un rincón de Alemania central para compartir sus historias y hablar en público, por primera vez, acerca del horror de descubrir que se los había criado para convertirse en la siguiente generación de elite nazi.

"Es el ejemplo opuesto del Holocausto", dijo Gisela Heidenreich, de 63 años, una terapeuta familiar de Bavaria cuya madre fue soltera y cuyo padre -lo descubrió tarde en su vida- fue un alto oficial de la SS. "La idea era continuar la raza aria, sean cuales fueran los medios."

Lebensborn, o la primavera de la vida, refiere a una serie de clínicas desparramadas por Alemania y países vecinos, a las que mujeres embarazadas, la mayoría solteras, fueron a dar a luz en secreto. Fueron atendidas por médicos y enfermeras empleadas por la SS, la temida unidad paramilitar del partido nazi. Una de tales clínicas está en la cima de una colina suave en Wernigerode, un pueblo remoto cercano a las montañas Harz. El edificio, abandonado hace tiempo, fue parte de un tour agridulce de regreso al hogar para las alrededor de 40 personas que concurrieron a la reunión de una asociación conocida como Rastros de Vida.

Para ser aceptadas en el Lebensborn, las mujeres embarazadas tenían que tener las características raciales adecuadas -pelo rubio y ojos azules-, demostrar que no tenían problemas genéticos y poder probar la identidad del padre, que tenía que cumplir con criterios similares. Tenían que jurar lealtad al nazismo y se las adoctrinaba con la ideología de Hitler mientras estaban internadas. Muchos de los padres eran oficiales SS que tenían sus propias familias. Heinrich Himmler, jefe de la SS, alentaba a sus hombres a procrear hijos fuera del matrimonio como manera de crear la raza alemana que dominaría el mundo. Entre 6000 y 8000 personas nacieron en estas clínicas en Alemania entre 1936 y 1945. Debido a que el programa era secreto, a la mayoría de ellas no se les dio a conocer por décadas las circunstancias de su nacimiento o la identidad de sus padres, que no estaban registradas en sus certificados de nacimiento. Algunas personas aún no saben la verdad.

Recién en los últimos 20 años, al comenzar a derrumbarse los muros de silencio, los investigadores han podido documentar el programa Lebensborn. Han acabado con algunos mitos purulentos: que estas clínicas eran burdeles nazis, poblados de procreadoras de cabellos rubios dispuestas a aparearse con hombres de la SS.

"Los niños fueron concebidos del modo usual: amoríos, encuentros de una vez, etcétera" dijo Dorothee Schmitz-Köster, que ha escrito un libro sobre Lebensborn. "El aborto no era legal en Alemania entonces y, en muchos casos, las mujeres no querían conservar los bebés."

Algunas de las madres los dieron en adopción a familias de los SS. Otras criaron a sus hijos solas, diciéndoles que sus padres habían muerto en la guerra. Habiendo dado a luz bebés ilegítimos en un ambiente fervientemente nazi, las madres enfrentaban un estigma doble en la Alemania de posguerra.

Muchas vivieron sus vidas en un terrible silencio, dicen sus hijos. Algunas tuvieron problemas psicológicos o se volvieron alcohólicas. Para los niños, descubrir la verdad fue igualmente traumático. Weber, profesor de escritura creativa en Berlín, aún trata de asimilar el golpe que significó descubrir sus raíces no hace mucho tiempo. Algunos indicios aportados por miembros de su familia y su propia investigación lo llevaron a descubrir la verdad. Entre sus descubrimientos más desagradables: Himmler fue su padrino.

"La mayoría creció sabiendo que tenía un secreto", dijo Schmitz-Köster. "Sentían ira hacia sus madres, porque se les había mentido o se los había abandonado. Algunos sentían vergüenza. También hay un pequeño número de personas que se sienten orgullosas de ser hijos del programa Lebensborn. Se sienten parte de una elite".

Para los niños del programa Lebensborn nacidos fuera de Alemania la vida fue aún más dura. En la Noruega ocupada por los nazis, por ejemplo, los SS crearon una clínica porque Himmler valoraba el aspecto de los escandinavos. Esos bebés, nacidos de madres noruegas y soldados alemanes, fueron marcados como los hijos del enemigo después de la guerra y sufrieron una discriminación impiadosa. Otros niños que respondían a los estándares raciales perniciosos de Himmler fueron secuestrados a sus familias en países ocupados por los nazis y enviados a Alemania, donde fueron criados por familias nazis.

