A continuación os dejo una interesante y extensa reseña publicada por ABC del último libro de Lyuva Vinigrádova, "Las Brujas de la Noche", publicado por la Editorial Pasado y Presente, y del que próximamente sortearemos algún ejemplar entre los lectores del blog.
«¿Qué voy a hacer con vosotras si, cuando comience el combate, os vais a poner a llorar?». Aunque no exactamente con estas palabras, esto es lo que dijo el comandante de un regimiento soviético de cazas ubicado a las afueras de Stalingrado en el momento en que, allá por septiembre de 1942 (mientras los alemanes trataban de asediar la que era considerada como una de las ciudades más importantes de la URSS), vio aparecer en su campamento a cuatro jovencitas que decían ser sus pilotos de refuerzo. No fue el único. De hecho, esa misma sensación –acompañada por una gran dosis de curiosidad- la tuvo también el aviador Stepán Mikoyán cuando vislumbró con sus propios ojos por primera vez a aquellas chicas ataviadas con unos uniformes que les quedaban demasiado grandes y que, en muchos casos, habían tenido que ajustarse con la ayuda de aguja e hilo ellas mismas.
No obstante, lo que no sabían ni el comandante ni el jovencísimo Mikoyán es que esas chicas formaban parte de las decenas de mujeres piloto entrenadas por el ejército soviético a partir de 1942 para detener el avance de los «Fritzs» (el apodo con el que los rusos conocían a los alemanes) y lograr expulsarles de la URSS en nombre del «camarada Stalin». Un reclutamiento que llevaría hasta los azules y gélidos cielos de la estepa rusa a aviadoras de la talla de Lidiya Litviak –nombrada Heroína de la Unión Soviética por la cantidad de pilotos de la Luftwaffe (la fuerza aérea germana) que derribó- o a Nadezhda Popova –quien realizó 852 misiones de bombardeo nocturno en una unidad exclusivamente femenina llamada las «Brujas de la noche»-.
Ahora, más de siete décadas después del final de una contienda que dejó casi nueve millones de muertos en los territorios rusos, una buena parte de las historias de estas heroínas han quedado recopiladas en «Las brujas de la noche» («Pasado y Presente», 2016), el último libro de Lyuba Vinográdova. Una traductora e investigadora rusa que ya ha colaborado en otras obras de la misma temática con Max Hastings («La guerra secreta») o Antony Beevor («Ardenas»). En este caso, sin embargo, la experta se ha decidido a reconstruir la vida de muchas de estas mujeres usando como base incontables horas de investigación y decenas de encuentros con las aviadoras y mecánicas rusas aún vivas que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Al menos, así lo afirma al diario ABC tras demostrar con un sencillo «Encantada de conocerte» que, además de la media docena de idiomas que conoce, siempre le queda algo de tiempo para aprender algo de castellano.
Las mujeres en el ejército
Para hallar el momento en el que el Comité de Defensa soviético –el órgano encargado de organizar la resistencia de la URSS- llamó a las mujeres a combatir es necesario retroceder en el tiempo hasta 1942. Fue en ese año cuando los alemanes iniciaron la llamada «Fall Blau» u «Operación Azul», un gigantesco ataque del que formaban parte 10 de sus ejércitos y que –además de presionar sumamente a las fuerzas soviéticas- pretendía conquistar Stalingrado y los pozos petrolíferos del Caúcaso. El plan fue un éxito parcial para los alemanes en las primeras semanas, pues se plantaron frente a la ciudad causando centenares de muertos, pero no lograron conquistarla rápidamente. «A mediados de 1942, después de que hubiera un número colosal de bajas, se hizo un llamamiento masivo a las mujeres para que entraran en el ejército. No solo para que fuesen pilotos, sino en general», explica Vinográdova en declaraciones a ABC.
En palabras de la experta, la URSS fue la primera potencia en reclutar entre 800.000 y 1.000.000 de mujeres para desempeñar tareas «de hombres», como ella misma afirma. «En el ejército soviético las mujeres no trabajaban solo de enfermeras, sino que eran soldados a todos los efectos. Las podías encontrar de observadoras de artillería, o reparando cables en primera línea del frente. Por supuesto que ser enfermera era considerado una profesión de mujer en todos los ejércitos. Pero sí sacabas los cuerpos inertes de la primera línea del frente, como en el caso de las soviéticas, ya era entendido como un trabajo de hombres», determina.
