martes, 28 de julio de 2009

Sabías que...? Circuito de Silverstone

El pasado domingo 26 de julio, Doningoton Park acogía el último Gran Premio del Mundial de Moto GP, cediendo el testigo del GP de Inglaterra a otro mítico trazado, el de Silverstone, efectuando así un intercambio a partir del 2010 entre el circuito de F1 y el de Moto GP.

Pues bien, ¿sabías que el circuito de Silverstone está construido sobre el trazado de un aeródromo de la RAF diseñado para su uso durante la Segunda Guerra Mundial? De hecho, las tres pistas de despegue, trazadas en el clásico formato triangular de la época, aún pueden apreciarse dentro del circuito.


RAF Silverstone fue la base de la Nº 17 OTU (Operational Training Unit) donde operaban con los bombarderos Vickers Wellington.



Como dato final indicaros que el aeródromo fue inaugurado en 1943 por la RAF para dar servicio a sus bombaderos durante la Segunda Guerra Mundial, porteriormente en 1945 se creó en Silverstone el Real Club del Automovilismo Británico y el primer GP de Gran Bretaña se celebró en este circuito en 1948.

lunes, 27 de julio de 2009

La caída de Berlín

El 22 de abril de 1945, las fuerzas soviéticas entraban en el barrio de Pankow, 5 km al norte del centro de Berlín. Cuando ya todo estaba perdido, Hitler y los más destacados protagonistas del nazismo esperaban en el búnker de la Cancillería un último milagro, o en todo caso, la oportunidad de encontrar un final grandioso. Mientras tanto, en la calle, entre bombas y llamas, sumidos en una oscuridad casi total. Viejos y niños continuaban combatiendo en una desesperada e inútil batalla. La guerra tocaba a su fin en Europa.

En el momento en que comenzaba el año 1945 —exactamente cinco minutos después de media noche—. Hitler envió por radio su mensaje de Año Nuevo a un pueblo maltrecho y destruido. Les explicó que estaban ganando la guerra: «Mi fe en el porvenir de nuestro pueblo permanece inquebrantable», decía en el mismo momento en que sobre Berlín caían por centenares bombas de dos mil kilos. Era el bombardeo más duro de la guerra. Casi a la misma hora, Churchill hablaba en el Club de la Primavera: prometía también la victoria: «Antes de que pasen muchos meses, la banda siniestra que ha dominado este desgraciado continente durante demasiado tiempo habrá sido barrida. » La previsión exacta era la de Churchill, con una diferencia sobre sus cálculos: Churchill creía que la guerra podría terminar el 1 de octubre de 1945 en Europa y, en realidad, terminó el 30 de abril. Quizá cuando Hitler hablaba entre el fragor de las bombas y de los cañones antiaéreos estaba ya pensando lo mismo en su refugio de la Cancillería, el búnker que ha dado después su nombre a las últimas resistencias sin porvenir. El 16 de ese mismo mes de enero, el Führer durmió allí por primera vez. Había estado visitando el frente de las Ardenas. Cuando regresó a Berlín, después de hacer una visita al matrimonio Goebbeis - llevó él mismo su té en un termo, para no consumir el de sus amigos—. Prefirió dormir en el búnker, que le ofrecía más seguridad. De todas formas no se instaló en él hasta el 16 de febrero. Probablemente le decidió el bombardeo británico de la ciudad de Dresde (la sucesión de bombardeos que arrasaron la ciudad entre el 13 y el 16), en el que habían muerto unas 135.000 personas: más de las que morirían, poco después, a consecuencia de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

Berlín bajo las bombas

Berlín sufría ataques incesantes: el 3 de febrero, mil fortalezas aéreas de los Estados Unidos lanzaban bombas incendiarias y explosivas sobre la ciudad. «Fue indiscutiblemente la prueba más terrible sufrida por Berlín», relataba un periodista sueco que estaba en la ciudad y que vio a los desertores y a los obreros extranjeros «sembrando el terror en las calles». Horst Lange escribía su diario berlinés en aquellos momentos. «Todos los días se observan en los tranvías y en el metro estallidos insensatos e histéricos de pasajeros: en un ambiente de silenciosa intranquilidad rompe de pronto una nueva situación de furia, hasta que la persona que la ha provocado se hunde de nuevo en el silencio. Gritos, lágrimas, acusaciones inútiles... », anotaba el 3 de febrero. Y el 4: «Epidemia de suicidios. Ha ocurrido un caso terrible con una muchacha que vivía en nuestra casa: se ha quemado viva. Un joven miembro de las SS se envenena junto con su esposa (...) En la carta de despedida se han encontrado estas líneas: “...es mejor morir ahora voluntariamente que ser asesinado dentro de poco por los rusos...”» Va apuntando imágenes en los días sucesivos: dos paquetes de tabaco que se cambian por féretros para dos suicidas (a los que quitan la ropa antes de enterrarlos: los supervivientes no tienen con qué vestirse). Ancianos con viejos mosquetones oxidados colgando de cuerdas o cintas; heridos con vendas ensangrentadas; refugiados con bultos de ropa; «un hombre que llevaba consigo una mandolina enfundada en un estuche de cuero artificial»; grandes embudos abiertos en las calles por las bombas; tranvías incendiados; «una mujer hombruna conduce un tractor por la Plaza de Leipzig remolcando una pieza de artillería pesada». La radio exige que no se ofrezca comida ni alojamiento a los desertores, y dice: «no deis cuartel alguno a esos canallas y cobardes, arrolladlos con vuestros vehículos, arrojadlos de los vagones del metro». Una orden autoriza a los oficiales a fusilar en el acto a los soldados alemanes que se entreguen al pillaje en ciudades alemanas; poco después se insta a los soldados para que detengan y ejecuten a sus superiores si éstos son culpables de deserción o de pillaje...

El cerco se estrecha

La guerra apretaba cada vez más a Alemania. El día en que Hitler bajaba por primera vez al refugio que iba a ser su tumba, los soldados del Ejército Rojo llegaban a Prusia Oriental y tomaban Varsovia; tres días después el gobierno húngaro cambiaba de frente y declaraba la guerra a Alemania. El 1 de febrero, las fuerzas soviéticas llegaban al Oder, entre Küstrin y Frankfurt, y el 8 de febrero comenzaba la ofensiva británica en el Rin, que los americanos cruzarían el 7 de marzo...

¿Qué esperaba Hitler en el búnker? Entre otras cosas, un milagro descendido del Walhalla. Las esperanzas militares aún tenían menos posibilidades. Entre los proyectos de armas nuevas y, en teoría, definitivas que le ofrecían sus técnicos estaban el caza a reacción y un desarrollo del cohete «V 2». Llegó hasta él alguien que le prometió «el rayo de la muerte». No cesaba de imaginar soluciones políticas, hasta las más extremas: dejaría su puesto a Martín Bormann, con quien los angloamericanos podrían tratar. Se sabe qué tratado imaginaba: una última alianza con los países democráticos para, entre todos, destruir a la Unión Soviética.

Un cuerpo vacilante y agotado

Los servicios de información le intoxicaban: le daban partes según los cuales no sólo los países democráticos mantenían querellas con los soviéticos, sino que incluso las mantenían entre ellos a propósito de la delimitación de zonas de ocupación. El mariscal Kesseiring le había llevado documentos capturados según los cuales esta querella existía realmente; pero Hitler la sobrestimaba, en su desesperación, hasta el punto de imaginar una guerra entre británicos y americanos... No sólo eran los servicios de información los que le intoxicaban, sino también su médico personal, el profesor Morrell, que diariamente le inyectaba drogas para mantenerle en pie y en estado de excitación. En el Kriegsbuch des Oberkommandos der Wehrmacht se cita la descripción de un testigo acerca de Hitler en el búnker: «Su cuerpo ofrecía una imagen terrible. Se arrastraba penosa y pesadamente. El tronco le caía hacia delante, y arrastraba sus piernas desde sus habitaciones hasta la sala de conferencias del búnker. Le faltaba completamente el sentido del equilibrio; si era detenido en este breve camino, de veinte a cuarenta metros, tenía que sentarse en uno de los bancos dispuestos a lo largo del pasillo, a ambos lados, o apoyarse en su interlocutor. Tenía los ojos inyectados en sangre. Aunque todos los documentos que se le pasaban estaban escritos con letras tres veces mayores que las normales, en unas “máquinas de escribir especiales para el Führer”, sólo los podía leer con gafas de alta graduación. De las comisuras de los labios goteaba frecuentemente la saliva. » Una de sus secretarias le describe vacilante y agotado: se dejaba caer sobre un sofá y un criado le colocaba las piernas en alto. «Permanecía allí estirado, apático, obsesionado por un solo pensamiento: chocolate y pasteles; se había convertido en enfermiza su apetencia de pastel.»

