63 años después, camuflados a merced de las olas entre los acantilados, cuarenta obuses de la Segunda Guerra Mundial permanecían intactos a pie del fuerte de Socoa. Un vecino de la zona, que había bajado hasta las rocas en busca de pulpos y erizos, localizó una de las bombas el pasado martes. El hombre, sin percatarse del peligro, la desencajó de su aposento y la transportó hasta la turística playa para entregársela al socorrista. «He encontrado un obús», le dijo. El vigilante llamó de inmediato a la Policía, que desplegó un dispositivo de seguridad para rastrear la zona.
La búsqueda dio sus frutos al día siguiente. La marea baja dejaba al descubierto otros siete artefactos, algunos incrustados en el fondo rocoso, y el jueves, los artificieros de la Marina francesa desplazados desde Brest sumaban, para sorpresa de los locales, una treintena de obuses más, razón suficiente para desalojar el lugar, repleto de turistas estos días, y tejer un plan para desactivar los proyectiles.
«No fue fácil», confirmaba ayer el alcalde de Ciboure, Guy Poulou, ya con la tranquilidad de saberse extinguido el peligro. La operación tuvo que ser abortada el jueves por la tarde para asegurar la tarea de los artificieros. Ayer a mediodía se retomaba el plan, bajo la supervisión del propio edil y del responsable policial Eric Morvan. Hacia las 14.00 horas se escuchaba la primera detonación, a la que siguieron otras cuatro más. El rudio seco y una bola de humo fue lo único que pudieron atestiguar las decenas de curiosos que se arremolinaban en la entrada del puerto de Socoa, que se reabrió bien entrada la tarde de ayer.
En total se eliminaron 24 obuses, cuyos restos cayeron sobre la playa, varios barcos y el paseo marítimo. Pese al riesgo, los artificieros habían optado por explosionar en el lugar los artefactos encajados en la roca. Otras dieciséis bombas que sí pudieron desprenderse del acantilado fueron transportadas a alta mar para ser explosionadas a veinte metros de profundidad.
Mientras contemplaba las maniobras, el alcalde de Ciboure repasaba la historia para intentar explicar cómo habían ido a parar las bombas hasta el acantilado. «El fuerte, edificado bajo el reinado de Luis XIV, fue utilizado como cuartel por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando finalizó la batalla, los soldados se desprendieron de las bombas de la forma más cómoda: las lanzaron al mar». Por eso no es tan raro que algún pescador se tope de vez en cuando con algún vestigio de la contienda en las inmediaciones. Por eso tampoco se extrañó una vecina cuando un policía le impidió el paso a su casa del puerto. «Es que han encontrado varios obuses y los están haciendo explotar», le explicaba el agente. «Ah, no es la primera vez», le respondía ella tan tranquila. Jean Paul, uno de los policías locales que ayer vigilaba la zona, también puede relatar otros hallazgos. «Hace un par de años, un padre se plantó en la comisaría con cuatro obuses en el maletero de su coche que había encontrado en las rocas». En invierno, se volverá a rastrear la zona.
Vía| Diario Vasco
La búsqueda dio sus frutos al día siguiente. La marea baja dejaba al descubierto otros siete artefactos, algunos incrustados en el fondo rocoso, y el jueves, los artificieros de la Marina francesa desplazados desde Brest sumaban, para sorpresa de los locales, una treintena de obuses más, razón suficiente para desalojar el lugar, repleto de turistas estos días, y tejer un plan para desactivar los proyectiles.
«No fue fácil», confirmaba ayer el alcalde de Ciboure, Guy Poulou, ya con la tranquilidad de saberse extinguido el peligro. La operación tuvo que ser abortada el jueves por la tarde para asegurar la tarea de los artificieros. Ayer a mediodía se retomaba el plan, bajo la supervisión del propio edil y del responsable policial Eric Morvan. Hacia las 14.00 horas se escuchaba la primera detonación, a la que siguieron otras cuatro más. El rudio seco y una bola de humo fue lo único que pudieron atestiguar las decenas de curiosos que se arremolinaban en la entrada del puerto de Socoa, que se reabrió bien entrada la tarde de ayer.
En total se eliminaron 24 obuses, cuyos restos cayeron sobre la playa, varios barcos y el paseo marítimo. Pese al riesgo, los artificieros habían optado por explosionar en el lugar los artefactos encajados en la roca. Otras dieciséis bombas que sí pudieron desprenderse del acantilado fueron transportadas a alta mar para ser explosionadas a veinte metros de profundidad.
Mientras contemplaba las maniobras, el alcalde de Ciboure repasaba la historia para intentar explicar cómo habían ido a parar las bombas hasta el acantilado. «El fuerte, edificado bajo el reinado de Luis XIV, fue utilizado como cuartel por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando finalizó la batalla, los soldados se desprendieron de las bombas de la forma más cómoda: las lanzaron al mar». Por eso no es tan raro que algún pescador se tope de vez en cuando con algún vestigio de la contienda en las inmediaciones. Por eso tampoco se extrañó una vecina cuando un policía le impidió el paso a su casa del puerto. «Es que han encontrado varios obuses y los están haciendo explotar», le explicaba el agente. «Ah, no es la primera vez», le respondía ella tan tranquila. Jean Paul, uno de los policías locales que ayer vigilaba la zona, también puede relatar otros hallazgos. «Hace un par de años, un padre se plantó en la comisaría con cuatro obuses en el maletero de su coche que había encontrado en las rocas». En invierno, se volverá a rastrear la zona.
Vía| Diario Vasco
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