La Alemania nazi siempre será recordada como una potencia a nivel tecnológico gracias a la gran cantidad de novedosos proyectos militares que consiguió crear en apenas diez años. Sin embargo, en el campo que más destacó fue en el de la aeronáutica. Desde la construcción de la primera nave espacial de la historia hasta la realización de unos pioneros diseños de aviones invisibles al radar, Adolf Hitler logró que la aviación alemana se adelantase casi medio siglo a su tiempo sentando las bases de la tecnología aérea moderna
Y es que, si los nazis se atrevieron a diseñar y construir todo tipo de armas que parecen sacadas de una película de ciencia ficción,
 no es raro pensar que lograran dar unos pasos agigantados en la 
tecnología de la aviación. Así, los seguidores de Hitler consiguieron 
fabricar, entre otras, las primeras aeronaves a reacción o unos gigantescos bombarderos que podían recorrer miles de kilómetros sin repostar.
De hecho, la evolución era tan abismal que, según afirma el escritor José Lesta en su libro «El enigma nazi» (editado por «Edaf»), si los proyectos se hubieran finalizado sólo unos pocos meses antes, los alemanes hubieran dado un giro abismal a la guerra en el aire.
 «La potencia destructiva y las técnicas usadas eran tan avanzadas que 
hasta el último momento Hitler mantenía aún esperanzas de poder dar un 
golpe sorpresa a los aliados», determina el experto en armamento alemán.
La primera nave espacial de la historia
Entre estas armas, la más rocambolesca se creó en respuesta
 a la obsesión del Führer por bombardear Estados Unidos, algo casi 
imposible ya que, en los años 40, ningún aeroplano disponía de la 
suficiente autonomía para cubrir los 6.000 kilómetros que separaban Alemania de Norteamérica. Por ello, y para conseguir su objetivo, la Luftwaffe (la fuerza aérea nazi) encargó la construcción de una de las primeras naves espaciales de la historia. 
«Sin duda el proyecto más futurista y adelantado a su 
tiempo, con el que los nazis querían bombardear Estados Unidos, era el 
del “Bombardero Suborbital Sänger-Bredt”. De lejos el más atrevido invento secreto de la aeronáutica alemana», explica el experto en el libro.
Concretamente, los nazis pretendían lograr que uno de sus 
cohetes, tripulado y armado con un potente explosivo, se elevara hasta 
la atmósfera para luego dejar caer su carga sobre la capital de los Estados Unidos. «Consistía en una nave que debería alcanzar una altitud espacial a la fantástica velocidad de “match 20” –veinte veces la velocidad del sonido-», afirma Lesta.
«Finalmente, tras dejar caer su carga mortífera de bombas, regresaría del mismo modo a su base, aterrizando a 500 Km./h
 y desplegando unos paracaídas traseros que le facilitarían la maniobra,
 tras haber cruzado la mitad del planeta. Además, una de las novedades 
características de esta nave era que podía ser reutilizada a las pocas horas de su aterrizaje», determina el escritor. En total, toda esta misión dudaría unas 27 horas.
Además, en un principio la idea de los nazis era cargar la nave con una bomba que contuviera 5 toneladas de uranio radioactivo en forma de polvo (aproximadamente
 una décima parte del mismo material que se liberó en el accidente que 
se produjo en la central nuclear de Chernobyl). «Una vez detonada en 
Nueva York caería sobre la ciudad una nube radioactiva que sería mortal para la mayoría de sus habitantes», sentencia Lesta.
Por otro lado, para hacerlo funcionar se requería una 
plataforma de raíl casi horizontal de varios kilómetros de largo. Y es 
que, en contra de lo que pueda parecer, esta nave no despegaba igual que los actuales transbordadores espaciales. 
Sin embargo, y en palabras del experto, la llegada del final de la contienda impidió que el proyecto se finalizara. A pesar de todo, el inventor de esta nave espacial nazi logró escapar de los aliados: «Eugene Sänger logró huir a Australia sin ser capturado. Ni que decir tiene que durante la guerra fría su proyecto fue uno de los más codiciados por ambas superpotencias. De hecho, Stalin
 intentó secuestrarle en los años 50 y 60 para que construyera una nave 
parecida que le ayudara a bombardear a los norteamericanos», determina el escritor.
Al parecer, y según explica Lesta, las investigaciones de 
este científico fueron usadas finalmente por la agencia espacial 
norteamericana: «De su trabajo salieron las ideas que llevarían a la NASA a construir el transbordador espacial.
 Aún así, su invento no llegó a igualarse. Por eso actualmente esta 
Agencia tiene en experimentación el avión espacial X-33, muy superior al
 actual transbordador», añade el experto.
El caza que abrió el camino de la propulsión a reacción
Otro de los grandes proyectos de la Alemania nazi fue el avión «Messerschmitt Me 262», el primer caza a reacción operativo del mundo. Este avión fue precedido por varias versiones similares de la empresa aeronáutica alemana Heinkel, las cuales no convencieron a los oficiales de la fuerza aérea nazis por sus múltiples fallos.