Los últimos días en el búnker

La vida en el búnker era extraña, alucinante: una mezcla de ceremonias familiares, fiestas extemporáneas, olor de muerte y esperanzas dementes. El búnker era un refugio a prueba de bombas bajo el jardín de la Cancillería, donde surgía una torre para caso de salida de urgencia. Descendiendo, había una planta llamada «antebunker» donde estaban el personal burocrático y de servicio y los almacenes de provisiones y objetos necesarios. Una escalera de caracol llevaba al «Führerbunker», situado a unos quince metros de profundidad. Tenía varias habitaciones y en ellas vivían Martín Bormann, el médico personal de Hitler, Goebbeis y otras personas próximas. Hitler tenía seis habitaciones privadas: dos de ellas estaban destinadas a Eva Braun. Había una sala de mapas y una de reuniones. Los habitantes permanentes del refugio fueron cambiados varias veces de habitación: las de Hitler fueron siempre las mismas, y apenas salía de ellas más que para asistir a las conferencias, sobre todo de una salita junto a su alcoba. Había en esta salita un solo cuadro: un retrato de Federico el Grande. Un escritorio, una mesa, un sofá y tres sillones eran sus únicos muebles.

Al principio, la vida en el búnker estaba regulada por un cierto orden. Hitler se levantaba hacia las doce de la mañana y comenzaba sus audiencias de personas llegadas del exterior; comía en presencia de sus visitantes —la cocinera probaba personalmente todo lo que se le ofrecía-. Daba órdenes a sus secretarias, recibía a los médicos. Trabajaba a veces en planes futuros, como la reconstrucción de Linz, y preparaba los planos de la Ópera y del Museo que imaginaba para esta ciudad. Junto a él estaba su perra alsaciana, «Blondi». Las reuniones en la sala de conferencias duraban hasta las dos de la madrugada; después tomaba un refrigerio con sus íntimos a quienes exponía sus filosofías y sus ideas de la guerra (Brian Gardner, The wasted hour, the tragedy of 1945). Poco a poco, esa apariencia de orden se fue deteriorando. Era todo un mundo el que se desmoronaba: la guerra que se perdía, los fieles del Tercer Reich que trataban de huir o de pactar con el enemigo, la ciudad que caía bajo las bombas y perdía toda su moral. Y se hundía toda la concepción aria, nazi, de la historia y de los ya imposibles Mil Años de prosperidad.

El Ejército Rojo en los arrabales

La ciudad: ruinas, sombras, miedo, desesperación. El 9 de abril sólo se podía viajar en tranvía o en metro exhibiendo unos pases que justificaban la necesidad de un servicio. El 22 de abril se dictaba la pena de muerte para quien utilizase la corriente eléctrica o el gas. Ese día llegaban las tropas soviéticas a los arrabales (a Pankow, donde se establecería años más tarde la capital de la República Democrática Alemana) y se fusilaba a veinte prisioneros políticos; dejaban de publicarse los periódicos. El 25 de abril se cerraba el metro. El teléfono seguía funcionando: nadie se cuidaba de él, y aún podían mantenerse comunicaciones con sectores de la ciudad ocupados ya por los soviéticos...

Algunos escritores anotaban lo que veían. Hilde Domin retrata un personaje berlinés: «un hombre estaba sentado en el bordillo de la acera, con las piernas extendidas y la espalda apoyada contra el poste de luz. Estaba descalzo. En sus pantalones y en su jersey de algodón azul había remiendos limpios, de un azul claro, como si fueran trocitos de cielo azul en una tarde nublada. Había metido una mano por debajo de los canales del pantalón, mientras metía la otra por un roto, más arriba. La parte superior de la ropa que llevaba puesta era un viejo saco de azúcar en el que se habían cortado una especie de colgantes sin mangas. Las grandes letras, impresas en color rojo, del molino de azúcar, ya habían desaparecido casi por completo, y la pieza que la cubría había alcanzado ya un estado de deshilachamiento tal que sólo parecía cubrir la piel desnuda (...) Cuando pasé junto a él, levantó la cabeza y dijo: “¡Noticias maravillosas, señora! ¡Maravillosas! La guerra ha terminado. ¡Paz!”» Otro recuerda una mujer con un cochecito de niño camuflado corriendo entre las explosiones de los proyectiles de obús, que parecía sortear milagrosamente. Otro, los últimos fusilados por desertores: se mataba a todo hombre, de cualquier edad, que no llevara un fusil en las manos. Otro, los letreros fijados en los árboles ofreciendo intercambios: «Periquito por café...»

Niños y viejos en las trincheras

Los soldados eran ya niños. Y ancianos. La última quinta movilizada era la de quienes habían cumplido dieciséis años, pero la leva se llevaba a los que tenían catorce, quince: las madres iban a verles a las barricadas y las trincheras y, llorando, les pedían en voz baja que desertaran. Una de las últimas salidas de Hitler al exterior, al jardín de la Cancillería, fue el 20 de abril de 1945, para pasar revista a un batallón de niños, miembros de las Juventudes Hitlerianas. Les acarició la cara como un abuelo a punto de morir. Era el día de su cumpleaños y le rodeaban los jóvenes héroes, los que se habían distinguido en los últimos combates. Les condecoró.

Ese día había pensado Hitler una última posibilidad de resistencia. Había imaginado trasladarse a Berchtesgaden, el «nido de águilas», el orgulloso lugar donde había recibido años antes a Chamberlain, que iba a implorarle la paz a cambio de lo que quisiera. En lo que aún le parecía la fortaleza inexpugnable —contra toda lucidez, naturalmente— reuniría los últimos restos del ejército para organizar una defensa wagneriana. Goebbeis, en cambio, le había sugerido que él mismo, con todos los habitantes del búnker, se fuesen a las puertas de Berlín para morir luchando. La situación psicológica en el interior del búnker oscilaba entre la preparación de un final grandioso —un último legado a la historia— y las más insensatas esperanzas. Una de estas últimas esperanzas fue la noticia de la muerte de Roosevelt.

«Está escrito en las estrellas...»

Fue un día especial. Era el 13 de abril. Unos días antes, Goebbeis estuvo leyendo a Hitler un pasaje de la historia de Federico el Grande, de Carlyle, en el que se relataba cómo el rey estaba al borde de la derrota y del hundimiento de Prusia. Y había decidido envenenarse. El historiador Cariyle se dirigía al personaje de su narración, y le decía: «Rey valeroso: espera un poco y tu sufrimiento habrá acabado. El sol de tu buena fortuna se está levantando ya por detrás de las nubes, y pronto podrás verlo»; y ya en estilo impersonal continuaba: «El día 12 de febrero murió la zarina; el milagro de la casa de Brandemburgo había ocurrido.» Contó Goebbeis que Hitler lloraba de emoción escuchando este párrafo. Completó su efecto llevando a Hitler unos horóscopos encargados a los astrólogos oficiales en los que se predecía un milagro parecido y, en efecto, cuando el 13 de abril llegó la noticia de la muerte de Roosevelt, Goebbeis pudo asociarla a la de la zarina en la Guerra de los Siete Años. Goebbeis dijo entonces a Hitler: «¡Le felicito, mi Führer! Roosevelt ha muerto. Está escrito en las estrellas que la segunda mitad de abril marcará para nosotros un recodo decisivo. Hoy es viernes y trece de abril. Es el día en que todo ha tomado un nuevo giro.» Pero ese mismo día llegaban noticias de los frentes: la caída de Viena y el avance soviético por el Danubio, y el progreso por el mismo río, en sentido contrario, del III Ejército de los Estados Unidos que iba a encontrarse con los soviéticos en la misma ciudad austríaca donde había nacido Hitler, en Linz, mientras que el VII Ejército pasaba de largo por Nuremberg, ciudad sitiada, para lanzarse sobre Munich, cuna del movimiento nacionalsocialista. Goebbeis murmuró: «A lo mejor el destino se ha mostrado otra vez cruel y se ha burlado de nosotros...» La influencia que los últimos resistentes nazis creían que podría tener la muerte de Roosevelt era la de dejar a Churchill al frente de la alianza: y Churchill siempre creyó que había que contener y destrozar a la URSS, mientras Roosevelt mantenía la idea de que había que colaborar con e! régimen soviético. Pero todo estaba ya demasiado avanzado, y era tarde para cualquier cambio de alianzas.