Elegir los rasgos

Pero si algo demostró la reunión es que la ingeniería racial tiene sus límites. Los alemanes reunidos aquí no se ven diferentes de cualquier otro grupo de alemanes mayores: los hombres con barbas entrecanas y bastante pelados, las mujeres con anteojos y escarcha en el pelo.

"Yo soy realmente una excepción", dijo Heindenreich, una mujer alta con pelo rubio y ojos azules brillantes. Heidenreich, la primera entre los niños del programa Lebensbor en escribir un libro sobre su experiencia, sostiene que el programa, por siniestro que fuera, tiene ecos en el mundo actual. Señala que con los avances en genética los padres que discriminen pronto podrán elegir los rasgos de sus futuros hijos.

Dada esa posibilidad, dijo, no debe permitirse que queden olvidados los males de la era nazi. "Si empezamos a hacer ingeniería para tener bebés rubios y de ojos azules, ¿podemos culpar sólo a Hitler?", dijo. Heidenreich nació en una clínica en Oslo, aunque sus padres eran alemanes. Su madre decidió dar a luz allí para alejarse lo más posible de la aldea en Baviera donde se había criado. A Heidenreich no le contaron de sus orígenes pero comenzó a sospechar luego de ver un documental en televisión sobre los niños del programa Lebensborn. Hoy le cuesta reconciliar la figura amable en la que se convirtió su madre en años posteriores con la nazi convencida que había sido. "Fue una abuela maravillosa, a pesar de haber sido una madre horrible", dijo.

No todos han tenido una mala experiencia. Ruthild Gorgass, que nació aquí, dijo que su madre le contó acerca de las circunstancias de su nacimiento en la adolescencia. Gorgass tuvo algún contacto con su padre, gerente de una fábrica química, que tenía otra familia.

Su madre le dejó un álbum de fotos que mostraba su estancia en Wernigerode. Lo recordaba como un tiempo idílico, aunque expresaba rechazo por el bautismo de su hija, en el que la beba fue colocada ante un altar con una svástica.

"Tuve suerte porque mi madre hablaba del asunto" dijo Gorgass, de 64 años, terapeuta física jubilada. Al hojear el álbum se puso un par de anteojos de lectura. Mirando por encima de ellos, dijo con una sonrisa: "No tengo ojos perfectos. Todos tenemos las mismas enfermedades y discapacidades que los demás".

Supervivientes españolas en el infierno nazi


Dantesca y cruel. Así fue la entrada de miles de mujeres en uno de los peores campos nazis durante la II Guerra Mundial: Ravensbrück, cerca del pueblo de Fürstenberg, un lugar pantanoso unos 90 kilómetros al norte de Berlín. Una gran mayoría fueron presas por motivos políticos: luchaban contra el fascismo. Las españolas también. Habían combatido para defender la libertad y los valores de la II República durante la guerra civil española, pero Franco ganó la batalla y el exilio fue inevitable.

Terminaba la Guerra Civil en febrero de 1939 y en septiembre de ese mismo año comenzaba la II Guerra Mundial y la expansión de Hitler. De una u otra forma, sin importar nacionalidades, todas lucharon por unos ideales: colaboraron con la Resistencia, sirvieron de enlaces o combatieron como antiguas brigadistas internacionales. Un día fueron capturadas por la Gestapo y conducidas a los campos de concentración.

De la deportación femenina siempre se ha hablado menos. Sufrieron todos, hombres y mujeres, pero a ellas habría que añadir otros sufrimientos adicionales, los que se desprenden de su propia condición de mujer: experimentos médicos, esterilización, eliminación de sus hijos ante su presencia e incluso prostitución.

El impacto físico y psicológico generado en ellas creó una larga etapa de silencio e introspección.