A día de hoy puede parecer algo sumamente llamativo, pero a los soviéticos no les extrañó (más allá de las sorpresas iniciales que se llevaron soldados como Mikoyán) ver a sus «camaradas» femeninas disparando a los nazis. Y es que, las mujeres ya habían participado en Stalingrado en tareas tan varoniles como la construcción del metro o el trabajo en las minas. «No fue rompedor que las mujeres fuesen a la guerra. Al fin y al cabo no era considerado un trabajo mucho más difícil que el que hacían en su vida diaria. Además, la revolución ya había roto todos los esquemas patriarcales. Incluir a las mujeres en masa a la contribución económica era parte de la política de Stalin desde hacía años», destaca Vinográdova. Así fue como, a partir del 42, las mujeres empezaron a ejercer como carristas, fusileras, servidoras de ametralladora y –en definitiva- todo aquello que se le pasase por la cabeza a los oficiales que las comandaban.
También en el aire
Si ya era sencillo animar a las mujeres a combatir por su patria a ras de suelo (muchas estaban deseándolo), todavía fue más fácil lograrlo en el caso de la rama aérea. Y todo ello, gracias a la presencia de Marina Raskova. Una aviadora civil que -tras participar en dos vuelos de larga distancia en la URSS que superaron a los que se habían efectuado hasta entonces- se hizo famosa y popularizó la aviación en la sociedad. Cuando esta bella joven (cuyo carácter es definido por Vinográdova como «firme» e «irresistible») se puso el uniforme y se subió a un aeroplano de combate, miles de muchachas solicitaron entrar como mecánicas, navegantes o pilotos en el Ejército Rojo. Tampoco fueron pocas las que le escribieron cartas a esta heroína local solicitándole ayuda para subirse a un caza.
Animada por la gran cantidad de misivas que recibía, Raskova se decidió a presentar un curioso proyecto al mismísimo Stalin: planeó crear una unidad formada exclusivamente mujeres. «Contestó a un llamamiento masivo de muchachas que le escribían para ir al frente. Eran chicas que hacían pilotaje deportivo, de exhibición y que volaban en la aviación civil. Todas ellas querían participar en la guerra y le pidieron su ayuda aprovechando que era una heroína nacional y una cara muy conocida. Muchas tenían 17 años y fueron reclutadas directamente de la universidad», explica la historiadora. En principio, el líder soviético le dio permiso para hacer un regimiento, pero hubo tantas peticiones que se aprobó la creación de tres. Así fue como nacieron el 586 Regimiento de Aviación de Caza, el 587 Regimiento de Aviación de Bombardeo y el 588 Regimiento de Aviación de Bombardeo Nocturno.
Además de las mujeres piloto, también se unieron a estos regimientos muchachas que desempeñarían tareas de navegación y, por descontado, mecánicas y técnicas. ¿Por qué aceptó el líder soviético? Sencillo. Porque sabía que -además de sumar nuevos aviadores a sus filas- estas chicas serían un reclamo y aumentarían la moral del pueblo. «Las mujeres piloto tuvieron un gran papel de propaganda. De hecho, en aquel momento el mayor mal que hicieron a los alemanes no fue el de lanzarles bombas, sino el de inspirar a miles de mujeres a enrolarse en el ejército gracias su valentía», añade la experta en declaraciones a ABC.
Los «deseados» cazas
El 586 Regimiento de Aviación de Caza estuvo a las órdenes de Tamara Kazarinova y entró en combate en 1942. En principio contó con aviones Yakovlev Yak-1. Pequeños, ligeros y monoplazas, estos efectivos aeroplanos destacaban por su rapidez. «Era un avión de caza estupendo que, curiosamente, gustaba mucho a las mujeres porque se entregaba pintado en blanco y con esquís. Aunque no se tardó mucho en equiparlo con ruedas», señala. Como su propio nombre indica, el objeto principal de esta unidad era enfrentarse en el cielo a los aparatos enemigos y, llegado el momento, disparar sobre las líneas de infantería enemiga desde el aire con sus ametralladoras. Al final de la guerra, el regimiento logró derribar hasta 38 aparatos enemigos. Muchos eran Messerschmitt Bf 109 germanos, uno de los mejores aeroplanos construidos en la Segunda Guerra Mundial.
