Rusia ha revelado que el mariscal Zhukov reconoció que estuvieron a punto de perder la guerra contra la Alemania nazi. ¿Qué habría pasado? Hitler tenía los planes hechos
En 1966, el mariscal Georgi Zhukov confesó en una entrevista que la URSS había estado a punto de perder la guerra cuando la Wehrmacht se hallaba a las puertas de Moscú en el invierno de 1941. La referencia fue suprimida por la censura soviética y sólo ahora, muertos los principales protagonistas, ha salido a la luz. Zhukov, sin embargo, no había exagerado. Hitler nunca estuvo más cerca de acariciar la victoria que cuando sus vanguardias podían observar las cúpulas del Kremlim…
A pesar de sus ataques propagandísticos, Hitler y Stalin fueron aliados durante casi un bienio. El proceso quedó consagrado formalmente en agosto de 1939 cuando Molotov y Von Ribbentrop suscribieron un tratado de no agresión que incluía un protocolo secreto que repartía Europa oriental entre ambas potencias. De entrada, Hitler conseguía conjurar el fantasma de una guerra en dos frentes y, sobre todo, concentrarse en una ofensiva contra Francia y Gran Bretaña. El 1 de septiembre de 1939, Hitler invadió Polonia. Dos semanas después, Stalin lanzó al Ejército Rojo sobre la invadida nación eslava, que ambos agresores se repartieron. Durante los meses siguientes, mientras Hitler invadía Noruega, Dinamarca, Bélgica y Holanda, para derrotar en Francia a las tropas franco-británicas; Stalin se apoderó de Estonia, Lituania y Letonia y de un trozo considerable de Finlandia. Igualmente cursó órdenes a los comunistas franceses para que no resistieran a Hitler –una consigna que obedecieron y que provocó la ilegalización del PCF– y ayudó militarmente al III Reich permitiendo incluso que sus submarinos recalaran en puertos soviéticos.
Ambos dictadores cumplían con un acuerdo que no sería conocido en Rusia hasta la Perestroika. Si en el verano-otoño de 1940 Gran Bretaña hubiera aceptado la paz ofrecida por Hitler, la Historia habría cambiado consagrando el triunfo alemán en el continente. Sin embargo, Churchill estaba decidido a resistir y esperaba, con toda razón, la ayuda de Estados Unidos. No demasiado preocupado, Hitler se volvió entonces hacia la URSS, a la que siempre había considerado un objetivo prioritario.
Ya hace décadas, Víktor Suvorov señaló que Stalin pensaba también atacar a Hitler según un plan redactado por Zhukov. Sin embargo, Hitler se adelantó y, el 22 de junio de 1941, lanzó la Operación Barbarroja, para la invasión de la URSS. El avance de las fuerzas del III Reich resultó verdaderamente espectacular durante el verano de 1941. Stalin, totalmente sorprendido, fue incapaz de reaccionar durante una semana, pero además la oficialidad del Ejército Rojo, que había sido diezmada por las purgas de Stalin, recibió órdenes, primero, de no responder y, luego, de no replegarse, lo que facilitó su cerco y aniquilación por parte de las fuerzas alemanas. Así, durante los primeros siete meses de la guerra en el Este, el ejército alemán capturó tres millones de soldados enemigos. Antes de que acabara la guerra, la Wehrmacht tendría cerca de seis millones de prisioneros soviéticos, de los que cerca de tres millones y medio murieron en cautividad.
Cuatro protectorados
De hecho, Stalin pensó en la posibilidad de ofrecer a Hitler una paz por separado y, a finales de julio de 1941, Beria ordenó a Páviel Sudoplatov, un agente de la NKVD veterano de la Guerra Civil española, que sondeara a Ivan Stamenov, el embajador de Bulgaria –una nación amiga de Alemania– en Moscú, para saber cuánto territorio de la URSS estaba dispuesto a reclamar Hitler a cambio de retirarse. El proyecto era apoyado por el círculo cercano de Stalin, que lo veía como un «posible segundo Tratado de Brest-Litovsk» como el que había permitido a Lenin obtener una paz por separado a cambio de entregar a Alemania una porción considerable de Rusia. Como señalaba Molotov, «si Lenin pudo tener el valor de dar tal paso (en 1918), nosotros tenemos esa misma intención ahora». Stamenov quedó sorprendido por la propuesta, esencialmente porque trabajaba para los servicios de la URSS, pero la misión fracasó porque Hitler no deseaba aceptar un acuerdo semejante.
