En la década de los 90, en medio de su intensa labor periodística, Víctor Diusabá revisó uno de los centenares de cables informativos de agencias de noticias que llegaban a la sala de redacción donde laboraba.
El cable venía de Estados Unidos y reportaba que un colombiano había asesinado un niño, como venganza pasional hacia la madre del pequeño. Por dicho crimen este hombre se encontraba en el Corredor de la muerte, donde los internos esperan el momento de que se cumpla la pena capital por sus actos.
Pero este hecho no fue lo que le llamó la atención al periodista bogotano. En los últimos párrafos del despacho, a manera de contexto, se encontraba la lista de colombianos, ejecutados o no, que habían estado en ese pasillo. Allí, encontró el nombre de Roberto L., acusado de ser espía en Estados Unidos para Adolfo Hitler.
Un dato revelador, una puerta de entrada a una historia que sencillamente lo enamoró, lo apasionó hasta el punto de convertirse en la obsesión de años, que lo llevó a buscar y buscar desde Cali hasta Washington, llegando hasta Portugal y España, tras los pasos de este caleño que creyó y trabajó en el proyecto del Führer.
El resultado: El espía que compró el cielo , una palpitante crónica literaria donde, más allá de que Roberto L. fuera un personaje principal o de reparto en la batalla de los espías en plena Segunda Guerra Mundial, su vida fue intensa, vertiginosa, llena de contrastes, llegando a tener algunos de los elementos clásicos de un espía de película.
Perfil cinematográfico
En 1943 en Nueva York, Roberto L., de 25 años de edad, natural de Cali, era acusado del delito contra la seguridad del Estado cometido en tiempo de guerra. Mientras va relatando uno a uno los acontecimientos de este juicio, Víctor Diusabá va presentando el perfil de un hombre que quiso entregar su vida al servicio sacerdotal, pero que terminó siendo un espía de Hitler.
"Empiezo a buscar los recortes de prensa de la época y encuentro que el caso no fue de poca monta, que fue tratado con bastante interés por los diarios colombianos pero también por los estadounidenses. Ya sabiendo lo que había pasado allí, trato de acercarme al personaje y encuentro que él ya había muerto en La Cartuja de Jerez de la Frontera", comenta el autor.
Este último dato termina por seducirlo completamente. Sencillamente era sorprendente imaginarse a un espía al servicio de los Nazis pasando sus últimos años en el que es considerado el edificio religioso de mayor valor artístico de la provincia de Cádiz, a cargo de las Monjas de Belén, con más de cinco siglos de historia y muchos secretos.
"No es ejecutado en la silla eléctrica, sobrevivió después del juicio donde todos sus compañeros terminaron condenados a muerte, y fallece como si fuera un monje, como un cómodo huésped de una Cartuja", continúa el autor.
A través de un amigo, con quien había trabajado para su primer libro, El 9 de abril, la voz del pueblo , logran que el expediente sea desclasificado.
"Ahí tengo un elemento para saber qué había pasado en ese juicio. Encuentro que existían unos vacíos, cosas que Roberto dijo y que jamás se ampliaron o no se preocuparon de profundizar, pese a que ese juicio se convierte en una obsesión para Hoover, uno de los hombres más importantes de Estados Unidos, quien quería que Roberto terminara en la silla eléctrica".
Como las grandes historias de espías, el autor abre caminos hacia enigmas sin resolver, pues Roberto parecía destinado a la electrocución.
Su cabeza la pedía J. Edgar Hoover, creador y director del FBI, pero termina pagando una pena por delitos menores y sus últimos días en un lugar religioso donde sólo personas del más alto estatus clerical pueden vivir.
"Lo cierto es que fue un alfil del espionaje. Era parte de un engranaje, aunque no se sabe si era la pieza principal o un elemento más de tantos. Lo cierto es que al concluir esta investigación, me queda claro que la guerra la ganaron los espías".
Con la historia del juicio, Víctor necesitaba reconstruir la vida de este personaje, antes y después de la acusación. Más de medio siglo después era complicado, pero decidió recurrir a un instrumento, que en sus palabras "hemos dejado de utilizar los periodistas". Buscó en el directorio telefónico posibles familiares vivos.
"Empiezo a llamar teléfono por teléfono hasta que alguien me dice sí, él era mi tío. Esperando que me tiraran el teléfono pasó todo lo contrario, su familia me abrió las puertas y me brindó parte de la documentación junto a sus relatos de familia".
En su natal Cali, Roberto manifestó el deseo de ser sacerdote, lo cual le permitió una excelente formación, hablar perfectamente varios idiomas y vivir en distintas partes de Europa, hasta que se fuga de un monasterio por el amor de una mujer y termina siendo todo un gigoló, gracias a su atractivo físico, su facilidad de entablar relación y su talento al bailar.
Sin embargo, pese a tener el encanto de un espía de película, acumuló más operaciones fallidas que las llevadas a buen término, aunque su buena suerte no lo abandonó. "Tenía las siete vidas del gato y siempre terminó en un mejor escenario de actividades".
Y agrega el autor: "Fue un hombre de fuertes convicciones. El ganó dinero, les quitó plata a los nazis, pero sin duda era un admirador profundo de lo que era Alemania, y luego, se enamoró del proyecto político de Hitler hasta el punto de tratar de venir a venderlo a Colombia".
Crónica literaria
"Esta es una crónica literaria donde asumo la libertad de contar una historia real, pero en la que se mueven muchos elementos. Además, estamos hablando de un espía y desentrañar, contar el día a día de la vida de un espía es una utopía".
Aunque desarrolla a profundidad el tema del juicio, Víctor seduce con el perfil de Roberto, mostrándolo como un hombre vital que se la jugaba al límite en cada una de sus apuestas en la vida, terminando sus años en la Cartuja intentando tener algo de reposo y reflexión.
