El 31 de enero de 1943, hace 70 años, se rindió el mariscal Erich von
Paulus, jefe de las fuerzas alemanas en Stalingrado, al general
soviético Vasili Zhukov. No fue la de Stalingrado una de las decenas de
batallas importantes de la II Guerra Mundial, sino, acaso, la más
decisiva. Hasta entonces, la Wehrmacht nunca antes había sufrido una derrota significativa,
ni había capitulado uno de sus mariscales, ni había perdido, como
tragado por la tierra, todo un Ejército, el VIº y gran parte del IVº
ejército Panzer, dos de sus joyas y, sobre todo, aquella derrota marcó
el declive de las armas alemanas y el paulatino predominio de las
aliadas.
Entre el 10 de enero y el 3 de febrero de 1943, unos 100.000 alemanes partieron hacia los campos de concentración, donde morirían como moscas. No regresaron a Alemania ni 5.000. En el frente de Stalingrado, entre julio de 1942 y febrero de 1943, ambos bandos sufrieron unas 1.400.000 bajas (medio millón, muertos). Según el mariscal Malinovski, jefe del 2º Ejército de la Guardia en esa batalla capturaron o destruyeron 2.000 tanques, 2.000 aviones, 10.000 cañones y no menos de 5.000 vehículos. El Estado Mayor alemán reconoció que habían perdido seis meses de producción bélica.
Aquel tremendo choque se gestó en el verano de 1942
cuando Hitler, llevado por su impaciencia -como le sucedía cuando no se
producían de inmediato los resultados que perseguía- cambió los
objetivos de su ofensiva y en vez de dirigirla contra el Cáucaso, como
estaba previsto, dividió sus fuerzas y lanzó lo más granado de ellas
contra Stalingrado, la ciudad de Stalin.
Empeño criminal
La Luftwaffe la arrasó y en agosto, cuando llegó Von Paulus, al
frente de unos 250.000 hombres, Stalingrado había dejado de ser un
objetivo militar interesante. Pero Hitler se empecinó en su conquista
por el prurito de inferir a Stalin una afrenta propagandística
y en tan infantil empeño invirtió sus mejores tropas, preparadas para
librar grandes batallas a campo abierto y sin ninguna especial aptitud
para combatir en un mar de ruinas.
Y entre escombros, esqueletos urbanos y sótanos pelearon desde
septiembre de 1942 a enero de 1943 más de medio millón de hombres,
infiriéndose unos a otros un promedio superior a las tres mil bajas diarias,
sin que los soldados alemanes, continuamente reforzados, lograran tomar
hasta el último reducto soviético en la orilla derecha del Volga.
La revancha de Stalin
Aquella feroz guerra de ratas era un dislate nazi, pues, además,
estaba permitiendo que el Ejército Rojo reuniera efectivos para un gran
contraataque, que se produjo en noviembre. El día 23, tres ejércitos
soviéticos atacaron a los gastados ejércitos alemanes del bajo Volga y a
sus débiles aliados, italianos y rumanos, abriendo en el frente una brecha de más de 200 kilómetros
al norte y al sur de Stalingrado, donde quedó cercada toda la fuerza de
Von Paulus. Eran no menos de 300.000 hombres, aunque la mitad de ellos
carecían de valor militar: decenas de miles de rumanos y croatas apenas
equipados que habían llegado huyendo y una inmensa confusión de planas
mayores, oficinas, personal de tierra de la aviación... bocas que
alimentar más que tropas operativas.
La situación empeoró paulatinamente pues Hitler se empecinó en organizar allí un resistencia numantina
confiando en que la Luftwaffe del mariscal Göring suministraría a los
cercados 500 toneladas diarias de víveres y pertrechos. Vana ilusión: En
los dos meses largos que duró el cerco apenas proporcionó a Stalingrado
12.000 toneladas, un tercio de lo imprescindible.
El hundimiento
Con todo aún hubo un momento para la esperanza. Mediado diciembre, el
mariscal Von Manstein comenzó a abrirse paso hacia Stalingrado con un
reducido ejército, tratando de romper la bolsa y abrir una vía de escape
a Von Paulus. Para facilitar la operación, éste hubiera debido atacar
en la misma dirección con todas sus fuerzas, pero Hitler se empecinó en
que Paulus no abandonara las ruinas sino que siguiera luchando para
conquistarlas. Aquella insensata orden hizo fracasar la maniobra de Manstein, cuya agotada fuerza debió replegarse para no ser a su vez copada.
El 24 de enero, todas las fuerzas de Von Paulus estaban embotelladas
en las ruinas, removidas cada mañana por las granadas de la artillería
soviética. En esa fecha, los alemanes perdieron Gumrak, su último
aeropuerto, y las fuerzas de Rokossovski partían en dos al 6º Ejército,
enlazando junto al Volga con los último reductos soviéticos. Una semana
después, sin víveres, con la munición casi agotada, y enfermo capituló
Von Paulus, con sus últimos hombres
*David Solar es historiador y autor de los libros sobre la Segunda Guerra Mundial 'El último día de Adolf Hitler', 'La caída de los dioses' y 'Un mundo en ruinas', entre otros.
Publicado en El Mundo el 26/01/2013
Observo un par de errores en el texto: Es Friedich Paulus (sin el von, un error bastante habitual) y no Erich. Y Georgui Zhukov (en lugar de Vasili).
ResponderEliminarPor lo demás, felicitarte por el blog, que sigo desde bastante tiempo.
Saludos!!!
Perdón, es Friedrich...(el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, jajaja)
ResponderEliminarOtra visión de la historia reciente de Europa y de nuestra realidad actual, basada en lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial:
ResponderEliminarhttp://nacional-revolucionario.blogspot.com.es/