De las estimadas 70 millones de personas que perdieron la vida por la Segunda Guerra Mundial, 26 millones murieron en la frontera de Europa oriental y cuatro millones de ellas siguen siendo consideradas oficialmente como desaparecidas en combate. Pero no han sido olvidadas.
Olga Ivshina camina lenta y cuidadosamente entre los pinos mientras los sonidos de su detector de metales punzan el silencio del bosque.
"No están enterrados muy profundamente", dice.
"A veces los encontramos sólo cubiertos de musgo y algunas capas de hojas caídas. Siguen en el lugar en el que cayeron. Los soldados nos están esperando... esperando la oportunidad de retornar a casa".
Cerca de ella, Marina Koutchinskaya está arrodillada buscando entre el lodo. En los últimos 12 años ha pasado la mayoría de sus vacaciones así, lejos de casa, de su negocio de ropa para mujeres embarazadas y de su hijo.
"Cada primavera, verano y otoño siento un extraño anhelo de ir a buscar a los soldados", cuenta. "Mi corazón me llama a hacer este trabajo".
Olga y Marina son parte de un grupo llamado Exploración que viajó durante 24 horas en un incómodo camión del ejército para llegar a este bosque cercano a San Petersburgo.
Las condiciones son básicas: acampan entre los árboles y hay días en los que tienen que desplazarse con el lodo llegándoles a la cintura para encontrar los cuerpos de los caídos.
Y la labor acarrea peligros. Los soldados descubiertos a menudo tienen granadas en sus mochilas y puede haber proyectiles de artillería atascados en los árboles.
Rastreadores de otros grupos voluntarios en otros lugares de Rusia han perdido sus vidas.
Marina me muestra un objeto que encontró y que parece un jabón pero es TNT. "Cerca de una llama todavía es peligroso, a pesar de que ha estado tirado en el piso por 70 años".
Muchos países quedaron con cicatrices tras la Segunda Guerra Mundial, pero ninguno sufrió tantas pérdidas como la Unión Soviética.
El 22 de junio de 1941, Adolfo Hitler lanzó la Operación Barbarroja, la campaña más larga y sangrienta de la historia militar, que pretendía anexar vastas áreas de la URSS al Tercer Reich.
San Petersburgo, que entonces se llamaba Leningrado, era uno de sus blancos principales. En menos de tres meses, el ejército alemán tenía a la ciudad rodeada y empezó a bombardearla desde el cielo.
Cuando no lograron vencerla a punta de ataques, Hitler decidió doblegarla haciéndola morir de hambre. Durante más de dos años, el Ejército Rojo luchó desesperadamente por cruzar las filas alemanas.
Olga y Marina están trabajando cerca de la ciudad de Liubán, a 80 kilómetros al sur de San Petersburgo. Aquí, en un área de apenas 10 kilómetros cuadrados, se estima que murieron 19.000 soldados soviéticos en unos pocos días de 1942.
Hasta el momento, los rastreadores han encontrado 2.000 cadáveres.
Ilya Prokoviev, el más experimentado del equipo Exploración, está punzando cuidadosamente la tierra con un largo pincho de metal. Es un ex oficial del ejército que encontró su primer soldado hace 30 años cuando caminaba por el campo.
"Estaba cruzando un pantano y de repente vi unas botas entre el barro", recuerda.
"Un poco más allá, encontré un casco soviético. Luego retiré un poco de musgo y vi un soldado. Me sorprendió. Era 1983, yo estaba a 40 kilómetros de Leningrado y ahí estaban los restos de un soldado que no había sido enterrado. Después de eso, encontré otros y nos dimos cuenta de que estos cuerpos estaban en todas partes... a una escala masiva".
No había mucho tiempo en medio de la batalla para enterrar a los muertos, dice Valery Kudinsky, oficial del Ministerio de Defensa responsable por las tumbas de guerra.
"En sólo tres meses, la máquina mortal alemana penetró en más de 2.000 kilómetros de nuestro territorio. Muchas de las unidades del Ejército Rojo murieron o fueron rodeadas. ¿Cómo podían pensar en entierros o en registrarlos en esas condiciones"?
