El 25 de agosto de 1939, los alemanes estaban preparados para invadir Polonia la mañana siguiente. Pero esa misma tarde dieron marcha atrás
La guerra debería haber empezado la mañana del 26 de agosto con la invasión alemana de Polonia. Hitler había ordenado continuos preparativos para la movilización a lo largo de agosto, que debían mantenerse lo más en secreto posible. Insistió en que las medidas para la movilización civil aún no debían aplicarse, y no se declaró formalmente ningún estado legal de preparación para la contienda. El 24 de agosto, después del éxito de las negociaciones con la Unión Soviética, ordenó el inicio del ataque para la mañana del 26 de agosto. Las primeras formaciones alemanas habían empezado a desplazarse hacia la frontera polaca el 19 de agosto y cuatro días después ocupaban ya sus posiciones con la letra en clave «A». El traslado de la segunda tanda de formaciones movilizadas, con el nombre en clave de «movimiento Y», comenzó a última hora del 24 de agosto, una vez confirmada la fecha del ataque. Se introdujeron en Danzig clandestinamente armas, soldados regulares y miembros de las SS para que la ciudad pudiera ser capturada nada más iniciarse las operaciones.
Parte de las fuerzas alemanas se apostaron a unos kilómetros de la frontera, en tanto que otras aguardaban en acantonamientos y cuarteles con los petates listos en espera de la orden para ponerse en marcha; en total, un millón y medio de hombres. Al otro lado de la frontera entre Alemania y Polonia, la movilización también proseguía de la manera más discreta posible para evitar provocaciones innecesarias. El 23 de agosto se ordenó a todas las unidades del Ejército emplazadas en el Corredor polaco, Alta Silesia y gran parte del oeste de Polonia el equivalente a una movilización general. También se movilizaron las fuerzas aéreas, las defensas antiaéreas y todas las unidades de los altos mandos. Pero si las fuerzas alemanas hubiesen atacado el 26 de agosto, las defensas polacas habrían estado de hecho aún menos preparadas de lo que estaban una semana después.
Hitler esperaba aprovechar la ocasión para lanzar la pequeña guerra de la que se había visto privado el año anterior durante la crisis checa, y que ahora, gracias al pacto germano-soviético, no era tan arriesgada. Se había instalado en Berchtesgaden en lugar de Berlín durante casi todo el verano. Goebbels comió allí con él el 24 de agosto y encontró a Hitler de excelente humor. «Uno debe renovar su admiración una y otra vez», escribió en su diario, «por la firmeza de su valor.» Goebbels volvió a Berlín, adonde había llegado la noticia de que Gran Bretaña se atendría a su compromiso con Polonia. «La guerra de nervios», escribió en su diario, «alcanza ya su clímax. Noticias alarmantes llegan de todas partes.» Trabajó hasta muy tarde por la noche y luego pasó unas horas insomnes en la cama.
Hitler regresó a Berlín esa noche para dirigir su guerra desde la capital. Al día siguiente debía dar la orden de atacar Polonia. Goebbels lo visitó de nuevo el 25 de agosto al mediodía y lo encontró «muy resuelto y entero». Hitler le encargó que preparase dos proclamas, una para el pueblo alemán y otra para el partido, y ambas debían emitirse por la radio en cuanto empezara la guerra. A las 15:02 horas dio la orden de marcha; el ataque debía iniciarse a las 4:30 de la madrugada siguiente. Pero a las 19:30, cuando las formaciones militares ocupaban sus posiciones, lo suspendió repentinamente. Siguieron unas horas de desesperación mientras se transmitía la orden a toda la estructura militar para asegurarse de que a la mañana siguiente no se llevaría a cabo ninguna acción de manera accidental.
La orden de cancelación
El mando del Ejército alemán ya había llegado a su nuevo cuartel general, el búnker de Zossen, en el sur de Berlín, donde no encontró más que «caos»: no había comida, ni máquinas de escribir, ni teléfonos. La orden de cancelación no le llegó hasta las diez de la noche. Sí se produjo un pequeño ataque de paracaidistas alemanes a la mañana siguiente en el puerto de montaña de Jablonkov, en la frontera de Polonia con Eslovaquia, pero los polacos lo consideraron una de las tantas escaramuzas fronterizas que se habían dado esporádicamente durante las semanas anteriores, y no hicieron el menor esfuerzo por expulsar a los intrusos alemanes.
