En la novela de Abel Basti se relata como el Führer no se suicidó en 1945, sino que huyó a Argentina previo paso por España y tras descansar unos días en Somo.
Al margen de esta discutida tesis, lo cierto es que la 'Abwher' (organización militar de espionaje alemán) desplegó en Santander, al igual que en otras ciudades de España, una red de agentes constatada por documentos oficiales de la época y testimonios de familiares de los protagonistas, a los que ha tenido acceso este periódico. La 'Abwher', incluso, abrió en la capital cántabra delegaciones de la 'Kriegsorganitation-Spanien' (KOSP) y la 'Sicherheitsdienst' (SD), las dos ramificaciones españolas de espionaje nazi.
Al acabar el conflicto, los Aliados entregaron a Franco una lista con los 104 agentes nazis que aún se ocultaban en España. Tenían que ser deportados para juzgarlos. Sus nombres se encuentran microfilmados en la documentación diplomática y militar guardada en los archivos nacionales de Washington. Y esta red de espionaje fue confirmada en un interrogatorio realizado en Berlín al agente alemán Walther Giere, en octubre de 1945. De los 104 nazis, dos vivían en Cantabria: Kurt Bormann y Reinhard Spitzy.
«No escondo que mi padre era simpatizante nazi, pero no creo que fuera un espía. Siempre queda la duda, pero nunca vi nada raro en casa ni, con el paso del tiempo, me lo contó». Quien habla es Ruth Bormann Kriegel, hija de Kurt Bormann, a quien los Aliados señalaron como «Miembro destacado de la Gestapo y del partido nazi. Utilizó su empresa como tapadera para actividades del espionaje y participó activamente en el suministro de pasaportes falsos a alemanes perseguidos».
Ruth sigue viviendo en Santander, donde su padre falleció en 1985, a los ochenta años. Su casa ya no está en la calle Perines, donde llegó su familia en 1932, sino cerca del Sardinero. Allí guarda todavía una pitillera de plata que demuestra el paso de su padre por la sección de oficiales de la Legión Condor, que luchó en la Guerra Civil junto al ejército de Franco. En ella está grabado: 'Die Offiziere der. F. A. 88. Mai 1937'.
Las Olimpiadas de Berlín
Como relató su hija a este periódico, Bormann trabajaba en Santander en su propia empresa de artes gráficas. En 1936, junto con su mujer, Carmen, y sus hijos, decidió viajar a Berlín para asistir a las Olimpiadas. Entonces había una línea marítima regular Santander-Hamburgo, que cubría el buque Orinoco. «El capitán del barco nos reunió cuando estábamos a mitad de camino y nos dijo que había estallado la Guerra Civil en España y que no podríamos regresar», recuerda Ruth.
Alojados en casas de familiares y amigos y sin trabajo, Bormann leyó un día en la prensa un anuncio en el que se buscaban traductores de alemán y español. «Allí les dijeron que pasarían a formar parte de la Legión Condor. 'El que no quiera que dé un paso atrás', les pidieron. Nadie lo hizo. Y no volvimos a ver a mi padre hasta que acabó la guerra en España», explica la hija de Bormann. Fue el 6 de junio de 1939, cuando los supervivientes de la Legión Condor desfilaron triunfantes en Berlín. Delante de la Puerta de Brandeburgo, y escoltados por decenas de estandartes con la esvástica, los más de 6.000 soldados saludaron con el brazo en alto a Adolf Hitler. Faltaban tres meses para que las tropas alemanas cruzaran la frontera de Polonia y comenzara la II Guerra Mundial.
Los Bormann regresaron a Santander en diciembre de ese año y allí tuvieron una «vida normal». «Ni había reuniones secretas ni cosas raras. Mi padre era un empresario responsable, quería mucho a su familia y en verano íbamos todos juntos de vacaciones a Picos de Europa. Todo muy normal», insiste Ruth. Lo único que ella recuerda es que su padre sí se relacionaba con los alemanes que vivían en la zona, todos ellos miembros de la comunidad nazi cántabra, como Juan Rohe -«por edad y prestigio, el líder de ellos»-, Diersen -propietario del Vivarium de El Sardinero, derribado en 1981- y Beseler.
Espía o no, al acabar el conflicto los Aliados le señalaron como un «alto cargo de la Gestapo», y bloquearon todas sus cuentas bancarias. Kurt Bormann decidió desaparecer. «Se escondió en los Picos de Europa un tiempo y luego se fue en un camión a Madrid. Allí consiguió unos pasaportes falsos, de nacionalidad lituana, y gracias a ellos pudimos ir en barco desde Barcelona a Canarias, y de allí, a Venezuela», señala Ruth.