A decir verdad, en julio de 1941, apenas a unos días del inicio de Barbarroja, Hitler creó el «Reichministerium für die besetzten Ostgebiete», que pretendía administrar la extensión oriental del III Reich. El plan final incluía la desmembración de la URSS en distintos comisariados. Dos llegaron a crearse por decreto el 17 de julio de 1941 y funcionaron durante dos años y otros dos no pasaron de proyecto.
Funcionó el Reichskommissariat Ostland, que incluía Estonia, Letonia, Lituania, porciones de la Polonia oriental y de la Bielorrusia occidental, y el Reichskommissariat Ukraine, que incluía la Ucrania ocupada por Alemania, así como zonas limítrofes de Polonia y Bielorrusia. No llegaron a existir Taurida, que hubiera incluido Crimea y zonas del sur de Rusia, ni Moscovia, que habría contenido la Rusia europea. En aquel entonces, los nacionalistas ucranianos, estonios, letones y lituanos –ahora venerados en las nuevas repúblicas– colaboraron con las autoridades alemanas de ocupación incluso en la máquina de exterminio del Holocausto.
El sueño de Hitler iba a desvanecerse por razones que venían fraguándose desde julio. El 29 de junio, cuando fue informado de que los alemanes estaban a punto de tomar Minsk, la capital de Bielorrusia, Stalin había comentado con amargura: «Lenin fundó nuestro Estado y nosotros lo hemos jodido». La situación era tan grave que en una reunión del Politburó, Vosnesensky se atrevió a sugerir a Molotov que destituyera a Stalin y asumiera el poder. El 30 de junio, Molotov, Beria y Mikoyán acudieron a la dacha de Stalin situada en las afueras de la capital. El dictador los recibió con desconfianza preguntándoles por la razón de su visita. Los visitantes le señalaron que resultaba imperativo establecer un comité gubernamental de defensa.
Convencido de que estaba a punto de ser depuesto, Stalin preguntó quién debía presidirlo. La respuesta de Molotov fue que sólo podía hacerlo Stalin. El 1 de julio, Stalin estaba de regreso en el Kremlim y dos días después pronunciaba su famoso discurso radiado. Esta vez, el dictador no repitió la cantinela sobre los distintos grupos étnicos y la construcción del socialismo. Por el contrario, llamó «compañeros, hermanos y hermanas» a sus compatriotas y apeló a una defensa de la patria similar a la que Rusia había sostenido con Pedro I contra Carlos XII o con Alejandro I contra Napoleón.
Unas horas claves
Aunque Stalin intentó una salida pactada del conflicto, el pueblo ruso se entregó a la resistencia desplegando un heroísmo y una capacidad de sacrificio excepcionales. Mientras las fuerzas de Hitler avanzaban, a sus espaldas se iban formando grupos de partisanos dispuestos a seguir combatiendo aun sin tener apenas recursos. A las puertas de Moscú, Hitler se encontró precisamente con esa magnífica voluntad de resistencia.
El 15 de noviembre, con los caminos congelados, cerca de un millón de soldados alemanes continuó su avance. Frente a ellos, había algo más de la mitad de esos efectivos. A esas alturas, Hitler se jactaba ante sus cercanos de que iba a tratar a los rusos de la misma manera que se trató a «los pieles rojas» de América. A finales de mes, la VII División Panzer había cruzado una de las últimas barreras estratégicas, el canal Moscú-Volga.
Según algunas fuentes, los tanques germanos contaron con unas horas en que pudieron cruzarlo y llegar a Moscú, pero no supieron aprovechar la ocasión. Los creyentes –que, paradójicamente, no eran escasos en las filas del Ejército Rojo– siempre lo atribuyeron a una acción de Dios que protegía a la Santa Rusia. Informado Stalin por sus agentes de que Japón no iba a atacar, trasladó la mitad de las tropas soviéticas en Extremo Oriente a las cercanías de Moscú. El 5 de diciembre, el Ejército Rojo lanzó una contraofensiva. Dos días después, la aviación japonesa atacó la base norteamericana de Pearl Harbor. El 11 de diciembre, Hitler declaró la guerra a los Estados Unidos. La guerra acababa de cambiar de signo y lo había hecho precisamente cuando, según Zhukov, Alemania había estado más cerca de ganarla.
Paz entre enemigos
Soldados alemanes y soviéticos saludan, en septiembre de 1939, a la bandera con la esvástica nazi en la celebración de la demarcación de fronteras en Brest-Litovsk, lo que supuso un pacto de no agresión entre los régimenes de Hitler y Stalin tras la invasión alemana de Polonia.
