José Antonio Montero tiene 96 años, vive en Gijón y es quizá el único superviviente asturiano de cuantos participaron en la División Azul, el grupo de combatientes españoles que durante la II Guerra Mundial fue hasta la Unión Soviética para luchar contra el comunismo desde el bando de la Alemania nazi. Hijo de un ferroviario muy religioso, como él, con numerosísima prole; telegrafista de profesión y padre, a su vez, de una amplia familia, fue herido cuatro veces -dos de ellas de extrema gravedad- mantiene una memoria y una vitalidad prodigiosas y habla de sucesos terribles con una objetividad y humanidad dignas del mayor elogio.
Montero nació en noviembre de 1913 «en Pajares del Puerto» en una familia con quince hijos. Era el séptimo, solo queda él. La madre «muy luchadora», hija de un labrador rico y al tiempo, capataz de peones camineros. De La Frecha, la aldea de Juanín Muñiz Zapico, el líder de CC OO en la transición; «se querían mucho las dos familias». Renfe daba casa y terrenos para sembrar así que tenían vacas, gallinas, conejos...
El padre, de Puente de los Fierros. De críos, José Antonio y sus hermanos iban en tren desde Campomanes, donde vivían, al colegio de los maristas en Pola de Lena. Padre ferroviario, billete gratuito. «Buena leche, abundante mantequilla, comida sana, rosario diario y en casa a las nueve de la noche» así resume la infancia donde, quizá, se labró el secreto de su longevidad.
El padre, capataz de vías y obras, ascendió a sobrestante -encargado de cuidar vías y túneles- y se fueron todos a Oviedo donde José Antonio estudió «delineante, con don Francisco, en la escuela industrial que estaba cerca del Fontán».
Vivían al lado de los Pilares en unos chalet de la Renfe. Iba con sus hermanos a la Acción Católica de San Juan. «Parchís, damas, santo rosario y para casa».
Pero todo se torció. «A nosotros nos llamaban cavernícolas y nosotros a ellos, comunistas. A la salida de San Juan nos esperaban para darnos palos. A puñetazos nos defendíamos pero tenían unas porras hechas de cables y con una bola de plomo. Corríamos como demonios mientras nos daban. Ya en casa nuestra madre venga a curarnos».
En la revolución de octubre del 34 cayó una bomba en la casa familiar que le alcanzó. Acabó en un sanatorio donde le sacaron un puñado de trozos de metralla. Y estalló la guerra civil. «Nuestros padres nos reunieron. Estoy cansada de curaros, dijo nuestra madre. No hacéis nada malo y esos sinvergüenzas os pegan. Creo que José Antonio» fundador de Falange «es un hombre muy bueno».
Fue con dos hermanos al cuartel del Milán. Se alistó en la compañía del capitán Janáriz, «una persona excelente». Cayó herido en la posición de Pando, cerca de Fitoria, donde, entonces, había un túnel de la Renfe. «Ellos tenían fusiles checos, me salvó el casco».
El 21 de febrero de 1936, en el clímax de los ataques sobre Oviedo, le cayó «una bomba a los pies» y resultó herido muy grave. Restablecido, los tres hermanos ingresaron en una academia militar de Jerez, confiada a profesores alemanes. Uno murió, después, en la batalla de Teruel «donde está enterrado el pobrecito».
Montero estaba con su unidad en Villaviciosa de Odón cuando les avisaron que se derrumbaba el frente de Madrid. «Fuimos recibidos con abrazos y besos, tremendo». Le destinaron a aviación, a una bandera paracaidista. En el primer salto quedó colgado de un árbol. Estalló la segunda Guerra Mundial, solicitó incorporarse a la División Azul «y a los dos días me llamaron».
En Alemania les cambiaron los uniformes y de cabeza al frente del río Voljov, ya en Rusia. Y después, a los arrabales de Leningrado. Allí se libró «la batalla más dura de la División Azul. Había una cantidad de bajas enormes. Un infierno, nevadas terribles con temperaturas de hasta 40 grados bajo cero. Se me congeló la nariz, las pasé moradas. Un centinela que no puso bien el gorro fue a cogerse una oreja y se quedó con ella en la mano, completamente helada. Caí herido muy grave, me daban por muerto».
