miércoles, 30 de noviembre de 2011

Tom Hanks en el auge de la Alemania nazi con la adaptación de El Jardín de las Bestias

La novela El jardín de las bestias se ambienta en la Alemania del año 1933, y se centra en la figura del embajador de los Estados Unidos en Alemania, William E Dodd. Su díscola hija Martha mantiene relaciones con un oficial de la Gestapo -la policía militar del régimen Nazi- pero además también entabló un triángulo amoroso con un activista comunista. El embajador y su familia disfrutan de las bondades de la alta sociedad alemana, pero poco a poco van comprobando el modo de proceder de los Nazis, y de Hitler en particular. Viviendo de cerca uno de los momentos más convulsos del alzamiento nazi al poder absoluto, con la denominada "noche de los cuchillos largos", en la cual Hitler purgó su propio partido y entorno político de cualquiera que pudiera hacerle frente hacia su escalada de locura destructiva que convulsionó el planeta durante las siguientes décadas.

Como vemos, se trata de una historia sumamente atractiva, que bien llevada (como se espera que Tom Hanks pueda hacer), podría reportar muchas alegrías en las próximas temporadas.

Además de encargarse de la producción, podría ser un nuevo e interesante papel para Tom Hanks.

La temática de la Segunda Guerra Mundial apasiona a Tom Hanks. Como podemos ver en su papel protagonista en Salvar al Soldado Ryan. O su reciente éxito televisivo con The Pacific. Ahora adentrándose en la antesala de la cruenta contienda bélica.

Por ahora no hay fecha para El Jardín de las Bestias, pero podría quedar encuadrada en la primavera de 2013.

martes, 22 de noviembre de 2011

Marcel Petiot, el médico asesino de la Segunda Guerra Mundial

En el París ocupado por los nazis en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, no era extraña la repentina desaparición de muchísimas personas de la noche a la mañana.

Los judíos estaban perseguidos, los miembros de la resistencia francesa debían esconderse… muchos eran los motivos por los que las personas se esfumaban y a nadie le extrañaba tal desaparición, por lo que, en la mayoría de los casos, no fue denunciada ante las autoridades.
Pero tras la tragedia de la SGM se escondía una tenebrosa y escalofriante historia protagonizada Marcel Petiot. El respetado médico era en realidad un asesino en serie que actuaba por la noche y al que se le imputaron un número incalculable de crímenes.
El 11 de marzo de 1941, los bomberos y la policía fueron avisados debido al humo negro que provenía de uno de los pisos de un lujoso edificio situado en un elegante barrio parisino. Allí se encontraron partes de cuerpos mutilados que estaban esparcidos por todas las habitaciones, mientras otros estaban siendo quemados.
La vivienda pertenecía al respetable y admirado Dr. Petiot, una persona ajena a cualquier sospecha y que hasta entonces había llevado una vida ejemplar. Al ser interrogado por la policía, el médico dijo orgulloso, que dichos cuerpos desmembrados pertenecían a soldados alemanes que habían colaborado con los nazis. Pero no era así, los cadáveres correspondían a personas del otro bando.
Algo ocurrió en la mente de Marcel Petiot durante la guerra para que éste tomase la determinación de acabar con la vida de todas esas personas. El número jamás se conoció, ya que en su vivienda hallaron los restos de casi una treintena, pero se calculó que los crímenes cometidos superaron, muy posiblemente, el centenar.
Era un hombre sumamente inteligente, amable, encantador y con un excelente "savoir faire" en su trato con los demás, lo que le concedía ventaja para ganarse rápida y fácilmente la confianza de sus víctimas.
Una de las artimañas que utilizaba para engañarlos era hacerse pasar por miembro de la resistencia. Atraía fácilmente a aquellos que por algún motivo u otro debían huir del país. Peitot les decía que podrían escapar hacia América del Sur a cambio de un pago. Una vez hecho el trato con la víctima, la convencía para que escribiera una carta a sus familiares, diciéndoles que estaba bien y que regresaría en cuanto volviese la normalidad.
Era un plan perfecto, ya que nadie echaría de menos a esas personas, y si alguna vez se llegaran a plantear donde estaban, pensarían que acabaron en la cámara de gas de los nazis.
El 25 de mayo de 1946, Marcel Petiot fue ejecutado en la guillotina.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La Abadía de Westminster y la Segunda Guerra Mundial

La Abadía de Westminster es prácticamente un símbolo nacional de Inglaterra. Y por supuesto que al entrar Inglaterra a la Segunda Guerra Mundial, la Abadía sufrió tanto peligro como todo el resto de la nación. Después de todo, era la primera guerra que Inglaterra afrontaba contra un enemigo provisto de abundante poder aeronáutico, y de hecho fue la primera vez que Inglaterra sufrió bombardeos aéreos en la mismísima isla.