Alrededor de 1954, Bormann regresó a Santander, donde siguió viviendo y trabajando hasta que falleció en septiembre de 1985.
La historia de Reinhard Spitzy, 'el pasiego', como le conocían en su refugio de Santillana del Mar, podría valer como guión de una película. Aviador y diplomático, hijo del médico personal del emperador austriaco, llegó a ser oficial de las Waffen-SS (cuerpo de élite del ejército alemán) y secretario personal del ministro de Asuntos Exteriores nazi, Von Ribbentrop. Fue un nazi convencido y admirador de Hitler, a quien trató personalmente. Colaboró activamente con Canaris y Schellenberg, jefes del espionaje alemán, haciéndose pasar por ejecutivo de la empresa Skoda en Madrid para pasar información a Berlín.
'Spitzy, el pasiego'
El verano de 1944, este agente de la 'Abwher' y su esposa, María von Poser-Schmidtmann, se trasladaron a su nueva casa de Santillana del Mar, el Palacio de las Arenas. Pocos días después su vida cambió. En Berlín, Von Stauffenberg intentó matar a Hitler con una bomba mientras mantenía una reunión con los altos mandos del Estado en su bunker de la 'guarida del lobo'. Pero falló y, entonces, comenzó una caza de conspiradores. Algunos culpables y otros inocentes. Spitzy era de los segundos, pero su nombre fue incluido en la lista.
Como relata el investigador José María Irujo en su libro 'La lista negra', dos agentes de la Gestapo se presentaron en Santillana y preguntaron por el falso directivo de la Skoda. «Mi esposa me llamó y me dijo 'en el salón hay un señor con el pelo muy corto que pregunta por tí. Le acompañan dos hombres con abrigos de cuero negro'. Estaba claro que eran de la Gestapo. El hombre del pelo corto me saludó y aseguró que tenía una orden de Berlín para que les acompañara a Alemania. Dijo que tenían preparado un avión especial y que era importante». Spitzy reaccionó: «Tengo una misión especial aquí y hasta que no termine y reciba órdenes no puedo dejar mi puesto. Dígame usted la clave secreta de mis superiores y les acompañaré». Ninguno de los tres miembros de la Gestapo supo responder. Se dieron la vuelta y se marcharon en su coche.
Spitzy consiguió esquivar un más que posible fusilamiento en Berlín, pero en ese momento supo que tenía que cambiar de vida para evitar ser secuestrado. La familia abandonó su casa y se trasladó a la del párroco de la localidad mientras terminaban de restaurar su nuevo hogar, el Palacio de Iñigo López de Mendoza, también en Santillana. Además, creó un taller de restauración de muebles en Cabezón de la Sal. Lo hizo junto a su socio Jesús González Junco, activo falangista, y lo bautizaron como Talleres Montañeses.
«Me llamaban 'Spitzy, el pasiego' por lo vivo que era. Iba por los pueblos y compraba magníficas puertas antiguas que luego restaurábamos y vendíamos», recuerda.
Su retiro como ebanista sólo se vio perturbado cuando recibió un telegrama de su jefe de la 'Abwher', en abril de 1945, en el que le pedía que fuese a la embajada inglesa en Madrid y ofreciera una tregua parcial. «Lo pensé y lo medité. Decidí que no tenía sentido. Era muy arriesgado. Tenía asumido que mi misión en España había acabado».
El joven y decidido capitán de las SS era ahora un barbudo ebanista en Santillana del Mar. Pero los Aliados no estaban dispuestos a olvidar. Y su nombre fue incluido en la lista de los 104 exigidos a Franco.
En marzo de 1946 llegó un telegrama de un amigo de Madrid. Spitzy lo leyó en voz alta: «La tía está enferma». Era el aviso para que desapareciera de inmediato. Lo habían localizado.
El espía se refugió entonces en el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde se le ocurrió una idea para poder abandonar el país. El abad, Carlos Zárate, le puso en contacto con el General Yagüe. Spitzy le vendió los planos e instrucciones del cohete ZB60 a cambio de 200.000 pesetas. Con ese dinero pudo escapar con su familia a Sudamérica y librarse de la deportación.
Los dos 'nazis cántabros', Bormann y Spitzy, nunca llegaron a caer en manos de los Aliados ni fueron juzgados por un tribunal.