Eva Braun: una rubia de bonitas piernas

Unos días después —el 15 de abril— llegó al refugio Eva Braun, la amante secreta de Hitler desde doce años antes. La mayoría de los historiadores están conformes con la idea de que Eva Braun no representó un papel importante en la vida pública y política de Hitler, aunque tuviera un lugar importante en su vida privada. Eva Braun estaba en lugar seguro, y podía haber salido hacia un país neutral: decidió ella misma acudir a Berlín para compartir lo que ya sabía: los últimos días de Hitler. Era una mujer «muy delgada, elegante, de bonitas piernas —que mostraba de buen grado—, discreta y reservada, con el pelo rubio ceniciento. Se mantenía en la sombra: pocas veces se la veía» (testimonio del mariscal Keitel en el proceso de Nuremberg). Sin embargo, la conducta de esta mujer tan leal y probablemente poco inteligente contrastó con la de algunos de los líderes del Tercer Reich: Himmler trató de conseguir la paz por su cuenta —mediante una misión que solicitó del sueco conde Bernadotte—, Goering huyó con un fantástico botín —camiones cargados de tesoros—, el propio Ribbentrop quiso escapar en la noche del 20 de abril - la del cumpleaños de Hitler—. Una de las más curiosas aventuras fue la del arquitecto Albert Speer, días más tarde - el 23 de abril -. El hombre a quien Hitler había confiado la misión de crear la arquitectura y el urbanismo del Reich había recibido con espanto la noticia de que Hitler empleaba la táctica de «tierra quemada» —destrucción total en las ciudades que iban a caer en manos del enemigo: era su propia obra la que debía volar por los aires. Sintió lo que él llamaba «conflicto entre su fidelidad personal y su sentido cívico del deber».

Este conflicto lo resolvió con una audaz idea: llegaría hasta el búnker e introduciría gas mortal por uno de los orificios de ventilación - conocía muy bien, naturalmente, su disposición- en el momento en que todos estuvieran reunidos en la sala de conferencias. Pero cuando llegó - con su gas— descubrió que el orificio estaba protegido por una chimenea de cinco meros, construida por orden de Hitler y que, por lo tanto, su hazaña era imposible. Le sobrevino el arrepentimiento: descendió al búnker y se lo confesó a Hitler, sabiendo que sería inmediatamente fusilado. No fue así. Apenas le escuchó, el Führer le perdonó fácilmente y le agradeció su confesión.

Regalo macabro

Hitler sabía ya en ese momento que iba a morir. El día 26, la aviadora Hanna Reitsch, a la que Hitler había llamado para que sustituyera al traidor Goering, le propuso que escapara con estas palabras: «El Führer debe vivir para que Alemania viva. El pueblo lo exige. » Hitler le contestó: «No, Hanna, no. Muero por el honor de la patria. Como soldado debo obedecer mi propia orden de defender Berlín hasta el final. Querida niña, no era esto lo que yo quería. Creí firmemente que la batalla a orillas del Oder salvaría Berlín; nadie ha sido más sorprendido que yo por el fracaso de nuestros esfuerzos. Y, cuando comenzó el cerco de la ciudad, creí que quedándome en mi puesto daría ejemplo a todos los ejércitos y vendrían a salvar la ciudad. Querida Hanna, no he perdido aún las esperanzas: el ejército del general Wenck llega desde el sur, y es preciso que detenga a los rusos para salvar nuestro pueblo». Pero mientras pronunciaba estas palabras hacía un regalo a la aviadora: dos ampollas de cianuro. «Hanna, usted es una de las personas que morirán conmigo. No quiero que ninguno de nosotros caiga vivo en manos de los rusos, y ni siquiera quiero que encuentren nuestros cuerpos: Eva y yo nos haremos incinerar. Usted puede elegir su forma de acabar. »

«Matrimonio de guerra»

Todo había terminado. A la una de la madrugada del día 29 de abril, Hitler cumplió su última decisión personal: se casó con Eva Braun. El Dr. Goebbel.s salió a la calle en busca de alguien que tuviera una cierta representación legal para el matrimonio: encontró —luchando, con el fusil en la mano— a un concejal, Walter Wagner, a quien llevó a la sala de conferencias del búnker. Allí se celebró un «matrimonio de guerra», después de escuchar el juramento de los extraños novios de que eran de «raza aria». Hubo una fiesta: una botella de champán para los invitados. Hitler llamó a una secretaria y le dictó el «testamento político»: una acusación más a los judíos, culpables de la guerra, y la predicción de que, treinta años después —en 1985—, surgiría de nuevo en Alemania un «odio indestructible: contra la «judería internacional y sus adictos».

Exhortaba a los alemanes al «renacimiento glorioso de una nación verdaderamente unida en el movimiento nacionalsocialista». Aún destituía de todos sus cargos a Himmler y a Goering, y nombraba su sucesor al almirante Doenitz. En su testamento personal dejaba todos sus bienes al partido. Firmaron los testigos a las cuatro de la madrugada. Luego, durmió. Uno de los testigos, Goebbeis, escribió su propio testamento, como «apéndice al testamento político del Führer». A mediodía, Hitler todavía presidió una última conferencia de guerra, y aún recibió una mala noticia: Mussolini había sido asesinado y colgado por los pies en Milán. Instantes después, Hitler envenenó a su perra «Blondi», repartió cianuro a sus secretarias y se retiró con Eva Braun a sus apartamentos privados.

La hora final

Una de las secretarias cuenta un instante enloquecido: los supervivientes celebraron un baile en aquellos momentos. Bailaron toda la noche. El 30 de abril, después de comer, Hitler dio orden de que llevaran 200 litros de gasolina al jardín exterior. Se despidió de todos, se encerró con Eva Braun; y se escuchó un disparo de revólver. Uno solo. Los testimonios de cómo Eva Braun y Hitler se suicidaron varían: el hecho fue que los dos murieron. Sus cuerpos fueron llevados al jardín y regados con gasolina: fue todo rápido, entre las explosiones de proyectiles de obús.

Al día siguiente, Goebbeis interrumpió los juegos infantiles de sus hijos —de tres a doce años: los nombres de cada uno de ellos comenzaban con H, como homenaje a Hitler— y ordenó a un médico que les inyectara cianuro. Murieron en el acto. Él y su esposa subieron al jardín, y un leal de las SS les mató: sus cuerpos fueron incinerados. Y todo el búnker comenzó a arder. Muchos de sus ocupantes escaparon, otros murieron.

El almirante Doenitz tomó el mando, y emitió una orden del día advirtiendo que británicos y americanos serían en el futuro los responsables de la expansión del bolchevismo.

viernes, 24 de julio de 2009

Filmografía básica sobre la II Guerra Mundial

El próximo día 1 de septiembre se cumplirán 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial. CinemaNet quiere compartir con todos esta efeméride, tan importante para la historia del cine, con un listado de filmografía básica sobre esta guerra.

