martes, 30 de octubre de 2012

El mártir de Auschwitz

Si no conseguían atrapar al prisionero fugado, todos sabíamos las consecuencias… matarían a diez de nuestro barracón.
Estas eran las palabras de Franciszek Gajowniczek, prisionero polaco nº 5659 del campo de exterminio de Auschwitz.

La noche del 30 de julio de 1941, en el último recuento del día, faltaba uno compañero del barracón de Franciszek. Sonaron todas las alarmas, los encerraron a todos y los alemanes comenzaron su búsqueda… Por un lado, nos alegrábamos de que alguien pudiese escapar de aquella condena pero, por otra lado, suponía la muerte de otros. A la mañana siguiente, sin haber conseguido capturar al huido, nos sacaron a los 2.000 recluidos en el barracón y nos tuvieron en posición de firmes durante todo el día bajo el sol abrasador. Por la noche, el coronel de las SS Kark Fritsch volvió a pasar lista para elegir a los 10 prisioneros que, como represalia, serían ajusticiados… Franciszek Gajowniczek estaba entre ellos. Cuando dijeron su nombre, dio un paso al frente y murmuró:
Pobre esposa mía; pobres hijos míos.
El compañero que tenía al lado, el prisionero nº 16.770 Maximiliano Kolbe, se adelantó y dijo:
Coronel, soy un sacerdote católico polaco, estoy ya viejo. Querría ocupar el lugar de este hombre que tiene esposa e hijos.
Al coronel no le hizo mucha gracia pero, al fin y al cabo, qué más daba matar a uno u otro. Para que la muerte fuese lenta y agónica, los encerraron para morir de hambre… Bruno Borgowiec, un polaco que fue asignado a prestar servicio en la celda donde fueron encerrados, contó antes de morir en 1947:
El hombre encargado de vaciar los cubos de orina siempre los encontraba vacíos. La sed les condujo a beber el contenido. El padre Kolbe nunca pidió nada y en lugar de quejarse animaba a los otros diciendo que el fugitivo podría aparecer y todos sería liberados – efectivamente, apareció muerto en una letrina pero el coronel ya no quiso dar marcha atrás -. Uno de los guardias de las SS comentó: este sacerdote es realmente un gran hombre. Nunca he visto a nadie como él…
Dos semanas pasaron de este modo. Uno tras otra morían, hasta que sólo quedó el padre Kolbe. Aquello se alargaba demasiado y decidieron ponerle fin: una inyección letal. Aquel sacerdote, hijo de alemán y polaca, fue, durante el tiempo que estuvo recluido, una pequeña luz de esperanza en un lugar de desesperación y muerte; igual que lo había sido para 3.000 refugiados polacos, entre los que se encontraban 2.000 judíos, cuando los escondió en un convento cerca de Varsovia tras regresar de Japón y la India donde fundó varios conventos.
Treinta años después, cuando Franciszek Gajowniczek asistió a la beatificación de Maximiliano Kolbe, pronunció estas palabras:
Sólo pude darle las gracias con la mirada. Yo estaba aturdido y no podía comprender lo que estaba pasando: Yo, el condenado, sigo viviendo y otra persona, voluntariamente, ofreció su vida por mí. ¿Es esto un sueño? [...] no tuve tiempo de decirle nada a Maximiliano Kolbe. Me salvé. Y se lo debo a él. La noticia se extendió rápidamente por todo el campamento. Fue la primera y la última vez que un incidente sucedido en toda la historia de Auschwitz.
Durante mucho tiempo sentí remordimiento al pensar en Maximiliano por permitir que me salvase firmando su sentencia de muerte. Pero ahora, al reflexionar, comprendí que un hombre como él no podía hacer otra cosa. Tal vez pensó que como sacerdote su lugar estaba al lado de los condenados para ayudarles a mantener la esperanza [...]
 
Esta entrada ha sido originalmente publicada en el blog "Historias de la Hstoria".

sábado, 20 de octubre de 2012

Desalojan a 8.000 personas en Budapest por una bomba de la Segunda Guerra Mundial

Las autoridades húngaras desalojaron a 8.000 personas para desactivar una bomba de la Segunda Guerra Mundial encontrada en Budapest, en el río Danubio, según informó la agencia húngara MTI.

La bomba fue hallada este jueves en las cercanías del puente ferroviario del norte de la ciudad, en el barrio Óbuda, pero la desactivación se realizó este viernes, después de que se desalojara a ocho mil personas en un círculo de un diámetro de un kilómetro.

Los agentes especiales se sumergieron en el agua del Danubio para llegar hasta la bomba y realizar las obras necesarias.