Al margen de esta discutida tesis, lo cierto es que la 'Abwher' (organización militar de espionaje alemán) desplegó en Santander, al igual que en otras ciudades de España, una red de agentes constatada por documentos oficiales de la época y testimonios de familiares de los protagonistas, a los que ha tenido acceso este periódico. La 'Abwher', incluso, abrió en la capital cántabra delegaciones de la 'Kriegsorganitation-Spanien' (KOSP) y la 'Sicherheitsdienst' (SD), las dos ramificaciones españolas de espionaje nazi.
Al acabar el conflicto, los Aliados entregaron a Franco una lista con los 104 agentes nazis que aún se ocultaban en España. Tenían que ser deportados para juzgarlos. Sus nombres se encuentran microfilmados en la documentación diplomática y militar guardada en los archivos nacionales de Washington. Y esta red de espionaje fue confirmada en un interrogatorio realizado en Berlín al agente alemán Walther Giere, en octubre de 1945. De los 104 nazis, dos vivían en Cantabria: Kurt Bormann y Reinhard Spitzy.
«No escondo que mi padre era simpatizante nazi, pero no creo que fuera un espía. Siempre queda la duda, pero nunca vi nada raro en casa ni, con el paso del tiempo, me lo contó». Quien habla es Ruth Bormann Kriegel, hija de Kurt Bormann, a quien los Aliados señalaron como «Miembro destacado de la Gestapo y del partido nazi. Utilizó su empresa como tapadera para actividades del espionaje y participó activamente en el suministro de pasaportes falsos a alemanes perseguidos».
Ruth sigue viviendo en Santander, donde su padre falleció en 1985, a los ochenta años. Su casa ya no está en la calle Perines, donde llegó su familia en 1932, sino cerca del Sardinero. Allí guarda todavía una pitillera de plata que demuestra el paso de su padre por la sección de oficiales de la Legión Condor, que luchó en la Guerra Civil junto al ejército de Franco. En ella está grabado: 'Die Offiziere der. F. A. 88. Mai 1937'.
Las Olimpiadas de Berlín
Como relató su hija a este periódico, Bormann trabajaba en Santander en su propia empresa de artes gráficas. En 1936, junto con su mujer, Carmen, y sus hijos, decidió viajar a Berlín para asistir a las Olimpiadas. Entonces había una línea marítima regular Santander-Hamburgo, que cubría el buque Orinoco. «El capitán del barco nos reunió cuando estábamos a mitad de camino y nos dijo que había estallado la Guerra Civil en España y que no podríamos regresar», recuerda Ruth.
Alojados en casas de familiares y amigos y sin trabajo, Bormann leyó un día en la prensa un anuncio en el que se buscaban traductores de alemán y español. «Allí les dijeron que pasarían a formar parte de la Legión Condor. 'El que no quiera que dé un paso atrás', les pidieron. Nadie lo hizo. Y no volvimos a ver a mi padre hasta que acabó la guerra en España», explica la hija de Bormann. Fue el 6 de junio de 1939, cuando los supervivientes de la Legión Condor desfilaron triunfantes en Berlín. Delante de la Puerta de Brandeburgo, y escoltados por decenas de estandartes con la esvástica, los más de 6.000 soldados saludaron con el brazo en alto a Adolf Hitler. Faltaban tres meses para que las tropas alemanas cruzaran la frontera de Polonia y comenzara la II Guerra Mundial.
Los Bormann regresaron a Santander en diciembre de ese año y allí tuvieron una «vida normal». «Ni había reuniones secretas ni cosas raras. Mi padre era un empresario responsable, quería mucho a su familia y en verano íbamos todos juntos de vacaciones a Picos de Europa. Todo muy normal», insiste Ruth. Lo único que ella recuerda es que su padre sí se relacionaba con los alemanes que vivían en la zona, todos ellos miembros de la comunidad nazi cántabra, como Juan Rohe -«por edad y prestigio, el líder de ellos»-, Diersen -propietario del Vivarium de El Sardinero, derribado en 1981- y Beseler.
Espía o no, al acabar el conflicto los Aliados le señalaron como un «alto cargo de la Gestapo», y bloquearon todas sus cuentas bancarias. Kurt Bormann decidió desaparecer. «Se escondió en los Picos de Europa un tiempo y luego se fue en un camión a Madrid. Allí consiguió unos pasaportes falsos, de nacionalidad lituana, y gracias a ellos pudimos ir en barco desde Barcelona a Canarias, y de allí, a Venezuela», señala Ruth.
