La victoria en la Segunda Guerra Mundial fue fruto de un esfuerzo común de varias naciones. El destino de un veterano estadounidense de origen latino lo trasladó a miles de kilómetros de su casa. Exactamente al Oriente Lejano de Rusia.
Es la historia de Osvaldo Díaz Espada. En diciembre de 1944, mientras arreciaba un duro invierno y se aproximaba un cielo cubierto de gloria, las tropas del Ejército Rojo de la Unión Soviética luchaban por liberar al mundo de la garra nazi. A medida que el avance de los hombres del gran mariscal Zhúkov hacían gala de valor y arrojo en los campos de batalla, en el área del Pacífico se vivía otra escena más del conflicto mundial. Los buques de la armada estadounidense luchaban desesperadamente por la supremacía del océano ante Japón, aliado del eje contrario que constituía un serio peligro por tierra y mar.
En aquel entonces Osvaldo era sargento mayor de la armada de Estados Unidos. La guerra llevó a los buques estadounidenses, ausentes y desprotegidos de la escolta apropiada, a la península rusa de Kamchatka. Eran convoyes que traían combustible, provisiones y refuerzos para apoyar en la lucha.
Testigo del tremendo esfuerzo del pueblo soviético para sostener la maquinaria bélica del Ejército Rojo fue Espada, quien tuvo que luchar por su rango y por el escalafón racista de una armada estadounidense que no permitía a latinos, ni negros lograr un rango de oficial.
Cuando hoy Espada mira sus medallas, reconoce con nostalgia, la valentía de aquellos extraños soldados soviéticos que incluso no tenía una vestimenta adecentada, pero parecían leones, por su fiereza en el combate.
Y aunque poco después, el buque que llevaba a bordo al sargento Espada tuvo que zarpar hacia el sur del Pacífico, este y otros recuerdos son el testimonio de una lucha que no se puede olvidar por su enorme proporción y consecuencias. El sargento Espada continúa su vida entre los retratos y las fotografías pero no sin antes olvidarse de la lucha de ese pasado honorable, de la lucha y el combate de tradición naval, y probablemente de esa lucha que nunca más se olvidará: la Segunda Guerra Mundial.
Es la historia de Osvaldo Díaz Espada. En diciembre de 1944, mientras arreciaba un duro invierno y se aproximaba un cielo cubierto de gloria, las tropas del Ejército Rojo de la Unión Soviética luchaban por liberar al mundo de la garra nazi. A medida que el avance de los hombres del gran mariscal Zhúkov hacían gala de valor y arrojo en los campos de batalla, en el área del Pacífico se vivía otra escena más del conflicto mundial. Los buques de la armada estadounidense luchaban desesperadamente por la supremacía del océano ante Japón, aliado del eje contrario que constituía un serio peligro por tierra y mar.
En aquel entonces Osvaldo era sargento mayor de la armada de Estados Unidos. La guerra llevó a los buques estadounidenses, ausentes y desprotegidos de la escolta apropiada, a la península rusa de Kamchatka. Eran convoyes que traían combustible, provisiones y refuerzos para apoyar en la lucha.
Testigo del tremendo esfuerzo del pueblo soviético para sostener la maquinaria bélica del Ejército Rojo fue Espada, quien tuvo que luchar por su rango y por el escalafón racista de una armada estadounidense que no permitía a latinos, ni negros lograr un rango de oficial.
Cuando hoy Espada mira sus medallas, reconoce con nostalgia, la valentía de aquellos extraños soldados soviéticos que incluso no tenía una vestimenta adecentada, pero parecían leones, por su fiereza en el combate.
Y aunque poco después, el buque que llevaba a bordo al sargento Espada tuvo que zarpar hacia el sur del Pacífico, este y otros recuerdos son el testimonio de una lucha que no se puede olvidar por su enorme proporción y consecuencias. El sargento Espada continúa su vida entre los retratos y las fotografías pero no sin antes olvidarse de la lucha de ese pasado honorable, de la lucha y el combate de tradición naval, y probablemente de esa lucha que nunca más se olvidará: la Segunda Guerra Mundial.
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