Acaban de conmemorarse los 65 años de la liberación de los campos nazis y muy pocas mujeres siguen con vida. Muchas viven en Francia, país que acogió a los españoles temerosos de las represalias del franquismo. Nos desplazamos hasta sus domicilios para conocerlas, recordar detalles inéditos de sus vivencias, ver cómo viven y cómo lo recuerdan todo. Incluso saber cómo lograron superar aquella experiencia tan traumática.

Tienen entre 85 y 95 años: Neus Català, que reside actualmente en Rubí (Barcelona); Conchita Ramos, en Toulouse, ciudad en la que ha vivido siempre, aunque nació en Cataluña, y Lise London, en París, una mujer francesa de padres aragoneses y con profundas raíces en nuestro país. En París fue imposible visitar, por su delicado estado de salud, a Carmen Cuevas, nacida en Sueca (Valencia), deportada también a Ravensbrück. No se tiene noticia de la existencia de más supervivientes españolas en campos nazis, según indica la asociación Amical de Ravensbrück, cuya sede en España se encuentra en Barcelona. Neus Català es la presidenta de honor de dicha asociación, y su hija, Margarita Català, igual de activa y solidaria que su madre, forma parte del Comité Internacional de esta entidad junto con Teresa del Hoyo, secretaria de la Amical Ravensbrück, y Anna Sallés, su vicepresidenta ejecutiva. La Amical rinde homenaje a estas mujeres dando la máxima difusión a aquellos acontecimientos y recuperando las voces de las supervivientes.

Entre 1939 y 1945, la fecha de su liberación, fueron presas en este campo unas 132.000 mujeres de más de 40 países, sobre todo de Polonia, Alemania, Austria y Rusia. Algunas, pocas, llegaron con sus hijos, la mayoría exterminados, al igual que los cerca de 20.000 hombres que a partir de abril de 1941 fueron destinados a un anexo construido para ellos.

Eran agrupadas en función de sus características o condición: delincuentes comunes, judías, gitanas, políticas, homosexuales o testigos de Jehová... Todas eran marcadas con un triángulo invertido de diferente color. Verde para las presas comunes, negro para las criminales, amarillo para las judías. Las españolas, unas 400, aproximadamente, de las que apenas existe información ni datos precisos, fueron señaladas con el color rojo destinado a las presas políticas más un número de matrícula. Ya no tendrían jamás un nombre. Sólo un número que las supervivientes recuerdan a la perfección incluso hoy.

Existen los grandes horrores de este campo. Como el quirófano donde el temido doctor Gebhardt y su equipo efectuaban horribles experimentos médicos con mujeres y niñas, las llamadas kaninchen o conejitas de Indias. Y el crematorio, inaugurado en abril de 1943, y la cámara de gas, a finales de 1944. Allí fueron gaseadas unas 6.000 presas, pero al mes morían, de promedio, 1.000 mujeres debido a las pésimas condiciones higiénicas, la tuberculosis, la disentería o el tifus.

Viendo el final de su imperio, a finales de marzo de 1945, Himmler ordenó la evacuación de los campos, y el comandante de Ravensbrück, Fritz Suhren, mandó salir a todas las mujeres que aún quedaban con vida y en condiciones de caminar. Eran las conocidas marchas de la muerte en las que tantos presos quedaron sin vida en la cuneta de las carreteras. Habían dejado en el interior del campo a cerca de 2.000 mujeres, muchas moribundas, que el Ejército Rojo encontró en el momento de la liberación, el 30 de abril de 1945.

Eran libres, pero muchas morirían a los pocos días, tan debilitadas

y enfermas estaban. Las rusas padecieron después otro horror: su traslado a los gulags estalinistas. Las españolas tampoco pudieron volver en muchos años a España, donde gobernaba Franco.

NEUS CATALÀ

"Ravensbrück aún me impresiona. En cuanto piso Alemania, me cambia la cara y no me doy cuenta. Me viene la entrada, es algo que nunca he conseguido explicarlo, la llegada a las tres de la madrugada por un camino de piedras y con un frío que pelaba.

En el Báltico era el infierno, pero helado y, día tras día, oscuro, tétrico... Siempre me viene aquello".