Mihály Vörös, oficial del Ejército húngaro, explicó que una eventual explosión de esa bomba "hubiese podido causar daños en los edificios en un círculo de un kilómetro de diámetro e incluso poner en peligro vidas".

El artefacto desactivado fue trasladado a un polígono especial del Ejército, para destruirlo. Budapest fue afectado severamente por bombardeos de las partes en conflicto durante la Segunda Guerra Mundial, y especialmente golpeada en los primeros meses de 1945.

viernes, 5 de octubre de 2012

Hugo Boss, el sastre que confeccionaba los uniformes de las tropas nazis

La conocida firma de ropa «Hugo Boss» es sinónimo de calidad, elegancia y, sobretodo, alta costura. Sin embargo, su fundador, Hugo Ferdinand Boss, era conocido en la Segunda Guerra Mundial por algo bien distinto: fabricar los trajes para las tropas nazis dirigidas por Hitler y usar a prisioneros judíos como mano de obra. Y es que, este costurero alemán fue durante años el sastre del Tercer Reich
La historia de Hugo Boss comienza en 1923, año en que el modista fundó un pequeño taller de sastrería en Metzingen, un pueblo al sur de Stuttgart. Allí, como afirma el historiador y periodista Jesús Hernández en su libro «100 Historias secretas de la Segunda Guerra Mundial» (el cual presenta en su blog), «el sastre se dio cuenta de que el negocio era vestir a las tropas hitlerianas».

Boss, un nazi convencido

Corría el año 1931 y Alemania vivía asolada por las duras condiciones que le habían impuesto los aliados por ser la nación que, de forma «oficial», había iniciado la Primera Guerra Mundial. Concretamente, este país se veía ahora en la ruina ya que estaba obligado a pagar grandes impuestos al bando vencedor (denominados como «reparaciones de guerra»). Esto, unido a la gran crisis económica de 1929, había dejado a Alemania en el ostracismo.
En esa época, un joven Adolf Hitler había tomado ya las riendas del Partido Nazi y su discurso comenzaba a convencer a muchos alemanes. Y, al parecer, uno a los que persuadió fue Hugo Boss. «En abril de 1931, cuando aún Hitler no había llegado al poder, Boss, que entonces tenía 46 años, decidió alistarse en el Partido Nazi. Su número de afiliado sería el 508.889» afirma Hernández.
En 1933, dos años después de comenzar su aventura textil, y tras pasar multitud de calamidades económicas, Hugo Boss ya había decidido que su futuro sería proporcionar la indumentaria a las «Waffen SS» (un cuerpo de elite creado por Hitler para su protección, entre otras funciones), las SA (una organización paramilitar del partido nacionalsocialista), y las Juventudes Hitlerianas, según explica el historiador.

Ese mismo año, las ventas comenzaron a incrementarse, y, en términos del historiador, Hugo Boss incluyó un anuncio en un diario local afirmando lo siguiente: «Uniformes de las SS, las SA y las HJ. Ropa de trabajo, de deporte y de lluvia. La hacemos nosotros mismos, con calidad buena y reconocida y a buenos precios. Boss. Ropa mecánica y de trabajo, en Metzingen. Firma homologada por las SA y las SS. Uniformes con la licencia del Reich». Su futuro acababa de quedar sellado.
Desde ese momento los pedidos del ínfimo taller se multiplicaron. «Años más tarde, en 1935, Boss decidió abandonar la fabricación de ropa civil y dedicarse exclusivamente a la confección de uniformes. Seguramente, a Boss no le pasó desapercibido el dato de que entre miembros de las SS, SA y Juventudes Hitlerianas sumaban un total de tres millones y medio de uniformes, y que alguien debía de fabricarlos» sentencia Hernández.
Hugo Boss acertó de lleno, como explica el historiador: «La diversidad del vestuario del Tercer Reich debía ser atendida. Por ejemplo, el vestuario tipo del militar alemán podía tener hasta ocho uniformes distintos: el de campaña, el de servicio o diario, el de guardia, el de parada, el de presentación, el de paseo, el de trabajo, el deportivo y el de sociedad, este último solo para los oficiales».

El negocio progresa

Los pedidos llegaron a cientos hasta Metzingen, lo que provocó que Boss se planteara comprar en 1939 una fábrica de telas para ahorrar costes en el proceso de creación de las prendas. El mercado era sin duda favorable para la marca.
Ese año sucedió además un hecho que convertiría a Hugo Boss en una de las marcas con más beneficios en Alemania: la invasión de Polonia por parte de las tropas nazis el 1 de septiembre de 1939. La maquinaria militar de Hitler se puso en marcha y alguien tenía que proporcionar la vestimenta a todos aquellos soldados que recorrerían medio mundo. El elegido, como no podía ser de otra forma, fue aquel sastre que trabajaba en Metzingen.

