"Jugaba como nadie, ponía gracia y fantasía, jugaba desenfadado, fácil y alegre, siempre jugaba y nunca luchaba".- Friedrich Torberg
El fútbol tiene historias que van más allá del terreno de juego y la de Mathias Sindelar es precisamente una de ellas. Este futbolista forma parte de los perdurables en la historia de este deporte, apodado como el “Mozart del fútbol” por su elegancia en la conducción del balón y con una gran habilidad para penetrar entre los defensas. Sería en la selección de su país, Austria, donde se convertiría en leyenda: fue un hombre que nunca se doblegó al nazismo. Hay que tener en cuenta que la selección de Austria de aquella época era una de las grandes potencias del continente europeo. Alemania como parte del plan del III Reich en 1938 invadió y anexó a Austria. En el plano futbolístico Alemania, en esa época, no gozaba de gran potencial en su equipo nacional por lo que como parte de la anexión, la selección de Austria desaparecería cediendo sus mejores jugadores. Y entre ellos figuraba Mathias Sindelar.
En este plan orquestado por los dirigentes nazis, con Hitler a la cabeza, nunca albergaron especial atención por el fútbol pero lo quisieron usar como propaganda y beneficio social para sus macabros planes expansionistas. Sindelar iba a suponer un contratiempo. Al futbolista austriaco, de origen judío, le dolía ver a su amada patria sometida entre las garras de acero del Tercer Reich, nunca vio con buenos ojos la anexión y mucho menos estaba dispuesto a defender la camiseta alemana. Sin embargo, los planes siguieron su curso y el 3 de abril de 1938 quedó acordado el último partido de los austriacos en un amistoso que les mediría con la selección alemana, a la que posteriormente, deberían incorporarse forzosamente mediante la naturalización.
Cuentan sobre el encuentro que más que un partido amistoso debería llamársele una parodia más de la infame propaganda nazi. Todo estaba preparado para que los austriacos se dejaran ganar obedientemente y según las crónicas, los austriacos recibieron la consigna de no marcar. Durante la primera parte, Mathias Sindelar regateó mil y una veces a los defensores alemanes, pero, cada vez que llegaba ante el portero, echaba el balón fuera y volvía a su campo con gestos de resignación. Los austriacos teniendo muchas y claras ocasiones fallaron (de manera premeditada).
Sindelar en el segundo tiempo asumió el liderato de su equipo, siendo el mejor y desplegando sobre el terreno de juego todo un amplio repertorio de regates culminados con la consecución de un gol que celebró bailando y burlándose enfrente del palco de los jerarcas nazis. En lugar de alzar el brazo frente a Hitler, como todo el mundo esperaba, el delantero austriaco se puso a bailar. Adolfo Hitler, enfurecido por haber sido dejado en ridículo, sentenció a muerte al jugador austriaco, que tuvo que vivir en la clandestinidad a partir de ese momento. Nunca más volvió a pisar un terreno de juego. Nunca más volvió a tocar un balón de fútbol.
A partir de entonces la vida de Sindelar fue la de un perseguido más. Investigado por la Gestapo junto con su familia y apartado del fútbol, el jugador nunca más volvería a demostrar sus habilidades en un terreno de juego. Moriría meses después junto con su pareja (algunos dicen que era una prostituta) en su residencia de Viena envenenado por inhalar monóxido de carbono. Algunos dicen que se suicidó porque le habían quitado el fútbol, la pasión de su vida. Pero sin embargo no son pocas las voces que se inclinan por la posibilidad de que fuera asesinado como castigo a su condición de judío o como venganza a su actitud en el famoso partido amistoso. Hace 71 años de aquel triste día y para homenajearlo muchos compatriotas dejan flores sobre su tumba en el Cementerio Central de Viena, porque como un gran héroe, su nombre sigue vigente y siempre se le recuerda como el mejor deportista austriaco del siglo XX.
Matthias Sindelar, el Mozart del fútbol, uno de tantos que se rebeló contra la injusticia de la guerra y la opresión de los débiles y para ello lo hizo de la forma que mejor sabía: jugando al fútbol.
