A la pregunta de si merecía ir a los Óscar, Lu responde con un rotundo "por supuesto".
"Fue la mejor película en China el año pasado. Pero por desgracia, (el Gobierno) no nos dio 'el billete'. No importa, podemos promover la película a nuestra manera. Las buenas películas nunca mueren", asevera este realizador de 38 años.
Así de seguro está de su tercera cinta, "Ciudad de vida y muerte", después de que en España se le catalogara como el "Spielberg chino" por desgranar el traumático "holocausto" nacional: la matanza, tortura y violación de unos 300.000 hombres, mujeres y niños en Nankín a manos de los invasores japoneses en 1937.
Con la poética desoladora del neorrealismo bicolor, la cinta épica de Lu, protagonizada por Qin Lan y Liu Ye, no deja resquicio para el sosiego, mostrando con una fidelidad árida las atrocidades cometidas por el invasor; también, y para desgracia del realizador, carece del maniqueísmo que exige el patriotismo herido.
"Parezco inteligente, pero es evidente que no lo soy", dice enmarcado por unas gafas de montura oscura al referirse al campo de minas en el que se metió cuando empezó a pre-producir "Nanjing! Nanjing!" (título original), la llaga no restañada de China.
Lo supo al recibir las primeras amenazas de muerte por haber cometido un grave error: retratar a un soldado japonés como humano.
"Me quedé realmente en shock, estaba un poco preocupado por mi familia. Y estaba tan sorprendido. Encontré que algunos chinos no estaban preparados para aceptar esta verdad", recuerda el "traidor", que tuvo que llegar a proteger a los extras nipones en el rodaje.
Por eso el régimen se lo pensó mucho antes de permitir que la bomba de relojería llegara al público, hasta que, según pudo saber luego Lu, una de las facciones del Partido Comunista ganó y el mismísimo jefe de Propaganda, Li Changchun, dio su bendición.
"Hay que darles a los japoneses la oportunidad de confesarse", dice Lu que le dijeron que había dicho quien, añade, salvó su cinta.
A pesar de que la censura retuvo la película durante un año y cortó algunas escenas, no pudo evitar que al cabo de una semana de su estreno, en abril de 2009, Nankín estuviera en boca de todos: era titular en diarios, revistas, radio, televisión y desataba peleas en los bares, en la calle, en el autobús.
Así que al cabo de cinco semanas y superada la taquilla fetiche de los cien millones de yuanes (14,6 millones de dólares, 10,7 millones de euros) el régimen la retiró de las salas.
"En China lo más importante es la estabilidad. Así que quizás algunas personas le tomaron miedo a la película, se pusieron algo nerviosas y frenaron la distribución", explica un comprensivo Lu.
Su cinta sigue siendo moneda de cambio política: Pekín la ha retirado del festival Film Forum de Palm Springs y del de Melbourne porque éstos aceptaron cintas sobre el Dalai Lama y Rebiya Kadeer: "No soy dueño del destino de mis películas. Lo entiendo. Pero ojalá que no la hubieran retirado de esos festivales".
No obstante, cree que su país se está abriendo y que él está ayudando, porque esa película jamás habría sido aprobada hace cinco años.
Le gusta que comparen a su último retoño con "La lista de Schindler" o "Apocalypse now", a las que este ex militar e hijo del famoso novelista chino Lu Tianming considera "hitos".
"Mi pasado de soldado tuvo una gran, gran influencia en la película. En la academia descubrí que las masacres son uno de los comportamientos más oscuros, pero no sólo las cometen las 'malas naciones', como Alemania o Japón, también mi propio pueblo: en la historia de China hay más de cien masacres peores que Nankín".
Y él fue testigo de una, como uno de los estudiantes que se manifestó en la plaza pequinesa de Tiananmen en 1989, pero se salvó de la matanza.
El padre decidió entonces enviarlo a la Academia militar para salvarlo de la caza de brujas y para que aprendiera de la vida antes de entregarse a una vocación que era ya obvia a los 16 años.
Su obsesión por la guerra se traduce en una minuciosa preparación de cuatro años en la que entrevistó a los soldados japoneses supervivientes de Nankín: "Pensaba que eran animales, bestias, pero entrevisté a muchos ex combatientes, su edad media es de 75 u 80 años. Para mi sorpresa, eran muy buena gente, buenos abuelos".
La verdad le sorprendió, dice, "todo el mundo puede hacer esas cosas horribles, no sólo los animales".
Por eso le molesta que califiquen a su película como un "zhuxuanlu", propaganda del régimen: "Festivales como Berlín y Cannes vieron la cinta y, curioso, me dijeron que era propaganda. Me sentí herido. Odio eso. Es una película independiente".
Lu asegura que ni él ni su equipo obedecen órdenes del Buró de Cine. Por eso "cuando San Sebastián eligió la cinta, me sentí agradecido por el festival. Un buen festival escoge buenas películas". Y ahora prepara otra, también sobre la guerra.
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