Además, y según explica Hernández, la guerra amplió el mercado del modista, que ahora recibía multitud de nuevos pedidos, algunos incluso de la Wehrmacht (el grueso de las fuerzas de tierra, mar y aire del ejército alemán). «En el taller de Metzingen llegaron también pedidos de la Sección de Vestuario (Bekleidung) y del Estado Mayor (Stab), perteneciente a la Oficina de Asuntos Generales del Ejército (Allgemeines Heeresamt)» determina.
Boss era en ese momento un empresario acaudalado cuyo producto era conocido en toda Alemania. «El pequeño taller de Metzingen se convertía así en la segunda compañía textil más importante de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial» sentencia el historiador.

La guerra y la escasez de materiales

Aunque la guerra significó el aumento de los pedidos para Boss, le provocó también una serie de problemas. El primero de ellos tuvo que ver con la disminución de la entrada de productos a través del comercio, lo que provocó la escasez de materias primas para confeccionar los trajes. A esta dificultad se unió además el recorte en el presupuesto destinado a los uniformes que hizo el Gobierno Alemán, ya que necesitaba el dinero para la investigación armamentística.

Sin embargo, Boss ideó una solución sencilla. «Si en los años treinta los uniformes de las SS, la SA, las HJ y la Wehrmacht estaban fabricados con una mezcla de fibras y lana, durante la guerra la lana reciclada pasaría a ser el elemento básico de los uniformes» afirma Hernández.
A su vez, los alemanes discurrieron otras formas de conseguir materias primas, requisárselas a sus enemigos. «Las necesidades de vestuario del Ejército alemán nunca se pudieron cubrir completamente debido a la escasez de materias primas. Por tanto, las tropas germanas se vieron forzadas a requisar toneladas de ropa en los países ocupados» destaca el historiador.
Otro problema que se le planteó a Boss fue la falta de trabajadores. Sin embargo, en su ayuda acudieron de nuevo las tropas de Hitler: «Hugo Boss no dudó en utilizar mano de obra de trabajadores esclavos procedentes de los países ocupados, sobre todo mujeres polacas. Entre 1940 y 1941, trabajaron treinta prisioneros franceses. Además las SS facilitaron a Boss la incorporación de una veintena de trabajadores polacos procedentes de campos de concentración», informa Hernández.

La empresa tras la contienda

Después de la guerra, aproximadamente en 1945, las cosas cambiarían radicalmente para Hugo Boss, que pasó de ser un empresario reconocido a ser acusado por el nuevo Gobierno de colaboracionista con el nazismo. «Hugo Boss fue declarado por las autoridades aliadas ‘beneficiario’ del régimen nazi y su empresa fue calificada de ‘importante’ en el entramado económico del régimen de Hitler, dos condiciones que comportaron que Boss perdiera el derecho al voto y una multa de 80.000 marcos» destaca en su libro el periodista.

A pesar de la gran cantidad de la multa, en un principio el dinero no era un problema para el sastre. «Este importe lo pagó con el dinero obtenido gracias a la venta de grandes cantidades de seda de la que utilizaba para confeccionar paracaídas que Boss había comprado en el mercado negro durante la contienda» explica Hernández.
Después de ser multado, Hugo Boss decidió cambiar los trajes militares que confeccionaba por uniformes de trabajo. «A la vez, presentó un recurso ante los tribunales de justicia para limpiar su nombre. Sin embargo, Hugo Boss nunca obtuvo el perdón del Gobierno de la nueva República Federal de Alemania. Murió en 1948» sentencia el experto.

De uniformes nazis a ropa juvenil

Tras la reconversión de la empresa, los descendientes de Hugo, Siegfried Boss y Eugen Holly, decidieron cambiar radicalmente el negocio y buscar una nueva dimensión para sus futuras colecciones de ropa. «Orientaron el negocio hacia ‘los triunfadores y los jóvenes hombres de negocios’, según reza la publicidad de la marca del año 1953» determina el historiador.
Finalmente, 20 años después la empresa creció sustancialmente y, en la actualidad, se ha convertido en una marca que es sinónimo de elegancia y es usada por todo tipo de personajes famosos. «Hugo Boss se lanzó a patrocinar acontecimientos deportivos y culturales de todo tipo, consiguiendo transmitir una dinámica imagen de modernidad. En 1985 cotizó en Bolsa, hasta que en 1991, el imperio italiano de la moda Marzotto adquirió el 50,4% de las acciones» finaliza Hernández.