En 1966, el mariscal Georgi Zhukov confesó en una entrevista que la URSS había estado a punto de perder la guerra cuando la Wehrmacht se hallaba a las puertas de Moscú en el invierno de 1941. La referencia fue suprimida por la censura soviética y sólo ahora, muertos los principales protagonistas, ha salido a la luz. Zhukov, sin embargo, no había exagerado. Hitler nunca estuvo más cerca de acariciar la victoria que cuando sus vanguardias podían observar las cúpulas del Kremlim…
A pesar de sus ataques propagandísticos, Hitler y Stalin fueron aliados durante casi un bienio. El proceso quedó consagrado formalmente en agosto de 1939 cuando Molotov y Von Ribbentrop suscribieron un tratado de no agresión que incluía un protocolo secreto que repartía Europa oriental entre ambas potencias. De entrada, Hitler conseguía conjurar el fantasma de una guerra en dos frentes y, sobre todo, concentrarse en una ofensiva contra Francia y Gran Bretaña. El 1 de septiembre de 1939, Hitler invadió Polonia. Dos semanas después, Stalin lanzó al Ejército Rojo sobre la invadida nación eslava, que ambos agresores se repartieron. Durante los meses siguientes, mientras Hitler invadía Noruega, Dinamarca, Bélgica y Holanda, para derrotar en Francia a las tropas franco-británicas; Stalin se apoderó de Estonia, Lituania y Letonia y de un trozo considerable de Finlandia. Igualmente cursó órdenes a los comunistas franceses para que no resistieran a Hitler –una consigna que obedecieron y que provocó la ilegalización del PCF– y ayudó militarmente al III Reich permitiendo incluso que sus submarinos recalaran en puertos soviéticos.
Ambos dictadores cumplían con un acuerdo que no sería conocido en Rusia hasta la Perestroika. Si en el verano-otoño de 1940 Gran Bretaña hubiera aceptado la paz ofrecida por Hitler, la Historia habría cambiado consagrando el triunfo alemán en el continente. Sin embargo, Churchill estaba decidido a resistir y esperaba, con toda razón, la ayuda de Estados Unidos. No demasiado preocupado, Hitler se volvió entonces hacia la URSS, a la que siempre había considerado un objetivo prioritario.
Ya hace décadas, Víktor Suvorov señaló que Stalin pensaba también atacar a Hitler según un plan redactado por Zhukov. Sin embargo, Hitler se adelantó y, el 22 de junio de 1941, lanzó la Operación Barbarroja, para la invasión de la URSS. El avance de las fuerzas del III Reich resultó verdaderamente espectacular durante el verano de 1941. Stalin, totalmente sorprendido, fue incapaz de reaccionar durante una semana, pero además la oficialidad del Ejército Rojo, que había sido diezmada por las purgas de Stalin, recibió órdenes, primero, de no responder y, luego, de no replegarse, lo que facilitó su cerco y aniquilación por parte de las fuerzas alemanas. Así, durante los primeros siete meses de la guerra en el Este, el ejército alemán capturó tres millones de soldados enemigos. Antes de que acabara la guerra, la Wehrmacht tendría cerca de seis millones de prisioneros soviéticos, de los que cerca de tres millones y medio murieron en cautividad.
Cuatro protectorados
De hecho, Stalin pensó en la posibilidad de ofrecer a Hitler una paz por separado y, a finales de julio de 1941, Beria ordenó a Páviel Sudoplatov, un agente de la NKVD veterano de la Guerra Civil española, que sondeara a Ivan Stamenov, el embajador de Bulgaria –una nación amiga de Alemania– en Moscú, para saber cuánto territorio de la URSS estaba dispuesto a reclamar Hitler a cambio de retirarse. El proyecto era apoyado por el círculo cercano de Stalin, que lo veía como un «posible segundo Tratado de Brest-Litovsk» como el que había permitido a Lenin obtener una paz por separado a cambio de entregar a Alemania una porción considerable de Rusia. Como señalaba Molotov, «si Lenin pudo tener el valor de dar tal paso (en 1918), nosotros tenemos esa misma intención ahora». Stamenov quedó sorprendido por la propuesta, esencialmente porque trabajaba para los servicios de la URSS, pero la misión fracasó porque Hitler no deseaba aceptar un acuerdo semejante.
A decir verdad, en julio de 1941, apenas a unos días del inicio de Barbarroja, Hitler creó el «Reichministerium für die besetzten Ostgebiete», que pretendía administrar la extensión oriental del III Reich. El plan final incluía la desmembración de la URSS en distintos comisariados. Dos llegaron a crearse por decreto el 17 de julio de 1941 y funcionaron durante dos años y otros dos no pasaron de proyecto.