El 3 de septiembre de 1940, se celebró un servicio religioso en la Abadía en conmemoración del primer aniversario de la declaración de guerra contra el Tercer Reich. En cada asiento se dejó una tarjeta informando a los asistentes que en caso de sonar las sirenas por ataque aéreo, éstos deberían retirarse (y esto es un detalle muy inglés) "con el apresuramiento más reverente posible". Las sirenas comenzaron a sonar justamente cuando llegaba el Primer Ministro, Winston Churchill, a la ceremonia, pero éste, luego de un breve y privado intercambio con el Deán, ordenó proseguir, y la ceremonia se realizó sin otros contratiempos.

De hecho, por alguna razón o acaso por pura suerte, la Abadía de Westminster se las arregló para sobrevivir lo más bien a la horrible blitz de aviones que sembraron el horror en el Londres de la guerra. Aunque la gente relacionada con la misma fue movilizada para la guerra, en el Cuerpo de Protección Antiaérea, haciendo guardia contra ataques aéreos y ayudando a paliar los efectos de las bombas incendiarias. Sin embargo, el 10 de Julio de 1941, una de las bombas sí consiguió hacer impacto. Y aún así, el ángel guardián de la Abadía trabajó horas extras. Alan Don, que fue Deán de Westminster entre 1946 y 1959 y en calidad de tal le tocó coronar a Isabel II, y que en 1941 era canónigo en el lugar, recordó: "A la mañana siguiente encontré todo anegado y un gran agujero en la techumbre. Fue el único día de la guerra en que los oficios matinales se suspendieron". En toda la guerra, una y nada más que una sola bomba le dio a la Abadía, y esta única ni siquiera explotó...

Con todo, por mucha importancia que tuviera, la Abadía tenía que competir con numerosos otros edificios en el Londres derruido. Las obras para la reparación definitiva comenzaron apenas en 1953, gracias a una campaña que consiguió reunir un millón de libras esterlinas. En ese mismo año, en la Abadía, fue coronada Isabel II, la actual reina de Inglaterra al momento de escribir estas líneas.

Fuente| Siglos Curiosos

jueves, 10 de noviembre de 2011

Aerle desvela la red de espionaje en León durante la II Guerra Mundial


La trama de espionaje producida durante la Segunda Guerra Mundial en España, con León como uno de los principales escenarios, ha salido a la luz de la mano de la Asociación de Estudios sobre la Represión en León, Aerle, con el libro publicado recientemente bajo el título «Una alternativa al desembarco de Normandía en España. La trama de espionaje organizada por la Embajada Inglesa».

Así, a lo largo de 437 páginas, Aerle revela toda la documentación procedente del Archivo Militar de El Ferrol donde se desvelan los detalles de «una posible alternativa española al desembarco de Normandía».

En este aspecto, y como principal líder aparece el leonés Lorenzo Sanmiguel, que durante diez meses se convirtió en uno de los quebraderos de cabeza del Franquismo, al conformar bajo sus órdenes a un grupo de agentes que burlaron la seguridad del equipo de Franco durante los años de la Segunda Guerra Mundial.

Propaganda subversiva. Sanmiguel regresó a Astorga, procedente de México, como voluntario en el Regimiento de Infantería, aunque pocos meses después fue detenido y procesado por distribuir hojas de propaganda «subversiva» en cuartel.

No obstante, y tras pasar un tiempo en los calabozos, logró fugarse para afincarse en Gijón, donde se escondió en el domicilio de su padre hasta el 5 de febrero de 1941.

Cinco meses después consiguió pasar la frontera portuguesa de forma clandestina, donde visitó diversas embajadas para informar de su posición en beneficio de la «causa roja», aunque tuvo que regresar a España puesto que la Policía Internacional lo buscaba.

Fue en ese momento cuando se dedicó a reclutar a un total de 36 personas, elegidas por recomendación, por ser parte de su familia o afines a su ideología política.

Juan Martínez, pues así se hizo llamar Sanmiguel durante cierto tiempo para ocultar su verdadera identidad, se convirtió en el líder de esta red de espionaje basada en proporcionar información sobre el sistema militar defensivo español en las costas y puertos del norte así como la localización de la vigilancia, emplazamientos, obras fortificadas, aeródromos, distribución del armamento, datos del comercio de exportación español o la situación alimenticia con los artículos que escaseaban o el sistema de racionamiento.