 


martes, 2 de octubre de 2012

75 sevillanos murieron en campos de concentración nazis

El Ministerio de Justicia digitaliza la documentación de los 4.400 españoles fallecidos en el holocausto El Ministerio de Justicia ha digitalizado y colgado en su página web un registro de los españoles fallecidos en los campos de concentración nazis, a partir de la documentación remitida a finales de los años 50 por la Dirección de lo Contencioso del Estado Civil e Investigaciones del Ministerio de Excombatientes y Víctimas de Guerra de Francia. La documentación fue recopilada en los 60 en diez tomos conservados en el Archivo del Registro Civil Central del Gobierno español, entre cuyas funciones está la inscripción de los decesos de españoles ocurridos en el extranjero. Son estos tomos los ahora digitalizados y recogen datos de 4.440 españoles fallecidos en los campos de concentración, entre ellos 75 sevillanos.

 La base de datos permite acceder a la ficha expedida por el Gobierno francés de cada uno de estos fallecidos, donde aparece además de sus datos personales, población de procedencia, fecha y lugar de la muerte, además de la dirección de la familia, si bien en algunos casos aparece que ésta es desconocida.

La gran mayoría de los españoles y sevillanos fallecidos a manos del holocausto nazi murieron en Gusen, un campo de concentración dependiente de Mauthausen y ubicado al este de la ciudad austriaca de Linz, donde se calcula que estuvieron presos 8.000 españoles, la mayoría de ellos exiliados de la Guerra Civil, y donde algunos historiadores apuntan a que entre sus muros fallecieron más de 44.500 personas. En el caso de los 75 sevillanos fallecidos, aparecen siete muertes en Mauthausen y una en el campo de concentración de Wien. El resto corresponden todas a Gusen.

Precisamente, la muerte de Jaime Rodríguez, natural de Sevilla capital, en Wien es la más temprana registrada de un ciudadano sevillano en estos archivos, concretamente se produjo el 27 de octubre de 1940. La más tardía corresponde a Pablo Barraro Duque, natural de Almadén de la Plata, ocurrida en Gusen el 9 de abril de 1943.

El origen de los 75 sevillanos fallecidos en los campos de concentración abarca hasta treinta municipios de la provincia, incluyendo la capital, si bien destaca el hecho de que diez de los ciudadanos registrados fueran naturales de Lora del Río. También hay varios casos de Estepa o La Puebla de Cazalla. 

En el listado aparecen varias parejas de hermanos, como es el caso de José y Antonio Mayoral García, de Constantina, muertos en Gusen en 1941 con un mes de diferencia; José y Manuel Calzado Redondo de Estepa, fallecidos también en Gusen en septiembre y diciembre de 1941 respectivamente; Gonzalo y Antonio Ortiz Crespo, naturales igualmente de Estepa y muertos ambos en Gusen en febrero y septiembre de 1941; o Antonio y Julio Serrano Hidalgo, de Peñaflor, el primero de los cuales falleció en septiembre de 1941 en Mauthausen y el segundo en diciembre del mismo año en Gusen.

lunes, 1 de octubre de 2012

Jóvenes de Israel se tatúan voluntariamente el número de sus abuelos de Auschwitz



Los jóvenes israelíes se tatúan en el brazo el número que sus abuelos, presos de Auschwitz fueron obligados a llevar marcado en el cuerpo, según publica este lunes el diario The New York Times.

La nueva moda juvenil pretende, según el diario, rendir tributo a la memoria de sus antepasados. De hecho, explican sus protagonistas, empieza a ser popular en un momento en el que la memoria viva de los supervivientes del Holocausto está a punto de desaparecer, con la pérdida de dicha generación.

Los números que los nietos se tatúan voluntariamente son los mismos que sus abuelos llevaban obligados para ser identificados en campos de concentración de la Alemania nazi.

La polémica está servida. Durante décadas, los ahora abuelos de Auschwitz trataron de cubrir e incluso retirar quirúrgicamente sus números tatuados. Los judíos tienen prohibido el entierro con tatuajes. Y muchos lamentan que con esta moda se esté perpetuando uno de los símbolos de humillación contra el pueblo judío.

Los tatuajes a los presos judíos se comenzaron a realizar en 1941 en los campos de concentración de Auschwitz y de Birkenau. Algunos presos fueron marcados en el pecho, pero la mayoría lo fueron en el antebrazo, lugar en el que se tatúan ahora los números de la memoria del horror sus nietos. Estos números eran grabados exclusivamente a los judíos "capacitados" para trabajar. En ocasiones eran mostrados con orgullo, sobre todo si los números eran inferiores al 80.000 porque significaba que llevaban sobreviviendo al campo de concentración varios inviernos.

Las voces críticas con esta nueva moda juvenil tienen claro que no les gusta nada: "Es muy chocante ver a jovencitas llevar un número de Auschwitz en el brazo", dicen.