miércoles, 9 de marzo de 2011

Pandur, en el III Reich de Visconti

En su camino hacia el poder absoluto Hitler jugó todo lo sucio que pudo. El «Röhm-Putsch», conocido también como «la noche de los cuchillos largos», da fe de ello. Aunque en realidad fueron «las noches»: entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934, las SS ejecutaron una purga sangrienta que eliminó la amenaza que suponían las SA, otra organización paramilitar nazi que iba demasiado por libre: un centenar de cadáveres fueron el peaje para contentar al ejército y a los políticos.

Éstos no son los Von Trapp
En aquella Alemania desprovista de seguridad, en la que podían sacarte de tu casa en mitad de la noche por ser comunista o judío, o incluso nazi pero incómodo, Luchino Visconti (1906-1976) imaginó a una poderosa familia –nada que ver con los alegres Von Trapp– que habría de encarnar las bajezas, silencios y complicidades de la sociedad que auparon al nacionalsocialismo al poder y que, a la larga, llevaron a la guerra. La historia de la familia Von Essenbeck de «La caída de los dioses» («The damned» en inglés y «Götterdämmmerung» en su wagneriana traducción alemana) es la de la decadencia del país. Visconti lo plasmó en un filme magistral en 1969 que incluía una impactante recreación del «Putsch». Fue además el regreso al cine de un Visconti ya veterano, después de años de éxito en el teatro y la ópera.

No es la primera vez que «La caída de los dioses» se hace material teatral, pero la producción del Teatro Español, junto al Grec y el Calderón de Valladolid, donde mañana se estrena (estará tres días, antes de emprender una gira, y llegará a Madrid en agosto), dará que hablar.

Para empezar, su director, el esloveno Tomaz Pandur, es de los que no deja indiferente: sus montajes vistos en España, desde «Barroco», adaptación de «Las amistades peligrosas» a «Cien minutos» (o cómo deconstruir «Los hermanos Karamazov») han engordado titulares y críticas con tantas adhesiones como rechazos. Su estilo, manierista y amante de lo oscuro y lo sexual, parecía abocarle a revisar al Visconti de la «trilogía alemana».

Ayer, el propio Pandur, acompañado del reparto de la obra, dejó claro que no es casual: «Durante mucho tiempo he estudiado con atención a Visconti. El maestro italiano cambió el mundo del cine, lo transformó en algo nuevo», cuenta Pandur. Y ciertamente no cuesta vincular al Martin von Essenbeck del filme disfrazado de Marlene Dietrich –una imagen icónica de Helmut Berger–, con el imaginario apolíneo de Pandur en su «Infierno» (parte de su trilogía escénica sobre la «Divina comedia») o de los figurines que David Delfín diseñó para su «Hamlet».

Por eso reconoce que, a la hora de concebir este espectáculo, «minimalista y muy cinematográfico» que jugará con proyecciones y espejos, «no puedes olvidar a Visconti. Él es el padre de la estética y ha sido nuestro punto de inicio. El reto ha sido no copiar su estilo, pero sí respetar su credo. Siempre he estado inspirado por él. En todas mis funciones puedes encontrar rastros de Visconti».

De «Hamlet» a «Edipo»
«Entre todas sus películas, la caída de los dioses tiene un significado único. Contiene varios títulos de Shakespeare, desde “Macbeth” y “Hamlet” a “Tito Andrónico” y “El rey Lear”, y viaja atrás, hasta “Edipo”, para beber de la tragedia griega. Esto ha sido un campo referencial muy rico para todos». Ese todos se refiere al reparto de esta producción, encabezado por Belén Rueda, en su segundo papel teatral después de «Closer». De ella, dijo ayer el director que «nació para interpretar el papel de Sophie von Essenbeck». La actriz apuntó que en esta saga «hay representantes de todos los estamentos de la sociedad alemana. Es interesante ver en la función el paralelismo entre lo que sucede en esta familia y lo que puede ocurrir en el mundo exterior». La acompañan el debutante Pablo Rivero («Cuéntame») en la arriesgada piel de su depravado hijo, Martin von Essenbeck, y Manuel de Blas como el patriarca de la adinerada familia, que Visconti construyó, al parecer, inspirándose en una poderosa saga de acereros alemanes. Alberto Jiménez dará vida al amante de Sophie y «trepa» Friedrich Bruckman, papel protagónico que en pantalla será siempre el rostro de Dirk Bogarde. Junto a ellos, Olivia Molina, Fernando Cayo, Santi Marín, Francisco Boira, el pianista Ramón Grau, que acompaña en directo a la obra, y un personaje inventado por Pandur, Janek, el sirviente que, desde su pequeña estatura –lo interpreta Emilio Gavira–, sirve de contraste con la Alemania aria, rubia y perfecta.


El detalle: ENTRE NIETZSCHE Y LAS SS
Del filme (a la izda.), «queda todo y nada. Tomamos el guión de Visconti y lo hemos enriquecido con la experiencia del tiempo», cuenta Pandur. El director espera que la obra «no sólo dé respuestas sino que plantee preguntas, por ejemplo, ¿qué sucede en la Europa en la que vivimos? o ¿quiénes somos y cuáles son nuestros valores morales y éticos? Y, por supuesto, está la cuestión de Dios: Visconti se inspiró muchísimo en la filosofía de Nietzsche». Todo para retratar a un grupo humano que reúne a un alto miembro de las SS, piezas claves del III Reich, comunistas e incluso voces críticas con el ascenso del nacionalsocialismo, que serán aplastadas. «Espero que hayamos logrado retratar aquellos arquetipos. A fin de cuentas, el filme no es otra cosa que una historia sobre la familia».

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