Funcionó el Reichskommissariat Ostland, que incluía Estonia, Letonia, Lituania, porciones de la Polonia oriental y de la Bielorrusia occidental, y el Reichskommissariat Ukraine, que incluía la Ucrania ocupada por Alemania, así como zonas limítrofes de Polonia y Bielorrusia. No llegaron a existir Taurida, que hubiera incluido Crimea y zonas del sur de Rusia, ni Moscovia, que habría contenido la Rusia europea. En aquel entonces, los nacionalistas ucranianos, estonios, letones y lituanos –ahora venerados en las nuevas repúblicas– colaboraron con las autoridades alemanas de ocupación incluso en la máquina de exterminio del Holocausto.
El sueño de Hitler iba a desvanecerse por razones que venían fraguándose desde julio. El 29 de junio, cuando fue informado de que los alemanes estaban a punto de tomar Minsk, la capital de Bielorrusia, Stalin había comentado con amargura: «Lenin fundó nuestro Estado y nosotros lo hemos jodido». La situación era tan grave que en una reunión del Politburó, Vosnesensky se atrevió a sugerir a Molotov que destituyera a Stalin y asumiera el poder. El 30 de junio, Molotov, Beria y Mikoyán acudieron a la dacha de Stalin situada en las afueras de la capital. El dictador los recibió con desconfianza preguntándoles por la razón de su visita. Los visitantes le señalaron que resultaba imperativo establecer un comité gubernamental de defensa.
Convencido de que estaba a punto de ser depuesto, Stalin preguntó quién debía presidirlo. La respuesta de Molotov fue que sólo podía hacerlo Stalin. El 1 de julio, Stalin estaba de regreso en el Kremlim y dos días después pronunciaba su famoso discurso radiado. Esta vez, el dictador no repitió la cantinela sobre los distintos grupos étnicos y la construcción del socialismo. Por el contrario, llamó «compañeros, hermanos y hermanas» a sus compatriotas y apeló a una defensa de la patria similar a la que Rusia había sostenido con Pedro I contra Carlos XII o con Alejandro I contra Napoleón.
Unas horas claves
Aunque Stalin intentó una salida pactada del conflicto, el pueblo ruso se entregó a la resistencia desplegando un heroísmo y una capacidad de sacrificio excepcionales. Mientras las fuerzas de Hitler avanzaban, a sus espaldas se iban formando grupos de partisanos dispuestos a seguir combatiendo aun sin tener apenas recursos. A las puertas de Moscú, Hitler se encontró precisamente con esa magnífica voluntad de resistencia.
El 15 de noviembre, con los caminos congelados, cerca de un millón de soldados alemanes continuó su avance. Frente a ellos, había algo más de la mitad de esos efectivos. A esas alturas, Hitler se jactaba ante sus cercanos de que iba a tratar a los rusos de la misma manera que se trató a «los pieles rojas» de América. A finales de mes, la VII División Panzer había cruzado una de las últimas barreras estratégicas, el canal Moscú-Volga.
Según algunas fuentes, los tanques germanos contaron con unas horas en que pudieron cruzarlo y llegar a Moscú, pero no supieron aprovechar la ocasión. Los creyentes –que, paradójicamente, no eran escasos en las filas del Ejército Rojo– siempre lo atribuyeron a una acción de Dios que protegía a la Santa Rusia. Informado Stalin por sus agentes de que Japón no iba a atacar, trasladó la mitad de las tropas soviéticas en Extremo Oriente a las cercanías de Moscú. El 5 de diciembre, el Ejército Rojo lanzó una contraofensiva. Dos días después, la aviación japonesa atacó la base norteamericana de Pearl Harbor. El 11 de diciembre, Hitler declaró la guerra a los Estados Unidos. La guerra acababa de cambiar de signo y lo había hecho precisamente cuando, según Zhukov, Alemania había estado más cerca de ganarla.
Paz entre enemigos
Soldados alemanes y soviéticos saludan, en septiembre de 1939, a la bandera con la esvástica nazi en la celebración de la demarcación de fronteras en Brest-Litovsk, lo que supuso un pacto de no agresión entre los régimenes de Hitler y Stalin tras la invasión alemana de Polonia.
Interesante entrada con los pormenores -o pormayores- que se cocinaban en la retaguardia. Dos tiranos de cuidado, el señor Stalin y Hitler, aliados vergonzantes en una primera etapa de la guerra que luego en la segunda entablan un duelo sin cuartel para ver quién se hace el amo de Europa. Al final, la jugada se inclinó del lado soviético gracias a la heroica resistencia del pueblo ruso y a la decisiva entrada de los EEUU en el conflicto.
ResponderEliminarUn saludo.