lunes, 24 de septiembre de 2012

Un héroe de la Segunda Guerra Mundial inspiró el personaje de James Bond



Cuando el Reino Unido está inmerso en los actos de celebración del 50 aniversario de la creación de unos de sus héroes de ficción más populares, el agente OO7, más conocido como James Bond, nuevas investigaciones desvelan la fuente de inspiración del personaje literario creado por Ian Fleming, llevado tantas veces a la pantalla.
Una nueva biografía sobre el héroe de guerra «Tommy» Yeo-Thomas reivindica que muchas de las experiencias «reales» de este espía, conocido con el nombre en clave de «White rabbit» (conejo blanco), son las que inspiraron y han sido recreadas en el personaje del agente OO7, tanto en la novela con las películas, informa The Thelegraph.

Torturado por la Gestapo

Yeo-Thomas fue lanzado tres veces en paracaidas en la Francia ocupada y llegó a ser capturado y torturado por la Gestapo, siendo trasladado a continuación al campo de concentración de Buchenwald, de donde logró escapar y alcanzar las líneas de los Aliados.
La relación del héroe real con el héroe ficticio ha sido desvelada gracias al descubrimiento, por parte de la historiadora Sophie Jackson, de unos documentos en el Archivo Nacional, situados en el oeste de Londres, que ha vertido ahora en el libro «Yeo-Thomas' exploits, Churchill’s White Rabbit: The True Story of a Real-Life James Bond».
En un dosier recientemente desclasificado, Jackson encontró un documento fechado el 15 de mayo de 1945 en el que Fleming, que también trabajó en el departamento de Inteligencia durante la guerra, hace una breve referencia a su relación con el agente y su exitosa fuga de los Nazis.
Al parecer los dos hombres, trabajaron en unidades distintas -Yeo-Thomas en Operaciones Especiales y Fleming en la División de Inteligencia Naval, y esta sería por tanto la primera vez que se ha logrado establecer una relación clara entre ellos..
Para Jackson, las grandes similitudes entre la vida de Yeo-Thomas y Bond, así como sus recurrentes experiencias, como sus fugas en la vida real y en la ficción, apoyan la teoría de que Fleming se inspiró en el agente británico para crear a su personaje.
«Eso demuestra que Fleming estaba muy interesado en el caso de Yeo-Thomas y que le hizo un seguimiento. Recogió su historia y le atrapó», agrega.

Parecidos más que razonables

La historiadora señala además la existencia de otros importantes paralelismos entre el héroe real y el de ficción: «Su vida personal y su relación y actitud hacia a la mujeres, así como la manera de comportarse como un agente secreto». Y relata a continuación de manera pormenorizada momentos puntuales que coinciden en la historia de ambos. «Yeo-Thomas, como Bond, siempre llevaba una pistola». Así se refiere a los métodos que utilizó el «Conejo blanco» para escapar de sus enemigos: «Utilizando la identidad de otro hombre (que queda reflejado en el filme Diamantes para la enternidad o Al servicio de su secreta majestad), saltando de un tren, escondiéndose en un coche fúnebre o disfrazándose. Antes que Bond, Yeto-Thomas tendría incluso que matar con sus propias manos para poder escapar de una prisión en Rusia».

Problemas psicológicos

Jackson cree incluso que los parecidos van más allá de las experiencias vividas por el «Conejo blanco», y que Fleming se inspiró también en los modales y el aspecto fisico de Yeo-Thomas, que como Bond tuvo una ajetreada vida amorosa.
Después de la guerra, Yeo-Thomas padeció problemas psicólogicos como consecuencia de sus traumáticas experiencias, que también quiso reflejar Fleming en la novela, aunque esta parte más sombria del personaje no ha sido trasladada a su adaptación cinematográfica. El héroe real murió en 1964, a los 62 años; mientras que el ficticio celebra ahora su medio siglo de vida.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Dan por muerto al 'Carnicero de Mauthausen', el nazi más buscado

Su destino alimentó todo tipo de especulaciones y rumores durante décadas, pero ahora es oficial: Aribert Heim, el criminal nazi más cruel y buscado del mundo, está muerto. La corte de distrito de Baden-Baden, anunció el cierre de todos los procesos abiertos contra Heim después de que los investigadores determinaran que murió de cáncer en 1992 en El Cairo, donde vivía con una identidad falsa. Tenía entonces 78 años.