El período de vacaciones puede ser una oportunidad para dedicar más tiempo a ver películas. Por ello el director de CinemaNet, Daniel Arasa, ha solicitado al vicepresidente de la entidad, profesor de Historia de la Universidad de Barcelona y director de Film Historia, Josep Maria Caparrós, que preparara un listado de películas de calidad sobre la Segunda Guerra Mundial o ambientadas en ella.

Seguramente echéis algunas películas en falta (como yo) o no conozcáis algunas de ellas (como yo), pero como filmografía básica me resulta de lo más interesante.

- Acción en el Atlántico Norte (Action in the North Atlantic), de Lloyd Bacon (USA, 1943).

- Air Force (Air Force), de Howard Hawks (USA, 1943).

- Almas en la hoguera (Twelve O’Clock High), de Henry King (USA, 1950).

- ¿Arde París? (Paris, brule’t-il?), de René Clément (Francia, 1966).

- Arenas sangrientas (Sands of Iwo Jima), d’Allan Dwan (USA, 1949).

- Balada de Berlín, La (Berliner Ballade), de Robert Stemmle (Alemania, 1948).

- Banderas de nuestros padres (Flags of our Fathers), de Clint Eastwood (USA, 2006)

- Bataan (Bataan), de Tay Garnet (USA, 1943).

- Batalla de Inglaterra, La (The Battle of Britain), de Guy Hamilton (GB, 1969).

- Batalla de las Ardenas, La (Battle of the Bulge), de Ken Annakin (USA, 1965).

- Batalla de Midway, La (Midway), de Jack Smight (USA, 1976).

- Batalla del Río de la Plata, La (The Battle of the River Plate), de Michael Powell i Emeric Pressburger (GB, 1956).

- Cañones de Navarone, Los (The Guns of Navarone), de J. Lee Thompson (USA, 1961).

- Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima), de Clint Eastwood (USA, 2006)

- Comandante Prien, U-47 (U-47, Kapitanleutenant Prien), de Harald Reini (Alemania, 1958).

- Comando en el desierto (Raid on Rommel), de Henry Hathaway (USA, 1971).

- Coronel von Ryan, El (Von Ryan’s Express), de Mark Robson (USA, 1965).

- Delgada línea roja, La (The Thin Red Line), de Terrence Malick (USA, 1998).

- Desafío de las águilas, El (Where Eagles Dare), de Brian B. Hutton (USA, 1969).

- Destino Tokio (Destination Tokyo), de Delmer Daves (USA, 1943).

- Día más largo, El (The Longest Day), de Ken Annakin, Andrew Marton, Gert Oswald y Bernhard Wicki (USA, 1962).

- Doce del patíbulo (The Dirty Dozen), de Robert Aldrich (USA, 1967).

- Duelo en el Atlántico (The Enemy Below), de Dick Powell (USA, 1957).

- Escala en Hawai (Mister Roberts), de John Ford & Mervyn LeRoy (USA, 1955).

- Esta tierra es mía (This Land is Mine), de Jean Renoir (USA, 1943).

- Estrella del Norte (The North Star), de Lewis Milestone (USA, 1943).

- Flota silenciosa, La (Operation Pacific), de George Waggner (USA, 1951).

- Fuego en la nieve (Battleground), de William A. Wellman (USA, 1949).

- General de la Rovere, El (Il generale della Rovere), de Roberto Rossellini (Italia-Francia, 1959).

- Gran dictador, El (The Great Dictator), de Charles Chaplin (USA, 1940).

- Gran evasión, La (The Great Escape), de John Sturges (USA, 1963).

- Guadalcanal (Guadalcanal Diary), de Lewis Seiler (USA, 1943).

- Guerra de Murphy, La (The Murphy’s War), de Peter Yates (GB, 1971).

- Ha llegado el Águila (The Eagle Has Landed), de John Sturges (GB, 1976).

- Hombre atrapado, El (Man Hunt), de Fritz Lang (USA, 1941).

- Hora 25, La (The 25th Hour), de Henri Verneuil (USA, 1967).

- Héroes de Telemark, Los (The Heroes of Telemark), d’Anthony Mann (GB, 1965).

- Hundid el Bismark (Sink the Bismark), de Lewis Gilbert (GB, 1960).

- Infierno bajo las aguas (Up Periscope), de Gordon Douglas (USA, 1969).

- Infierno en el Pacífico (Hell in the Pacific), de John Boorman (USA, 1968).

- Invasión en Birmania (Merrill’s Marauders), de Samuel Fuller (USA, 1962).

- Invasores, Los (49th Parallel), de Michael Powell (GB, 1941).

- Kanal (Kanal), de Andrzej Wajda (Polonia, 1957).

- Mac Arthur, el general rebelde (Mac Arthur), de Josep Sargent (USA, 1977).

- Mejores años de nuestra vida, Los (The Best Years of Our Lives), de William Wyler (USA, 1946).

- Náufragos (Lifeboat), de Alfred Hithcock (USA, 1944).

- Objetivo Birmania (Objective Burma), de Raoul Walsh (USA, 1945)

- Ogro, El (The Ogre), de Volker Schlöndorff (Alemania-Francia-GB, 1996).

- Pasaje para Marsella (Passagge to Marsella), de Michael Curtiz (USA, 1944).

- Patrulla del coronel Jackson, La (Back to Bataan), de Edward Dmytryk (USA, 1945).

- Patton (Patton), de Franklin J. Schaffner (USA, 1970).

- Pianista, El (The Pianist), de Roman Polanski (GB-Francia-Polonia, 2005).

- Por el valle de las sombras (The Story of Dr. Wassell), de Cecil B. De Mille (USA, 1944).

- El proceso de Verona (Il processo di Verona), de Carlo Lizzani (Italia, 1962).

- Puente, El (Die Brucke), de Bernhard Wicki (Alemania, 1959).

- Puente de Remagen, El (The Bridge of Remagen), de John Guillermin (USA, 1969).

- Puente lejano, Un (A Bridge Too Far), de Richard Attenborough (GB, 1977).

- Puente sobre el río Kwai, El (The Bridge on the River Kwai), de David Lean (USA, 1957).

- Regreso del infierno (To Hell and Back), de Jesse Hibbs (USA, 1955).

- Roma, ciudad abierta (Roma, cittá aperta), de Roberto Rossellini (Italia, 1945).

- Rommel, el zorro del desierto (The Desert Fox), de Henry Hathaway (USA, 1951).

- Sahara (Sahara), de Zoltan Korda (USA, 1943).

- Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan), de Steven Spielberg (USA, 1998).

- Sangre en Filipinas (So Proudly We Hail), de Mark Sandrick (USA, 1943).

- Sangre, sudor y lágrimas (In Which We Serve), de Noël Coward & David Lean (GB, 1942),

- Sargento inmortal, El (Immortal Sargeant), de John Stahl (USA, 1943).

- También somos seres humanos (The Story of G. I. Joe), de William A. Wellman (USA, 1945).

- Taxi para Tobruk, Un, de Denys de la Patellière (España-Francia, 1961).

- Tiempo de amar, tiempo de morir (A Time to Love and A Time to Die), de Douglas Sirk (USA, 1958).

- Tora! Tora! Tora!, de Richard Fleischer, Toshio Masuka, Kenji Fukasaky & Akira Kurosawa (Japón-USA, 1970).

- Objetivo Birmania (Objective Burma), de Raoul Walsh (USA, 1945)

- Ogro, El (The Ogre), de Volker Schlöndorff (Alemania-Francia-GB, 1996).

- Pasaje para Marsella (Passagge to Marsella), de Michael Curtiz (USA, 1944).

- Patrulla del coronel Jackson, La (Back to Bataan), de Edward Dmytryk (USA, 1945).

- Patton (Patton), de Franklin J. Schaffner (USA, 1970).

- Pianista, El (The Pianist), de Roman Polanski (GB-Francia-Polonia, 2005).

- Por el valle de las sombras (The Story of Dr. Wassell), de Cecil B. De Mille (USA, 1944).

- El proceso de Verona (Il processo di Verona), de Carlo Lizzani (Italia, 1962).

- Puente, El (Die Brucke), de Bernhard Wicki (Alemania, 1959).