Lo cuenta sentada en el sillón de su casa en Rubí (Barcelona), mientras sostiene en sus manos una piedra pequeña y redonda. Le encanta la energía de la piedra. Es natural, Neus Català, a sus 95 años recién cumplidos, es una mujer fuerte, de carácter enérgico y rebelde, que sobrevivió por su dureza y su buen humor. Ella asegura que fue cuestión de suerte y tener un espíritu fuerte. Me dice que, en cierto modo, la ayudaron las golondrinas de su calle.

"Me gustaban mucho. Yo no sabía dibujar, pero allí en el campo lo hacía, y esto me ayudó a no pensar en otras cosas".

Nació en Els Guiamets (El Priorat, Tarragona). Hija de campesinos, adoraba a su padre, con quien compartió su pasión por el teatro. Organizó las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña (JSUC) y fue miembro fundador del PSUC. Diplomada en Enfermería, al final de la Guerra Civil cruzó la frontera y se estableció en Francia. Junto con su primer marido, Albert Roger, fallecido durante la deportación, participó en actividades de la Resistencia francesa y llegó a ser enlace interregional con seis provincias a su cargo. Su casa era un punto clave donde escondía a guerrilleros españoles y franceses y a antiguos combatientes de las Brigadas Internacionales. Centralizaba la transmisión de mensajes, documentación y armas. Hasta que fue denunciada a los nazis.

Fue detenida junto con su marido y tres guerrilleros más el 11 de noviembre de 1943 por la Gestapo. Sufrió su primer interrogatorio a punta de pistola en cada sien y fue conducida a la cárcel de Limoges, en cuya komandatur recibió una gran paliza. Fueron dos largos meses y la última vez que vio a su marido.

Como todos los deportados, fue trasladada al campo de concentración a bordo de un tren de ganado en condiciones infectas. El recuerdo de aquellos vagones quedó imborrable en todos, hombres y mujeres. En su interior la situación era insostenible, imperaba el miedo: "Mil mujeres, muchos vagones y cuatro días de viaje sin parar, sin higiene, sin aire para respirar, sin saber qué sería de nosotras. No teníamos sitio para sentarnos, nos apañábamos, poníamos espalda contra espalda como podíamos. Éramos 90 o más en cada vagón con un cubo de basura en medio para hacer nuestras necesidades y que con el traqueteo se volcaba. Olía muy mal. Algunas salieron muertas ese 3 de febrero de 1944, cuando desembarcamos en Ravensbrück".

Comenzaba el ritual del terror que todas recuerdan. Duchas de "desinfección", pelo rapado al cero, inspección de todos los rincones del cuerpo, el traje de rayas y un número. El de Neus: 27.532. Antes que nada, eran encerradas para pasar la cuarentena, momento en que vio morir a varias compañeras. Una de las situaciones más humillantes para las mujeres era el exhaustivo control ginecológico, efectuado en condiciones vergonzosas y antihigiénicas. Con el mismo utensilio eran inspeccionadas todas las presas. "A todo mi grupo nos pusieron una inyección para eliminarnos la menstruación con la excusa de que seríamos más productivas. Ocurrió en 1944; no la volví a tener hasta 1951".

Las embarazadas tenían pocas o ninguna esperanza de sobrevivir. "Se salvaron muy pocas; los bebés nacidos eran automáticamente exterminados, ahogados en un cubo de agua, o los tiraban contra un muro o los descoyuntaban. Ellas agonizaban por las malas condiciones higiénicas del parto o se volvían locas por la impotencia de presenciar tales asesinatos".

Aun así, y aunque parezca imposible, consiguió robar algunas risas a sus compañeras. El domingo era el día destinado al despioje y, por la tarde, al ocio. Neus procuraba distraer a las demás, contar chistes, leer, "lo que fuera, con tal de no dejarse llevar por el abatimiento". "También recuerdo que al principio me dieron unos zapatos del 43 cuando yo calzo un 36, y claro, al ser tan largos, hacía la broma de ser Charlot. Así que le imitaba y nos reíamos un poco".

