En 1944 un grupo de oficiales paraguayos que había recibido adiestramiento en Brasil fue invitado a participar en la guerra contra el fascismo protegiendo convoyes de barcos aliados. Esta es su historia.
El capitán Félix Zárate Monges está inquieto. Acaba de recibir de parte de su profesor y superior, el coronel de la Fuerza Aérea Brasileña, Henrique Dyott Fontenelle, una propuesta tentadora pero preocupante. Los brasileños quieren que los recién egresados militares paraguayos del curso de perfeccionamiento de vuelo tengan una participación activa en la Segunda Guerra Mundial, volando y escoltando a los convoyes que transportan pertrechos para los Aliados.
El joven oficial es el jefe de misión del grupo de militares paraguayos que durante dos años -desde comienzos de 1942 hasta finales de 1943- realizaron estudios de especialización en la Escuela Aeronáutica de Campo dos Afonsos, en Río de Janeiro, Brasil. Se habían destacado por encima de sus condiscípulos de otros países, y habían egresado con las máximas calificaciones.
Zárate Monges tiene razones para estar inquieto. Esa noche se reúne con el embajador Juan Bautista Ayala y le comunica sobre la oferta brasileña. Es a finales del año 1943 y Brasil ya les ha declarado la guerra a los países del Eje. Paraguay todavía no.
Pero no es el único obstáculo. En las Fuerzas Armadas paraguayas hay un fuerte sentimiento germanófilo. Se llaman a sí mismos -y les llaman- "alemanistas" y a contramano de lo que piensa la mayoría de sus compatriotas civiles, muchos de los militares simpatizan con los fascistas.
"Caramba, capitán, y todos somos alemanistas", dice el general Ayala, de destacada actuación en la Guerra del Chaco y en ese momento embajador paraguayo en Río de Janeiro, y duda.
Pero la oferta es demasiado atractiva. Proviene del propio Estado Mayor de la Fuerza Aérea Brasileña e implica una oportunidad única de adiestrar, sin costo para el Gobierno, a los oficiales paraguayos en el pilotaje de aviones de última generación, cazas y bombarderos que los estadounidenses ponen a disposición de los brasileños.
Después de varias rondas de whisky compartidas con su subalterno, Ayala se decide.
"Todos los comandantes de grandes unidades son alemanistas, pero no se preocupe, casi todos fueron mis comandados y tengo suficiente ascendencia moral sobre ellos y los voy a convencer. Mañana me voy al Paraguay por este asunto, esto tenemos que resolverlo ahora."
Dos días más tarde, Ayala está de regreso. La persuasión resulta exitosa. Hasta el propio presidente de la República, el general Higinio Morínigo, se deja convencer por la elocuencia del embajador. Germanófilo a ultranza, Morínigo muestra una vez más su carácter dual y oportunista, rasgos de personalidad que ayudarían a desencadenar una guerra fratricida poco más de tres años después.
Pero en 1943 la confrontación que acapara la atención global y la de los paraguayos es la Segunda Guerra Mundial. Y Paraguay está a punto de ser protagonista, aunque encubierto, de ella.
El coronel Fontenelle, comandante de la Escuela Aeronáutica Dos Afonsos, recibe en su oficina la noticia de parte de Zárate Monges. Su afecto por el Paraguay es sincero y no puede evitar demostrar su alegría. Abraza al oficial paraguayo.
"¡Por fin Tupí y Guaraní vuelven a encontrarse. Esta vez en los cielos de Santos-Dumont!", se entusiasma Fontenelle. La pista queda despejada para que 10 jóvenes oficiales paraguayos escriban su propia historia en la cruzada contra la amenaza fascista.
La campaña. El capitán PAM (SR) Félix Zárate Monges está sentado ante el modesto escritorio que le asignaron en su carácter de Jefe del Salón de Bronce del Círculo de Oficiales Retirados de las Fuerzas Armadas, en el centro de Asunción.