El fútbol tiene historias que van más allá del terreno de juego y la de Mathias Sindelar es precisamente una de ellas. Este futbolista forma parte de los perdurables en la historia de este deporte, apodado como el “Mozart del fútbol” por su elegancia en la conducción del balón y con una gran habilidad para penetrar entre los defensas. Sería en la selección de su país, Austria, donde se convertiría en leyenda: fue un hombre que nunca se doblegó al nazismo. Hay que tener en cuenta que la selección de Austria de aquella época era una de las grandes potencias del continente europeo. Alemania como parte del plan del III Reich en 1938 invadió y anexó a Austria. En el plano futbolístico Alemania, en esa época, no gozaba de gran potencial en su equipo nacional por lo que como parte de la anexión, la selección de Austria desaparecería cediendo sus mejores jugadores. Y entre ellos figuraba Mathias Sindelar.
En este plan orquestado por los dirigentes nazis, con Hitler a la cabeza, nunca albergaron especial atención por el fútbol pero lo quisieron usar como propaganda y beneficio social para sus macabros planes expansionistas. Sindelar iba a suponer un contratiempo. Al futbolista austriaco, de origen judío, le dolía ver a su amada patria sometida entre las garras de acero del Tercer Reich, nunca vio con buenos ojos la anexión y mucho menos estaba dispuesto a defender la camiseta alemana. Sin embargo, los planes siguieron su curso y el 3 de abril de 1938 quedó acordado el último partido de los austriacos en un amistoso que les mediría con la selección alemana, a la que posteriormente, deberían incorporarse forzosamente mediante la naturalización.
Cuentan sobre el encuentro que más que un partido amistoso debería llamársele una parodia más de la infame propaganda nazi. Todo estaba preparado para que los austriacos se dejaran ganar obedientemente y según las crónicas, los austriacos recibieron la consigna de no marcar. Durante la primera parte, Mathias Sindelar regateó mil y una veces a los defensores alemanes, pero, cada vez que llegaba ante el portero, echaba el balón fuera y volvía a su campo con gestos de resignación. Los austriacos teniendo muchas y claras ocasiones fallaron (de manera premeditada).
Sindelar en el segundo tiempo asumió el liderato de su equipo, siendo el mejor y desplegando sobre el terreno de juego todo un amplio repertorio de regates culminados con la consecución de un gol que celebró bailando y burlándose enfrente del palco de los jerarcas nazis. En lugar de alzar el brazo frente a Hitler, como todo el mundo esperaba, el delantero austriaco se puso a bailar. Adolfo Hitler, enfurecido por haber sido dejado en ridículo, sentenció a muerte al jugador austriaco, que tuvo que vivir en la clandestinidad a partir de ese momento. Nunca más volvió a pisar un terreno de juego. Nunca más volvió a tocar un balón de fútbol.
A partir de entonces la vida de Sindelar fue la de un perseguido más. Investigado por la Gestapo junto con su familia y apartado del fútbol, el jugador nunca más volvería a demostrar sus habilidades en un terreno de juego. Moriría meses después junto con su pareja (algunos dicen que era una prostituta) en su residencia de Viena envenenado por inhalar monóxido de carbono. Algunos dicen que se suicidó porque le habían quitado el fútbol, la pasión de su vida. Pero sin embargo no son pocas las voces que se inclinan por la posibilidad de que fuera asesinado como castigo a su condición de judío o como venganza a su actitud en el famoso partido amistoso. Hace 71 años de aquel triste día y para homenajearlo muchos compatriotas dejan flores sobre su tumba en el Cementerio Central de Viena, porque como un gran héroe, su nombre sigue vigente y siempre se le recuerda como el mejor deportista austriaco del siglo XX.
Matthias Sindelar, el Mozart del fútbol, uno de tantos que se rebeló contra la injusticia de la guerra y la opresión de los débiles y para ello lo hizo de la forma que mejor sabía: jugando al fútbol.
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