Casi todas las mujeres que se alistaron querían subirse a un caza. No obstante, Raskova logró convencer a muchas de que era igual de digno combatir sobre un bombardero pesado. «Pilotar un caza era la cima de la carrera de todo aviador. Tenían que dominar el avión y hacer unas acrobacias que ningún piloto de bombardero podía llevar a cabo. Tenían la capacidad de demostrar su talento. En el caso de los bombarderos pesados no podían casi maniobrar. Simplemente manejaban una máquina que flotaba y que, tras llegar a su destino, arrojaba sus bombas», señala a ABC la escritora.
Entre las mujeres que combatieron en esta unidad destacaron algunas como Lera Jomiakova. El 24 de septiembre de 1942, durante una de las primeras actuaciones de este regimiento, esta piloto logró abatir a su primer bombardero Ju-88 alemán en las inmediaciones de Sarátov. Así explicó su proeza en un informe redactado el día 26: «Me disparó dos veces, pero fallo. Yo estaba viva e indemne, y sin embargo, queridos míos, al principio creí que no lo había derribado. Cuando lo alcancé, en lugar de incendiarse, se inclinó a la derecha y empezó a descender en picado. Le solté un par de ráfagas más hasta que me llegó el momento de remontar el vuelo». Cuando llegó a tierra, todas sus compañeras se acercaron a besarla.
La «Rosa blanca»
En esta unidad también fue reseñable Lidiya (Lylia) Litviak, más conocida por su sobrenombre: la «Rosa blanca» de Stalingrado. Esta aviadora es considerada, a día de hoy, la mejor piloto de caza de la historia al haber derribado una docena de aviones enemigos. En un artículo sumamente laudatorio del periódico soviético «Komsomolskaya Pravda» titulado «La joven vengadora», dos corresponsales de guerra rusos hicieron una descripción bastante curiosa de ella: «Lilia Litviak tiene 20 años, ¡hermosa primavera de su vida de doncella!, y una figura frágil de cabello dorado tan delicado como su nombre».
Esta bella y enjuta mujer protagonizó un suceso sumamente curioso cuando, a finales de septiembre de 1942, logró echar a tierra a un caza de la Luftwaffe dirigido por un aviador condecorado varias veces. «El comandante de la división, que la tenía en mucha estima, dijo que había que presentarle al alemán. Este, en principio, no se creyó que le hubiese derribado una muchacha. Pero ella le explicó por gestos la maniobra que había hecho. Cuando el piloto alemán pudo comprobar que había sido vencido por ella, bajó la cabeza y le quiso dar su reloj o su pistola en señal de respeto, Ella no los aceptó», destaca Vinográdova.
Pero esa no fue su única acción destacada. El 22 de marzo de 1943, por ejemplo, se enfrentó a un grupo de bombarderos Junkers y, a pesar de ser herida por el enemigo, logró resistir el dolor y derribar uno de ellos antes de aterrizar. Con todo, y a pesar de la extensa y heroica hoja de servicios de la que podía presumir, logró entrar en el 586 Regimiento de Aviación de Caza gracias a que mintió apuntándose más horas de vuelo de las que había realizado realmente. Murió durante la batalla de Kursk en extrañas circunstancias, pero los libros de historia nunca podrán olvidar una de sus más famosas declaraciones: «Cuando veo un avión con las cruces y la esvástica en la cola, solo siento una cosa: odio, y esta emoción hace que apriete con más firmeza los botones de disparo de mis ametralladoras».
Bombardeo de larga distancia
Por su parte, el 587 Regimiento de Aviación de Bombardeo contó con los aviones Petlyakov Pe-2. Unos bombarderos triplaza, bimotor y muy manejables que, allá por la década de los 40, fueron creados por orden del mismísimo Stalin, enamorado hasta los huesos de los aeroplanos de la Luftwaffe con una función equivalente.
