En 1938 el estadio de Colombes en París acogió el Campeonato de Europa de atletismo al aire libre en el que brilló por encima de todo la actuación del equipo alemán que arrasó en el medallero y confirmó la supremacía a nivel continental que ejercían los germanos. Pero aquella brillante selección quedó enterrada en gran medida por la Segunda Guerra Mundial. Nueve de los atletas más sobresalientes de aquella generación perdieron la vida en el conflicto. Rudolf Harbig, que llegó a tener tres récords del mundo al mismo tiempo, ha sido el más célebre de ellos.
JUAN CARLOS ÁLVAREZ A Rudolf Harbig le sirvió de poco convertirse en uno de los grandes atletas alemanes de comienzos de siglo. Sus notables logros, que en muchos otros países le habrían garantizado un puesto "seguro" durante la Segunda Guerra Mundial, no le evitaron ser destinado al frente del Este durante el conflicto militar. Y allí, en una batalla cualquiera, entregó su vida como la hicieron decenas de deportistas de élite alemanes a quienes el desquiciado régimen también cargó con un fusil al hombro. El atletismo fue un deporte especialmente masacrado como demuestra el hecho de que nueve de los componentes de la selección que acudió en 1938 a París perdieron la vida durante la guerra. Esta es simplemente la historia de uno de ellos.
Harbig, nacido en Dresde en 1913, llegó algo tarde al mundo del atletismo. El deporte formaba parte esencial de la educación alemana en aquel tiempo y Harbig tenía unas evidentes condiciones que aprovechaba a la practicar diferentes modalidades. Un día Woldemar Gerschler le vio correr los 800 metros en poco más de dos minutos y decidió invitarle a formar parte del equipo que dirigía en aquella ciudad. Y se quedó para siempre con las zapatillas de clavos. Su progresión fue meteórica y no tardó en convertirse en un extraordinario mediofondista. Convirtió los 800 metros en su especialidad, aunque también sobresalió en los 400 metros, algo que le permitió disfrutar de una fabulosa velocidad terminal. En 1936 se proclamó campeón de Alemania en los 800 metros y ese mismo año, en los Juegos Olímpicos de Berlín, formó parte del equipo que conquistó la medalla de bronce en los 4x400. Era su primera gran incursión en las competiciones internacionales, de las que se iba a convertir en un asiduo. Es en el Europeo de París donde inicia su mejor etapa atlética. Allí suma una medalla de oro en los 800 metros y en el 4x400, un aviso de lo que vendría a continuación. En 1939 bate el récord del mundo de 400 metros (46 segundos) y vive una carrera inolvidable en Milán contra quien le discutía el reinado en los 800 metros a nivel mundial: el italiano Mario Lanzi. La carrera, pese a que la amenaza de la Segunda Guerra Mundial parecía llenarlo todo, supuso un acontecimiento en Italia donde Lanzi constituía todo un referente. Pero el alemán en aquel tiempo era un tren imparable. El italiano, jaleado por su público, lanzó la carrera a un ritmo muy alto, demasiado para él. Harbig no tuvo problemas para pegarse a sus talones y resistir la embestida. A falta de doscientos metros el alemán cambió el ritmo y se fue como una flecha a por la meta. Lanzi acabó desfallecido mientras Harbig detenía el crono en un asombroso tiempo para la época de 1:46.60, nuevo récord del mundo. Su tiempo tardó casi dieciséis años en ser mejorado y hubo que esperar a 1955 para que alguien fuese capaz e invertir menos tiempo en dar las dos vueltas a la pista (sólo el récord de Coe duró más tiempo). Harbig reinaba en el medio fondo y en gran medida se aprovechó de la terrible crisis que la Segunda Guerra Mundial generó en el deporte. Disminuyeron las competiciones, se suspendieron campeonatos, murieron deportistas y mejorar se convirtió en secundario para la mayoría de atletas de la época. Pero Harbig, en esa etapa de absoluto desconcierto, siguió evolucionando y sumó en 1941 el récord del mundo de 1.000 metros para convertirse en el único atleta de la época que tuvo tres registros mundiales al mismo tiempo.
Pero la Guerra es un animal imparable que tarde o temprano acaba por alcanzarte. A Harbig le valieron de poco las medallas, los reconocimientos o las recepciones oficiales que los dirigentes germanos dedicaron a sus deportistas, elemento fundamental de su propaganda. Como tantos otros deportistas de élite fueron llamados a filas, se les colgó un fusil del hombro y se les dio la orden de matar. El mediofondista fue enviado a combatir al Frente del Este, un mal destino. Allí, en Ucrania, recibió el 5 de marzo de 1944 un balazo que acabó con su vida y cerró la carrera de uno de los mejores atletas de la primera mitad del siglo XX que dio Alemania. Luego llegaron los reconocimientos, su nombre en cuatro estadios diferentes, el reconocimiento que le ha dado la historia. En aquella Guerra ocho de sus compañeros de selección de atletismo tuvieron su mismo destino.
