sábado, 23 de enero de 2016

"Yo fui uno de los tres peruanos en el desembarco de Normandía"

Con algo de retraso tras su publicación, aquí tenéis una interesante entrevista publicada en el diario digital El Comercio de Perú a Jorge Sanjinez, uno de los tres únicos peruanos que participaron en el Desembarco de Normandía.



La gran memoria de Jorge Sanjinez hace que uno olvide su edad. Asegura ser el último peruano vivo que ha participado en la Segunda Guerra Mundial. “La medalla más importante que me dieron fue por construir una pasarela [puente temporal en época de guerra] que nos permitió llegar a Bélgica. Es una medalla de valor”.



—¿Cómo llegó a la Segunda Guerra Mundial?

En 1940 o 1941 trabajaba en el hipódromo. Tenía un amigo que vivía cerca de mi casa y con el que siempre conversaba sobre la guerra. Una mañana llegó, tocó la puerta y me dijo: “Oye, ¿quieres ir a la guerra?”. La Embajada de Bélgica estaba recibiendo voluntarios, así que nos presentamos al día siguiente y hablamos con el embajador. Nos dijo que no había problema, pero que era necesaria la autorización del presidente (Manuel Prado Ugarteche) para no perder la nacionalidad. A los tres días ya teníamos el permiso. Luego fuimos a la clínica Angloamericana para ser evaluados. Ahí iba a haber un problema…


—¿Por qué?

Cuando cumplí 16 años me presenté a la Marina y tuve que pasar un examen médico. Me parece que era la inauguración del Hospital Naval porque había muchos médicos extranjeros invitados. Un doctor me preguntó algunas cosas de rutina, me examinó y se puso serio. Consultó con su colega y me dijo que no podía entrar a la Marina porque mi corazón estaba pésimo. Me dieron seis meses de vida. Así que cuando fuimos para el examen de la embajada le adelanté a mi compañero que yo no iba a pasarlo por ese problema.

—¿Qué hizo entonces?
Fuimos de todas maneras. Ocho médicos nos analizaron a cada uno porque los ingleses –que eran los que centralizaban toda la ayuda para el ejército aliado, que incluía a Bélgica– querían gente sana. Regresamos tres días después para recoger los resultados y el médico me dijo que yo estaba excelente. Casi colapso, ¡me habían aceptado! Luego enviaron nuestros documentos a Inglaterra. A los 30 días encontré un sobre debajo de la puerta de mi casa, decía que el comando aliado me había aceptado. En cinco días debía abordar un barco chileno rumbo a EE.UU., nos dieron dinero y dos pasaportes: uno belga y otro peruano. Teníamos que llevar dos pasaportes porque había naves nazis en el camino que podían interceptarnos y tomar represalias.

— ¿Cuántos viajaban en ese barco?
Cuatro argentinos, tres chilenos y siete peruanos, más o menos. Entramos a Nueva Orleans a través del río Misisipi. Fuimos a Miami en tren y de ahí nos volvimos a subir a otro tren que nos llevó a Nueva York.

— ¿Cuánto tiempo estuvieron ahí?
Tres o cuatro días, luego partimos hacia Montreal. No sabíamos cuánto tiempo estaríamos allá. Nos metieron en un tren y viajamos por 12 horas. Al bajar en Montreal nos llevaron al cuartel, ahí comencé a sentirme soldado. Había cerca de 200 latinos en esa base. Estuvimos seis meses en Montreal hasta que un día nos dijeron: “Mañana nos embarcamos para cruzar el Atlántico Norte, hay submarinos nazis en todo el océano. Acá empezó la guerra”. Viajamos en el Queen Mary, un barco acondicionado para llevar tropas. Durante ese viaje nos bombardearon al menos en dos ocasiones, pero teníamos tan buenas defensas que no tuvimos pérdidas pese a eso. Finalmente llegamos a Irlanda, éramos 10 mil soldados. Teníamos un hotel preparado en Londres para todos. Recuerdo que ese día salí a dar una vuelta con un amigo cuando comenzaron a sonar las alarmas, estaban bombardeando.

—¿Qué sintió en ese momento?
Nos tiramos al suelo, nos escondimos bajo las bancas del parque en el que estábamos. No nos iban a proteger mucho evidentemente [risas]. Con el tiempo nos acostumbramos, ver que los ingleses eran tan diferentes nos ayudó.

— ¿Cuándo salieron de Inglaterra?
Entrenábamos todos los días y todos preguntaban cuándo iríamos a la guerra. Todos hablaban de que se había abierto el segundo frente porque una derrota en Italia los había obligado a planificar otra estrategia. Nadie sabía cuándo saldríamos hacia Francia, era el secreto más grande en Inglaterra. Hasta que el día llegó. Entró un comandante y nos dijo que saldríamos a hacer un entrenamiento de playa. “Vamos a demorar cuatro días, así que lleven todas sus cosas”, nos dijo. En el barco llamaron a reunión: “Señores, esto no es entrenamiento, esto es Normandía”. Todos estábamos pálidos. Al día siguiente ya estábamos en el Canal de la Mancha. Desembarcamos 17 días después del Día D [6 de junio de 1944].

—¿Qué sintió cuando le tocó desembarcar?
Todos hablan de miedo, pero para mí el miedo no existe. En un momento así no hay tiempo para el miedo, ahí matas o te matan. Un día nos informaron que debíamos ir a la playa Arromanches, ahí perdimos al primer compañero del 4° pelotón [suspira]. Que pena, era un gran amigo. Logramos avanzar. Delante nuestro iba un grupo de polacos, se la dieron de valientes y avanzaron más que nosotros. En una guerra no puedes avanzar un metro más de lo que te ordenan. Entraron en una zona de bombardeo y murieron todos, eran cerca de 10 mil polacos.

—¿Ustedes siguieron?
Sí, debíamos hacer la limpieza de toda la costa francesa hasta Bélgica. Un día morían dos, otro cinco, otro diez. Pero todos comprendíamos que así era la guerra, no podíamos evitarlo.

— ¿Los peruanos seguían vivos?
Solo fuimos tres peruanos en Normandía: Carlos Pérez Barreto, Carlos Oyanguren y yo. Según me dijeron, Oyanguren se ahogó a la bajada de la playa. Pérez Barreto estuvo conmigo siempre, éramos amigos desde el Perú. Llegamos a la frontera con Bélgica, tuvimos cinco o seis batallas tremendas. Nadie se quejaba, habíamos ido a eso. Ahí fue cuando construí la pasarela, los nazis estaban a un lado y nosotros en el otro. Pedí voluntarios y lo hicimos, nos tomó 16 horas. Pero estaba decidido, había ido a la guerra para morir.

—Pero no murió. ¿Cómo se sintió cuando le informaron que había acabado la guerra?
Todos celebraban, tiraban sus gorras. Yo era el único que no lo hacía, para mí no era el fin de la guerra. Debía pensar en cómo sobrevivir cuando volviera al Perú. Sin embargo, la vida me tenía preparadas más sorpresas.

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