sábado, 5 de septiembre de 2009

Mentiras demasiado humanas


Escribe (aunque quizá fuera mejor decir 'compone') Nicholson Baker (New York, 1957) un libro sobre los orígenes de la Segunda Guerra Mundial titulado 'Humo humano' (Debate, traducción de Jordi Beltrán y Gabriel Dols Gallardo).

Espeluznante en la revelación del alma carnicera, podrida, racista y al servicio de los complejos militares industriales no sólo de los que ya sabíamos (Hitler, Göring, Goebbels y la pandilla) sino de los 'buenos': predominantemente Roosvelt y Churchill, este último un cerdo lleno de furia y de rabia contra judíos, comunistas y toda ralea que se opusiera a su sueño de una gran conflagración, de una matanza sin fronteras.

Baker cuenta la historia de otra manera. Nada del estilo interpretativo habitual de los especialistas (de los que uno ya sospecha que en su gran mayoría sólo leen monografías y manuales sin mayor investigación del asunto, cuando no directamente pastan de alguna ideología cerril o de algún departamento de relaciones públicas); nada de eso: documentos de la época, artículos, declaraciones, conferencias, diarios de los grandes y pequeños protagonistas de aquellos años que para el autor supusieron el fin de la civilización, el fin del mundo, el fin de toda esperanza en una especie fundamentalmente sanguinaria.

Documento tras documento y testimonio tras testimonio, sin interferencia alguna del autor, que calla expresivamente, casi hoscamente, el lector se va adentrando en la espesa mentira que los vencedores tramaron para dar su perfil idílico a las masas a las que enviaban al matadero. No había ningún ideal tras su presunto sacrificio por salvar a Europa de las garras del nazismo, sino un deseo pertinaz y criminal de sacar a los campos de batalla su arsenal de últimos modelos matarifes.

Los líderes aliados eran antijudíos y anticomunistas a partes iguales, igual que Hitler, y los únicos ideales que se vieron por aquellos pagos fueron los de quienes entregaron sus vidas. En este libro, Churchill adquiere la talla siniestra de un Stalin y da la impresión de que le ha llegado la hora de la verdad, como sucedió en su momento con el capo soviético y sus colectivizaciones y depuraciones genocidas.

De hecho, el mundo podría haber sido efectivamente otro, caso de que no lo sea ya y estemos tardando en enterarnos, pero Hitler ofreció mejor ocasión y más amplia que Stalin para teñir el mundo de rojo y tapizarlo de vísceras. En fin, para montar una gran exposición universal de máquinas asesinas y potenciar el nuevo capitalismo de armamento pesado y rutilante tecnología, fascinación de aquella época.

Hay que insistir en que este libro no es una interpretación histórica, sino una densa recapitulación de hechos perfectamente contrastados y registrables.

El autor de 'La entreplanta' o 'La caja de cerillas', una suerte de objetivista a muerte, cuya narrativa es una huida pavorosa de la conciencia humana a la vez que una investigación minuciosa de las cosas que nos rodean y hablan de nosotros con mayor verdad de la que nosotros hablamos de nosotros mismos, realiza aquí un ejercicio semejante, aunque ahora con la historia que nos han querido vender.

3 comentarios :

  1. No deja de ser sorprenente que las teorías de la conspiración lleguen hasta Churchill y Roosevelt. Pero bueno, es el alma humana.

    Una crítica un poco distinta:

    http://www.nytimes.com/2008/03/12/books/12grim.html

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  2. Evidentemente no hace bueno a Churchill el luchar contra el eje fascista. Ya comenté en otro momento su desprecio por la situación que atravesaba España cuando la guerra civil, reduciéndolo a un conflicto entre comunistas y militares. Reducir el conflicto a un asunto entre "buenos" y "malos", además de un planteamiento maniqueo, es demasiado simple y limitado.
    Un saludo.

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  3. Hace unos días comenté que había que alejarse de la versión hollywodiense de la Segunda Guerra Mundial con aliados superbuenos y eje supermalos. No quiero ser muy tajante puesto que no he leido el libro, pero según la crítica, este libro me parece el extremo contrario. Juzga a los políticos aliados con el (algo trasnochado) prisma actual y les presupone una maldad y una crueldad que dudo mucho que tuviesen. Como ya dije, una vez que estalló la Guerra, todos los países tenían que ganarla como fuera, y todos lo hicieron.

    Un saludo

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