Os copio esta entrada que he leído hoy en el blog Fogonazos.
“En la II Guerra Mundial, los británicos reunieron a millares de los denominados interceptores (sobre todo, mujeres), cuya labor consistía en sintonizar día y noche las transmisiones de radio de las distintas divisiones del ejército alemán. Desde luego, estas transmisiones estaban codificadas, al menos al principio de la guerra, de modo que los británicos no podían entender lo que decían. Pero no importó mucho, en realidad, puesto que a los interceptores les bastó con escuchar la cadencia de las transmisiones para, en poco tiempo, empezar a distinguir los “puños” o estilos personales de los operadores alemanes y, con ello, algo casi igual de importante, a saber quién las enviaba. “Si se escuchan los mismos códigos de llamadas durante un tiempo determinado, se empieza a reconocer que hay, por ejemplo, tres o cuatro operadores en la unidad en cuestión, que trabajan por turnos y que cada uno tiene sus propias características”, afirma Nigel West, un historiador del ejército británico.
Los interceptores idearon descripciones de los “puños” y de los estilos de los operadores a los que estudiaban. Les asignaron nombres y configuraron unos perfiles muy detallados de sus personalidades. Una vez identificaban la persona que enviaba el mensaje, los interceptores localizaban la señal. Eso significaba más información. Así sabían que estaba allí. West continúa: “Los interceptores llegaron a conocer tan bien las características de transmisión de los telegrafistas alemanes, que prácticamente podían seguirlos por toda Europa, dondequiera que estuviesen...
Supongamos que hubiera un radiotelegrafista en concreto en una unidad determinada que transmitiera desde Florencia. Si tres semanas más tarde reconocías a ese operador, y en esta ocasión se encontraba en Linz, podías deducir que la unidad se había trasladado al norte de Italia hacia el frente oriental. O sabías que cierto telegrafista pertenecía a una unidad de reparación de tanques y que todos los días transmitía a las doce en punto. Pues bien, si tras una gran batalla se le escuchaba a las doce, a las cuatro y a las siete, se podía deducir que esa unidad tenía mucho trabajo. Y en un momento de crisis, cuando alguien de rango superior preguntaba: “¿Tenéis la certeza absoluta de que este Fliegerkorps de la Luftwaffe [escuadrón de las fuerzas aéreas alemanas] está a las afueras de Tobruk y no en Italia?”, podías responder: “Sí, ése era Óscar, estamos totalmente seguros”.
“En la II Guerra Mundial, los británicos reunieron a millares de los denominados interceptores (sobre todo, mujeres), cuya labor consistía en sintonizar día y noche las transmisiones de radio de las distintas divisiones del ejército alemán. Desde luego, estas transmisiones estaban codificadas, al menos al principio de la guerra, de modo que los británicos no podían entender lo que decían. Pero no importó mucho, en realidad, puesto que a los interceptores les bastó con escuchar la cadencia de las transmisiones para, en poco tiempo, empezar a distinguir los “puños” o estilos personales de los operadores alemanes y, con ello, algo casi igual de importante, a saber quién las enviaba. “Si se escuchan los mismos códigos de llamadas durante un tiempo determinado, se empieza a reconocer que hay, por ejemplo, tres o cuatro operadores en la unidad en cuestión, que trabajan por turnos y que cada uno tiene sus propias características”, afirma Nigel West, un historiador del ejército británico.
Los interceptores idearon descripciones de los “puños” y de los estilos de los operadores a los que estudiaban. Les asignaron nombres y configuraron unos perfiles muy detallados de sus personalidades. Una vez identificaban la persona que enviaba el mensaje, los interceptores localizaban la señal. Eso significaba más información. Así sabían que estaba allí. West continúa: “Los interceptores llegaron a conocer tan bien las características de transmisión de los telegrafistas alemanes, que prácticamente podían seguirlos por toda Europa, dondequiera que estuviesen...
Supongamos que hubiera un radiotelegrafista en concreto en una unidad determinada que transmitiera desde Florencia. Si tres semanas más tarde reconocías a ese operador, y en esta ocasión se encontraba en Linz, podías deducir que la unidad se había trasladado al norte de Italia hacia el frente oriental. O sabías que cierto telegrafista pertenecía a una unidad de reparación de tanques y que todos los días transmitía a las doce en punto. Pues bien, si tras una gran batalla se le escuchaba a las doce, a las cuatro y a las siete, se podía deducir que esa unidad tenía mucho trabajo. Y en un momento de crisis, cuando alguien de rango superior preguntaba: “¿Tenéis la certeza absoluta de que este Fliegerkorps de la Luftwaffe [escuadrón de las fuerzas aéreas alemanas] está a las afueras de Tobruk y no en Italia?”, podías responder: “Sí, ése era Óscar, estamos totalmente seguros”.
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