La labor de Sanmiguel se fundamentaba en confeccionar informes con todos los datos anteriores para que una persona enviada desde Madrid lo recogiera en León dos veces al mes.

Oleada de detenciones. Finalmente Lorenzo Sanmiguel fue capturado y asesinado el 20 de octubre de 1943 en la calle Condesa de Sagasta, en la capital leonesa, lo que desencadenó una oleada de detenciones: 56 personas fueron procesadas, 12 absueltas, cuatro fueron condenadas a pena de muerte y el resto a diferentes penas teniendo en cuenta su implicación en la red de espionaje. No obstante, fue imposible localizar a dos de las personas más involucradas.

viernes, 4 de noviembre de 2011

"El último paso" y los héroes del pueblo llano de la Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial no se libró únicamente entre soldados en los campos de batalla. En ella también jugó un papel fundamental el pueblo llano, de donde surgieron héroes como los del documental "El último paso", centrado en Comète, una de las mayores redes de evasión de Europa.

Entre 1941 y 1944, desde Bélgica a España, hasta cerca de 3.000 ciudadanos de toda clase y condición pusieron en riesgo sus vidas para formar un entramado clandestino con el que, apoyados por el gobierno británico, ayudaron a regresar a Inglaterra a más de 700 fugitivos, muchos de ellos, pilotos abatidos del ejército inglés.

A través de declaraciones de implicados en aquella red y de sus familiares, las directoras vascas Iurre Tellería y Enara Goikoetxea reconstruyen la historia de la red Comète, en un documental que se estrenará en España el 11 de noviembre y que fue proyectado en el pasado Festival de Cine de San Sebastián.

"El último paso", título que hace referencia a España, donde finalizaba esta red, parte de un hecho concreto acaecido hace más de 60 años en un caserío de los Pirineos, donde seis personas procedentes de cinco países diferentes fueron detenidas por los alemanes.

Siguiendo el hilo de estas personas, entre las que se encontraba el aviador inglés Stanley Hope, el filme descubre al espectador que todas ellas estaban implicadas en esa amplia red, fundada en 1941 por un pequeño grupo de jóvenes belgas, que ayudaba a fugitivos a llegar hasta Gibraltar, desde donde partían a Gran Bretaña.

Hope, de 95 años de edad, ha estado hoy en Madrid, donde ha manifestado la emoción que le supone regresar a España, revivir aquel episodio de su vida y recordar a las personas que le ayudaron, las cuales, sin embargo, no pudieron evitar que cayera preso de los alemanes.

Con este filme, el veterano combatiente, que pudo regresar a su país una vez finalizada la guerra, espera que cambie la impresión generalizada de que los alemanes encontraron poca resistencia en los territorios europeos que ocuparon, donde, ha remarcado, "hubo gente maravillosa que arriesgó su vida" por aquello que creían justo.

El exaviador británico desconoce si los miembros de Comète participaron en la red por motivos políticos o humanitarios, pero es algo que no le preocupa, ya que "lo importante es que había muchísima gente" dispuesta a ayudar, lo que le merece una gratitud que no puede definir con palabras.

Para Hope, es muy difícil resumir una etapa de su vida en la que apenas tuvo control de la misma, ya que se dejó llevar por los acontecimientos y por aquellos que le cuidaron, gracias a quienes conserva "un gran recuerdo" del tiempo que pasó escondido en Bruselas.

Tellería ha confesado que, "en un principio, la intención era contar algo muy local", centrado en los Pirineos, pero, a medida que las dos directoras investigaron sobre la red Comète, se dieron cuenta de la envergadura de la historia que tenían entre manos y buscaron una mayor financiación.

Así, el filme se convirtió en una coproducción belgoespañola y francesa, nacida de un largo proceso de investigación iniciado en 2005, cuyas impulsoras esperan que no se quede únicamente en este documental.

Por ello, a través de la página web del filme, Tellería y Goikoetxea seguirán aportando información sobre la red Comète a partir de descubrimientos posteriores, y todo aquello que quedó descartado del montaje final.

Para hacer más digerible su visionado, el documental se apoya en diversas dramatizaciones, en una decisión narrativa "muy complicada", como ha confesado Goikoetxea, con la que buscan "transportar al espectador a esa época y conseguir una mayor inmersión".