Una noche irrumpió de repente en su barracón un grupo de Aufseherinen con sus perros ladrando. Llamaron a gritos a varias mujeres, siempre por su número; entre ellas, a Neus. Las presas se despidieron con nerviosismo pensando que era su último adiós, que se trataba de una selección para la cámara de gas. Sin embargo, fueron introducidas en un tren y tras varios días de viaje llegaron a Holleischen, en Checoslovaquia, un pequeño campo dependiente de otro central de hombres, Flossenbürg. Allí fue destinada a trabajar en la industria armamentística nazi. Día y noche se fabricaban armas, obuses, balas, sin parar. "Mientras podías producir, te perdonaban la vida".

En este lugar recibieron un peculiar nombre: el Comando Faul, de las holgazanas, denominadas así por su baja producción de armas. Cada equipo debía fabricar series de 10.000 piezas cuyo funcionamiento correcto se probaba. "En las balas escupíamos o poníamos aceite, porque cualquier cosa mezclada con la pólvora las inutilizaba. No parábamos de escupir. Escupir y ¡sabotear, sabotear, sabotear! En nueve meses en nuestro comando la producción bajó de 10.000 piezas a la mitad. Dejamos 10 millones de balas inutilizadas".

El día de la liberación las encerraron en el barracón y minaron el campo para hacerlo saltar en pedazos a las doce en punto. "Bloquearon las puertas con barras de hierro y vimos que se escapaban las SS. Por la ventana observamos un frente de fuego enorme y supimos que algo pasaba. '¡Están entrando los rusos en Praga, estamos salvadas!".

El primer marido de Neus murió tras la liberación. Dos años más tarde conoció al que fue su segundo esposo en una casa de reposo; con él tuvo a sus dos hijos. Natural de un pueblo de Segovia, Juarros del Río Moros, fue comisario general de las guerrillas españolas.

Años después de la liberación, Neus tuvo el coraje y casi atrevimiento de llamar a la puerta de antiguas compañeras deportadas para entrevistarlas, escribir su testimonio y darlo a conocer a la humanidad. Algunas no quisieron hablar, pero ella no se dio por vencida y persistió. Así consiguió editar el libro De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas, que publicó casi cuarenta años después. La herida aún estaba muy abierta.

LISE LONDON

Sus padres eran aragoneses y ella, Lise Ricol, más conocida como Lise London por su marido, Arthur London, fue miembro de las Brigadas Internacionales en Albacete. Es francesa, pero habla español perfectamente y conoce nuestro país. En el portal de su piso de París hay una placa en recuerdo de su esposo, con quien compartió ideales y una convencida militancia comunista.

Lise estuvo en contacto con Santiago Carrillo, con quien mantiene aún hoy una excelente relación, y trabó amistad con Dolores Ibarruri, la Pasionaria, a la que conoció durante su estancia en Rusia cuando tenía 18 años.

Su casa es espaciosa e iluminada y parece un pequeño museo. Cuadros regalados por sus amigos, dibujos y pinturas que ella misma hizo a sus hijos y, en el salón, una gran fotografía en blanco y negro con el rostro de su marido, Arthur London, escritor y político checoslovaco que estuvo preso en Mauthausen. Lise o Elisabet es una mujer culta a la que le gusta escribir y pintar. Y que disfruta con su pasado, como militante de las juventudes comunistas, como resistente, como brigadista. Es fácil comprenderlo cuando uno lee su libro Memorias de la Resistencia, en el que narra miles de situaciones que parecen extraídas de una película de intriga y espionaje.

Lise London nació el 15 de febrero de 1916 en el pueblo minero de Monceau-les-Mines. Sus padres emigraron a Francia en pésimas condiciones económicas y a los 15 años era militante comunista, al igual que sus dos hermanos. En 1934 partió hacia la Unión Soviética, trabajó de mecanógrafa en el Bureau del Komintern y allí conoció a Arthur London, con quien se casó en segundas nupcias. En 1936 trabajó, hasta julio de 1938, en el cuartel general de las Brigadas Internacionales en Albacete. De vuelta en Francia, nació su primera hija y comenzó a trabajar en La Voz de Madrid, el órgano de los republicanos españoles refugiados en Francia, y más tarde, en el Centro de Documentación y Propaganda de la República española. En julio de 1940, Lise entró en la Resistencia y en agosto de 1942 encabezó una manifestación en pleno corazón de París en la que hizo un llamamiento contra los alemanes, pidió una Francia libre y apeló a la lucha armada. Con la llegada de los soldados alemanes, todo el mundo comenzó a gritar y a correr. Hubo disparos y una muerte. Lise fue arrestada, encarcelada durante más de un año, juzgada y condenada a muerte. El embarazo de su segundo hijo la salvó de la pena capital, pero fue dictada orden de trabajos forzados a perpetuidad. En 1944, Pétain firmó un acuerdo con Alemania según el cual los prisioneros políticos franceses debían ser trasladados a campos de trabajo alemanes porque necesitaban mano de obra. Fue deportada a Ravensbrück, adonde llegó el 15 de junio de 1944. Mientras Lise London entraba en los campos nazis, su marido Arthur y su hermano habían sido deportados al campo de Mauthausen, en Austria, donde permanecieron más de 8.000 españoles y salieron con vida apenas 2.000.