Médico en el campo de concentración austriaco de Mauthausen, Heim asesinó a cientos de prisioneros inyectándoles veneno o sometiéndolos a aparatosas cirugías sin anestesia. Su crueldad le valió apodos como Doctor muerte o El carnicero de Mauthausen y lo convirtió en el número uno de la lista de criminales nazis más buscados del centro Simon-Wiesenthal. Tras la guerra trabajó como ginecólogo en Alemania y en 1962 se le perdió el rastro. La Fiscalía de Baden-Baden presentó cargos contra él en 1979 y lanzó una orden de captura internacional.

Los investigadores intentaron durante años saber su ubicación exacta buscándolo en vano por Suramérica y Europa. En 2009, informes del diario The New York Times y de la cadena alemana ZDF alentaron la sospecha de que se había ocultado en Egipto en 1963 usando su segundo nombre, Ferdinand Heim. Según esa pista, luego adoptada por los investigadores, Heim se convirtió en 1980 al islam con el nombre de Tarek Hussein Farid, que aparecía en los registros muertos el 10 de agosto de 1992. La Justicia y los cazanazis dudaron desde entonces si Hussein era Heim. Este año, el abogado del acusado ofreció nuevos documentos que probaban su cambio de nombre. Expertos de la corte de Baden-Baden ratificaron la autenticidad de las pruebas. Según el tribunal, también el hijo de Heim tenía "datos creíbles" de que el nazi era Tarek Hussein y de que murió en 1992.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Los prisioneros eran ganado humano

La II Guerra Mundial todavía esconde secretos. Durante la investigación de su nuevo libro, una historia global del conflicto que publicará la semana que viene en España la editorial Pasado y Presente, el prestigioso historiador Antony Beevor se topó con una desagradable sorpresa. El Ejército estadounidense y el australiano prefirieron no divulgar una atrocidad japonesa al final del conflicto: el canibalismo y el uso de prisioneros de guerra como “ganado humano”, que eran mantenidos con vida solo para ser asesinados de uno en uno con el objetivo de ser devorados. Esta salvajada formó parte, según los datos recogidos por el escritor británico, de “una estrategia militar sistemática y organizada”.

“Las autoridades aliadas, comprensiblemente, por temor al horror que esto podría causar en las familias de aquellos que murieron en campos de prisioneros, decidieron ocultar los hechos totalmente”, explica por correo electrónico Beevor, que se encuentra promocionando en Australia su libro, publicado en junio en inglés. “Por ese motivo, el canibalismo no formó parte de los delitos juzgados en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio de 1946”.

Como sucedió con el resto de sus libros anteriores, la búsqueda de nuevas fuentes y documentos produce sus frutos. Hasta ahora, este historiador británico, que encontró un filón en los archivos soviéticos que comenzaron a abrirse tras la perestroika, había hecho minuciosas descripciones de las batallas de Stalingrado, Berlín, Creta y el desembarco de Normandía (todos ellos publicados en España por Crítica, todos ellos best sellers). En La II Guerra Mundial, un volumen de más de 1.200 páginas, traza un relato global del conflicto, que no empieza con la invasión de Polonia, sino un mes antes y en el otro lado del mundo, en agosto de 1939, en el río Khalkin-Gol. Aquella batalla en la que el Ejército Rojo derrotó a los japoneses en Manchuria demostró que Zukhov era uno de los grandes generales soviéticos y significó una gran lección para Tokio, que abandonó su intención de abrir un segundo frente en Siberia. Si Stalin hubiese tenido que proteger su retaguardia en Extremo Oriente, el conflicto hubiese sido muy diferente.

La II Guerra Mundial es una fuente infinita de historias y horrores y Beevor rescata muchas en este volumen, desde cómo los nacionalistas chinos sobornaron a las tríadas de Hong Kong para evitar matanzas de extranjeros hasta la guerra bacteriológica en Italia. Tras el desembarco aliado, los nazis inundaron grandes extensiones de terreno en Pontino, introdujeron el mosquito anofeles y confiscaron la quinina. Unas 55.000 personas contrajeron la malaria al año siguiente.

