En 1941, el Bismarck, el acorazado más poderoso del momento, inició su primera y última misión de guerra. La travesía empezó con la mejor fortuna: en su primer combate, el 24 de mayo, hizo pedazos al crucero de batalla Hood y obligó a huir al acorazado Prince of Wales. Dos días después, cuando el buque alemán estaba a punto de alcanzar aguas seguras, un vetusto biplano Swordfish le alcanzó con un torpedo en la popa, dejándole sin timones.
Incapaz de navegar, el buque aguardó impotente la llegada de sus verdugos, el King George V y el Rodney, que le alcanzaron el día 27, abriendo fuego a las 9 de la mañana. Al principio el Bismarck devolvió golpe por golpe, pero a las 9?30 sus cañones quedaron mudos bajo la lluvia de proyectiles enemigos. El comandante Lindemann ordenó abrir los grifos de inundación y abandonar el barco, que se fue a pique a las 10?39, sin arriar bandera. En el fondo del Atlántico, el acorazado se convirtió en la tumba de 2.200 hombres, hasta que en 1989 el oceanógrafo Robert Ballard encontró su pecio a 4.700 m de profundidad.
Desde entonces, tres expediciones más han descendido hasta el último lugar de reposo del navío más célebre de la Batalla del Atlántico, la más larga de la Segunda Guerra Mundial.
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