A finales de junio de 1940 Francia acababa de rendirse a los nazis y Hitler, en la cúspide del poder, decidió hacer una visita relámpago a París, ciudad en la que nunca había puesto un pie. El canciller de origen austriaco quería conocer el edificio de la Ópera y la tumba de Napoleón, a quien en su megalomanía debía considerar uno de sus pares. Fue una visita fugaz y sin más testigos que sus mandos militares más próximos y, por supuesto, sus camarógrafos. Tampoco era cuestión de que la toma simbólica de París, que por aquel entonces aún era la capital del mundo, pasase desapercibida. La visita estuvo exenta de ceremonias –se llevó a cabo cuando la ciudad todavía dormía– aunque ello no impidió que la comitiva adoptase un cierto protocolo en lo que se refiere a símbolos y formas: uniformes impecables, marcialidad extrema y unos vehículos a la altura de la ocasión, los Mercedes G4.
El G4 no era un coche cualquiera. Fue concebido como símbolo de autoridad en una época en la que Alemania estaba envuelta en una atmósfera de nacionalismo exacerbado que acogía los avances técnicos como anticipos de las conquistas militares que llegarían más tarde. Mercedes incorporó al G4 algunas de las soluciones mecánicas más avanzadas que se conocían entonces –tracción permanente a dos de sus tres ejes– y lo convirtió en un símbolo de su superioridad tecnológica. El coche nunca llegó a comercializarse y las pocas unidades que se construyeron –57 entre 1934 y 1939– fueron destinadas a las más altas autoridades del régimen nacionalsocialista. Cuando uno veía un G4 circulando con su correspondiente escolta podía tener la certeza de que en su interior viajaba algún ‘pez gordos’ del nazismo.
Hitler tenía al menos dos unidades y las utilizaba sobre todo para pasar revista a sus tropas después de algún triunfo militar. Las imágenes de los archivos le muestran saludando brazo en alto a sus soldados desde un G4 en escenarios como Austria, Bohemia, Praga, Danzing o Bruselas. La base del asiento del copiloto se plegaba para hacer más cómoda la presencia en posición erguida del acompañante. La tracción a los dos ejes traseros permitía que el vehículo se desenvolviese con cierta agilidad en terrenos campestres e incluso en superficies nevadas, lo que le hacía ser especialmente adecuado en las visitas al frente.
Todas las unidades fabricadas equipaban un ocho cilindros en línea que cubicaba más de cinco litros. En cuatro de ellas, sin embargo, se montó una evolución de ese propulsor algo más potente. Dos de esos vehículos fueron los adjudicados a Hitler y los otros dos terminaron en manos de sus principales aliados internacionales: Mussolini y Franco. Hay quien dice que el principal propósito del dictador nazi fue dejar claro ante sus colegas el poderío técnico que había alcanzado la industria alemana. En 1941, año en el que el embajador alemán hizo entrega del vehículo a Franco, el G4 era desde luego un vehículo capaz de dejar boquiabierto a cualquiera.
Empleado en algunas cacerías
No se sabe demasiado del uso que el autoproclamado caudillo dio al coche en los primeros años. Lo que sí se conoce es que a partir de la derrota de Hitler el Mercedes apenas fue utilizado en público porque al régimen no le interesaba exhibir las pruebas de su complicidad con los nazis. Se dice que en años posteriores fue empleado en algunas cacerías por parte de algunos miembros de la familia Franco aunque lo cierto es que el dictador nunca llegó a hacer alarde público de su posesión. Con la llegada de la democracia el coche pasó a ser propiedad de la Familia Real. A esas alturas se había convertido ya en una pieza codiciada por los coleccionistas de medio mundo. La mayor parte de las 57 unidades fabricadas, incluidas las dos de Hitler, habían desaparecido durante la guerra. La propia casa Mercedes dictaminó que solo quedaban tres ejemplares originales, entre ellos el que se conservaba en el palacio del Pardo. El valor del automóvil despertó incluso la codicia de los herederos de Franco, que lo reclamaron sin éxito ante los tribunales.
Se dice que el fabricante alemán llegó a ofrecer a la Casa Real un cheque en blanco a cambio del G4, uno de los pocos modelos que no figura en su museo. Mercedes se comprometió a restaurar el vehículo en un centro especializado –Classic Center– que tiene cerca de Stuttgart. El coche fue sometido a un exhaustivo análisis que duró nada menos que tres años –de septiembre de 2001 a diciembre de 2004–. La revisión confirmó que apenas había sido utilizado y que su estado era excelente. A su vuelta de Alemania, pasó a formar parte de la colección de Patrimonio Nacional. Desde entonces está expuesto al público en el Cuartel del Rey del Palacio del Pardo. Toda una joya con una accidentada historia.
Vaya con el regalito de Hitler a su homólogo, no es precisamente una caja de bombones.
ResponderEliminarUn saludo.
Ya es casualidad...En el blog Adarga Antigua han hecho la misma entrada y casi con el mismo texto.
ResponderEliminarQuien fue primero el huevo o la gallina.
Yo te lo digo Lorenzo, lo primero fue el ABC que es de donde he sacado la noticia... Ahora habrá que ver si ABC lo sacía de Adarga Antigua... me da a mi que no.
ResponderEliminarPues también podrías mencionar en tus artículos la procedencia de los mismos.
ResponderEliminar