En su historia sobre el final de la guerra en Asia, Némesis. La derrota de Japón 1944-1945, Max Hastings explica que los relatos de las atrocidades que sufrieron muchos prisioneros a manos de los japoneses fueron censurados para evitar que se produjese una espiral de venganzas. De los 132.134 prisioneros de Japón, murieron 35.756, un 27%. Tanto Hastings como Beevor describen todo tipo de crueldades contra prisioneros de guerra aliados, desde vivisecciones sin anestesia hasta palizas mortales o ejecuciones a bayonetazos, además de trabajos forzados. Sin embargo, el canibalismo organizado va más allá de lo imaginable.

“No fueron casos aislados: existió un patrón similar en todas las guarniciones de China y el Pacífico que se quedaron sin suministros por la Marina estadounidense”, explica Beevor, que visitará España a finales de mes y que estará en el Hay Festival de Segovia. No existen datos sobre el número de prisioneros que pudieron sufrir esa suerte, aunque sí que la mayoría de los casos ocurrieron al final del conflicto, en Nueva Guinea y Borneo. Las víctimas fueron locales y soldados papuenses, australianos, estadounidenses y prisioneros indios, que se negaron a combatir con los japoneses. “Los informes lo dejan muy claro: ‘No fueron incidentes aislados perpetrados por individuos o pequeños grupos en condiciones extremas”, explica Beevor, de 66 años, militar reconvertido en historiador.

La revelación del canibalismo en el Pacífico se suma al redescubrimiento de las violaciones masivas por parte del Ejército soviético en su avance por Alemania, que describió en Berlín. La caída, 1945. Existían muchos testimonios, incluso una de las obras fundamentales sobre la II Guerra Mundial, Una mujer en Berlín (Anagrama, 2005), lo relataba con una pavorosa mezcla de horror y resignación. Este libro, anónimo, había sido publicado en inglés en 1954. Pero esa atrocidad no entró a formar parte del acervo de conocimiento popular sobre el conflicto hasta que el ensayo se convirtió en un éxito de ventas.
Un profesor de la Universidad de Melbourne, Toshiyuki Tanaka, había descubierto en los años noventa documentos que describían casos de canibalismo, pero, según su versión, se trataba de una orgía de muerte de tropas fuera de control, algo similar a lo que ocurrió en circunstancias extremas en el sitio de Leningrado, donde 600.000 personas murieron de hambre o a manos de prisioneros rusos que no recibían ningún tipo de alimentos. Los documentos que ha encontrado Beevor describen algo muy diferente, una nueva vuelta de tuerca en el horror infinito de la II Guerra Mundial.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

EE UU supo de la matanza soviética de 22.000 polacos en Katyn, pero la encubrió

El Gobierno de Estados Unidos supo que los rusos habían matado a más de 22.000 polacos en el bosque de Katyn en 1940, pero encubrió el incidente para no enemistarse con Moscú, según documentos revelados por el Archivo Nacional estadounidense. 

La Alemania nazi y la Unión Soviética invadieron Polonia en septiembre de 1939, en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y se repartieron el país bajo un pacto entre Berlín y Moscú. Los invasores capturaron a cuanto soldado polaco encontraron, y la URSS confinó a unos 200.000 de ellos.

"Mientras que los alemanes iniciaban la matanza de judíos y polacos en la región occidental de Polonia ocupada, el Ejército Rojo (soviético) arrestó y encarceló a miles de oficiales, militares, policías e intelectuales en el este de Polonia", indicó el Archivo Nacional.

Los polacos capturados por los soviéticos fueron recluidos en varios campos situados en el oeste de la Unión Soviética y operados por la policía política de la URSS, agregó. Unos 15.000 polacos, que componían casi la mitad del cuerpo de oficiales de las Fuerzas Armadas del país vencido, jamás aparecieron vivos.

Alemania, a su vez, atacó a la Unión Soviética en junio de 1941, y en abril de 1943 las tropas alemanas encontraron en el bosque de Katyn, cerca de Smolensk, ocho grandes fosas comunes con los restos de miles de polacos que habían estado internados en el campo de Kozielsk.