Era la responsable de mantener en orden y limpio su barracón. Esa función le permitió aportar algunos momentos de alivio a sus compañeras y reforzar su ánimo para seguir el día a día, sobrevivir y no desfallecer. "Organizamos todo tipo de actividades para animar a las presas. Hacíamos teatro, poesía, actividades, incluso llegué a ocultar una pequeña biblioteca, algo absolutamente prohibido. La moral es una herramienta básica". Pero el hambre las acechaba permanentemente. "Por la mañana tomábamos café aguado con una ración de pan. Comíamos una especie de sopa con alguna cosa dentro y poco más, alguna patata. El domingo daban pan y margarina con un poco de queso".

En su barracón consiguieron montar una estructura de supervivencia muy útil para las deportadas. Se organizaron en pequeñas familias de cinco o diez mujeres en las que una presa asumía el papel de madre. Era el apoyo directo moral, emocional.

En el momento de finalizar la entrevista, se despide diciéndome: "Y recuerde, yo nunca tuve miedo, ¡jamás! Yo era una luchadora".

CONCHITA RAMOS

Tiene un hablar dulce, buena memoria y una conversación convincente y repleta de detalles. La entrevista con Conchita Ramos se desarrolla en un lugar peculiar: el Museo de la Resistencia y la Deportación, en Toulouse, dirigido por Guillaume Agulló, descendiente de catalanes. Allí, varias tardes a la semana, Conchita se dedica a impartir charlas a los adolescentes. El espacio es sencillo pero interesante, repleto de fotografías, trajes de presos expuestos, dibujos y pinturas de prisioneros y diversos objetos, como máquinas de escribir o transmisores de radio de la guerra.

Al bajar por las escaleras precisa ayuda, un punto de apoyo. Una fuerte artrosis se le desencadenó a partir de los 50 años. Esta es una de las consecuencias más evidentes fruto de los siete interrogatorios que sufrió en manos de la Gestapo.

Conchita Ramos nació el 6 de agosto de 1925 en Torre de Capdella (Pallars Jussà, Lleida). De padre francés -Josep Grangé- y madre española -María Veleta-, en los primeros meses de vida fue trasladada a Toulouse, donde fue educada y criada por sus tíos. Por eso su historia está íntimamente unida a las dos mujeres más cercanas: su tía Elvira y su prima María; la familia Veleta.

Su tío participó en la Resistencia organizando grupos de maquis en la zona del Ariège; tras su huida -para no caer en manos de la Gestapo-, Conchita, una joven de apenas 17 años, se hizo cargo de la situación, reorganizó grupos de la Resistencia y fue integrada en la 3ª brigada de guerrilleros el mes de abril de 1943. Así fue como se convirtió en enlace. Siempre en compañía de las mujeres Veleta. Recibían los partes, propaganda, cartas y órdenes de misión que llevaban a ciertos jefes del maquis.

El 24 de mayo de 1944, a las nueve de la mañana, los milicianos, la policía de Pétain, rodearon su casa de Francia justo cuando tenían a un grupo de tres hombres escondidos preparado para ir, al día siguiente, hacia la frontera, y a un guerrillero, el capitán Ríos. Tras producirse un tiroteo, las tres mujeres fueron trasladadas a la prisión de Foix y, más tarde, entregadas a la Gestapo para ser interrogadas. En esta casa existe todavía hoy una placa en recuerdo a la memoria de las Veleta y su labor por la Resistencia.

