Han pasado unos 74 años desde que el estadounidense Edwin Hopkins desapareció sin dejar rastro después de que los japoneses atacaran Pearl Harbor. El que aquel 7 de diciembre de 1941 los nipones enviaran al fondo del mar el buque en el que navegaba (el «USS Oklahoma») hizo suponer a sus familiares, amigos y al propio gobierno de los Estados Unidos que había fallecido. Sin embargo, esto no se corroboró hasta el pasado 2008, cuando se analizaron una serie de esqueletos en una tumba común de varios marineros y se halló su cuerpo. Ahora, 6 veranos después de aquella noticia, su familia ha logrado finalmente que los restos de aquel joven vuelvan hasta su hogar de una vez por todas.
La triste historia de este marinero, tal y como afirma la versión digital de la cadena «BBC», empezó cuando Estados Unidos comenzó a alistar una ingente cantidad de combatientes después de que los nazis tomaran, en menos de un mes, Francia. Fue en ese momento cuando el hermano mayor de Hopkins y uno de sus primos decidieron unirse a la marina para combatir en una guerra que, según se barruntaba, podría atravesar el charco más pronto que tarde. Edwin siguió su camino al cumplir los 18.
Meses después, el más pequeño de los Hopkins presentes en el ejército fue destinado en el «USS Oklahoma», un acorazado de la clase Nevada que había participado en la Primera Guerra Mundial. Desde allí, Edwin envió una postal con la fotografía del buque a su familia. Estaba orgulloso de servir en él. «En la carta decía que había subido al Oklahoma con rumbo a Hawái. Se la mandó a su madre y eso fue todo», señala, en declaraciones recogidas por la cadena británica Tom Gray, uno de sus primos.
En 1941, la suerte de Hopkins se tornó negra, pues el Oklahoma se hallaba amarrado cerca de la base de Pearl Harbor, la cual fua atacada por la fuerza aérea japonesa el 7 de diciembre. Aquella jornada, el «USS Oklahoma» fue el primer buque impactado por las bombas niponas y se hundió en el fondo de las aguas en menos de 15 minutos. «Edwin era un bombero de tercera clase y, seguramente, se encontraba en lo más profundo de la bodega del barco cuando fue torpedeado. Eso fue lo último que supimos de él» finaliza Grey.
A partir de ese momento, Edwin desapareció de la faz de la Tierra. Lo mismo pasó con otros tantos de los 429 oficiales y suboficiales que fallecieron –presuntamente- a bordo del «USS Oklahoma». Muchos de ellos, de hecho, no serían hallados hasta las posteriores partidas de rescate de los cadáveres que se realizaron entre 1942 y 1944 y, de esos, el ejército tan solo identificó 35. Esto provocó que siempre hubiera un atisbo de esperanza en la familia Hopkins, que pensó que Edwin podría estar vivo y recuperándose en algún hospital. Falsas esperanzas, pues su hijo había muerto.
La vuelta al hogar
Esta intriga continuó viva hasta 2008, año en que un veterano de Pearl Harbor inició una investigación sobre los cuerpos y descubrió que varios habían sido enterrados en el Cementerio Naval Halawa, de Hawái, y trasladados posteriormente hasta el Cementerio Nacional de los Caídos de Punchbowl, en Honolulu. Sin embargo, el gobierno tuvo por entonces problemas legales y no pudo (o no quiso, según las familias) realizar la identificación de los restos. Por el contrario, se limitó a inhumarlos en grandes fosas bajo la siguiente lápida: «Soldados desconocidos».
Sin embargo, la familia de Edwing logró, tras varios años de litigios, desenterrar los restos del que creían que podía ser Edwin y confirmar su identidad. Una pequeña victoria nada menos que seis décadas después. «Cuando mis primos se enteraron, a todos se les cayeron las lágrimas porque fue algo increíble. La hermana menor de mi padre tiene 88 años, ella es la única persona viva que conoció a Edwin. Cuando le conté se echó a llorar, no lo podía creer», afirma Grey.
Desde ese momento, los Hopkins siguieron luchando para poder trasladar a los restos de Edwin a su ciudad natal, algo que lograron el pasado mes de abril después de que el Departamento de Defensa ordenara exhumar los restos de más de 400 marinos fallecidos en el «USS Oklahoma» con la finalidad de identificarles y enterrarles. Ahora, ya solo es cuestión de tiempo que el combatiente regrese, por fin, a su hogar.
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