Los alemanes encontraron cerca de Piatyjatki y Mdenove los restos de prisioneros polacos que habían estado confinados en los campos de Ostashkov y Starobielsk. Ésas se conocen como las masacres del bosque de Katyn, y los documentos divulgados por el Archivo Nacional de EEUU contienen, entre otros materiales, fotografías tomadas desde aviones en la región de Katyn.
 
El Gobierno del dictador soviético Iosif Stalin y sus sucesores en un primer momento negaron la responsabilidad soviética en las matanzas, culpando en cambio a Alemania nazi. Finalmente, la Unión Soviética reconoció su responsabilidad por las matanzas del bosque de Katyn en 1990.

Los documentos divulgados ahora sustentan la posición de los historiadores según los cuales la URSS perpetró las matanzas y el Gobierno del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt supo de los incidentes, pero ayudó a encubrirlos.

Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial en diciembre de 1941, cinco meses después de la invasión alemana en Rusia, y dos años más tarde Washington no tenía intenciones de enemistarse con quien era su aliado, la URSS, en la contienda con Alemania y sus aliados.

martes, 11 de septiembre de 2012

Ocultación y muerte accidental de un nazi en Burgos

Friedhelm Burbach nunca se sentó en el banquillo del gran Juicio de Núremberg, a pesar de que su nombre estaba en la lista de los principales dirigentes del nazismo que tras la derrota de Alemania en la II Guerra Mundial fueron buscados para ser juzgados por sus terribles crímenes contra la Humanidad. Burbach fue uno de los muchos jerarcas que, algunos huidos y escondidos con mucha fortuna, otros amparados por diversos gobiernos, no resultaron capturados y conducidos al estrado del proceso judicial más importante del siglo XX. En aquellos días de 1945 y 1946 en que nazis como Goering, Rudolf Hess o Von Ribbentrop eran condenados a muerte o a cadena perpetua por el alto tribunal, Burbach se hallaba escondido. Lo hacía en una granja de un pueblo de la provincia de Burgos: Cillaperlata, oculto en las estribaciones de los Obarenes, a la sombra imponente de la Sierra de la Tesla, muy cerquita de Trespaderne.

Burbach, afiliado de primera hora al Partido Nacional Socialista fundado por Hitler en los años 20, había llegado a España en 1933 con una misión: inocular el ideario nazi, sembrar toda la filosofía que años más tarde llevaría al mundo al borde del abismo. Hacer proselitismo. Convertido en comisionado nazi para España y Portugal, vivió de cerca las evoluciones de la II República y mantuvo relaciones con los sectores más conservadores y los partidos derechistas. Había residido en España en la década anterior, estableciendo negocios en Barcelona, Vigo y Bilbao. Antes de regresar a España vivió afincado en Lisboa. Sin embargo, en el verano de 1936, cuando se produjo la sublevación militar en España, se encontraba en Berlín.

Y allí desempeñó un papel crucial en el devenir de las relaciones germano-españolas. No en vano, en su despacho del Partido Nazi recibió el 20 de julio, sólo dos días después del golpe de Estado, a emisarios del general Franco que solicitaban reunirse con el ya Führer de Alemania para solicitar ayuda militar en la recién iniciada guerra de España. Burbach, cercano a los hermanos Hess, consiguió que aquella delegación le hiciera llegar a Hitler la carta que le remitía Franco. Como cuenta José María Irujo en su libro La lista negra. Los espías nazis protegidos por Franco y la Iglesia, Burbach se deshizo en elogios hacia el golpista militar español: «Voy a exponerle un caso extraordinario. En mi despacho están tres mensajeros del general Franco que acaba de sublevarse en España, y que traen una carta de este general para el Führer. El artículo 1º de nuestro reglamento del partido prohíbe toda intervención en asuntos interiores de otra nación, pero esta guerra de España es el principio de la disputa entre el nacionalsocialismo y las ideas del orden y la civilización contra el comunismo. Puedo afirmar que conozco el nombre y los antecedentes del general Franco, el más joven de España...». El resto es historia: Alemania apoyó a los sublevados, protagonizando sus contingentes alguno de los capítulos más horrorosos de la contienda, como el bombardeo de Guernica.
A la conclusión de la Guerra Civil Española Burbach se instaló en Bilbao con el cargo de cónsul general, a la vez que continuaba desarrollando labores empresariales que le procuraron pingües beneficios. Pero aquella cómoda vida habría de cambiar poco tiempo después. La derrota germana en 1945 precipitó la persecución que desde ese momento iniciaron los Aliados para con los jerarcas del III Reich. Franco fue instado por estos a entregar a todos aquellos alemanes con responsabilidades que se sabía vivían en España, país en el que muchos se ocultaron o desde el que viajaron a países americanos huyendo de las garras de la justicia. Ante esa tesitura, Burbach llegó a escribir a Franco, recordándole los servicios que había prestado a su sublevación.