Este regimiento, que se encargaba de hacer llover bombas sobre el enemigo durante el día, comenzó a operar a finales de 1942 (diciembre, más concretamente) y sus pilotos llevaron a cabo 1.134 misiones. A pesar de tener como comandante a la mismísima Raskova, fue algo difícil en principio que recibiera voluntarias. «Todas querían ser pilotos de caza. Pero Raskova era una mujer muy inteligente y logró convencer a muchas de que se enrolaran en el regimiento de bombarderos pesados diciéndoles que era el avión más difícil de manejar y que era una tarea sumamente complicada pilotarlo», añade Vinográdova.
A pesar de que manejar un bombardero impedía a las mujeres piloto demostrar sus habilidades técnicas, en este regimiento también hubo acciones heroicas. Una de ellas fue la historia de una aviadora que, a día de hoy, sigue poniendo los pelos de punta a la historiadora rusa. «Cuando investigaba entrevisté a una mujer que, tras ser herida de gravedad en el estómago, se propuso llegar hasta el aeródromo y aterrizar el aparato. Consiguió no perder la consciencia porque la muchacha que iba con ella tenía sal y, cuando parecía que se iba a desmayar, se la daba», destaca Vinográdova.
Para su desgracia, esta horrible situación no terminó cuando llegó al aeródromo ya que, cuando estaba a punto de tomar tierra, vio como salía de la pista un caza. «Tuvo que levantar el avión y dar una vuelta más por el aire hasta que pudo llegar a tierra. No creo que muchos hombres hubieran podido conseguir esto. Luego me contó que aterrizó bien y que, cuando se desabrochó el cinturón, perdió la conciencia. Se levantó en el hospital cuando ya le habían hecho siete operaciones para salvarle la vida. Por suerte, al medio año ya estaba volando otra vez», finaliza.
La brujas bisexuales
Ni el 586, ni el 587. Si hubo una unidad de aviadoras que logró hacerse un nombre en los libros de historia, ese fue el 588 Regimiento de Aviación de Bombardeo Nocturno. No ya porque sus miembros llevaran a cabo sus misiones por la noche (algo bastante espectacular) o porque lo hicieran en pequeños aeroplanos totalmente desfasados, sino porque sus integrantes se ganaron el sobrenombre de «Las brujas de la noche» debido a que, con la llegada del ocaso, se dedicaban a acosar durante horas a los germanos lanzándoles pequeñas bombas.
El origen de su apodo es todo un misterio. Algunos afirman que se lo pusieron los alemanes. Sin embargo, Vinográdova no está de acuerdo con esta teoría: «No he encontrado fuentes que digan que fueron los alemanes los que se inventaron el nombre. Fueron ellas mismas». No obstante, algunas aviadoras como Galia Dokutóvich fomentaron esta leyenda. Y no fue la única que dio a conocer, pues también dejó escrito en su diario que los nazis creían que eran mitad hombres. «Los hitlerianos dicen que nos reclutan de la calle y nos dan inyecciones especiales que nos quitan la mitad de nuestra feminidad: somos medio hombres y medio mujeres, que dormimos por el día y bombardeamos por la noche».
Una escoba desfasada
La «escoba» que montaban estas brujas cuando el sol se ponía no era otra que el Polikarpov Po-2, un viejo avión construido con madera y lona que había sido usado durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial para entrenar a los pilotos en los clubs de vuelo. Además de no ser robusto, tampoco era rápido. De hecho, era tan lento (apenas alcanzaba los 200 kilómetros por hora) que solía ser utilizado por los civiles para llevar a cabo labores de fumigación. Su única ventaja es que había gran cantidad de ellos (se fabricaron unos 35.000) y su coste era sumamente bajo. Y el ahorro, en la antigua URSS, era algo primordial.
De hecho, la economía era importante hasta tal punto que, durante años, las «Brujas de la noche» volaron sin medidas de seguridad. «Hasta el año 42 viajaron sin paracaídas. Los mandos pensaron que, como volaban en un avión tan pequeño y casi a ras de suelo, si eran impactadas solo tenían que aterrizar suavemente. No obstante, se les olvidó que el aparato tendía a arder por los materiales con los que estaba construido», añade la experta. Así pues, muchos de estos aeroplanos se quemaban en el aire en cuanto la madera era tocada por una bala. La suerte de las mujeres que lo pilotaban no era mejor pues –cuando esto sucedía- morían abrasadas vivas en el interior de su «escoba». «Muchas veces, cuando caían, los cuerpos estaban tan irreconocibles que los que las enterraban no sabían que eran mujeres», completa Vinográdova.
