En la Segunda Guerra Mundial, el Pacífico se convirtió en un cruento escenario donde norteamericanos y japoneses midieron sus fuerzas. Una amplia zona de operaciones en la que interceptar los mensajes del enemigo podía determinar el futuro de la contienda. Así, ambos bandos habilitaron complejos sistemas de encriptamiento para preservar informaciones fundamentales.
Pero fueron los americanos quienes encontraron el método más seguro y, a la vez, más sencillo: utilizar lenguas minoritarias desconocidas para el adversario nipón. Contaban con varios ases en la manga: el navajo, el iroqués, el comanche y, aunque pueda parecer extraño, el euskera.
La idea de la utilización militar del vascuence partió de un capitán de transmisiones de la Marina norteamericana hijo de emigrantes vascos, Frank D. Carranza, quien se dio cuenta de que entre los soldados del centro de entrenamiento de transmisiones de San Francisco había unos 60 marines de origen vasco que hablaban el euskera con fluidez. Carranza propuso entrenarlos para que pudiesen servir para locutar mensajes. El sistema presentaba indudables ventajas. La primera y más evidente, la rapidez en la transmisión. Bastaba con colocar a ambos lados del hilo de comunicación a dos vascoparlantes. La segunda y más importante, la certeza de que los japoneses no descifrarían los mensajes. Hasta el momento se habían utilizado, tanto en un bando como en otro, sistemas automáticos de cifrado rotatorio que mediante complejos algoritmos matemáticos encriptaban los radiocomunicados. Se trataba de máquinas supuestamente infalibles como la americana SIGABA, la británica Typex o Enigma, la versión alemana.
‘Atentos al día X’
Las matemáticas contaban con una clara desventaja para este uso: su universalidad. Con el suficiente tiempo, los criptógrafos podían desentrañar el sistema de cifrado y dar al garete con la supuesta inviolabilidad del mensaje. De hecho, eso pasó con Enigma en 1940 y se cree que fue una de las primeras causas que aceleró la derrota alemana en la II Guerra Mundial.
Frente al uso de sistemas automáticos –demasiado largo y complejo– , los encriptadores humanos simplificaban las cosas. El euskera era perfecto en este sentido. Se trataba de una lengua minoritaria, no indoeuropea, sobre la que existía muy poca literatura y con escasísimas posibilidades de poder ser entendida por los japoneses.
Las pruebas para el uso militar del vascuence comenzaron a principios de 1942. En pocos meses, los code-talkers estuvieron formados y listos para pasar a la acción. Entre ellos, los 60 marines de origen vasco. Su hora llegó en verano, poco antes de que EEUU ordenase la invasión de la isla de Guadalcanal.
En medio del Pacífico, las frases Egon arretaz agunari (Atentos al día X) y Segarra erragiza zazpi (La operación manzana comenzará a las siete) fijaron la fecha y hora del desembarco que debía sorprender a los japoneses. Fue el 7 de agosto y desde ese día el euskera se convirtió en una pieza clave de las comunicaciones aliadas.
Pero fueron los americanos quienes encontraron el método más seguro y, a la vez, más sencillo: utilizar lenguas minoritarias desconocidas para el adversario nipón. Contaban con varios ases en la manga: el navajo, el iroqués, el comanche y, aunque pueda parecer extraño, el euskera.
La idea de la utilización militar del vascuence partió de un capitán de transmisiones de la Marina norteamericana hijo de emigrantes vascos, Frank D. Carranza, quien se dio cuenta de que entre los soldados del centro de entrenamiento de transmisiones de San Francisco había unos 60 marines de origen vasco que hablaban el euskera con fluidez. Carranza propuso entrenarlos para que pudiesen servir para locutar mensajes. El sistema presentaba indudables ventajas. La primera y más evidente, la rapidez en la transmisión. Bastaba con colocar a ambos lados del hilo de comunicación a dos vascoparlantes. La segunda y más importante, la certeza de que los japoneses no descifrarían los mensajes. Hasta el momento se habían utilizado, tanto en un bando como en otro, sistemas automáticos de cifrado rotatorio que mediante complejos algoritmos matemáticos encriptaban los radiocomunicados. Se trataba de máquinas supuestamente infalibles como la americana SIGABA, la británica Typex o Enigma, la versión alemana.
‘Atentos al día X’
Las matemáticas contaban con una clara desventaja para este uso: su universalidad. Con el suficiente tiempo, los criptógrafos podían desentrañar el sistema de cifrado y dar al garete con la supuesta inviolabilidad del mensaje. De hecho, eso pasó con Enigma en 1940 y se cree que fue una de las primeras causas que aceleró la derrota alemana en la II Guerra Mundial.
Frente al uso de sistemas automáticos –demasiado largo y complejo– , los encriptadores humanos simplificaban las cosas. El euskera era perfecto en este sentido. Se trataba de una lengua minoritaria, no indoeuropea, sobre la que existía muy poca literatura y con escasísimas posibilidades de poder ser entendida por los japoneses.
Las pruebas para el uso militar del vascuence comenzaron a principios de 1942. En pocos meses, los code-talkers estuvieron formados y listos para pasar a la acción. Entre ellos, los 60 marines de origen vasco. Su hora llegó en verano, poco antes de que EEUU ordenase la invasión de la isla de Guadalcanal.
En medio del Pacífico, las frases Egon arretaz agunari (Atentos al día X) y Segarra erragiza zazpi (La operación manzana comenzará a las siete) fijaron la fecha y hora del desembarco que debía sorprender a los japoneses. Fue el 7 de agosto y desde ese día el euskera se convirtió en una pieza clave de las comunicaciones aliadas.
VíaPúblico
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