"Murió pacíficamente en la Argentina, con sus antiguos camaradas en torno a su tumba alzando el brazo derecho", dijo Weber, con la voz cargada de ira y pesar. "Un racista es por siempre un racista".
Cuando, a los 63 años, Weber contó su historia en un cuarto poblado por hombres y mujeres canosos, en silencio, hubo asentimiento con simpatía, pero no sorpresa. La mayoría tenía sus propias historias de engaño y descubrimiento, historias de vida que resultaron ser cuentos de hadas hogareños, con la oscura verdad oculta baja el silencio.
Estos son los hijos del Lebensborn, un programa de la SS creado para propagar rasgos arios. Este fin de semana gélido se reunieron en un rincón de Alemania central para compartir sus historias y hablar en público, por primera vez, acerca del horror de descubrir que se los había criado para convertirse en la siguiente generación de elite nazi.
"Es el ejemplo opuesto del Holocausto", dijo Gisela Heidenreich, de 63 años, una terapeuta familiar de Bavaria cuya madre fue soltera y cuyo padre -lo descubrió tarde en su vida- fue un alto oficial de la SS. "La idea era continuar la raza aria, sean cuales fueran los medios."
Lebensborn, o la primavera de la vida, refiere a una serie de clínicas desparramadas por Alemania y países vecinos, a las que mujeres embarazadas, la mayoría solteras, fueron a dar a luz en secreto. Fueron atendidas por médicos y enfermeras empleadas por la SS, la temida unidad paramilitar del partido nazi. Una de tales clínicas está en la cima de una colina suave en Wernigerode, un pueblo remoto cercano a las montañas Harz. El edificio, abandonado hace tiempo, fue parte de un tour agridulce de regreso al hogar para las alrededor de 40 personas que concurrieron a la reunión de una asociación conocida como Rastros de Vida.
Para ser aceptadas en el Lebensborn, las mujeres embarazadas tenían que tener las características raciales adecuadas -pelo rubio y ojos azules-, demostrar que no tenían problemas genéticos y poder probar la identidad del padre, que tenía que cumplir con criterios similares. Tenían que jurar lealtad al nazismo y se las adoctrinaba con la ideología de Hitler mientras estaban internadas. Muchos de los padres eran oficiales SS que tenían sus propias familias. Heinrich Himmler, jefe de la SS, alentaba a sus hombres a procrear hijos fuera del matrimonio como manera de crear la raza alemana que dominaría el mundo. Entre 6000 y 8000 personas nacieron en estas clínicas en Alemania entre 1936 y 1945. Debido a que el programa era secreto, a la mayoría de ellas no se les dio a conocer por décadas las circunstancias de su nacimiento o la identidad de sus padres, que no estaban registradas en sus certificados de nacimiento. Algunas personas aún no saben la verdad.
Recién en los últimos 20 años, al comenzar a derrumbarse los muros de silencio, los investigadores han podido documentar el programa Lebensborn. Han acabado con algunos mitos purulentos: que estas clínicas eran burdeles nazis, poblados de procreadoras de cabellos rubios dispuestas a aparearse con hombres de la SS.
"Los niños fueron concebidos del modo usual: amoríos, encuentros de una vez, etcétera" dijo Dorothee Schmitz-Köster, que ha escrito un libro sobre Lebensborn. "El aborto no era legal en Alemania entonces y, en muchos casos, las mujeres no querían conservar los bebés."
Algunas de las madres los dieron en adopción a familias de los SS. Otras criaron a sus hijos solas, diciéndoles que sus padres habían muerto en la guerra. Habiendo dado a luz bebés ilegítimos en un ambiente fervientemente nazi, las madres enfrentaban un estigma doble en la Alemania de posguerra.
Muchas vivieron sus vidas en un terrible silencio, dicen sus hijos. Algunas tuvieron problemas psicológicos o se volvieron alcohólicas. Para los niños, descubrir la verdad fue igualmente traumático. Weber, profesor de escritura creativa en Berlín, aún trata de asimilar el golpe que significó descubrir sus raíces no hace mucho tiempo. Algunos indicios aportados por miembros de su familia y su propia investigación lo llevaron a descubrir la verdad. Entre sus descubrimientos más desagradables: Himmler fue su padrino.
"La mayoría creció sabiendo que tenía un secreto", dijo Schmitz-Köster. "Sentían ira hacia sus madres, porque se les había mentido o se los había abandonado. Algunos sentían vergüenza. También hay un pequeño número de personas que se sienten orgullosas de ser hijos del programa Lebensborn. Se sienten parte de una elite".
Para los niños del programa Lebensborn nacidos fuera de Alemania la vida fue aún más dura. En la Noruega ocupada por los nazis, por ejemplo, los SS crearon una clínica porque Himmler valoraba el aspecto de los escandinavos. Esos bebés, nacidos de madres noruegas y soldados alemanes, fueron marcados como los hijos del enemigo después de la guerra y sufrieron una discriminación impiadosa. Otros niños que respondían a los estándares raciales perniciosos de Himmler fueron secuestrados a sus familias en países ocupados por los nazis y enviados a Alemania, donde fueron criados por familias nazis.
Pero si algo demostró la reunión es que la ingeniería racial tiene sus límites. Los alemanes reunidos aquí no se ven diferentes de cualquier otro grupo de alemanes mayores: los hombres con barbas entrecanas y bastante pelados, las mujeres con anteojos y escarcha en el pelo.
"Yo soy realmente una excepción", dijo Heindenreich, una mujer alta con pelo rubio y ojos azules brillantes. Heidenreich, la primera entre los niños del programa Lebensbor en escribir un libro sobre su experiencia, sostiene que el programa, por siniestro que fuera, tiene ecos en el mundo actual. Señala que con los avances en genética los padres que discriminen pronto podrán elegir los rasgos de sus futuros hijos.
Dada esa posibilidad, dijo, no debe permitirse que queden olvidados los males de la era nazi. "Si empezamos a hacer ingeniería para tener bebés rubios y de ojos azules, ¿podemos culpar sólo a Hitler?", dijo. Heidenreich nació en una clínica en Oslo, aunque sus padres eran alemanes. Su madre decidió dar a luz allí para alejarse lo más posible de la aldea en Baviera donde se había criado. A Heidenreich no le contaron de sus orígenes pero comenzó a sospechar luego de ver un documental en televisión sobre los niños del programa Lebensborn. Hoy le cuesta reconciliar la figura amable en la que se convirtió su madre en años posteriores con la nazi convencida que había sido. "Fue una abuela maravillosa, a pesar de haber sido una madre horrible", dijo.
No todos han tenido una mala experiencia. Ruthild Gorgass, que nació aquí, dijo que su madre le contó acerca de las circunstancias de su nacimiento en la adolescencia. Gorgass tuvo algún contacto con su padre, gerente de una fábrica química, que tenía otra familia.
Su madre le dejó un álbum de fotos que mostraba su estancia en Wernigerode. Lo recordaba como un tiempo idílico, aunque expresaba rechazo por el bautismo de su hija, en el que la beba fue colocada ante un altar con una svástica.
"Tuve suerte porque mi madre hablaba del asunto" dijo Gorgass, de 64 años, terapeuta física jubilada. Al hojear el álbum se puso un par de anteojos de lectura. Mirando por encima de ellos, dijo con una sonrisa: "No tengo ojos perfectos. Todos tenemos las mismas enfermedades y discapacidades que los demás".
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