Vuelve Juan Mayorga (Madrid, 1965) a Nueva York. Lo hizo en 2009, con 'Way to heaven' (Himmelweg), y este domingo repite obra en el Museo de la Herencia Judía. El objetivo es conseguir que su poderosa reflexión sobre los campos de exterminio encuentre acomodo en el Off Broadway neoyorkino. La apuesta cuenta con el espaldarazo previo de la crítica americana, que el año pasado abrió los cerrojos del halago y consagró al español como uno de sus favoritos. Los hechizó su dominio del tiempo, una escritura que aúlla y muerde el tuétano, y unos personajes sonámbulos, bañados por la luz negra de un texto que respira ceniza.
Himmelweg está basada en la historia real de Theresienstadt, campo de concentración nazi que adecentaron poco antes de recibir visita de la Cruz Roja. Maestros del camuflaje, los oficiales de las SS establecieron una farsa. Por supuesto, los verdugos cambalachearon papeles; obligaron a sus víctimas a ejecutar una danza macabra, de realquilados felices merced la generosidad teutona. Ocultaban así la realidad del campo, su pornográfica industria de la muerte. Bajo las titilantes sonrisas lloraban calaveras. Cuentan que el ardid permitió silenciar, al menos en parte y durante un tiempo, los vientos de horror, mientras Europa olvidaba que su propia supervivencia pasaba por infiernos como Theresienstadt, mientras el mundo contenía la respiración y miraba al tendido.
Late en el texto de Mayorga, que coloca al inspector de la Cruz Roja como interlocutor que cuestionará el pasado, un lúcido afán por indagar en la formulación de las imágenes, en cómo nacen y a veces perpetúan mentiras por la cómoda vía de apaciguar conciencias. La obra, más allá de las apariencias, plantea el asunto de nuestra responsabilidad crítica ante el discurso/papilla que recibimos a diario, reflexiona sobre la futilidad de las coartadas como método para aliviar culpas. De fondo el colosal crimen del nazismo, el genocidio planificado, políticos que contemporizaron, ejércitos concentrados en otros menesteres, líderes religiosos y cívicos que silbaron ladinos frente a la matanza de los judíos europeos.
Filósofo y matemático, coleccionista de premios (acumula cuatro Max), Mayorga ha escrito sobre Walter Benjamin, aquel pensador revolucionario al que la policía franquista detuvo en la frontera con Francia y respondió suicidándose. También ha actualizado a los más grandes (Valle Inclán, Lope, Calderón, Ibsen, Shakespeare, Chejov) y estrenado obras en casi todos los teatros que cuentan.
El autor de 'Siete hombres buenos' 'El sueño de Ginebra' 'Cartas de amor a Stalin' 'Últimas palabras de Copito de Nieve' 'La paz perpetua'o 'El elefante pasea bajo rascacielos'. Su éxito tiene, si cabe, más mérito ahora que Broadway parece haber perdido su antiguo pulso. Como denuncia David Mamet, el público burgués, ilustrado de origen judío, que consagró a Arthur Miller y Tennessee Williams, ya no existe: abandonó la ciudad por culpa de unos alquileres estratosféricos. Aunque parezca exagerado Nueva York, donde algunas noches ya sólo florecen musicales, vuelve a un teatro que vomita literatura de alta graduación gracias a un escritor del Foro.
Himmelweg está basada en la historia real de Theresienstadt, campo de concentración nazi que adecentaron poco antes de recibir visita de la Cruz Roja. Maestros del camuflaje, los oficiales de las SS establecieron una farsa. Por supuesto, los verdugos cambalachearon papeles; obligaron a sus víctimas a ejecutar una danza macabra, de realquilados felices merced la generosidad teutona. Ocultaban así la realidad del campo, su pornográfica industria de la muerte. Bajo las titilantes sonrisas lloraban calaveras. Cuentan que el ardid permitió silenciar, al menos en parte y durante un tiempo, los vientos de horror, mientras Europa olvidaba que su propia supervivencia pasaba por infiernos como Theresienstadt, mientras el mundo contenía la respiración y miraba al tendido.
Late en el texto de Mayorga, que coloca al inspector de la Cruz Roja como interlocutor que cuestionará el pasado, un lúcido afán por indagar en la formulación de las imágenes, en cómo nacen y a veces perpetúan mentiras por la cómoda vía de apaciguar conciencias. La obra, más allá de las apariencias, plantea el asunto de nuestra responsabilidad crítica ante el discurso/papilla que recibimos a diario, reflexiona sobre la futilidad de las coartadas como método para aliviar culpas. De fondo el colosal crimen del nazismo, el genocidio planificado, políticos que contemporizaron, ejércitos concentrados en otros menesteres, líderes religiosos y cívicos que silbaron ladinos frente a la matanza de los judíos europeos.
Filósofo y matemático, coleccionista de premios (acumula cuatro Max), Mayorga ha escrito sobre Walter Benjamin, aquel pensador revolucionario al que la policía franquista detuvo en la frontera con Francia y respondió suicidándose. También ha actualizado a los más grandes (Valle Inclán, Lope, Calderón, Ibsen, Shakespeare, Chejov) y estrenado obras en casi todos los teatros que cuentan.
El autor de 'Siete hombres buenos' 'El sueño de Ginebra' 'Cartas de amor a Stalin' 'Últimas palabras de Copito de Nieve' 'La paz perpetua'o 'El elefante pasea bajo rascacielos'. Su éxito tiene, si cabe, más mérito ahora que Broadway parece haber perdido su antiguo pulso. Como denuncia David Mamet, el público burgués, ilustrado de origen judío, que consagró a Arthur Miller y Tennessee Williams, ya no existe: abandonó la ciudad por culpa de unos alquileres estratosféricos. Aunque parezca exagerado Nueva York, donde algunas noches ya sólo florecen musicales, vuelve a un teatro que vomita literatura de alta graduación gracias a un escritor del Foro.
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