domingo, 27 de octubre de 2013

La voz de Auschwitz



Escuchar las voces de los supervivientes del campo de concentración de Auschwitz sobrecoge. Uno no consigue creer que semejantes atrocidades hayan ocurrido hace tan poco tiempo (apenas 70 años desde el cierre de este campo de exterminio y experimentación «médica») y tan cerca (en Polonia, Europa, a unos 40 kilómetros de la bonita y turística Cracovia). Hasta ahora, salvo casos específicos, no había sido posible. 

La ONG Frank Bauer ha reunido los audios de 120 testimonios de prisioneros, algunos de ellos transcritos en PDF, y los ha colgado en su página web para que el mundo pueda escucharlos o leerlos (de momento, solo en lengua alemana). La historia general es sobradamente conocida. Son los detalles lo que impresiona. La narración específica del día a día, por ejemplo: desde compartir el único mendrugo de pan duro para que otro hombre no muriera de hambre hasta la hora exacta en la que llegaban o se marchaban los camiones cargados de cadáveres. También se aprecian los pormenores sonoros: voces temblorosas, titubeos, angustias... los silencios, la respiración, las pausas de los supervivientes. La experiencia es dura. Algunos de los audios son, simplemente, espeluznantes.

La ONG se creó en honor a Bauer, el fiscal general de Hesse, que luchó incansablemente hasta que un tribunal alemán consiguió tener jurisprudencia para llevar a los tribunales a los funcionarios medios de las SS. Son conocidos como los juicios de Frankfurt, por celebrarse en esta ciudad, y se desarrollaron desde 1963 hasta 1965. Aquí se grabaron los audios que ahora salen a la luz. También se incluyen las declaraciones de los acusados. 

Entonces, la incredulidad ante tal barbarie incluso aumenta. Muchos son capaces de asegurar, como ya ocurrió con Eichmann, en Jerusalén (contado magníficamente por la filósofa Hannah Arendt), que «no fuimos informados», «solo cumplíamos órdenes». Ante la insistencia de los magistrados sobre si eran conscientes de qué les sucedería a esas personas que ellos contaban y recontaban para su transporte y ubicación, respondían: «No, no sabíamos». «No tenía constancia de ello», es la frase literal. La ONG quiere conmemorar con la publicación de los testimonios los 50 años de la celebración de estos juicios a los funcionarios medios del campo, que en realidad eran tres campos: Auschwitz I, Auschwitz II (Birkenau), situado a unos 13 kilómetros, y Auschwitz III. Entre los primeros audios, un médico de Viena, Otto Wolken, cuenta cómo se colocaban los cadáveres en una especie de descampado, «una plaza», en el centro del campo. «Pero solo los que habían sido previamente inscritos en la morgue», explica. El orden era esencial. El campo estuvo activo hasta el 27 de enero de 1945. Algunos testigos del juicio hablan de los golpes que recibían, de la vestimenta (monos a rayas), de la ubicación de los «urinarios», por llamar de alguna forma a los agujeros hechos en la tierra que se encontraban junto a las «literas» (tablas de madera) donde se colocaban hasta a diez presos amontonados.

«Elaboré estadísticas de las que se deducía que la ropa de los presos se cambiaba sólo cuatro veces en un año. Cuando se tiene a la gente día y noche con la misma ropa, en el trabajo, en la cama, con mal tiempo en el exterior y siempre secándose pegada al cuerpo, totalmente calada, es imposible evitar que se llenara de piojos. No servía de nada que por todos lados en los bloques estuviera escrito en los travesaños: ''Un piojo, tu muerte''», explica Otto Wolken en el audio colgado en la red.

Entre los testimonios se encuentran prisioneros de nacionalidad polaca, alemana, austríaca... Algunos eran dentistas, depen-dientes,profesores, empresarios... También pueden escucharse las grabaciones de algunos historiadores que aportan datos esclarecedores. La lista es inmensa hasta completar casi 200 audios (entre víctimas, acusados e historiadores), en los que, con todo detalle, uno intenta visualizar el infierno diario de una de las tragedias más vergonzosas del siglo XX.

A través de las voces de los supervivientes, uno se empeña en entender cómo pudo ser Auschwitz (hoy Museo declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco). Se menciona la puerta de acceso, donde se lee, en letras de hierro negras, «Arbeit macht frei» (El trabajo te hace libre). Irónico. Por ella, llegaban los trenes cargados de ciudadanos europeos, sobre todo judíos. 

La vía del tren finaliza, como única «estación» en la que apearse, en el crematorio, a la izquierda, donde se producían las duchas de gas. La chimenea expulsaba día y noche cenizas de cientos de cadáveres. El denso humo negro se extendía a cientos de kilómetros de este paisaje, que contrasta en su belleza con la alambrada kilométrica (donde se arrojaron tantos) que «escondía» el horror. Nadie vio nada. Nadie dijo nada. Europa declaró a posteriori no haber conocido la magnitud de la tragedia. Todavía el estigma nazi pesa entre muchos alemanes que hablan de esta tragedia como algo que les acompaña cada día. Otros, lo más jóvenes, consideran que ahora ya es otro mundo, que aquello ya pasó. Que hay que perdonarse.