- Puente de Remagen, El (The Bridge of Remagen), de John Guillermin (USA, 1969).

- Puente lejano, Un (A Bridge Too Far), de Richard Attenborough (GB, 1977).

- Puente sobre el río Kwai, El (The Bridge on the River Kwai), de David Lean (USA, 1957).

- Regreso del infierno (To Hell and Back), de Jesse Hibbs (USA, 1955).

- Roma, ciudad abierta (Roma, cittá aperta), de Roberto Rossellini (Italia, 1945).

- Rommel, el zorro del desierto (The Desert Fox), de Henry Hathaway (USA, 1951).

- Sahara (Sahara), de Zoltan Korda (USA, 1943).

- Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan), de Steven Spielberg (USA, 1998).

- Sangre en Filipinas (So Proudly We Hail), de Mark Sandrick (USA, 1943).

- Sangre, sudor y lágrimas (In Which We Serve), de Noël Coward & David Lean (GB, 1942),

- Sargento inmortal, El (Immortal Sargeant), de John Stahl (USA, 1943).

- También somos seres humanos (The Story of G. I. Joe), de William A. Wellman (USA, 1945).

- Taxi para Tobruk, Un, de Denys de la Patellière (España-Francia, 1961).

- Tiempo de amar, tiempo de morir (A Time to Love and A Time to Die), de Douglas Sirk (USA, 1958).

- Tora! Tora! Tora!, de Richard Fleischer, Toshio Masuka, Kenji Fukasaky & Akira Kurosawa (Japón-USA, 1970).

Vía| Cinemanet

miércoles, 22 de julio de 2009

Escenarios del Día D en 360º

Quiero empezar este post disculpándome por los periodos tan largos entre publicaciones de los que llevo abusando las últimas dos semanas, y es que el próximo viernes 24 de julio comienzo mis vacaciones de verano y tengo que dejar muuucho trabajo cerrado antes de irme.

De todas formas, durante mis vacaciones no me moveré mucho así que recuperaré un poco el ritmo habitual de publicaciones.

Y ahora, al lío.



Hoy os dejo el enlace a una interesantísima web muy visual donde podremos recorrer los escenarios del Día-D en 360º (creo que tenéis que tener instalado el correspondiente plug-in de Flash)

Espero que la disfrutéis: DIA-D EN 360º

viernes, 17 de julio de 2009

Sabía que...? Churchill y Pearl Harbour


El 7 de Diciembre de 1941, los japoneses atacaron Pearl Harbor. Churchill, convencido de que la ayuda de EEUU era clave, dejó esta postura o idea perfectamente clara. Cuando se enteró del ataque japonés comentó: "Así que después de todo hemos ganado"

(Extraído del magnífico blog de Curistoria)

martes, 14 de julio de 2009

Alemania acusa formalmente a guardia nazi Demjanjuk


Fiscales alemanes acusaron el lunes al supuesto guardia nazi John Demjanjuk de ser cómplice en los asesinatos de casi 28.000 judíos en la Segunda Guerra Mundial, planteando el marco de lo que muchos ven como el último gran juicio por crímenes de guerra contra los nazis en Alemania.

"Fiscales estatales en Munich han acusado a John Demjanjuk, de 89 años, de ser cómplice de asesinato en un total de 27.900 casos", dijeron los fiscales en un comunicado.

Perseguidores de nazis dieron la bienvenida al anuncio, que se produjo luego de años de discusiones legales acerca de las actividades de guerra de Demjanjuk, que nació en Kiev y niega haber estado involucrado en el Holocausto.

Los fiscales dijeron que el acusado, que vivió durante muchos años en Ohio y desde el 12 de mayo se encuentra preso en una cárcel del sur de Alemania, sería enjuiciado en un tribunal de Munich, pero no especificaron cuándo.

Abogados de la fiscalía y la defensa señalaron previamente que el otoño sería una fecha viable para el comienzo del juicio.

Demjanjuk, trabajador retirado del sector automotriz, encabeza la lista del Centro Simon Wiesenthal de 10 criminales de guerra más buscados. El centro dice que el acusado forzó a hombres, mujeres y niños a ingresar en cámaras de gas en el campo Sobibor, en lo que hoy es Polonia.

"Este es un hito en el camino para finalmente lograr justicia", dijo Efraim Zuroff, jefe del Centro Wiesenthal en Jerusalén y prominente perseguidor de nazis.

"Un juicio de este tipo envía un mensaje muy importante, que incluso muchos años después de cometidos los crímenes, aún es posible hacer justicia", añadió.

Demjanjuk dijo que fue reclutado en el Ejército soviético en 1941, se convirtió en prisionero de guerra alemán un año más tarde y sirvió en campos de prisioneros alemanes hasta 1944. En 1951 emigró a Estados Unidos y obtuvo la ciudadanía en 1958.

Expertos médicos consideran que Demjanjuk está capacitado para someterse al juicio, pese a las protestas de su familia, que asegura que es demasiado frágil.

"Los médicos recomiendan que las audiencias deben limitarse a dos sesiones de 90 minutos por día", dijeron los fiscales.

Vía| Reuters

viernes, 10 de julio de 2009

Operación Merkur (Invasión de Creta)

7° Flieger Division
LLStR (Luftlande Sturm Regiment)
13.000 paracaidistas

5° Gebirgs Division (Cazadores de Montaña)
9.000 soldados

502 aviones Junkers Ju-52
85 planeadores DFS-230


Generaloberst Kurt Student




Aproximadamente a las 7,15 horas del 20 de mayo, la primera oleada del XI Cuerpo Aerotransportado alemán comenzó a tomar tierra con planeadores y paracaídas en los alrededores de los pueblos cretenses de Maleme y Canea. Los alemanes esperaban encontrar una débil resistencia y por ello el general Kurt Student había contado con una rápida captura de los aeródromos tras arrollar a las pocas fuerzas greco-británicas que defendían la costa norte de la isla. Por el contrario, los invasores se vieron envueltos en una sangrienta batalla de desgaste.


En Maleme dos compañías del I Batallón del comandante Koch, perteneciente al Regimiento Paracaidista de Asalto, habían aterrizado cerca de la playa situada en la desembocadura del río Tavronitis, desparramándose por el interior, hacia la colina 107, que era uno de los objetivos tácticos. Lo abrupto del terreno hizo que muchos planeadores se estrellasen al aterrizar, mientras las tropas neozelandesas que defendían la zona hacían un intenso fuego sobre los aviones. Koch, que resulto herido en la confusión de los primeros momentos, se vio forzado a concentrar sus fuerzas en el extremo occidental del aeródromo. Sus dos compañías habían tenido mas de 100 bajas, la mitad de su fuerza original. El III Batallón del Regimiento, por su parte, fue lanzado al este de Maleme y vino a caer entre los defensores neozelandeses. En poco más de 40 minutos el fuego de estos había provocado una verdadera masacre entre los paracaidistas, 400 de los 800 atacantes estaban fuera de combate y entre los muertos figuraba el comandante Scherker, jefe del batallón. Los otros dos batallones, el II y el IV, no encontraron demasiada resistencia al sur y al oeste del aeródromo de Maleme, aunque el jefe del regimiento, el mayor general Meindl, fue herido de gravedad en el intento de socorrer a los restos del I Batallón. A media mañana de este día todo parecía indicar que el ataque a Maleme había fracasado.


Mas al este, en Canea, los atacantes estaban encontrando una resistencia semejante a la encontrada en Maleme. Las dos restantes compañías del I Batallón del Regimiento Paracaidista de Asalto habían intentado eliminar las dos baterías situadas en las proximidades de la zona de desembarco, una antiaérea y otra de campaña. Pero los planeadores se habían dispersado excesivamente al aterrizar, de modo que la compañía que tenia que tomar la batería antiaérea no solo fue incapaz de localizar las piezas sino que tuvo grandes bajas por el fuego de un regimiento galés y de los Húsares de Northumberland. En cambio, la compañía que debía apoderarse de la batería de campaña tuvo más éxito, capturando los cañones y haciendo unos 180 prisioneros. El I Batallón Paracaidista del capitán von der Heydte tuvo mas suerte en su aterrizaje, haciéndolo de forma compacta al sur de la cárcel local; seguidamente avanzo hacia el pueblo de Penivolia donde ya encontró mayor oposición.


