Si algo trajo la II Guerra Mundial (además de sangre y muerte) fue la proliferación de los servicios de inteligencia de los países beligerantes. Y es que, se debió pensar por aquel entonces, nunca viene mal contar con una ayuda extra para hacer caer al enemigo. Por ello, desde la Alemania nazi de Hitler hasta los Estados Unidos de Roosevelt, nadie tuvo reparos en abrir la cartera para financiar todo tipo de actividades extraoficiales tales como el espionaje, el contraespionaje, el sabotaje e, incluso, la creación de todo tipo de extraños artilugios como los lápices detonadores británicos o los cigarrillos asesinos de los alemanes. Había, en definitiva, que vencer a toda costa.
Algo parecido parece que podría sucederse en Cataluña si ésta se independizase ya que, como se publicó hace menos de una semana, la Asamblea Nacional Catalana ha elaborado un informe en el que se hace referencia a la necesidad de dar forma a un cuerpo de espías en la región y se propone crear «una unidad dedicada a las actividades de contrainteligencia que establecerá una política de clasificación de la información de la administración», así como «una unidad especializada en el españolismo violento». Sin duda, un servicio de inteligencia que bien podría parecerse a los establecidos durante la II Guerra Mundial, época en la que los «superagentes» campaban por media Europa, parte de Estados Unidos, y el Norte de África.
«El mayor conflicto a escala mundial que vivió la Historia fue un escenario en el que el espionaje fue fundamental. Antes de la Guerra Fría, la Segunda Guerra Mundial fue la edad de oro del espionaje internacional. Por ello, era fundamental que tanto los británicos como los nazis –así como los italianos, los japoneses, los norteamericanos y todos los países que participaron antes o después del conflicto-, contaran con departamentos de Inteligencia» afirma en declaraciones a ABC Óscar Herradón, escritor, periodista, y autor de «Los magos de la guerra. Ocultismo y espionaje en el Tercer Reich» (Libros Cúpula, 2014).
La OSS estadounidense y el SOE británico
A pesar de que muchos servicios de inteligencia ya existían antes del ascenso de Adolf Hitler al poder, varias agencias fueron creadas o modificadas para adaptarse a las exigencias de la guerra y combatir al enemigo no sólo con fusiles y granadas. Ese fue el caso de Gran Bretaña, donde los servicios de inteligencia estatales establecidos antes de 1939 dieron paso a una nueva organización que, en el transcurso de la contienda, se dedicó principalmente a enviar agentes a las regiones que se anexionaba Alemania para favorecer la creación de pequeños grupos contrarios a la dictadura del Führer.
«En Inglaterra operaba desde principios del siglo XX el MI5 –y en cuestiones de política exterior, su homólogo el MI6-. Pero con el inicio de la contienda los departamentos encargados de llevar a cabo tareas de contrapropaganda, propaganda negra y desinformación se aunaron en torno a la SOE (Special Operations Executive, en sus siglas en inglés), la Ejecutiva de Operaciones Especiales creada exprofeso para la guerra, que, a su vez, estaba dividida en varias subdivisiones, cada una encargada de una tarea en el gran teatro de la guerra», añade el escritor español.
El caso de Estados Unidos fue similar ya que, antes de la II Guerra Mundial, la formación de los servicios de inteligencia corría a cargo de las diferentes ramas del ejército. En cambio, con la llegada de Hitler a la poltrona, se organizó un grupo de espionaje y contraespionaje que acabaría siendo conocido como la OSS («Office of Strategic Services» u «Oficina de Servicios Estratégicos» en español). Dirigida por William Joseph Donovan, los agentes de esta oficina se encargaron durante la contienda de todo tipo de labores que iban desde descifrar mensajes encriptados hasta infiltrarse en organizaciones alemanas. Tampoco faltaban aquellos que viajaban a países tomados a cuchillo por los nazis para adiestrar en el arte de la guerra y el sabotaje a los lugareños.
Espías nazis en EE.UU.
Por su parte, los nazis crearon sus propios servicios de inteligencia para combatir esta lucha encubierta de los aliados. «En el bando nazi existían diversos servicios de espionaje, el más célebre el controlado por el almirante Wilhelm Canaris, la Abwehr o Departamento de Defensa para el Exterior o Servicio de Inteligencia de la Marina alemana, pero también otros departamentos –a menudo enfrentados con éste-, al servicio del ministerio de Exteriores nazi, controlado por Joachim von Ribbentrop», explica Herradón a ABC.
En el caso de los seguidores de la esvástica, la cantidad de organizaciones dedicadas a labores de espionaje era ingente. «También el viceführer Rudolf Hess controlaba una serie de departamentos de Inteligencia en el extranjero cuando el Partido Nazi comenzó a convertirse en una fuerza política importante en Alemania: como la NSDAP -Auslandorganization- o AO (Organización del Partido en el Extranjero). En sí misma no era un servicio de Inteligencia, pero contaba con sus propios espías en gran parte de Europa. Bajo supervisión de Hess también se encontraba el Servicio de Política Exterior (Aussenpolitisches Amt), a cargo del ideólogo nazi Alfred Rosenberg», añade el experto.
Algunos de estos grupos consiguieron pasar a la ofensiva contra los aliados situando a varios de sus agentes en Estados Unidos. Éstos, entre otros objetivos, recibieron el encargo de viajar a lo largo y ancho del continente fotografiando todas las instalaciones militares que encontraran y enviando, posteriormente, las imágenes a sus superiores en Alemania. En 1942, de hecho, varios submarinos nazis (U-Boote) llegaron a posicionar a ocho espías en las costas norteamericanas. Su misión: sabotear las estaciones de agua del país y sembrar el terror mediante explosivos en todo el territorio. Aunque, finalmente, fueron capturados.