Alrededor de 1954, Bormann regresó a Santander, donde siguió viviendo y trabajando hasta que falleció en septiembre de 1985.
La historia de Reinhard Spitzy, 'el pasiego', como le conocían en su refugio de Santillana del Mar, podría valer como guión de una película. Aviador y diplomático, hijo del médico personal del emperador austriaco, llegó a ser oficial de las Waffen-SS (cuerpo de élite del ejército alemán) y secretario personal del ministro de Asuntos Exteriores nazi, Von Ribbentrop. Fue un nazi convencido y admirador de Hitler, a quien trató personalmente. Colaboró activamente con Canaris y Schellenberg, jefes del espionaje alemán, haciéndose pasar por ejecutivo de la empresa Skoda en Madrid para pasar información a Berlín.
'Spitzy, el pasiego'
El verano de 1944, este agente de la 'Abwher' y su esposa, María von Poser-Schmidtmann, se trasladaron a su nueva casa de Santillana del Mar, el Palacio de las Arenas. Pocos días después su vida cambió. En Berlín, Von Stauffenberg intentó matar a Hitler con una bomba mientras mantenía una reunión con los altos mandos del Estado en su bunker de la 'guarida del lobo'. Pero falló y, entonces, comenzó una caza de conspiradores. Algunos culpables y otros inocentes. Spitzy era de los segundos, pero su nombre fue incluido en la lista.
Como relata el investigador José María Irujo en su libro 'La lista negra', dos agentes de la Gestapo se presentaron en Santillana y preguntaron por el falso directivo de la Skoda. «Mi esposa me llamó y me dijo 'en el salón hay un señor con el pelo muy corto que pregunta por tí. Le acompañan dos hombres con abrigos de cuero negro'. Estaba claro que eran de la Gestapo. El hombre del pelo corto me saludó y aseguró que tenía una orden de Berlín para que les acompañara a Alemania. Dijo que tenían preparado un avión especial y que era importante». Spitzy reaccionó: «Tengo una misión especial aquí y hasta que no termine y reciba órdenes no puedo dejar mi puesto. Dígame usted la clave secreta de mis superiores y les acompañaré». Ninguno de los tres miembros de la Gestapo supo responder. Se dieron la vuelta y se marcharon en su coche.
Spitzy consiguió esquivar un más que posible fusilamiento en Berlín, pero en ese momento supo que tenía que cambiar de vida para evitar ser secuestrado. La familia abandonó su casa y se trasladó a la del párroco de la localidad mientras terminaban de restaurar su nuevo hogar, el Palacio de Iñigo López de Mendoza, también en Santillana. Además, creó un taller de restauración de muebles en Cabezón de la Sal. Lo hizo junto a su socio Jesús González Junco, activo falangista, y lo bautizaron como Talleres Montañeses.
«Me llamaban 'Spitzy, el pasiego' por lo vivo que era. Iba por los pueblos y compraba magníficas puertas antiguas que luego restaurábamos y vendíamos», recuerda.
Su retiro como ebanista sólo se vio perturbado cuando recibió un telegrama de su jefe de la 'Abwher', en abril de 1945, en el que le pedía que fuese a la embajada inglesa en Madrid y ofreciera una tregua parcial. «Lo pensé y lo medité. Decidí que no tenía sentido. Era muy arriesgado. Tenía asumido que mi misión en España había acabado».
El joven y decidido capitán de las SS era ahora un barbudo ebanista en Santillana del Mar. Pero los Aliados no estaban dispuestos a olvidar. Y su nombre fue incluido en la lista de los 104 exigidos a Franco.
En marzo de 1946 llegó un telegrama de un amigo de Madrid. Spitzy lo leyó en voz alta: «La tía está enferma». Era el aviso para que desapareciera de inmediato. Lo habían localizado.
El espía se refugió entonces en el monasterio de San Pedro de Cardeña, donde se le ocurrió una idea para poder abandonar el país. El abad, Carlos Zárate, le puso en contacto con el General Yagüe. Spitzy le vendió los planos e instrucciones del cohete ZB60 a cambio de 200.000 pesetas. Con ese dinero pudo escapar con su familia a Sudamérica y librarse de la deportación.
Los dos 'nazis cántabros', Bormann y Spitzy, nunca llegaron a caer en manos de los Aliados ni fueron juzgados por un tribunal.
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