El uso de este tipo de aviones significaba un cambio 
radical en la forma de entender los combates aéreos. Y es que, durante 
los años 40 el principal sistema de propulsión que se utilizaba en los 
aviones era el de hélice. Por el contrario, este nuevo motor a reacción 
otorgaba una mayor velocidad a los aeroplanos, que además podían
 adquirir más altura y permitirse el lujo de no tener que repostar con 
tanta asiduidad como sus competidores. 
El Me 262 fue un auténtico quebradero de cabeza para los 
pilotos aliados gracias a su velocidad y su capacidad de destrucción. 
«Los aliados no daban crédito a lo que veían. Mientras ellos se movían 
lentamente con sus viejas hélices, los Messerschmitt alemanes surcaban los cielos a 850 Km./h, una velocidad nunca vista», sentencia Lesta en su libro. 
De hecho, desde que comenzó el uso de este tipo de 
aeroplanos por parte de la fuerza aérea nazi, decenas de experimentados 
pilotos aliados cayeron impotentes ante ellos. «La ventaja era tal que 
normalmente caían veinticinco aparatos aliados antes de que un avión a reacción fuera abatido», determina el escritor con asombro. 
Sin embargo, como sucedió con la mayoría del armamento que podría haber dado la victoria a los nazis, este aeroplano llegó demasiado tarde
 y era muy inferior en número a los aviones aliados. «La unidad de Me 
262 era muy reducida, además, el primer caza de estas características 
entró en combate en mayo de 1944, un año antes de acabar la guerra. Para
 entonces el número de aviones aliados en vuelo era muy superior», 
apunta Lesta. Con todo, y a pesar de no llevar a la victoria al régimen 
nazi, la tecnología de los Me 262 y la de los aviones precursores supuso
 un gran avance para la aeronáutica. 
Un bombardero invisible al radar
Finalmente, uno de los últimos proyectos aéreos revolucionarios de los nazis corrió a cargo de Reimar y Walter Hortem. Estos hermanos crearían los primeros aviones en forma de ala delta de la historia haciendo uso de un diseño que en la actualidad poseen un gran número de cazas y bombarderos militares.
Concretamente, los Hortem idearon este tipo de avión debido a que, tras varias pruebas, descubrieron que ofrecía menos resistencia al viento que el resto de aeroplanos.
 De esta forma, se obtenían una serie de ventajas en vuelo como la 
capacidad de recorrer una mayor distancia sin la necesidad de repostar o
 la posibilidad de viajar a una velocidad mucho mayor que el resto de 
aparatos.
Así, Hitler requirió a los Horten para llevar a cabo su 
viejo sueño: bombardear Estados Unidos con un avión que partiera desde 
Alemania. «Únicamente el bombardero en forma de “Ala volante” (Ho 18)
 propuesto por los Hermanos Horten era lo suficientemente avanzado como 
para cumplir los requisitos de una travesía tan larga», determina Lesta.
De esta forma, su objetivo quedó claro: «El Ho 18 debería 
despegar de una base secreta alemana realizando un viaje de ida y vuelta
 a la costa este norteamericana. En un único intento y sin escalas, 
tendría que cruzar el Atlántico hasta llegar a Nueva York. Una vez allí dejaría caer una única bomba de 4 toneladas y regresaría inmediatamente a Alemania sin repostar. La velocidad del avión debería ser muy alta, de al menos 1000 Km./h», añade el experto.
A su vez, la revolución de este avión no venía únicamente 
por su diseño, sino que, además, fue el primer aeroplano que era 
invisible a los radares norteamericanos. «La superficie del bombardero 
tendría una capa de pegamento especial a base de carbono, con lo cual sería indetectable a los radares americanos
 de la época. Los Hortem habían construido los primeros aviones 
invisibles al radar casi medio siglo antes que los americanos».
Sin embargo, finalmente el proyecto fue detenido por las fuerzas aliadas.
 «Los americanos llegaron a las fábricas de “Alas Volantes” y el taller 
de los Horten descubriendo el extraño caza a reacción. Inmediatamente lo
 transportaron a EE.UU. donde sería estudiado por la casa aeronáutica Northrop», explica Lesta. 
Al parecer, posteriormente Walter Horten trataría de contactar con los norteamericanos para unirse al proyecto.
 «Cuando un año después escribió una carta a Jack Northrop para seguir 
en los EE.UU. su carrera como diseñador de “Alas Volantes” no recibió 
respuesta. No se trataba de falta de talento, más bien era lo contrario,
 Northrop se había hecho con todas sus ideas y comenzó a construir ese 
tipo de aviones para la industria militar norteamericana», añade el 
escritor.
Casi 50 años después, los sueños de los Hortem se hicieron añicos cuando los estadounidenses presentaron dos de sus nuevos aviones: un caza invisible en forma de ala delta (F117) y un bombardero que no captaba el radar (B2), ambos basados en sus diseños.
Publicado en ABC 
 


 
 