Le recogieron los servicios sanitarios «que tenían tanques ambulancia en primera línea, con sangre, médicos y enfermeras. Allí mismo me hicieron una transfusión si no la palmo en unos minutos. Está muy pálido, ponle sangre, oí decir. Me dieron dos litros. Los alemanes eran el no va más de la organización. Total, estuve seis meses en la División Azul, manejando cañones antitanque y ametralladoras. Los rusos son muy valientes y buenos combatientes. Avanzaban como hormigas pegados a sus tanques pero, la verdad, iban borrachos como cubas. Una vez les cogimos muchas cantimploras con vodka y estuvimos no se cuantos días bebiendo. Perdí fotografías y de todo cuando me evacuaron herido».
En la retaguardia, más transfusiones «y al mes, como tenía una importante mutilación con un coeficiente del 50 por ciento, con una pierna y un brazo afectados y todavía con metralla dentro, me evacuaron a España. Primero, Vitoria y después a Madrid. Me sacaron cuatro trozos de hierro y me dejaron otro cerca del corazón, en un sitio muy peligroso. Me arreglaron un brazo, me pusieron nuevo pero con un año de convalecencia».
José Antonio Montero comenta que se alistó en la División Azul «porque un militar sin guerra es un obrero parado; porque los alemanes nos ayudaron en la guerra, se portaron muy bien y había que corresponder; y además porque estaba hasta el gorro de oír que Rusia era un país donde se vivía muy bien y quería verlo. En buena hora lo dije. Me tocó tomar los sitios más difíciles y pobres, con gente de lo más buena que vivía fatal. Tenían encima al comisario político, siempre con dos pistolas, que los maltrataba. No había higiene, las casas apenas con una estufa. Dormían vestidos. Terrible».
Tras la guerra se casó «con una gran mujer de los Fano de Oviedo. Me dio siete hijos modelo. Falleció hace veinte años. Pasé a mutilado permanente. Solicité un puesto en telégrafos que se cubrían con militares. Me destinaron a Luanco. Cinco años. Había poco trabajo, pescaba. Y para que estudiasen los hijos me vine, ya jubilado, a Gijón».
Por su participación en la División Azul, en el 18 Batallón, cobra una pensión de Alemania. Pero España no le paga. «Cobré de Alemania desde que me dieron el alta. Tras perder la guerra dejaron de pagarnos pero volvió la paga a los tres años y con los atrasos. Son muy honrados. Me la acaban de subir. Tenía que cobrar la pensión española y la alemana. Los dos gobiernos se pusieron de acuerdo para unirlas y que pagase la mitad cada uno. Ahora recibo 175 euros mensuales, que está bastante bien, de pensión de Alemania pero no de España, me la quitaron los socialistas. Me queda la media pensión alemana, la pensión de telecomunicaciones y la del empleo como militar».
«Recibo 175 euros al mes de pensión de Alemania, pero no de España, me la quitaron los socialistas»
Montero nació en noviembre de 1913 «en Pajares del Puerto» en una familia con quince hijos. Era el séptimo, solo queda él. La madre «muy luchadora», hija de un labrador rico y al tiempo, capataz de peones camineros. De La Frecha, la aldea de Juanín Muñiz Zapico, el líder de CC OO en la transición; «se querían mucho las dos familias». Renfe daba casa y terrenos para sembrar así que tenían vacas, gallinas, conejos...
El padre, de Puente de los Fierros. De críos, José Antonio y sus hermanos iban en tren desde Campomanes, donde vivían, al colegio de los maristas en Pola de Lena. Padre ferroviario, billete gratuito. «Buena leche, abundante mantequilla, comida sana, rosario diario y en casa a las nueve de la noche» así resume la infancia donde, quizá, se labró el secreto de su longevidad.
El padre, capataz de vías y obras, ascendió a sobrestante -encargado de cuidar vías y túneles- y se fueron todos a Oviedo donde José Antonio estudió «delineante, con don Francisco, en la escuela industrial que estaba cerca del Fontán».
Vivían al lado de los Pilares en unos chalet de la Renfe. Iba con sus hermanos a la Acción Católica de San Juan. «Parchís, damas, santo rosario y para casa».
Pero todo se torció. «A nosotros nos llamaban cavernícolas y nosotros a ellos, comunistas. A la salida de San Juan nos esperaban para darnos palos. A puñetazos nos defendíamos pero tenían unas porras hechas de cables y con una bola de plomo. Corríamos como demonios mientras nos daban. Ya en casa nuestra madre venga a curarnos».
En la revolución de octubre del 34 cayó una bomba en la casa familiar que le alcanzó. Acabó en un sanatorio donde le sacaron un puñado de trozos de metralla. Y estalló la guerra civil. «Nuestros padres nos reunieron. Estoy cansada de curaros, dijo nuestra madre. No hacéis nada malo y esos sinvergüenzas os pegan. Creo que José Antonio» fundador de Falange «es un hombre muy bueno».