Más al norte, el II Batallón Paracaidista logro tomar tierra cerca de Galatas y, aunque tuvo unas 150 bajas en la operación de aterrizaje, consiguió al menos amenazar las posiciones neozelandesas en las alturas de Galatas. El III Batallón Paracaidista, por su lado, tomo tierra en grupos muy separados al este de Galatas, siendo atacado inmediatamente por los neozelandeses. Incapaz de agruparse, este batallón no pudo en ningún momento combatir organizadamente. Por ultimo, el batallón de ingenieros lanzado al oeste de la cárcel encontró igualmente una fuerte resistencia por parte de las fuerzas griegas allí establecidas.


Resumiendo. Durante la mañana del 20 de mayo la primera oleada del XI Cuerpo Aerotransportado del general Student había aterrizado en enorme confusión, encontrando una resistencia totalmente inesperada. Las bajas eran muy numerosas y si bien era cierto que las tropas desembarcadas en Maleme y en Canea solo estaban separadas entre sí por unas ocho millas, no aprecia que estuviesen en condiciones de establecer contacto. Un gran número de oficiales superiores habían muerto en la operación, entre ellos el teniente general Süssman, jefe de la 7ª división Aerotransportada. Süssman y su estado mayor se habían estrellado con el planeador que los transportaba nada más despegar, en Grecia, y el mando de la división había recaído desde entonces en el coronel Heidrich. El doble fracaso de Maleme y Canea hacia presagiar que la segunda oleada tampoco tuviera éxito.


El plan original para un ataque aerotransportado sobre Creta había sido preparado por Student en los primeros días del mes de abril de 1941. Había sido el mismo quien, el 21 de abril, había logrado convencer al poco entusiasmado Hitler de que Creta podía ser tomada desde el aire. La invasión por mar era imposible a causa del dominio naval de los británicos, de manera que cualquier ataque anfibio debía estar subordinado a una previa acción aérea de desembarco. A partir de ese día Student había iniciado frenéticamente la preparación de la Operación Merkur para el siguiente 15 de mayo. Posteriormente esta fecha fue aplazada para el 20 de mayo. Las tropas necesarias para la operación, al igual que los medios de transporte aéreo y de apoyo logístico, fueron reunidos en un tiempo extraordinariamente corto. El XI Cuerpo de Student comprendía a la 7ª División Aerotransportada (siete batallones), al Regimiento Paracaidista de Asalto (cuatro batallones) y a la 5ª División de Montaña del teniente general Ringel. Esta ultima venia a sustituir a la 2ª División Aerotransportada, por entonces desplegada en Rumania para proteger los campos petrolíferos de Ploesti. En realidad, muchos de los paracaidistas carecían de experiencia de experiencia en combate y las unidades de montaña no habían sido instruidas en operaciones aerotransportadas. Pese a esto, Student las había escogido porque estaban habituadas a combatir en terreno accidentado con armamento ligero.


Las armas pesadas serian lanzadas por separado, lo que significaba que en los primeros momentos de la operación, las tropas solo dispondrían de subfusiles MP-38 y pistolas Luger, ambas de poco alcance y escasa potencia de fuego. Para el transporte de su fuerza Student contaba con unos 250 Junker 52 y 80 planeadores DFS-230, además de la correspondiente aviación de caza y de bombardeo.


Por lo que se refiere al enemigo, los servicios de información alemanes habían estimado que en Creta solo había unos 5000 soldados británicos y de los Dominios ingleses, incluyendo las tropas griegas allí existentes. Estas fuerzas estaban desplegadas a lo largo de la costa norte de la isla defendiendo los campos de aviación. Había un aeródromo en Maleme, otro en Retimo, al este de Canea, y un tercero en Heraklion.


El plan adoptado finalmente por Student para la Operación Merkur estaba sujeto tanto a las limitaciones logísticas de sus medios como a la naturaleza de los objetivos escogidos y a su valoración de la capacidad defensiva de los británicos. Las dos terceras partes de sus propias fuerzas consistían en los 14000 hombres de la 5ª División de Montaña y estos solo podían desembarcar en Creta si se capturaba alguno de los aeródromos o improvisando pistas de aterrizaje. Por lo tanto, el ataque inicial debían llevarlo a cabo los 8100 paracaidistas de la 7ª División Aerotransportada y del Regimiento Paracaidista de Asalto.


Sin embargo, como no existían aviones suficientes para lanzarlos en una sola oleada, Student se veía obligado a lanzar el primer ataque en dos fases. Y esto quería decir, además, que la segunda oleada no podía alcanzar Creta hasta unas ocho horas después del primer lanzamiento. La primera oleada fue articulada en dos grupos, el del oeste y el del centro. El grupo del oeste estaría formado por el Regimiento Paracaidista de Asalto de Meindl, menos dos compañías y tendría como objetivo el aeródromo de Maleme. El otro grupo mandado por Süssman, lo integrarían el 3º Regimiento Paracaidista, la artillería antiaérea divisionaria, los batallones de ingenieros y las dos compañías restantes del regimiento de Meindl. Su misión consistiría en apoderarse de la zona de Canea y de la bahía de Suda. La segunda oleada la constituirían las demás unidades del grupo del centro que debían aterrizar en Retimo, y el grupo del este. Este ultimo grupo, consistente en el 2º Regimiento Paracaidista reforzado con un batallón, tendría como misión el ocupar el campo de aviación de Heraklion y permitir la llegada de la 5ª División de Montaña.


La Plana Mayor regimental, por el contrario, tuvo la mala fortuna de tomar tierra delante de la posición principal de los australianos, sometida a un fuego intensisimo y dejando 80 hombres en manos del enemigo. En cuanto al I Batallón, éste aterrizó todavía mas al este, también muy disperso y bajo el fuego de las tropas australianas, a ultima hora de la tarde, el III Batallón estaba intentando abrirse paso es Retimo, desalojando a la policía griega que lo defendía, en tanto el I, todavía sin terminar de reagruparse, trataba desesperadamente de expulsar a los australianos de las alturas que dominaban el aeropuerto.


En Atenas, mientras tanto, Student estaba ya en condiciones de reunir los informes de la Luftwaffe y los informes que le iban llegando de Creta. A lo largo de la tarde todo aprecia indicar que el plan no se estaba desarrollando según lo previsto. Al anochecer Student llego a la conclusión de que la situación era francamente desfavorable en Heraklion, al mismo tiempo que empezaba a temerse lo peor en Retimo, por la total ausencia de noticias. Sabía en cambio, que el Regimiento de Asalto había ocupado parcialmente el campo de aviación de Maleme y esto le decidiría, no sin vacilaciones, a apoyar este éxito limitado, trasladando el esfuerzo principal de la operación del este al oeste. El aeródromo de Maleme debía ser capturado para que en el pudiera desembarcar la 5ª División de Montaña y de esta manera arrollar las posiciones británicas partiendo del oeste. También a partir de esos momentos las decisiones de los jefes británicos tuvieron una influencia importante en el curso de la batalla. Freyberg, que carecía de los medios de transmisión apropiados, no pudo controlar los acontecimientos y la iniciativa quedo en manos de sus subordinados. Durante la noche del 21 al 22 de mayo y en las primeras horas de la mañana siguiente los británicos pudieron haber contraatacado, arruinando las perspectivas de éxito de Student. Pero si bien es cierto que los australianos contraatacaron vigorosamente, impidiendo que los alemanes se apoderaran del aeródromo de Retimo, en otros lugares los defensores permanecieron inactivos. En Maleme, para mayor desgracia, retrocedieron en un exceso de precipitación cuando el jefe del batallón neozelandés que defendía la colina 107, creyendo que su exhausta fuerza seria arrollada al día siguiente, replegó a sus hombres durante la noche. En realidad, eran los agotados paracaidistas de Regimiento de Asalto quienes esperaban ser atacados y fueron ellos los verdaderamente sorprendidos al encontrar desocupada la colina. Student, decidido ya a apoyar las tropas de Maleme, comenzó a enviar abastecimientos y refuerzos a la zona situada al oeste del río Tavronitis. Gracias a ellos los paracaidistas pudieron progresar en dirección a Canea y en las primeras horas de la tarde el I Batallón de la 5º División de Montaña desembarcaba en Maleme.