Fue entonces cuando Conchita, muy joven, con apenas 18 años, recibió los primeros golpes y bastonazos de manos de la Gestapo. Su único objetivo era no hablar. Y lo consiguió. "Vi cómo les arrancaban las uñas de pies y manos a hombres y mujeres. Tenía miedo de hablar, pero no lo hice".

Las tres mujeres permanecieron juntas en su viaje hasta el campo de deportación a bordo del terrible Tren Fantasma, el gran tren de los resistentes que tardó dos meses en llegar a su destino en Alemania. A bordo había 700 hombres y 65 mujeres. "Dentro del convoy, en pleno mes de agosto, cumplí los 19 años".

Era un tren de ganado, maloliente, que recogió a presos de varias cárceles y de campos como el de Vernet o el de Noé, de donde salieron unas 200 españolas y volvieron unas pocas. Resulta casi una ironía que fueran enviadas a la muerte tantas personas justo cuando el fascismo comenzaba a perder su auge. Tras una parada y pocos días en Dachau para dejar a los hombres, las mujeres seguirían su camino inexorable e incierto hasta llegar a Ravensbrück el 9 de septiembre de 1944.

Nada más llegar se produjo la primera selección. Las jóvenes, fuertes y aptas para trabajar, vivían; las demás eran gaseadas. Las tres mujeres Veleta seguían juntas. "En Ravensbrück he visto a las SS pegar con saña por cualquier cosa, a mujeres mayores, a los niños, y hemos pasado horas inmóviles al pasar lista en la Apellplatz. Allí, quietas bajo un frío tremendo y débiles, algunas caían y no las podías ayudar o te echaban a los perros encima".

Ver a algunas mujeres brutalmente mordidas por los perros y la imagen de niños golpeados y asesinados son los dos recuerdos que más impactaron a Conchita durante años. La maternidad también es uno de los temas más sensibles y dolorosos. Hicieron barbaridades con las madres. "Muchas fueron detenidas y no supieron durante años qué pasó con sus hijos. Los buscaron después con la ayuda de la Cruz Roja. Algunas tuvieron suerte y los encontraron en orfelinatos. Otras jamás volvieron a saber nada más".

Conchita presenció el asesinato de tres niños. "Lo recuerdo perfectamente. Uno de ellos, el más pequeño, tenía sólo tres o cuatro años y corría por la calle de los barracones. Una de las Aufseherinen le gritó, pero el niño no la escuchó y ella le lanzó el perro. Lo mordió y lo destrozó. Después ella lo remató a palos".

La maldad llegó al paroxismo en los experimentos médicos. "Cuando me dijeron 'te enseñaremos a las petites lapines' -conejitas-, yo, inocente, preguntaba si acaso conseguiríamos conejos para comérnoslos. Nos llevaron a un barracón donde vi mujeres a las que les habían operado las piernas, cortado tendones, los músculos, rasgado la piel, se les veía el hueso, todo para experimentar con el cuerpo humano. Tenían unas cicatrices horribles. A otras les inoculaban productos químicos o las amputaban".

Al poco tiempo fue conducida, una vez más junto con su tía Elvira y su prima María, a un Komando de Auberchevaide, una barriada de Berlín, donde debían trabajar, día y noche, junto con otras 500 mujeres, en un gran barracón de madera. Fabricaban material de aviación, y también lo saboteaban. "Yo debía controlar las piezas, pero hacíamos sabotaje. Lo hacíamos todas. Me dieron muchos bastonazos y me cortaron el pelo al rape. De 650 mujeres quedamos sólo 115".

Conchita tiene muchas condecoraciones, como la Legión de Honor del Gobierno francés y la Medalla de la Resistencia; y posee el grado militar de sargento -lo recibieron las mujeres que hicieron de enlace-. Actualmente es la vicepresidenta de la Asociación de Deportados del Tren Fantasma.

En las navidades de 1946 se casó con el que hoy es su marido, Josep Ramos. La vuelta fue muy traumática y le costó superar el silencio; la ayudó su entorno y el nacimiento de su primer hijo, en noviembre de 1947.