El sistema de combate
En plena noche y casi totalmente a oscuras. Así era como atacaban estas «Brujas» a los alemanes que se ubicaban en las inmediaciones de Staligrado. Concretamente, hacían salidas constantes desde su aeródromo en sus pequeños y frágiles Po-2 cargadas con unas pocas bombas incediarias que lanzaban sobre objetivos de una importancia táctica. Todo ello, con la finalidad de atacar física y psicológicamente a sus enemigos. «Las bombas eran muy pequeñas, no causaban grandes destrozos. Como máximo un incendio. Pero su objetivo era desmoralizar al enemigo. No dejarle dormir tranquilo por la noche. Y vaya si lo conseguían», explica la experta a ABC.
Al contar con un avión tan delicado (y que no podía defenderse si era atacado por cazas nazis) el único aliado de las «Brujas» en aquellos helados páramos rusos era la oscuridad. Una ventaja que utilizaban evitando los focos enemigos y cruzando los cielos sin ninguna luz que les indicara donde estaba su objetivo. Todo ello, para evitar ser descubiertas. Volaban, en definitiva, brújula en mano. «Salían de un aeródromo totalmente a oscuras, y en plena noche, para no levantar sospechas y que nadie supiera donde estaban. Solo tenían una pequeña lamparita que les indicaba donde estaba la pista. Despegaban y volaban en la oscuridad más absoluta y sin ver absolutamente nada», determina la escritora. La falta de visión provocó incluso que las centinelas de la base derribaran a algunas de sus propias compañeras cuando volvían creyendo que eran enemigos.
Fuera como fuese, no dudaban y -cuando recibían la orden de despegar- salían con una distancia de entre dos y tres minutos entre avión y avión. «La navegadora del regimiento les decía los puntos marcados que tenían que atacar. Ellas llegaban hasta el objetivo y, si la primera vez no acertaban, debían dar una vuelta en el aire y arrojar otra bomba. Eso era sumamente peligroso porque las podían ver y derribarlas», añade la rusa. Su forma de caer sobre los nazis es también sumamente conocida. Y es que, apagaban el motor y se dejaban caer planeando haciendo un sonido similar al de una escoba. Una vez arrojada su macabra carga, volvían con la esperanza de que no cambiara el tiempo y pudieran guiarse hasta su aeródromo. Si tenían la mala suerte de que empezara a nevar sabían que estaban destinadas a estrellarse, pues les reducía todavía más la visión.
Al llegar al aeródromo, y si la meteorología lo permitía, salían varias veces por la noche para arrojar más y más explosivos sobre los alemanes. «Llegaban, ponían gasolina rápidamente y volvían a salir porque apenas llevaban combustible para estar en el cielo una hora», completa Vinográdova. De esta guisa realizaron más de 24.000 misiones de combate y su regimiento fue reconocido con el sobrenombre de «Guardias», todo un honor en la URSS. Aunque también perdieron una treintena de sus aviadoras.
El toque femenino
Disparaban, mataban y morían como hombres. Sin embargo, las aviadoras de la URSS no dejaban de ser mujeres y, como tal, aportaban un toque femenino al ejército. Así lo demuestra, por ejemplo, el que se tejieran ropa interior o vestidos con la seda de los paracaídas alemanes. Algo que contó posteriormente un piloto del 73º regimiento de Guardias: «¿Sabes cómo les hacían los ribetes [a los vestidos]? Usaban los proyectiles antiaéreos de los alemanes. La pólvora que llevaban dentro venía en bolsitas verdes. Las vaciaban y las aprovechaban para hacerles adornos». Además, tenían una curiosa forma de celebrar las victorias. Algo que quedó claro cuando Lera Jomiakova acabó con un avión enemigo en las afueras de Sáratov. Al aterrizar, todas sus compañeras se acercaron para besarla y, entre el clamor, una gritó: «¡Cielo, si has derribado un Heinkel!».
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