El aeropuerto estaba sembrado de Ju52 ardiendo o destruidos e incluso seguía sometido al fuego del enemigo, lo que exigió un enorme esfuerzo para organizar la llegada de los refuerzos. Meindl, el jefe del Regimiento Paracaidista de Asalto, estaba herido por lo que Student nombró para reemplazarle al impulsivo pero ambicioso y duro coronel Ramcke. Mientras los paracaidistas alemanes conseguían mantener inmovilizados a los defensores de Retimo y Heraklion, durante todo el día 22, batallón tras batallón de montaña iba desembarcando en el aeródromo de Maleme, siendo enviado inmediatamente en dirección este. Ringel, jefe de la 5º División, asumió el mando operativo en Creta cuando ya solo era cuestión de tiempo la derrota de los británicos. Todavía los defensores de Creta combatían con dureza para mantenerse en Galatas, Canea y Suda. Pero el 24 de mayo Freyberg había abandonado ya toda esperanza de poder conservar Creta. Tres días mas tarde, el día 27, se tomo la decisión de evacuar la isla mientras los alemanes progresaban lentamente hacia el este con la intención de auxiliar a los supervivientes de la segunda oleada en Retimo y Heraklion. A partir de este momento la última fase de la batalla consistió en la persecución hacia el sur, a través de las agrestes montañas de Creta.


La invasión de Creta costo a los alemanes unos 3200 muertos y unos 3400 heridos. Por su parte la Luftwaffe perdió 170 Ju52 y 40 aviones de combate. En el otro bando, los británicos tuvieron también 2500 muertos y 11800 prisioneros. La mayor parte de las fuerzas griegas, incluyendo a la policía de Retimo, cayeron en manos de los alemanes. Si embargo, pese a la victoria final, la batalla de Creta fue una sangrienta y durísima experiencia para los paracaidistas alemanes, particularmente para los de la primera oleada. Muchos de los jefes resultaron muertos y heridos o cayeron prisioneros, y la gran dispersión de las unidades dejo el mando real en manos de oficiales y suboficiales.


De todos modos, lo cierto es que, a pesar de la victoria conseguida en Creta, Hitler quedo muy impresionado por las enormes perdidas sufridas y decidió no volver a utilizar jamás a sus paracaidistas en una operación de gran envergadura. Aunque los paracaidistas alemanes tomaron parte en otras acciones de pequeña escala, su papel en futuro seria el de unidades de elite del ejército de tierra.


Vía| In Memoriam


martes, 7 de julio de 2009

Inventario del museo soñado por Hitler

La II Guerra Mundial está a punto de terminar y las tropas aliadas se preparan para batirse en retirada. Hitler ha muerto. Berghof, su casa, ya no es más que una ruina, pero una ruina cargada de historia.


Se calcula que fueron expoliadas 650.000 obras antes del fin de la guerra

El 'führer' elegía con esos libros las piezas que quería para su frustrado museo

39 álbumes hallados tras la contienda se usaron como prueba en Núremberg

La multiplicidad de leyes dificulta la restitución a los familiares

Jackson: “Los museos cada vez revisan más el origen de sus fondos”


Entre sus escombros, un soldado norteamericano con base cerca de Berchtesgaden (Alemania) se empeña en buscar un souvenir que llevarse a casa.

Una prueba de que él estuvo allí y sobrevivió. Ve dos álbumes de cuero. Los abre y encuentra en sus páginas la prueba del expolio artístico perpetrado por los nazis durante los primeros días de la ocupación de París en 1940. Cuadro a cuadro. Con fotografías, con inscripciones. Con referencias a sus víctimas, grandes coleccionistas del momento como Wildenstein, Kahn, Seligmann, Rothschild. Tras la muerte del soldado anónimo, décadas después, sus familiares descubren los libros en el ático de su domicilio. Ahora, desde principios de noviembre, están a disposición de los investigadores en el Archivo Nacional de Estados Unidos y en The Monuments Men Foundation for the Preservation of Art.

"Es uno de los hallazgos más significativos relacionados con el expolio artístico de Hitler desde los juicios de Núremberg", sostiene el archivista Allen Weinstein. Su importancia es en todo caso más testimonial, documental y simbólica que otra cosa, porque la mayoría de obras artísticas registradas en los libros han sido ya restituidas a sus dueños originales. "Lo que prueban los álbumes es el expolio sistemático y premeditado impulsado por el führer", apunta Robert Edsel, responsable de Monuments Men Foundation.

Ya en 1937 habían comenzado en Alemania las primeras expropiaciones de colecciones judías. Por razones económicas. Y por xenofobia. "Querían destruir artísticamente esa cultura", afirmó Inge Reist, investigadora del Center for the History of Collecting in America, recientemente en Sevilla, en unas jornadas sobre Expolios artísticos en Occidente organizadas por la Fundación Abengoa. "Pero también enriquecer las propias colecciones de los oficiales nazis y, sobre todo, la del Museo del Führer", la perversión artística que Hitler jamás logró materializar -se calcula que se llegaron a reunir 10.000 obras-.

Con el amparo de Reichskammer der bildenden Kunste, creada por Josef Goebbels en 1933 para controlar quién operaba en el mercado del arte, rescindieron licencias a galeristas como Marx Stern hasta ahogarlos. Y, a partir de 1940, siguiendo los dictados de la Einsatzstab Reichleiter, robaron en iglesias, en museos; se cebaron con particulares que habían abandonado sus casas para huir, estaban en campos de concentración o buscaban dinero rápido para comprar visados y con ellos su libertad... Se apropiaron además de importantes pinturas de arte degenerado. La importación de este arte moderno proscrito -Monet, Renoir y Matisse- estaba prohibida en Alemania, pero a ellos les servía para financiar su guerra.


"Las estadísticas varían. No obstante, se calcula que se expoliaron más de 650.000 obras antes del fin de la guerra", asegura Reist. En ocasiones, los robos eran a la carta. "Algunos miembros del círculo de Hitler y Goering llegaron a hacer listas de la compra con instrucciones. Kajetan Muhlamann, por ejemplo, preparó un catálogo con obras a obtener. Entre ellas, había dos de Rafael de la colección Zartoriski de Cracovia".

Los nazis fueron sistemáticos, obsesivamente cuidadosos en documentar sus robos. Debían dejar constancia de su eficacia expoliadora y presentárselos al führer para que eligiera sobre el papel las obras que quería para su museo. Tras la capitulación, se encontraron 39 libros que se utilizaron como prueba en los juicios de Núremberg. Pero el responsable de la puesta en marcha de ese sistema de control de piezas robadas, Robert Scholtz, dijo en 1945 a los norteamericanos que se llegaron a crear más de cien, apunta Greg Bradsher, del Archivo Nacional de Estados Unidos. Los dos que aquel soldado anónimo se llevó -su familia ha querido que permanezca en el anonimato- eran los números 6 y 8; el primero lo tiene The Monuments Men Foundation y está a disposición de escolares e investigadores; el segundo, lo ha depositado Edsel en el Archivo Nacional estadounidense.

Los dos cayeron en sus manos, y no por casualidad. Se los ofrecieron –previo pago de una cantidad que no quiso desvelar- por honrar con su trabajo la memoria de los hombres y mujeres que, tras finalizar la guerra, ayudaron a recuperar parte de lo expoliado y continuar con su labor. El nombre de Rose Valland sonó con fuerza en las jornadas organizadas por Abengoa. Fue trabajadora del Museo del Louvre de París y la única francesa en el Jeu de Paume, pinacoteca a la que se trasladaban las piezas robadas. Esta mujer se dedicó a catalogar este hurto masivo de forma clandestina, arriesgando su propia vida, para pasar después las listas a la Resistencia.