El cable venía de Estados Unidos y reportaba que un colombiano había asesinado un niño, como venganza pasional hacia la madre del pequeño. Por dicho crimen este hombre se encontraba en el Corredor de la muerte, donde los internos esperan el momento de que se cumpla la pena capital por sus actos.
Pero este hecho no fue lo que le llamó la atención al periodista bogotano. En los últimos párrafos del despacho, a manera de contexto, se encontraba la lista de colombianos, ejecutados o no, que habían estado en ese pasillo. Allí, encontró el nombre de Roberto L., acusado de ser espía en Estados Unidos para Adolfo Hitler.
Un dato revelador, una puerta de entrada a una historia que sencillamente lo enamoró, lo apasionó hasta el punto de convertirse en la obsesión de años, que lo llevó a buscar y buscar desde Cali hasta Washington, llegando hasta Portugal y España, tras los pasos de este caleño que creyó y trabajó en el proyecto del Führer.
El resultado: El espía que compró el cielo , una palpitante crónica literaria donde, más allá de que Roberto L. fuera un personaje principal o de reparto en la batalla de los espías en plena Segunda Guerra Mundial, su vida fue intensa, vertiginosa, llena de contrastes, llegando a tener algunos de los elementos clásicos de un espía de película.
Perfil cinematográfico
En 1943 en Nueva York, Roberto L., de 25 años de edad, natural de Cali, era acusado del delito contra la seguridad del Estado cometido en tiempo de guerra. Mientras va relatando uno a uno los acontecimientos de este juicio, Víctor Diusabá va presentando el perfil de un hombre que quiso entregar su vida al servicio sacerdotal, pero que terminó siendo un espía de Hitler.
"Empiezo a buscar los recortes de prensa de la época y encuentro que el caso no fue de poca monta, que fue tratado con bastante interés por los diarios colombianos pero también por los estadounidenses. Ya sabiendo lo que había pasado allí, trato de acercarme al personaje y encuentro que él ya había muerto en La Cartuja de Jerez de la Frontera", comenta el autor.
Este último dato termina por seducirlo completamente. Sencillamente era sorprendente imaginarse a un espía al servicio de los Nazis pasando sus últimos años en el que es considerado el edificio religioso de mayor valor artístico de la provincia de Cádiz, a cargo de las Monjas de Belén, con más de cinco siglos de historia y muchos secretos.
"No es ejecutado en la silla eléctrica, sobrevivió después del juicio donde todos sus compañeros terminaron condenados a muerte, y fallece como si fuera un monje, como un cómodo huésped de una Cartuja", continúa el autor.
A través de un amigo, con quien había trabajado para su primer libro, El 9 de abril, la voz del pueblo , logran que el expediente sea desclasificado.
"Ahí tengo un elemento para saber qué había pasado en ese juicio. Encuentro que existían unos vacíos, cosas que Roberto dijo y que jamás se ampliaron o no se preocuparon de profundizar, pese a que ese juicio se convierte en una obsesión para Hoover, uno de los hombres más importantes de Estados Unidos, quien quería que Roberto terminara en la silla eléctrica".
Como las grandes historias de espías, el autor abre caminos hacia enigmas sin resolver, pues Roberto parecía destinado a la electrocución.
Su cabeza la pedía J. Edgar Hoover, creador y director del FBI, pero termina pagando una pena por delitos menores y sus últimos días en un lugar religioso donde sólo personas del más alto estatus clerical pueden vivir.
"Lo cierto es que fue un alfil del espionaje. Era parte de un engranaje, aunque no se sabe si era la pieza principal o un elemento más de tantos. Lo cierto es que al concluir esta investigación, me queda claro que la guerra la ganaron los espías".
Con la historia del juicio, Víctor necesitaba reconstruir la vida de este personaje, antes y después de la acusación. Más de medio siglo después era complicado, pero decidió recurrir a un instrumento, que en sus palabras "hemos dejado de utilizar los periodistas". Buscó en el directorio telefónico posibles familiares vivos.
"Empiezo a llamar teléfono por teléfono hasta que alguien me dice sí, él era mi tío. Esperando que me tiraran el teléfono pasó todo lo contrario, su familia me abrió las puertas y me brindó parte de la documentación junto a sus relatos de familia".
En su natal Cali, Roberto manifestó el deseo de ser sacerdote, lo cual le permitió una excelente formación, hablar perfectamente varios idiomas y vivir en distintas partes de Europa, hasta que se fuga de un monasterio por el amor de una mujer y termina siendo todo un gigoló, gracias a su atractivo físico, su facilidad de entablar relación y su talento al bailar.
Sin embargo, pese a tener el encanto de un espía de película, acumuló más operaciones fallidas que las llevadas a buen término, aunque su buena suerte no lo abandonó. "Tenía las siete vidas del gato y siempre terminó en un mejor escenario de actividades".
Y agrega el autor: "Fue un hombre de fuertes convicciones. El ganó dinero, les quitó plata a los nazis, pero sin duda era un admirador profundo de lo que era Alemania, y luego, se enamoró del proyecto político de Hitler hasta el punto de tratar de venir a venderlo a Colombia".
Crónica literaria
"Esta es una crónica literaria donde asumo la libertad de contar una historia real, pero en la que se mueven muchos elementos. Además, estamos hablando de un espía y desentrañar, contar el día a día de la vida de un espía es una utopía".
Aunque desarrolla a profundidad el tema del juicio, Víctor seduce con el perfil de Roberto, mostrándolo como un hombre vital que se la jugaba al límite en cada una de sus apuestas en la vida, terminando sus años en la Cartuja intentando tener algo de reposo y reflexión.
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