Con todo, cuando el dictador español se sintió realmente presionado, Burbach, que había sido el primer representante de Hitler en España y que era hostigado, entre otras cosas, por organizar labores de espionaje, desapareció de su oficina consular, sita en la calle Máximo Aguirre de Bilbao. Su primer destino fue el pueblo burgalés de Trespaderne; cuando al poco tiempo dejó de ser un lugar seguro, se escondió en una granja de una localidad cercana, pero mucho más oculta, llamada Cillaperlata. Durante dos años, Burbach, conocido en la zona como ‘Rudy El alemán’, hizo muchas amistades y participó en numerosas jornadas de caza. Tanto que cuando pasó aquella fiebre perseguidora y regresó a su casa de Bilbao y a sus negocios, no dejó de acudir a este rincón de Las Merindades para disfrutar de esas jornadas cinegéticas.

Fallecimiento. Tenía 66 años Friedhelm Burbach la última vez que acudió a Trespaderne con escopeta. Establecido en Bilbao, vivía como un rey, sin miedo a ninguna persecución, amparado siempre por el régimen dictatorial, que le devolvió de esa manera sus favores. Eran las cuatro de la tarde cuando, ya de regreso a la capital vizcaína, conducía su Mercedes Benz a la altura de San Llorente de Losa. Según la autopsia, una hemorragia cerebral motivó que Burbach perdiera el control del vehículo, diera un volantazo y fuese a impactar violentamente contra un chopo que flanqueaba la carretera, causándole la muerte en el acto. Al día siguiente, una escueta nota en Diario de Burgos informaba del siniestro: En San Llorente de Losa un súbdito alemán se mató ayer con su coche al estrellarse contra un árbol, rezaba el titular. Pero nada más sobre la biografía del finado, excepto que era agente comercial. De su verdadera identidad y de su papel como miembro del Partido Nazi no se hacía ninguna referencia. Fue el destino y no la justicia el que borró el nombre de Friedhalm Burbach de la lista negra. Y de la faz de la tierra.

lunes, 10 de septiembre de 2012

El legado de Alan Turing



A pesar de ser un personaje absolutamente decisivo en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial (sin él posiblemente hubiera durado más, con más pérdida de vidas, con más sufrimientos), a pesar de ser uno de los padres de la Computación (tanto a nivel teórico como práctico), a pesar de haber revolucionado completamente el criptoanálisis, a pesar de una vida agitada y controvertida, la figura de Alan Turing no ha empezado a ser conocida por el público (fuera de los círculos académicos) hasta hace relativamente poco.

Efectivamente, Alan Turing que nació en Inglaterra hace justamente cien años (es por ello que este 2012 es considerado internacionalmente como el año Turing) lideró el grupo de criptoanalistas británico que consiguió descifrar los mensajes alemanes que usaban la máquina Enigma que se creía inexpugnable. Para conseguir dicho objetivo realizó hasta cinco aportaciones fundamentales al criptoanálisis y participó en el diseño y construcción de Colossus lo que muchos consideran el primer ordenador de la historia. El software (aunque no existía software tal y como hoy lo conocemos) de Colossus fue obra del propio Turing y, sobre todo, de Bill Tutte, muy conocido posteriormente por sus aportaciones a la Teoría de Grafos.

Pero el interés de Turing por el criptoanálisis y la informática teórica (sobre todo a esta última) es anterior a la Segunda Guerra Mundial ya que una de sus aportaciones decisivas procede de 1936 cuando publicó un artículo que es una de las bases de dicha disciplina y que supuso el nacimiento del diseño de ordenadores con programas almacenados. En dicho artículo se describe lo que posteriormente se ha llamado una máquina de Turing.