Fue con dos hermanos al cuartel del Milán. Se alistó en la compañía del capitán Janáriz, «una persona excelente». Cayó herido en la posición de Pando, cerca de Fitoria, donde, entonces, había un túnel de la Renfe. «Ellos tenían fusiles checos, me salvó el casco».
El 21 de febrero de 1936, en el clímax de los ataques sobre Oviedo, le cayó «una bomba a los pies» y resultó herido muy grave. Restablecido, los tres hermanos ingresaron en una academia militar de Jerez, confiada a profesores alemanes. Uno murió, después, en la batalla de Teruel «donde está enterrado el pobrecito».
Montero estaba con su unidad en Villaviciosa de Odón cuando les avisaron que se derrumbaba el frente de Madrid. «Fuimos recibidos con abrazos y besos, tremendo». Le destinaron a aviación, a una bandera paracaidista. En el primer salto quedó colgado de un árbol. Estalló la segunda Guerra Mundial, solicitó incorporarse a la División Azul «y a los dos días me llamaron».
En Alemania les cambiaron los uniformes y de cabeza al frente del río Voljov, ya en Rusia. Y después, a los arrabales de Leningrado. Allí se libró «la batalla más dura de la División Azul. Había una cantidad de bajas enormes. Un infierno, nevadas terribles con temperaturas de hasta 40 grados bajo cero. Se me congeló la nariz, las pasé moradas. Un centinela que no puso bien el gorro fue a cogerse una oreja y se quedó con ella en la mano, completamente helada. Caí herido muy grave, me daban por muerto».
Le recogieron los servicios sanitarios «que tenían tanques ambulancia en primera línea, con sangre, médicos y enfermeras. Allí mismo me hicieron una transfusión si no la palmo en unos minutos. Está muy pálido, ponle sangre, oí decir. Me dieron dos litros. Los alemanes eran el no va más de la organización. Total, estuve seis meses en la División Azul, manejando cañones antitanque y ametralladoras. Los rusos son muy valientes y buenos combatientes. Avanzaban como hormigas pegados a sus tanques pero, la verdad, iban borrachos como cubas. Una vez les cogimos muchas cantimploras con vodka y estuvimos no se cuantos días bebiendo. Perdí fotografías y de todo cuando me evacuaron herido».
En la retaguardia, más transfusiones «y al mes, como tenía una importante mutilación con un coeficiente del 50 por ciento, con una pierna y un brazo afectados y todavía con metralla dentro, me evacuaron a España. Primero, Vitoria y después a Madrid. Me sacaron cuatro trozos de hierro y me dejaron otro cerca del corazón, en un sitio muy peligroso. Me arreglaron un brazo, me pusieron nuevo pero con un año de convalecencia».
José Antonio Montero comenta que se alistó en la División Azul «porque un militar sin guerra es un obrero parado; porque los alemanes nos ayudaron en la guerra, se portaron muy bien y había que corresponder; y además porque estaba hasta el gorro de oír que Rusia era un país donde se vivía muy bien y quería verlo. En buena hora lo dije. Me tocó tomar los sitios más difíciles y pobres, con gente de lo más buena que vivía fatal. Tenían encima al comisario político, siempre con dos pistolas, que los maltrataba. No había higiene, las casas apenas con una estufa. Dormían vestidos. Terrible».
Tras la guerra se casó «con una gran mujer de los Fano de Oviedo. Me dio siete hijos modelo. Falleció hace veinte años. Pasé a mutilado permanente. Solicité un puesto en telégrafos que se cubrían con militares. Me destinaron a Luanco. Cinco años. Había poco trabajo, pescaba. Y para que estudiasen los hijos me vine, ya jubilado, a Gijón».
Por su participación en la División Azul, en el 18 Batallón, cobra una pensión de Alemania. Pero España no le paga. «Cobré de Alemania desde que me dieron el alta. Tras perder la guerra dejaron de pagarnos pero volvió la paga a los tres años y con los atrasos. Son muy honrados. Me la acaban de subir. Tenía que cobrar la pensión española y la alemana. Los dos gobiernos se pusieron de acuerdo para unirlas y que pagase la mitad cada uno. Ahora recibo 175 euros mensuales, que está bastante bien, de pensión de Alemania pero no de España, me la quitaron los socialistas. Me queda la media pensión alemana, la pensión de telecomunicaciones y la del empleo como militar».
«Recibo 175 euros al mes de pensión de Alemania, pero no de España, me la quitaron los socialistas»
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