JUAN CARLOS ÁLVAREZ A Rudolf Harbig le sirvió de poco convertirse en uno de los grandes atletas alemanes de comienzos de siglo. Sus notables logros, que en muchos otros países le habrían garantizado un puesto "seguro" durante la Segunda Guerra Mundial, no le evitaron ser destinado al frente del Este durante el conflicto militar. Y allí, en una batalla cualquiera, entregó su vida como la hicieron decenas de deportistas de élite alemanes a quienes el desquiciado régimen también cargó con un fusil al hombro. El atletismo fue un deporte especialmente masacrado como demuestra el hecho de que nueve de los componentes de la selección que acudió en 1938 a París perdieron la vida durante la guerra. Esta es simplemente la historia de uno de ellos.
Harbig, nacido en Dresde en 1913, llegó algo tarde al mundo del atletismo. El deporte formaba parte esencial de la educación alemana en aquel tiempo y Harbig tenía unas evidentes condiciones que aprovechaba a la practicar diferentes modalidades. Un día Woldemar Gerschler le vio correr los 800 metros en poco más de dos minutos y decidió invitarle a formar parte del equipo que dirigía en aquella ciudad. Y se quedó para siempre con las zapatillas de clavos. Su progresión fue meteórica y no tardó en convertirse en un extraordinario mediofondista. Convirtió los 800 metros en su especialidad, aunque también sobresalió en los 400 metros, algo que le permitió disfrutar de una fabulosa velocidad terminal. En 1936 se proclamó campeón de Alemania en los 800 metros y ese mismo año, en los Juegos Olímpicos de Berlín, formó parte del equipo que conquistó la medalla de bronce en los 4x400. Era su primera gran incursión en las competiciones internacionales, de las que se iba a convertir en un asiduo. Es en el Europeo de París donde inicia su mejor etapa atlética. Allí suma una medalla de oro en los 800 metros y en el 4x400, un aviso de lo que vendría a continuación. En 1939 bate el récord del mundo de 400 metros (46 segundos) y vive una carrera inolvidable en Milán contra quien le discutía el reinado en los 800 metros a nivel mundial: el italiano Mario Lanzi. La carrera, pese a que la amenaza de la Segunda Guerra Mundial parecía llenarlo todo, supuso un acontecimiento en Italia donde Lanzi constituía todo un referente. Pero el alemán en aquel tiempo era un tren imparable. El italiano, jaleado por su público, lanzó la carrera a un ritmo muy alto, demasiado para él. Harbig no tuvo problemas para pegarse a sus talones y resistir la embestida. A falta de doscientos metros el alemán cambió el ritmo y se fue como una flecha a por la meta. Lanzi acabó desfallecido mientras Harbig detenía el crono en un asombroso tiempo para la época de 1:46.60, nuevo récord del mundo. Su tiempo tardó casi dieciséis años en ser mejorado y hubo que esperar a 1955 para que alguien fuese capaz e invertir menos tiempo en dar las dos vueltas a la pista (sólo el récord de Coe duró más tiempo). Harbig reinaba en el medio fondo y en gran medida se aprovechó de la terrible crisis que la Segunda Guerra Mundial generó en el deporte. Disminuyeron las competiciones, se suspendieron campeonatos, murieron deportistas y mejorar se convirtió en secundario para la mayoría de atletas de la época. Pero Harbig, en esa etapa de absoluto desconcierto, siguió evolucionando y sumó en 1941 el récord del mundo de 1.000 metros para convertirse en el único atleta de la época que tuvo tres registros mundiales al mismo tiempo.
Pero la Guerra es un animal imparable que tarde o temprano acaba por alcanzarte. A Harbig le valieron de poco las medallas, los reconocimientos o las recepciones oficiales que los dirigentes germanos dedicaron a sus deportistas, elemento fundamental de su propaganda. Como tantos otros deportistas de élite fueron llamados a filas, se les colgó un fusil del hombro y se les dio la orden de matar. El mediofondista fue enviado a combatir al Frente del Este, un mal destino. Allí, en Ucrania, recibió el 5 de marzo de 1944 un balazo que acabó con su vida y cerró la carrera de uno de los mejores atletas de la primera mitad del siglo XX que dio Alemania. Luego llegaron los reconocimientos, su nombre en cuatro estadios diferentes, el reconocimiento que le ha dado la historia. En aquella Guerra ocho de sus compañeros de selección de atletismo tuvieron su mismo destino.
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