El ventilador de pie gira sus aspas a máxima velocidad, pero su esfuerzo es vencido por el calor y la humedad de noviembre de 2009. No hay aire acondicionado y el entrevistador apenas puede contener alguna expresión de fastidio, pero la incomodidad que siente no perturba al viejo soldado.
"Primero pasamos por un periodo de adaptación porque eran aviones modernos. Una vez bien adiestrados, comenzamos. Volábamos con nombres supuestos, con identidades de pilotos brasileños", recuerda.
En pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos había destinado aviones caza e hidroaviones Catalina a la lucha antisubmarina en el Atlántico Sur. El patrullaje quedó a cargo de pilotos norteamericanos, brasileños y paraguayos.
"Los oficiales muy jóvenes con poca experiencia volaban sobre el litoral, sobre la costa, pero los que teníamos miles de horas de vuelo nos internábamos mar adentro y cumplimos realmente la misión."
La presencia de sumergibles germanos en aguas del Atlántico sur constituía un peligro real para las naves aliadas y los pilotos paraguayos muy pronto fueron testigos de cuán cerca de la costa brasileña podían aquellas operar.
En 1944 un submarino alemán emergió frente a la localidad de Cabo Frío. Alertadas, las autoridades ordenan que un Catalina vaya a investigar.
El bombardero al mando del brasileño Martins Torres alcanza a interceptar a la nave enemiga cuando empezaba la fuga. Las cargas de profundidad arrojadas impactan en el sumergible y lo hunden. Los brasileños arrojan salvavidas y rescatan a sus 12 tripulantes y al capitán.
A pesar de no haber sido protagonistas directos, los oficiales paraguayos quedan conmovidos por la acción.
Se sienten herederos de las hazañas de sus padres, hermanos y amigos, quienes dejaron su sangre y parte de sí mismos -literalmente en muchos casos- en el caluroso suelo chaqueño.
Cumplen un año de servicio de patrullas protegiendo buques. Aportan su esfuerzo y coraje a la causa aliada y a su vuelta a la Patria sienten que han hecho honor a los guerreros del 70 y a los de la reciente contienda. Y saben también que han contribuido a detener al fascismo.
El capitán Félix Zárate Monges está inquieto. Acaba de recibir de parte de su profesor y superior, el coronel de la Fuerza Aérea Brasileña, Henrique Dyott Fontenelle, una propuesta tentadora pero preocupante. Los brasileños quieren que los recién egresados militares paraguayos del curso de perfeccionamiento de vuelo tengan una participación activa en la Segunda Guerra Mundial, volando y escoltando a los convoyes que transportan pertrechos para los Aliados.
El joven oficial es el jefe de misión del grupo de militares paraguayos que durante dos años -desde comienzos de 1942 hasta finales de 1943- realizaron estudios de especialización en la Escuela Aeronáutica de Campo dos Afonsos, en Río de Janeiro, Brasil. Se habían destacado por encima de sus condiscípulos de otros países, y habían egresado con las máximas calificaciones.
Zárate Monges tiene razones para estar inquieto. Esa noche se reúne con el embajador Juan Bautista Ayala y le comunica sobre la oferta brasileña. Es a finales del año 1943 y Brasil ya les ha declarado la guerra a los países del Eje. Paraguay todavía no.
Pero no es el único obstáculo. En las Fuerzas Armadas paraguayas hay un fuerte sentimiento germanófilo. Se llaman a sí mismos -y les llaman- "alemanistas" y a contramano de lo que piensa la mayoría de sus compatriotas civiles, muchos de los militares simpatizan con los fascistas.
"Caramba, capitán, y todos somos alemanistas", dice el general Ayala, de destacada actuación en la Guerra del Chaco y en ese momento embajador paraguayo en Río de Janeiro, y duda.
Pero la oferta es demasiado atractiva. Proviene del propio Estado Mayor de la Fuerza Aérea Brasileña e implica una oportunidad única de adiestrar, sin costo para el Gobierno, a los oficiales paraguayos en el pilotaje de aviones de última generación, cazas y bombarderos que los estadounidenses ponen a disposición de los brasileños.