Una máquina de Turing (que es un mero ejercicio mental, no una máquina real) básicamente está constituida por una cinta infinita dividida en casillas contiguas en las que podemos escribir un 0 o un 1 (o no escribir nada) y una cabeza lecto-escritora; esta máquina está gobernada por un programa (sucesión finita de instrucciones) que llevará a la cabeza lecto-escritora a realizar distintas operaciones simples (leer lo que pone la casilla correspondiente, moverse un lugar hacia la izquierda o la derecha, cambiar el valor de la casilla o dejarlo tal y como está). Uno puede pensar que una máquina tan simple está muy limitada, sin embargo es comúnmente aceptado que todo lo que puede hacer un ordenador moderno puede ser realizado por una máquina de Turing. El trabajo en el que Turing presentó su modelo de máquina teórica sentó las bases de lo que es conocido como arquitectura Von Neumann (que perdura hoy en día dividiendo un ordenador en software y hardware) y constituye uno de los tres trabajos fundamentales (y en cierto sentido equivalente) de la teoría de la computación (los otros dos son el famoso teorema de Gödel y el trabajo de Alonzo Church).




Pero más que de su máquina, vamos a hablar un poco sobre él. Como dijimos al principio, Turing fue un personaje decisivo en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial ya que fue uno de los líderes de Bletchley Park y sus trabajos permitieron descifrar la mayoría de los mensajes que se transmitían los alemanes. Con ello los aliados disponían de información de primer orden que fue usada en innumerables ocasiones para prepararse ante ataques alemanes o para infligir pérdidas en los flancos más débiles del enemigo. De hecho, su relación con la Inteligencia Militar británica comienza en septiembre de 1938 (un año antes de la guerra). Durante la guerra su labor se centró en descifrar los mensajes elaborados con la máquina Enigma (usada por la marina alemana), para ello diseñó el llamado Bombe, un precursor de los ordenadores diseñado con el objetivo específico de desencriptar mensajes de Enigma. El primer  Bombe entró en funcionamiento a comienzo de 1940 y al final de la guerra había más de doscientas bombas funcionando a pleno rendimiento.

En un ambiente excéntrico con tantos científicos reunidos como era el de Bletchley Park, Turing tenía fama de excéntrico, o sea que…  Una de sus excentricidades consistía en desplazarse a veces corriendo hasta Londres para las reuniones de alto nivel a las que era convocado (Londres está a 60 km de Bletchley Park), ya que era un fanático de recorrer largas distancias corriendo, lo que le llevó a ser un gran maratoniano (su marca en 1949, ya con 37 años, estaba alrededor de las 2 horas y 45 minutos lo cual era sólo unos 10 minutos más lento que el campeón olímpico de la época).

Aunque al fin y a la postre, la excentricidad que posiblemente llevaría a Turing a su muerte fue su carácter de homosexual. A través de una denuncia que presentó por un robo que había sufrido en su hogar (por parte de un amante ocasional), su homosexualidad salió a la luz y por la misma ley por la que fue juzgado Oscar Wilde más de cincuenta años antes se le ofreció o bien una pena de cárcel o una castración química; optó por esta última y se le presentaron una serie de efectos secundarios que algunos consideran como una de las causas que lo llevó al suicidio en 1954.

Respecto a su suicidio, existen varias leyendas y algunos puntos oscuros. La autopsia determinó que se produjo por envenenamiento con cianuro, junto a su cadáver se encontró una manzana a medio comer, pero la manzana nunca fue analizada y por tanto se desconoce si fue la fuente del envenenamiento. Naturalmente, estos puntos oscuros han motivado el nacimiento de muchas sospechas, pero puesto que su cadáver fue incinerado, es posible que nunca podamos llegar a la certeza de qué fue lo que realmente ocurrió,  aunque no faltan voces que afirmen que no fue algo voluntario…

Por cierto, si os interesa  la figura de Turing, tanto el personaje como sus aportaciones a la Computación, Criptografía, Ingeniería o incluso a la Biología, este año, en Madrid, la Real Academia de Ciencias y la Fundación Areces (Madrid) han organizado el mayor evento alrededor de nuestro personaje celebrado  en España en este año de Turing. La inscripción es gratuita y tenéis información sobre El legado de Alan Turing aquí y aquí ¿Nos vemos allí?