Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) obtuvo el pasado noviembre el XLI Premio de Novela Ateneo de Sevilla con 'El violinista de Mauthausen', que relata el drama de un republicano español separado de su prometida en París a causa de la Segunda Guerra Mundial. El autor de 'La clave Pinner', 'El factor Einstein' y 'El síndrome de Mowgli' firmó ayer ejemplares de su última novela en la Feria del Libro de Granada.
-Escribió 'El violinista de Mauthausen' a partir de una imagen.
-En una estación de metro en Viena vi a una pareja muy joven que bailaba un vals sin música en el andén. Yo estaba en Austria buscando localizaciones: intento documentarme bien sobre los sitios en que suceden mis novelas porque me gusta que el mundo en el que se desenvuelven los personajes sea creíble. La mayoría de las cosas importantes en la vida suceden por casualidad y yo tuve el feliz acontecimiento de encontrarme con aquella pareja. Era una imagen muy poderosa y se convirtió en la semilla que dio lugar a 'El violinista de Mauthausen'.
-Poca gente sabe que miles de españoles fueron víctimas de los campos nazis. ¿Pretendía reivindicar ese hecho en su novela?
-Creo que un escritor no tiene que dar ningún mensaje. Soy un narrador y quiero contar historias y que el lector se lo pase bien. Si luego aprende cosas o siente que el tiempo que ha invertido en leer el libro ha merecido la pena, muchísimo mejor. No creo que una novela deba ser un mensaje, aunque de la novela se pueda extraer un mensaje. Cuando empecé a documentarme para escribir 'El violinista...' descubrí que hay mucha documentación, muchas biografías, muchas fotos, pero no encontré nada de ficción sobre el campo de concentración de Mauthausen. Y creo que la ficción puede hacer que muchos lectores se interesen por ello, como por suerte está ocurriendo.
-Mientras todo el mundo escribe sobre la Guerra Civil española, usted ya ha ambientado tres de sus novelas en la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué?
-Yo he leído mucho a Graham Greene, a Le Carré, siempre me han gustado las novelas de espionaje anglosajón, y echaba en falta que eso se contara desde una perspectiva española. España no participó en la Segunda Guerra Mundial, pero los españoles, sí: los republicanos de Mauthausen, los soldados de la División Azul, los espías, los que llegaron a París con el general Leclerc... Había que recordar su historia.
-¿Por qué la guerra es un buen escenario para las historias de amor?
-No sólo para las historias de amor. Hay una serie de elementos que siempre aparecen en mis libros: la amistad, la lealtad, el amor, la culpa, la traición, la redención, el sacrificio... En la Segunda Guerra Mundial todos esos elementos se dan de forma superlativa y a mí me gusta explorarlos. La guerra es un mundo muy novelesco y yo me sirvo de ella para contar historias humanas que me interesan.
-En las primeras páginas de la novela afirma que su protagonista, Rubén, que ha sobrevivido cinco años en campos de concentración nazis, no es un hombre valiente. ¿Es una especie de antihéroe?
-Me gustan los personajes normales, de la calle, como cualquiera de nosotros, que se ven envueltos en situaciones extraordinarias. Ahí es donde el ser humano da su verdadera talla. Los personajes principales de la novela se ven obligados a hacer cosas que hubieran querido no hacer. Él tiene que sobrevivir en un campo de exterminio; ella se convierte en espía.
-También habla de la ambigüedad del mal; de cómo uno puede emocionarse con Mozart o ir a misa con la familia y después ordenar la muerte de cien judíos.
-Es una de las paradojas de la época nazi que yo he querido llevar al propio título de la novela: refleja la paradoja entre la crueldad de los campos nazis y la sensibilidad de la música. La novela empieza con una cita, un proverbio alemán: 'Donde oigas cantar, siéntate tranquilamente; los malos no tienen canciones'.
-¿El libro tiene banda sonora?
-Podía haber sido el pianista, el flautista o el tamborilero de Mauthausen, pero creo que si los años treinta y cuarenta tuvieran una banda sonora, sería la música de un violín. Por otra parte, es un instrumento fácil de transportar y me venía bien para reflejar la vida bohemia de los personajes.
-Hace unos años lo dejó todo para ser escritor. Poca gente se atreve a dar un salto en el vacío. ¿Qué hacía antes?
-No es algo que suceda de la noche a la mañana. Yo tenía un pequeño negocio de muebles pero me gustaba a escribir. Empecé a ganar concursos literarios, a colaborar en medios de comunicación, y llegó un momento en que tuve que tomar una decisión. Mi primera novela y la mayoría de mis cuentos los escribí de 6 a 8 de la mañana y de 3 a 4 de la tarde, que era el tiempo que me dejaba libre el trabajo. No le recomendaría a nadie dedicarse a la literatura si no es por vocación, porque es un mundo difícil, en el que es tan importante la constancia como el talento.
-¿Qué le parecen las ferias?
-A mí me gusta el contacto con los lectores. Es bueno que un escritor salga de su cubículo y se enfrente a los lectores, a los medios y a la vida. Cuando no tenía Facebook ni blog ponía mi dirección de correo electrónico en los libros. Casi siempre te escribe gente muy amable que te felicita por la novela.
-¿Qué autores españoles le interesan?
-La lectura tiene que ser como la dieta: lo más variada posible. Si hay un autor en España que a mí me gusta especialmente -y una de las citas con las que abro 'El violinista de Mauthausen' es suya- es Antonio Muñoz Molina.
No hay comentarios :
Publicar un comentario