Giles MacDonogh es una reconocida autoridad en dos materias tan distintas entre sí como pueden ser el mundo del vino y la historia de Alemania. Con su nueva obra ha convulsionado no sólo la historiografía de la posguerra inmediata de la Segunda Guerra Mundial, sino la visión que se tenía hasta ahora sobre el padecimiento de la población civil alemana en aquellos años. Es lo que el historiador inglés describe con precisión exhaustiva en Después del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana (Galaxia Gutenberg), un voluminoso ensayo que hace especial referencia a asuntos vidriosos y apenas pormenorizados hasta ahora como son las masivas muertes y los elevados índices de violaciones.
MacDonogh (Londres, 1955; nieto de un judío austríaco cuya familia padeció directamente la experiencia de los campos de exterminio) argumenta que los meses inmediatamente posteriores a la victoria aliada en mayo de 1945 no trajeron la paz al derrotado esqueleto social del Reich hitleriano, sino que sus habitantes sufrieron mayores padecimientos que los implicados por la propia guerra. En la zona rusa de Austria “la violación fue una práctica diaria hasta 1947”, y las cifras más conservadoras cifran en 20.000 las mujeres violadas en Berlín; oficiales británicos recordaban los lagos de la próspera zona occidental repletos de cádaveres de mujeres que se habían suicidado tras ser forzadas, “algunas en 50 ocasiones”; sus edades variaban entre los 12 y los 75 años de edad.
Con todo, ha despertado polémica en círculos políticos e historiográficos de Estados Unidos y Francia el distinto rasero con que, según las voces críticas, Mac- Donogh valora la distinta conducta de los soldados aliados occidentales. Ante la práctica inexistencia de violaciones protagonizadas por las tropas de ocupación británicas, el autor incide en que las violaciones fueron relativamente comunes en las áreas controladas por los estadounidenses, y “algunos soldados fueron ejecutados por ello”. Acabada la contienda, la rampante prostitución fue una moneda común entre la hambrienta población femenina de la aquella zona aliada.
Según él se cuentan en unos 94.000 Besatzungskinder o “niños de la ocupación” los nacidos de estas relaciones. “Entre 1945 y 1946 muchas niñas se vieron empujadas a la prostitución por una cuestión de supervivencia. Los niños también ofrecieron sus servicios a la tropas aliadas”. Era una opinión común entre las autoridades de las zonas de ocupación norteamericana que la violación fue un fenómeno que fue desapareciendo gracias al sexo a cambio de una tableta de chocolate o una pastilla de jabón.
La actitud, en fin, de los ocupantes franceses es escrutada con similar severidad deapasionada, extrayéndose conclusiones bastante menos favorables. Así, habla del comportamiento de aquéllos en Stuttgart, donde “quizás 3,000 mujeres y ocho hombres fueron violados”. Otras 500 mujeres fueron violadas en Vaihingen, añade.
En este relato minucioso y valiente –es el primer especialista que disecciona los padecimientos de una población a manos de las potencias aliadas y mayoritariamente democráticas–, Mac- Donogh calcula en tres millones los alemanes que fallecieron tras el cese oficial de las hostilidades. Un millón de soldados germanos murieron antes de que pudieran regresar a sus casas. La mayoría de ellos lo hicieron como prisioneros de los soviéticos (dato indicativo: de los 90.000 prisioneros alemanes en Stalingrado, sólo 5.000 regresaron a casa), pero también hubieron decenas de miles de fallecidos como prisioneros de los anglo- americanos. Muchos de ellos encerrados en multitud de verdaderas jaulas diseminadas a lo largo del Rin, sin techo y apenas alimentados. Otros alojados en los mismos campos regentados hasta hacía poco por las SS nazis. Otros fueron más afortunados, y se convirtieron en mano de obra esclava en algunos países aliados, algunos durante años. El investigador británico da fe de la existencia todavía en 1979 de algunos alemanes que se encontraban en esa situación en la Unión Soviética.
Los dos millones de civiles germanos que fallecieron fueron sobre todo ancianos, niños y mujeres, a consecuencia de hambre, frío, enfermedades, suicidios, asesinatos colectivos o las citadas violaciones.
El otro de los puntos más delicados que trata el ensayo es la descripción pormenorizada de la matanza de un cuarto de millón de alemanes de los Sudetes a manos de sus vengativos compatriotas checos. Los supervivientes de esta limpieza étnica fueron desplazados a territorios del antiguo Tercer Reich, sin pode regresar jamás a sus hogares. Semejantes desplazamientos y masacres se desarrollaron en otras zonas como Polonia, Silesia o Prusia Oriental.
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