Por último, Goikoetxea lamenta no haber podido profundizar en lo relacionado con la estancia de los fugitivos en España hasta su llegada a Gibraltar, ya que tenían "muchas historias pero no podían ser contrastadas, y en un documental -dice- hay que estar muy seguro de lo que se cuenta".

martes, 1 de noviembre de 2011

La II Guerra Moral

Un soldado sale de la trinchera donde sobrevive con un frío espantoso, le corta las piernas a un cadáver que yace allí cerca, las descongela al fuego y les quita las botas que están en mejores condiciones que las suyas; luego, para no volver a salir en busca de leña, alimenta el fuego con las piernas. No es una escena de la última entrega de 'Saw'. Ocurrió realmente en la Segunda Guerra Mundial, y el soldado (alemán) lo registró en su diario, añadiendo que jamás pensó que llegaría a hacer una cosa semejante.

Y ahora lo cuenta el historiador británico Michael Burleigh, que acaba de publicar un denso trabajo ('Combate moral', Taurus) sobre los horrores y, sobre todo, las delicadas cuestiones morales que se plantearon en esa guerra. No ya la inmoralidad del nazismo, bien conocida, con su violación de las leyes de guerra y su proyecto de exterminio de toda una comunidad. Sino los espinosos dilemas morales que tuvieron que afrontar las democracias: desde la alianza con un sistema tan repulsivo y criminal como el de Stalin al lanzamiento de la bomba atómica, pasando por cuestiones como el apaciguamiento o la colaboración, el modo en que se ejerció la resistencia, el bombardeo de ciudades, las operaciones irregulares, el trabajo en los campos de concentración, hasta los propios juicios de Nuremberg a los jerarcas nazis.

De todo eso trata el libro más reciente de Michael Burleigh. Todas esas cuestiones fueron otros tantos escollos que tuvieron que salvar los aliados para derrotar a un enemigo que, dice el historiador, constituía una amenaza existencial para el espíritu humano en general. "Los nazis trataron fundamentalmente de alterar el entendimiento moral de la humanidad". Y "la evocación de los crímenes nazis remueve una herida colectiva en las sociedades occidentales".

Burleigh analiza uno por uno todos esos asuntos y, sin ahorrar algunas críticas, concluye que los eventuales males menores fueron necesarios para vencer a lo que se parecía mucho al mal absoluto. Se pudo entender la política de apaciguamiento hacia Hitler antes de la guerra por el recuerdo de los horrores de la Primera Guerra Mundial, pero es evidente que se trató de una política errónea. Los bombardeos sobre ciudades alemanas fueron terribles, pero eran la única manera que tenía Gran Bretaña de devolver el golpe a Alemania. Las operaciones irregulares muestran puntos oscuros, pero no pueden ser calificadas de terrorismo.

Lo cierto es que la propia dinámica de la guerra, con su sucesión de horrores, hizo que el listón de la tolerancia se fuera elevando progresivamente. No sólo entre los soldados, como el citado más arriba. Churchill, que tomó la decisión de bombardear barcos franceses anclados en Orán (con el resultado de 1.300 marineros franceses muertos) para evitar que cayeran en manos alemanas, expresó con claridad la situación: "No sería justo ni racional que la potencia agresora obtuviese ventajas pisoteando todas las leyes y ocultándose tras el respeto innato por la ley de sus adversarios. Debemos guiarnos por la humanidad antes que por la legalidad".

Churchill, ya se sabe, se hubiera aliado con el diablo para derrotar a Hitler; y Stalin, le parece a Burleigh, tenía algo diabólico incluso físicamente, con sus ojos amarillos y su falsa e inquietante sonrisa.

Otro gran dilema moral fue el de los judíos que se vieron obligados a trabajar para los nazis en contra de su propia gente, los que formaron los llamados Consejos de Ancianos, impuestos por los alemanes. Burleigh señala que no se les puede considerar voluntarios; obedecieron y ayudaron a unos nazis que tenían poder absoluto sobre ellos. Otros fueron más allá: se negaron y fueron fusilados por los nazis, o se suicidaron, o se quitaron los brazaletes y se unieron en silencio a los deportados. Hubo horror, pero también esas muestras de grandeza humana.

Hubo, incluso, alemanes que protestaron por los asesinatos; o que ayudaron a los judíos, llegando a pagar con su vida; además del famoso Schindler ("ese enigma humano", dice Burleigh), hubo otros rescatadores, "gente que, en un breve instante, tomaba determinadas decisiones que la humanidad admira con razón". Pero "los rescates fueron estadísticamente insignificantes en el marco de un relato sombrío y catastrófico del que no se desprende ningún mensaje redentor... la bondad humana no triunfó al final", concluye Burleigh.