Inmediatamente después de la guerra, la prioridad era reconstruir un país que había sido destruido, dice. Pero eso no explica por qué los campos de batalla no fueron revisados más tarde y los caídos, identificados y enterrados.
Los rastreadores piensan que algunos fueron deliberadamente ocultados. El consejo gobernante de la URSS emitió decretos en 1963 sobre la destrucción de cualquier rastro de guerra, señala Ilya.
"Si uno mira un mapa que muestre dónde tuvieron lugar las batallas y lo compara con todas las nuevas plantaciones forestales y proyectos de construcción, se da cuenta de que coinciden con el frente de guerra. Nadie me puede convencer de que plantaban árboles por razones ecológicas".
Nevskaya Dubrovka, en la ribera del río Neva, fue el escenario de una de las campañas más sanguinarias del sitio de Leningrado. El Ejército Rojo luchó ferozmente para asegurarse una estrecha franja de la rivera en un intento por romper el bloqueo. Cientos de miles de soldados fueron sacrificados.
Los rastreadores descubrieron, en el verano pasado, una fosa común en el área. Es posible que sus camaradas, los habitantes locales o incluso quizás el ejército alemán tiraron a los soldados en un hueco, ansiosos por prevenir una epidemia.
"Había entre 30 y 40 soldados. Cuatro capas de gente, unas encima de las otras", cuenta Olga, sentada frente a la hoguera del campamento. "Pero los esqueletos estaban todos revueltos y hechos pedazos. Una cabeza aquí, una pierna allá...". Hace una pausa y mira las llamas. "Una vez que uno ve eso, nunca lo olvida. Uno no vuelve a ser la misma persona que era".
A su retorno a Moscú tras unas semanas en el bosque, Olga cuenta que se siente alienada.
"Todo parece tan insustancial pero cuando estoy aquí siento que estoy haciendo algo necesario".
Para Olga -quien entonó himnos comunistas en la primaria y luego aprendió sobre ganancias y pérdidas en bachillerato-, trabajar como voluntaria en estas búsquedas le proporciona un compás moral en una época confusa.
"A veces uno necesita saber que está haciendo algo importante, que uno no es sólo una mota de polvo en este Universo. Este trabajo nos conecta con nuestro pasado. Es como un ancla que nos ayuda a permanecer firmes en medio de la tormenta".
Encontrar a los muertos es apenas una parte de su misión. Rescatarlos de la anonimidad es la otra.
En Moscú brilla una llama eterna en la Tumba del Soldado Desconocido a la sombra del Kremlin, pero para los rastreadores, la mejor manera de honrar a quienes perdieron sus vidas es restaurarles su identidad.
"El soldado tenía una familia, hijos, se enamoró", dice Ilya. "Ser desconocido no es un orgullo. Fuimos nosotros los que lo hicimos desconocido".
No obstante, descubrir quiénes eran estas personas no siempre es fácil, particularmente después de que ha pasado tanto tiempo.
"Entre más información podemos recolectar en el lugar, más chance tenemos de identificar al soldado", apunta Alexander Konoplov, líder del grupo Exploración.
A veces encuentran viejas monedas con los soldados, que sus familias les habían dado. Se creía que si la familia le prestaba unas monedas, el soldado volvería a casa a devolver el préstamo.
subir "Si me matan..."
Sin embargo, aunque los efectos personales pueden reconstruir una idea de la persona, no ayudan a saber cuál era su nombre o dónde nació. Iniciales grabadas en cucharas o tazas son buenas pero la clave usualmente es la placa de identificación.
Durante la Segunda Guerra Mundial, las placas de los soldados soviéticos no eran hechas de metal sino que eran pequeñas cápsulas de ébano que contenían un pequeño pedazo de papel con sus detalles personales. Desafortunadamente, los papeles a menudo son ilegibles. Otras no tienen nada escrito, pues muchos de los soldados eran supersticiosos: pensaban que si los rellenaban les traería la muerte segura.
Alexander, quien dejó su negocio de venta de productos alimenticios para convertirse en un rastreador a tiempo completo, tiene en su mano un cartucho de bala tapado con un pequeño pedazo de madera. Tiene la esperanza de que sea una placa de identificación improvisada. Pero cuando la voltea, lo que sale no es un papel, sino un chorrito de líquido marrón.