Después de varias rondas de whisky compartidas con su subalterno, Ayala se decide.
"Todos los comandantes de grandes unidades son alemanistas, pero no se preocupe, casi todos fueron mis comandados y tengo suficiente ascendencia moral sobre ellos y los voy a convencer. Mañana me voy al Paraguay por este asunto, esto tenemos que resolverlo ahora."
Dos días más tarde, Ayala está de regreso. La persuasión resulta exitosa. Hasta el propio presidente de la República, el general Higinio Morínigo, se deja convencer por la elocuencia del embajador. Germanófilo a ultranza, Morínigo muestra una vez más su carácter dual y oportunista, rasgos de personalidad que ayudarían a desencadenar una guerra fratricida poco más de tres años después.
Pero en 1943 la confrontación que acapara la atención global y la de los paraguayos es la Segunda Guerra Mundial. Y Paraguay está a punto de ser protagonista, aunque encubierto, de ella.
El coronel Fontenelle, comandante de la Escuela Aeronáutica Dos Afonsos, recibe en su oficina la noticia de parte de Zárate Monges. Su afecto por el Paraguay es sincero y no puede evitar demostrar su alegría. Abraza al oficial paraguayo.
"¡Por fin Tupí y Guaraní vuelven a encontrarse. Esta vez en los cielos de Santos-Dumont!", se entusiasma Fontenelle. La pista queda despejada para que 10 jóvenes oficiales paraguayos escriban su propia historia en la cruzada contra la amenaza fascista.
La campaña. El capitán PAM (SR) Félix Zárate Monges está sentado ante el modesto escritorio que le asignaron en su carácter de Jefe del Salón de Bronce del Círculo de Oficiales Retirados de las Fuerzas Armadas, en el centro de Asunción.
El ventilador de pie gira sus aspas a máxima velocidad, pero su esfuerzo es vencido por el calor y la humedad de noviembre de 2009. No hay aire acondicionado y el entrevistador apenas puede contener alguna expresión de fastidio, pero la incomodidad que siente no perturba al viejo soldado.
"Primero pasamos por un periodo de adaptación porque eran aviones modernos. Una vez bien adiestrados, comenzamos. Volábamos con nombres supuestos, con identidades de pilotos brasileños", recuerda.
En pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos había destinado aviones caza e hidroaviones Catalina a la lucha antisubmarina en el Atlántico Sur. El patrullaje quedó a cargo de pilotos norteamericanos, brasileños y paraguayos.
"Los oficiales muy jóvenes con poca experiencia volaban sobre el litoral, sobre la costa, pero los que teníamos miles de horas de vuelo nos internábamos mar adentro y cumplimos realmente la misión."
La presencia de sumergibles germanos en aguas del Atlántico sur constituía un peligro real para las naves aliadas y los pilotos paraguayos muy pronto fueron testigos de cuán cerca de la costa brasileña podían aquellas operar.
En 1944 un submarino alemán emergió frente a la localidad de Cabo Frío. Alertadas, las autoridades ordenan que un Catalina vaya a investigar.
El bombardero al mando del brasileño Martins Torres alcanza a interceptar a la nave enemiga cuando empezaba la fuga. Las cargas de profundidad arrojadas impactan en el sumergible y lo hunden. Los brasileños arrojan salvavidas y rescatan a sus 12 tripulantes y al capitán.
A pesar de no haber sido protagonistas directos, los oficiales paraguayos quedan conmovidos por la acción.
Se sienten herederos de las hazañas de sus padres, hermanos y amigos, quienes dejaron su sangre y parte de sí mismos -literalmente en muchos casos- en el caluroso suelo chaqueño.
Cumplen un año de servicio de patrullas protegiendo buques. Aportan su esfuerzo y coraje a la causa aliada y a su vuelta a la Patria sienten que han hecho honor a los guerreros del 70 y a los de la reciente contienda. Y saben también que han contribuido a detener al fascismo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario