martes, 20 de mayo de 2014

Hitler, el asesino obsesionado por los dulces, las golosinas y el cine.

A sus 89 años, Elisabeth Kalhammer recuerda como si fuera ayer la época en la que trabajó como sirvienta en el hogar de uno de los mayores asesinos de todos los tiempos: Adolf Hitler. Sin embargo, y según ha explicado la antigua criada en una entrevista al diario austríaco «Salzburger nachrichten», para ella el dictador no era más que un amable jefe que, a pesar de que se veía obligado a seguir una estricta dieta por su delicada salud, solía levantarse por las noches a escondidas para saquear cualquier dulce o golosina que hubiera guardada en la casa. A su vez, la mujer afirma que era un gran aficionado alcine y que contaba en su residencia de Obersalzberg con una sala privada de proyección.

Al parecer, la vida de Kalhammer al lado de Hitler comenzó cuando, en 1943, vio un anuncio en una agencia alemana de empleo en el que se solicitaba una camarera para la región de Obersalzberg, en los Alpes Bávaros. Ella, que procedía de una familia pobre, decidió acudir a la entrevista sin saber quién sería su jefe. Como no podía ser de otra forma, fue una gran sorpresa conocer que trabajaría de criada para Adolf Hitler. De hecho, cuando se enteró estuvo a punto de hacer caso a su madre y rechazar el trabajo, no obstante, desde las oficinas del Reich la convencieron alegando la suerte que tenía de trabajar para el Führer.


Una vez contratada, la señora Kalhammer se unió en a un grupo de 22 niñas dirigidas por Eva Braun. Todas tenían un único objetivo: obedecer y atender a Hitler. Para ellas aquel no era un trabajo usual, pues la presencia de los soldados de las SS las mantenía constantemente en tensión. Desde el principio se informó a las jóvenes de que tenían absolutamente prohibido revelar cualquier cosa que oyeran entre los muros de la residencia del Führer bajo pena de un fuerte correctivo. «Se me permitía pensar, pero no hablar», afirma la criada al diario austríaco.

Aunque la sirvienta nunca pudo hablar con Hitler, si tenía acceso a su habitación y se encontraba a sus órdenes, lo que provocó que pronto descubriera sus malos hábitos alimenticios. Así, pronto se dio cuenta de que, a pesar de que el dictador alemán se veía obligado a seguir una estricta dieta por sus problemas de bazo, solía escabullirse de la cama a altas horas de la noche para atiborrarse de dulces y golosinas como galletas de chocolate y bollos de crema. De hecho, hizo idear a sus cocineros una tarta conocida como «El pastel del Führer» la cual contenía una gran cantidad de nueces y pasas. Según Kalhammer, debía ser horneada cada día.

A su vez, y siempre según la entrevista publicada por «Salzburger nachrichten», Adolf Hitler sentía una pasión tan grande por el cine que hizo instalar en su residencia de los Alpes una sala privada de proyección. Allí pasaba las horas muertas disfrutando de películas protagonizadas por actrices alemanas como Marika Roekk. «Estaba totalmente hechizado por Roekk», destaca Kalhammer.

La criada trabajó para el Führer durante dos años en las salas de lavandería y costura. Además, hacía la limpieza y preparaba el té. Con todo, nunca pudo quejarse de su peculiar jefe pues, mientras muchas familias no tenían nada que llevarse a la boca, ella disponía siempre de mucha comida e, incluso, de zuma de manzana recién exprimido. «Siempre me trató bien», explica Kalhammer. Sin embargo, su labor se acabó en 1945, cuando el final de la guerra hizo que todas las sirvientas fueran evacuadas.

Vía | ABC

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