Las capacidades de los «superagentes» de la II GM
Al igual que los supuestos espías que contrataría la Asamblea Nacional Catalana si la región se independizara (los cuales, según los informes, deberían contar con un coeficiente intelectual superior al 99% de la población) los «superagentes» que actuaron en la II Guerra Mundial eran también hombres con unas capacidades mentales y físicas que superaban al común de los ciudadanos. La OSS, por ejemplo, se jactaba de contar entre sus filas con los estudiantes más brillantes de las universidades de la costa este de los Estados Unidos y con los mejores abogados del país.
Con todo, el intelecto no era lo único que convertía a un hombre en el perfecto agente. «Es evidente que una persona encargada de obtener información del enemigo utilizando cualquier método a su alcance –por ilícito que fuera–, ya fuera infiltrándose en las filas enemigas o, en ocasiones, haciéndose “amigo” íntimo de los grandes líderes que debía derrocar, tenía que poseer unas dotes diplomáticas y unas habilidades -además de una formación académica- muy importantes. La mayoría, claro, eran personas con un coeficiente intelectual alto, aunque no era un requisito que explícitamente fuera requerido por la mayoría de agencias. Era también importante el arrojo y la capacidad de poner la vida al servicio del país para el que trabajaban, lo que requería muchas veces más valentía que formación. Pero cada espía es un caso particular, por mucho que se les exigiera unos requisitos indispensables para formar parte de los servicios de inteligencia», completa Herradón.
Así pues, cada agencia escogía a sus «empleados» atendiendo a varios criterios, y no sólo al intelectual. Éstos incluían, por ejemplo, el entrenamiento militar especializado, la capacidad para camuflarse entre la gente o, en contadas ocasiones, la belleza (que, en el caso de las mujeres, podía utilizarse en sí misma como un arma). También era de suma importancia que el agente supiera hablar varios idiomas (preferiblemente sin el acento de su país natal aunque, en caso contrario, sus conocimientos también eran útiles para llevar a cabo todo tipo de labores de traducción e interpretación de las comunicaciones enemigas).
«Lejos del ideario romántico, el de Hollywood, que nos hace pensar en un espía con las facciones de Sean Connery clavando el personaje de James Bond, mujeriego y elegante, o de un Humphrey Bogart capaz de compaginar sin pestañear su peligrosa misión y su conquista de una rubia explosiva, lo cierto es que la principal tarea de los verdaderos espías era pasar desapercibidos, y con ello también sus operaciones. Por tanto, está claro que, más que tener porte aristocrático o un bello rostro como en las películas, debían estar muy preparados para poder infiltrarse entre el enemigo,saber qué tipo de información captar y, por supuesto, tener dotes diplomáticas –pues no todos debían actuar en la sombra-. Este fue el caso, por ejemplo, de Albrecht Haushofer, mano derecha de Hess y más tarde uno de los conspiradores contra Hitler», añade el autor de «Los magos de la guerra. Ocultismo y espionaje en el Tercer Reich».
Los «juguetes» del espía
Además de sus capacidades intelectuales y físicas, los espías no se hallaban solos ante el peligro cuando viajaban a un país extraño, sino que contaban con todo tipo de ingeniosos artilugios ideados por los servicios de inteligencia de su país para hacer más sencilla su tarea. Los reyes en este tipo de investigación fueron los científicos nazis, que contaban con todo un arsenal de curiosos objetos con los que equiparon a sus agentes durante la guerra.
Entre ellos destacaban varios tipo de alimentos dulces (chocolatinas, bolsas de azúcar…) que causaban la muerte de forma instantánea si eran ingeridos. Menos letales eran unos cigarrillos envenenados que provocaban un intenso dolor de cabeza en aquel que los disfrutaba. Sin embargo, estos pitillos iban acompañados de unas píldoras para la jaqueca que, cuando eran tragadas por la víctima para paliar las molestias, provocaba la defunción en pocos minutos.
Tampoco se quedaban atrás los estadounidenses y la OSS, cuyos científicos fueron muy prolíficos durante la II Guerra Mundial. Entre sus «juguetes» más destacados, crearon un minúsculo botón con capacidad para albergar una brújula o una pequeña baraja de cartas que, cuando se mojaba, revelaba un mapa. A un nivel más «ofensivo», también idearon una pistola de reducido tamaño que apenas se notaba durante los cacheos (la «Liberator») y unas estrellas de metal cuya finalidad era reventar los neumáticos de todo aquel vehículo que persiguiera al «superespía». No obstante, la investigación y producción de estos artilugios era muy costosa, lo que limitó su producción.
Finalmente, los ingleses también contaban con sus expertos dedicados a la tecnología del espionaje. «Tenían departamentos tan curiosos como el MD1, que extraoficialmente fue conocido como la “tienda de juguetes de Churchill”. Allí se desarrollaban artefactos y armas secretas que después serían utilizadas en el campo de batalla, como el lápiz detonador o la bomba lapa. Pero los británicos invertían también en otro tipo de armas de carácter más oculto. Según informes de Inteligencia desclasificados en los últimos años, se sabe que también ocultistas, astrólogos y místicos trabajaron al Servicio de Su Majestad en su lucha contra Hitler, como Louis de Wohl o Aleister Crowley», completa el experto español.
Vía| ABC
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