Auschwitz, ciudad polaca en la que se encuentra el campo, se encuentra a unos 600 kilómetros de Berlín, en coche. A 400 desde Dresde, al sur de Alemania, cerca de la frontera con Polonia.
Se calcula que en el campo murieron más de un millón de personas, la gran mayoría judíos, pero también gitanos, homosexuales, partisanos polacos, soldados soviéticos y sacerdotes católicos. Los dirigentes del campo, bajo la supervisión de Heinrich Himmler, fueron Rudolf Höss, Liebehenschel y Richard Baer. Los dos primeros fueron juzgados y condenados a muerte. Baer consiguió vivir un tiempo en Hamburgo, con nueva identidad, pero fue finalmente detenido. Se suicidió antes de dar comienzo el juicio. Pero estos fueron solo los responsables máximos. En un escrupuloso orden de jerarquía, más de 6500 funcionarios trabajaron duro (y organizadamente) para llevar a cabo un exterminio efectivo de judíos (que, para Hitler, eran el origen de todos los males) y de muchos ciudadanos alemanes, italianos, polacos, checos, etc que no se ajustaban al ideal de ciudadano, de raza aria.

Himmler facilitó el acceso a médicos y «científicos» de las SS que solicitaban practicar sus experimentos con cobayas humanas, es decir, con los prisioneros del campo, incluidos niños. Algunas de las fotos (de gran tamaño) en lo que ahora es Museo de Auschwitz, muestran el antes y el después de algunos de ellos. La mayor parte de los visitantes retiran la mirada. Algunos no tienen más de ocho años. Las «investigaciones médicas» de Rasher, Wirth y Mengele albergaban, entre otros, ensayos de antibióticos y medicamentos o tratamiento de heridos graves tras provocarles ellos mismos hemorragias, disparos o quemaduras de tercer grado. Himmler trató de huir rapándose la cabeza, el bigote y quitándose esas gafas redondas que lo habían acompañado siempre. Cuando fue detenido, se suicidó con una cápsula de cianuro a pesar de que los soldados británicos, que lo insultaron y maltrataron a conciencia, intentaron evitarlo. Querían que llegara vivo a los juicios de Nú-remberg y afrontara, como los demás, el desprecio de la humanidad.

En Auschwitz II (Birkenau), ocupaba casi tres kilómetros de largo por 2,5 de ancho,se cometieron las mayores atrocidades. También había una zona burdel, donde se «premiaba» a algunos kapos, que eran judíos (obligados o voluntarios) que ayudaban a los nazis en la organización del campo. El reconocido psiquiatra Viktor Frankl se refiere a ellos en su obra «El hombre en busca de sentido». Explica cómo, de alguna forma, algunos oficiales de las SS intentaron ayudar a los presos (por ejemplo, comprando comida con su propio dinero y repartiéndola en el campo, arriesgando su vida) y algunos judíos, los kapos, se convirtieron en los más crueles infringiendo castigos. El mal o el bien, según el psiquiatra, no se puede aplicar a una raza o una población.

Las madres fueron con sus hijos a la cámara de gas

Durante los conocidos como «juicios de Frankfurt», los testigos pudieron expresarse libremente, sin límite de tiempo. Otto Wolken, médico austríaco, contaba ante el tribunal sus recuerdos del infierno: «Sucedía a menudo que los presos se arrojaban de manera voluntaria contra los alambres electrificados para poner fin a la tortura y el tormento, para no tener que vivir el resto del día tan terrible. (...) Había casos espantosos de flemones en las nalgas. Vi algunos casos tan horrorosos que la carne de las nalgas se deshacía en pus hasta los huesos de las caderas. (...) Y se pidió a las madres que se separaran de sus hijos para ir a un campo de concentración. Las madres se negaron. Se intentó con violencia. Ellas se engancharon a sus hijos, y fueron con ellos hasta la cámara de gas».

Congelados en la nieve

Algunos trenes viajaban en invierno con temperaturas de hasta 40 grados bajo cero. Los funcionarios de las SS dejaban bajar a los prisioneros, que, ante tal hacinamiento en el vagón, caían sobre la nieve. Allí esperaban un tiempo (no muy largo) a que murieran congelados. Éste es sólo uno de los detalles del horror vivido en Auschwitz. Los supervivientes advierten de la necesidad de no olvidar los errores. Kazimierz Zajac, uno de los pocos supervivientes del primer tren de la muerte, de 86 años, destacó hace poco la necesidad de «no banalizar o relativizar el nazismo y otros totalitarismos». Recordar para no repetir.

Vía| La Razón

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