Su información sirvió para recuperar -una vez finalizada la II Guerra Mundialun buen número de pinturas, esculturas y otras obras de arte. Pero otros miles, de valor incalculable, quedaron dispersas por el mundo. En colecciones privadas. O colgadas de paredes de museos y de otras instituciones. Algunos de sus dueños legítimos, herederos de las víctimas de los nazis como María Altmann, han recuperado lo que moralmente era suyo: en este caso, el retrato Adele Bloch Bauer I, de Gustav Klimt, restituido por el Estado austriaco y después vendido por la sobrina de la retratada. Otros han acabado por desistir en la búsqueda. Y algunos más persisten y viven obsesionados con recuperarlas.

No hace falta buscar ejemplos de batallas legales en el extranjero. Están en casa. En enero, la Corte de Apelación de Estados Unidos debe resolver el litigio que enfrenta a la Fundación Thyssen con la familia judía Cassirer, que reclama Rue St. Honore, Apres-Midi, Effet de Pluie (1897), de Camille Pisarro.

El cuadro, que sus ancestros dieron a los nazis a cambio de los visados para salir de Alemania, fue adquirido por el barón Thyssen hace tres décadas en una galería en Nueva York.

Ejemplos como éste, llenos de connotaciones éticas, los hay por decenas. ¿Hasta dónde llega el derecho de las familias expoliadas? ¿Y el de las personas que adquirieron las obras a precio de mercado con buena fe? Nadie tiene una respuesta clara, porque tampoco existe una legislación uniforme para este problema de alcance internacional -en algunos países, fundamentalmente europeos, se da el delito por prescrito-. Así que casi siempre, la resolución de estos conflictos de intereses depende del talante de las partes enfrentadas. El día que el Museo de Carolina del Norte constató que tenía un lucascranach expoliado por los nazis, lo devolvió. ¿Qué hicieron los dueños? Vendérselo de vuelta a un precio razonable.

"Los museos y las grandes casas de subastas están cada vez más concienciados de que tienen que investigar el origen de las obras que son de su propiedad. Aunque España no es precisamente el mejor ejemplo", afirma Sarah Jackson, de la empresa The Art Loss, con sede en Londres. Desde hace 10 años, esta mujer se dedica, junto a un selecto equipo de abogados, historiadores e investigadores, a seguir la pista de pinturas robadas por Hitler. "Muchas veces nos vienen únicamente con una foto, con la imagen de un determinado cuadro en el salón de su casa. Y a partir de ahí nos ponemos en marcha". Buscan para empezar, dice, en los catálogos de los más de 200.000 lotes que se subastan cada año.

Con suerte, tardan meses en dar con una pieza. Pero lo normal es que la investigación se prolongue durante años, exija un cansino periplo por distintos países y un importante desembolso económico. Y los países, subraya, no tienen consignados fondos para rastrear los horrores del expolio nazi.

En todo caso, su trabajo se ha vuelto algo más fácil en los últimos años. Primero, porque en 1998, durante la Conferencia de Washington, 44 países se comprometieron a publicar una lista con las obras adquiridas por sus instituciones en los cinco años anteriores y a impulsar otras medidas para favorecer la identificación, localización y recuperación de materiales artísticos.

Segundo, porque Internet ha democratizado el acceso a los registros que han ido creando museos, asociaciones vinculadas con el Holocausto y otros organismos de las piezas con origen desconocido o espacios en blanco en su historial. "La tecnología está jugando un papel importantísimo para la devolución de estas propiedades a sus dueños", afirma Shauna Isaac, responsable de la compañía Sage Recovery de Londres. Pero no es la panacea. Las dificultades para verificar la autenticidad de las reclamaciones siguen siendo las mismas, y la letanía para hallar las obras que Hitler quiso para su museo, igual de larga.

lunes, 6 de julio de 2009

Octogenario nazi a juicio


Alemania podrá juzgar a John Demjanjuk, acusado de asesinar a 29.000 judíos cuando era guardia nazi en el campo de exterminio de Sobibor en 1943.

El anuncio fue efectuado luego de que acusadp superara un examen médico.

Poco antes, Demjanjuk había trasladado desde la prisión donde está retenido hasta un hospital en Múnich para ser tratado de gota, una enfermedad de las articulaciones.

El presunto criminal de guerra, de 89 años, fue deportado de Estados Unidos a Alemania en mayo tras una larga lucha por lograr su extradición.

Sin embargo, tal como apunta el corresponsal de la BBC en Alemania, Steve Rosenberg, las vistas no podrán superar dos sesiones de 90 minutos cada una por día. La fiscalía planea presentar los cargos a finales de mes.

Rosenberg añade que entre las pruebas que hay contra él, figuran una tarjeta de identidad de las SS con su fotografía y testimonios que le vinculan a Sobibor.

Demjanjuk niega las acusaciones y asegura que durante la Segunda Guerra Mundial fue capturado en su nativa Ucrania por los alemanes, quienes lo mantuvieron como prisionero de guerra.

Camino tortuoso

Antes de ser deportado, Demjanjuk llevaba cerca de 30 años luchando para quedarse en EE.UU.

Demjanjuk emigró a ese país en 1952 y trabajó durante muchos años como obrero de la industria automotriz en Ohio.

En 1977 fue extraditado a Israel, donde estaba acusado de ser un notorio guardia nazi conocido como "Iván el Terrible".

Sin embargo, la Justicia israelí no pudo establecer si se trataba de ese sospechoso y finalmente anuló su sentencia de muerte.

En 1999, Demjanjuk fue acusado en EE.UU. de mentir en su formulario de inmigración por ocultar que aparentemente trabajó como guardia nazi.

Tres años después, un juez de inmigración estadounidense consideró que existía evidencia suficiente de que Demjanjuk había tenido esa función en varios campos de concentración.

En 2005, un juez de inmigración estadounidense determinó que podía ser deportado a Alemania, Polonia y Ucrania, y un año después un tribunal de apelaciones confirmó esta medida afirmando que no había indicios que indicaran que Demjanjuk podía ser torturado si regresaba al último país, como él sostenía.

El año pasado, la Corte Suprema de EE.UU. rechazó una presentación judicial de Demjanjuk en contra de su deportación.

En marzo de este año, las autoridades alemanas emitieron una orden de arresto contra el sospechoso. Un mes después, agentes lo arrestaron en su casa en Cleveland, pero un tribunal de apelaciones detuvo su envío a Alemania.

Finalmente, la corte de apelaciones de Ohio consideró que su salida del país debía hacerse efectiva, argumentando que había suficientes garantías de que el acusado recibiría una atención médica adecuada.

Vía| BBC

jueves, 2 de julio de 2009

Evacuadas 6.000 personas por la explosión controlada de una bomba de la II Guerra Mundial

Un equipo de artificieros explosionó esta madrugada en la ciudad alemana de Hannover una bomba aérea de la Segunda Guerra Mundial de varios centenares de kilos de peso, por lo fueron evacuadas unas 6.000 personas residentes en las proximidades de donde fue hallado el artefacto.

La policía alemana señaló que el estado deteriorado de la bomba y su detonador hizo imposible su traslado a otro lugar, por lo que los artificieros procedieron a su voladura en el mismo lugar del hallazgo sobre las 00.45 horas (22.45 GMT).

Nada mas efectuarse la explosión controlada, la policía y las fuerzas de rescate, que habían desplegado un gran dispositivo preventivo, permitieron a los evacuados regresar a sus hogares.

La policía alemana informó hoy también de la explosión fortuita en un bosque cerca de la localidad de Nidda, junto a la ciudad de Darmstadt, de otra bomba aérea aliada de la de Segunda Guerra Mundial que no causó daños personales, pero si un cráter de grandes dimensiones.

Los artificieros presumen que el artefacto era una bomba aérea de 250 kilogramos de peso con un detonador químico-mecánico de larga duración que se activó por si solo. La detonación, que fue oída por un campesino que alertó a las autoridades, causó un cráter de unos diez metros de diámetro y derribó unos diez árboles.

Vía| La Vanguardia