"A veces encontramos mensajes con el nombre del soldado", dice Alexander. "Algunos escribieron: 'si me matan, por favor denle esto a mi mamá o a mi novia'. Es difícil no conmoverse".
Exploración es uno de 600 equipos de rastreadores de toda Rusia que han encontrado y enterrado un total de 500.000 soldados hasta ahora.
Esos grupos son conocidos como los "excavadores blancos", pero hay otros llamados "excavadores negros", que buscan medallas, armas, monedas y hasta dientes de oro para vender en internet o a negociantes especializados. No están interesados en identificar a los soldados, simplemente dejan los huesos en la tierra.
Alexander ha establecido unas reglas estrictas sobre cómo deben ser excavados, marcados y almacenados. Cada soldado es fotografiado y su ubicación registrada e introducida en una base de datos digital.
Si no se puede descifrar la placa de identificación en el lugar, la empacan cuidadosamente y la envían a la sede central del equipo en Kazán.
Allá, el técnico del grupo, Rafik Salakhiev, usa luz ultravioleta o técnicas digitales para revelar marcas de lápiz. Una vez emerge un nombre, los rastreadores usan antiguas listas del ejército, documentos clasificados y contactos en el ejército o la policía para identificar al soldado y localizar a los miembros de su familia.
"Cada vez me emociono como si fuera la primera", dice Rafik. "Cuando llamas a los familiares, antes de darles la noticia, tratas de prepararlos".
Sin embargo, encontrar a la familia del soldado puede tomar años -en ocasiones más de una década-, especialmente si la familia se fue después de la guerra.
Cuando, en 1942, los vecinos de la aldea de la que provenía el teniente Kustov se enteró de que estaba desaparecido, sospecharon que desertó y estaba colaborando con los alemanes. Calificaron a sus niños como "hijos de un traidor" y forzaron a la familia a irse.
A Ilya le tomó meses encontrarlos.
"Cuando les dijimos que encontramos los restos de su padre, para ellos la sensación fue indescriptible. Ellos sabían que él no era un desertor, que él no era capaz de comportarse así, pero no hubo ninguna prueba por 60 años".
De los archivos, los rastreadores dedujeron que Kustov había sido el comandante de uno de los notorios shtraftbats, los batallones penales de José Stalin conocidos por su lema ¡Ni un paso atrás!, que enfrentaban duros castigos -incluyendo ejecuciones sumarias- por retiradas no autorizadas.
Únicamente un oficial de confianza y un comunista convencido habría sido elegido para ese cargo.
"Lograron restaurar la verdad histórica y el honor a la memoria de su padre", dice Ilya. Los hijos de Kustov enterraron sus restos al lado de los de su madre, quien esperó toda su vida su regreso.
Cerca de la ribera del río Neva y de la fosa común encontrada por los rastreadores, un sacerdote ortodoxo ruso entona plegarias mientras camina entre las filas de ataúdes de color rojo brillante que descansan sobre el césped.
Los hijos, nietos y bisnietos de los soldados observan, algunos sollozando en silencio.
Las paredes de la amplia y recientemente excavada tumba están cubiertas con tela roja, una señal de respecto reservada normalmente sólo para los generales del ejército.
Jóvenes ataviados con uniformes de estilo soviético forman una guardia de honor.
Visiblemente conmovidos, al ver pasar los ataúdes, varios miran hacia el cielo. Existe la creencia de que los pájaros que sobrevuelan se llevan las almas de los muertos.
Hay más de 100 ataúdes; cada uno contiene los huesos de 12 o 15 hombres.
Los rastreadores desearían que cada soldado tuviera uno propio, pero no pueden pagar los 1.500 féretros extra que necesitarían para este servicio.
Esta es la culminación de meses de trabajo. Es la razón de ser de todo: lograr una semblanza de orden al caos moral del pasado y rendir tributo a quienes sacrificaron sus vidas.
En la primavera volverán a sus búsquedas en los bosques y campos en los que tantos murieron. Están decididos a continuar hasta encontrar al último hombre. Pero puede tomarles toda la vida... o más.
Vía| Cooperativa
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