Tan sólo tres meses y medio después de la histórica entrevista de Franco con Hitler en Hendaya, el Caudillo se reunía, en la localidad italiana de Bordighera, con el otro gran dictador europeo: Benito Mussolini. Ambos encuentros representaban el interés de las dos principales potencias del Eje para que España interviniera en la Guerra Mundial, pero el dictador español supo evitar un compromiso que, con toda seguridad, habría consumado, por mucho tiempo, la ruina de un país ya desagrado por la Guerra Civil.
A diferencia de la entrevista con el Führer –en la que éste prometió a Franco un lugar importante en el nuevo Orden Europeo si le ayudaba–, el encuentro entre el Caudillo y el Duce, el 12 de febrero de 1941, fue calificado por el historiador inglés Paul Preston, en la Tercera de ABC, como «anodino».
Una reunión intrascendente que quedó recogido en ABC con la frivolidad y adulación al dictador propia de la prensa oficial del régimen: «El contacto personal de los dos grandes jefes de los pueblos mediterráneos se desarrolló en términos de auténtica amistad. No es aventurado suponer que la más resuelta sinceridad habrá presidido las conversaciones de las personalidades reunidas», podía leerse, junto a otras informaciones vacías como que «de lo tratado en la reunión nada se conoce, como es natural, aparte de lo que el comunicado correspondiente señala» o «más de tres horas se prolongó la entrevista de las tres personalidades, y a la salida de ella, se pudo apreciar en los rostros de los reunidos la satisfacción». Es decir, nada de nada.
Según Preston, «en Bordighera, después de los reveses militares sufridos por Italia en los Balcanes y en África del Norte, el Caudillo encontró a Mussolini deprimido y muy envejecido». Esto debió influir en que el Duce, con las defensas bajas, acabara alentando a Franco de que no entrara en la guerra del lado de Italia, Alemania y Japón... justo los contrario del objetivo principal de aquel encuentro alentado por Hitler.
«¿Cómo se puede impulsar a la guerra a una nación que tiene reservas de pan para un día?», dijo a su propio estado mayor, en una actitud muy diferente a la que había mostrado un Führer, resignado, en Hendaya: «Prefiero que me saquen todos los dientes de la boca a tener otro encuentro con ese hombre».
España se encontraba, efectivamente, en la ruina tras el conflicto, con una acuciante escasez de alimentos y combustible, lo que no impidió a Franco, sobre todo al principio de la guerra –cuando la derrota francesa condujo a las tropas nazis hasta la frontera española–, mostrar su amistad con la Alemania e Italia fascistas, que tanto le habían ayudado durante la Guerra Civil.
Esta admiración, sobre todo por el Duce –al que Franco encontró «viejo» y «deprimido», pero al que aún consideraba «la mayor figura política del mundo»–, no fue suficiente argumento para que el Caudillo se implicara en una guerra que habría resultado suicida. Así concluyó aquella reunión histórica... amigos, pero no hermanos; juntos, pero no revueltos.
Vía| ABC
A diferencia de la entrevista con el Führer –en la que éste prometió a Franco un lugar importante en el nuevo Orden Europeo si le ayudaba–, el encuentro entre el Caudillo y el Duce, el 12 de febrero de 1941, fue calificado por el historiador inglés Paul Preston, en la Tercera de ABC, como «anodino».
Una reunión intrascendente que quedó recogido en ABC con la frivolidad y adulación al dictador propia de la prensa oficial del régimen: «El contacto personal de los dos grandes jefes de los pueblos mediterráneos se desarrolló en términos de auténtica amistad. No es aventurado suponer que la más resuelta sinceridad habrá presidido las conversaciones de las personalidades reunidas», podía leerse, junto a otras informaciones vacías como que «de lo tratado en la reunión nada se conoce, como es natural, aparte de lo que el comunicado correspondiente señala» o «más de tres horas se prolongó la entrevista de las tres personalidades, y a la salida de ella, se pudo apreciar en los rostros de los reunidos la satisfacción». Es decir, nada de nada.
Según Preston, «en Bordighera, después de los reveses militares sufridos por Italia en los Balcanes y en África del Norte, el Caudillo encontró a Mussolini deprimido y muy envejecido». Esto debió influir en que el Duce, con las defensas bajas, acabara alentando a Franco de que no entrara en la guerra del lado de Italia, Alemania y Japón... justo los contrario del objetivo principal de aquel encuentro alentado por Hitler.
«¿Cómo se puede impulsar a la guerra a una nación que tiene reservas de pan para un día?», dijo a su propio estado mayor, en una actitud muy diferente a la que había mostrado un Führer, resignado, en Hendaya: «Prefiero que me saquen todos los dientes de la boca a tener otro encuentro con ese hombre».
España se encontraba, efectivamente, en la ruina tras el conflicto, con una acuciante escasez de alimentos y combustible, lo que no impidió a Franco, sobre todo al principio de la guerra –cuando la derrota francesa condujo a las tropas nazis hasta la frontera española–, mostrar su amistad con la Alemania e Italia fascistas, que tanto le habían ayudado durante la Guerra Civil.
Esta admiración, sobre todo por el Duce –al que Franco encontró «viejo» y «deprimido», pero al que aún consideraba «la mayor figura política del mundo»–, no fue suficiente argumento para que el Caudillo se implicara en una guerra que habría resultado suicida. Así concluyó aquella reunión histórica... amigos, pero no hermanos; juntos, pero no revueltos.
Vía| ABC
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