Si se hubiera producido el ataque el 26 de agosto, es difícil saber con certidumbre si al cabo de dos o tres días habría estallado una guerra general, como en efecto sucedió a primeros de septiembre. Es igual de difícil saber por qué Hitler cambió de idea. Le preocupaba la posibilidad de que se repitiese lo ocurrido el año anterior, cuando se vio obligado a abandonar su guerra y aceptar una cumbre internacional. Él era el jefe supremo de las Fuerzas Armadas, cargo asumido en febrero de 1938 con la intención de desempeñar en serio el papel de caudillo militar. En 1938, después de los Acuerdos de Múnich, la opinión generalizada era que había sufrido una humillación. Con todo, en agosto de 1939 Hitler vaciló una vez más. «Adolf se ha amilanado», comentó un joven militar alemán al conocerse la noticia de la anulación. La explicación de estos repentinos titubeos de Hitler reside en el curso que tomaron los acontecimientos durante los dos días posteriores a la firma del pacto germano-soviético. Hitler había albergado la esperanza de que el pacto provocase un desmoronamiento del eje polaco-británico- francés, permitiendo a Alemania lanzar un ataque rápido, exitoso y localizado contra Polonia al que las potencias occidentales no serían capaces de responder. Sin embargo, la noticia del acercamiento germano-soviético incidió mucho menos en la opinión pública británica y francesa de lo que Hitler esperaba, aunque sí causó una honda conmoción entre los compañeros de viaje y los simpatizantes comunistas que habían depositado su fe en las declaraciones de seguridad colectiva de Stalin y de pronto se vieron en la necesidad de decidir en qué bando estaban.
La guerra debería haber empezado la mañana del 26 de agosto con la invasión alemana de Polonia. Hitler había ordenado continuos preparativos para la movilización a lo largo de agosto, que debían mantenerse lo más en secreto posible. Insistió en que las medidas para la movilización civil aún no debían aplicarse, y no se declaró formalmente ningún estado legal de preparación para la contienda. El 24 de agosto, después del éxito de las negociaciones con la Unión Soviética, ordenó el inicio del ataque para la mañana del 26 de agosto. Las primeras formaciones alemanas habían empezado a desplazarse hacia la frontera polaca el 19 de agosto y cuatro días después ocupaban ya sus posiciones con la letra en clave «A». El traslado de la segunda tanda de formaciones movilizadas, con el nombre en clave de «movimiento Y», comenzó a última hora del 24 de agosto, una vez confirmada la fecha del ataque. Se introdujeron en Danzig clandestinamente armas, soldados regulares y miembros de las SS para que la ciudad pudiera ser capturada nada más iniciarse las operaciones.
Parte de las fuerzas alemanas se apostaron a unos kilómetros de la frontera, en tanto que otras aguardaban en acantonamientos y cuarteles con los petates listos en espera de la orden para ponerse en marcha; en total, un millón y medio de hombres. Al otro lado de la frontera entre Alemania y Polonia, la movilización también proseguía de la manera más discreta posible para evitar provocaciones innecesarias. El 23 de agosto se ordenó a todas las unidades del Ejército emplazadas en el Corredor polaco, Alta Silesia y gran parte del oeste de Polonia el equivalente a una movilización general. También se movilizaron las fuerzas aéreas, las defensas antiaéreas y todas las unidades de los altos mandos. Pero si las fuerzas alemanas hubiesen atacado el 26 de agosto, las defensas polacas habrían estado de hecho aún menos preparadas de lo que estaban una semana después.
Hitler esperaba aprovechar la ocasión para lanzar la pequeña guerra de la que se había visto privado el año anterior durante la crisis checa, y que ahora, gracias al pacto germano-soviético, no era tan arriesgada. Se había instalado en Berchtesgaden en lugar de Berlín durante casi todo el verano. Goebbels comió allí con él el 24 de agosto y encontró a Hitler de excelente humor. «Uno debe renovar su admiración una y otra vez», escribió en su diario, «por la firmeza de su valor.» Goebbels volvió a Berlín, adonde había llegado la noticia de que Gran Bretaña se atendría a su compromiso con Polonia. «La guerra de nervios», escribió en su diario, «alcanza ya su clímax. Noticias alarmantes llegan de todas partes.» Trabajó hasta muy tarde por la noche y luego pasó unas horas insomnes en la cama.
Hitler regresó a Berlín esa noche para dirigir su guerra desde la capital. Al día siguiente debía dar la orden de atacar Polonia. Goebbels lo visitó de nuevo el 25 de agosto al mediodía y lo encontró «muy resuelto y entero». Hitler le encargó que preparase dos proclamas, una para el pueblo alemán y otra para el partido, y ambas debían emitirse por la radio en cuanto empezara la guerra. A las 15:02 horas dio la orden de marcha; el ataque debía iniciarse a las 4:30 de la madrugada siguiente. Pero a las 19:30, cuando las formaciones militares ocupaban sus posiciones, lo suspendió repentinamente. Siguieron unas horas de desesperación mientras se transmitía la orden a toda la estructura militar para asegurarse de que a la mañana siguiente no se llevaría a cabo ninguna acción de manera accidental.
La orden de cancelación
El mando del Ejército alemán ya había llegado a su nuevo cuartel general, el búnker de Zossen, en el sur de Berlín, donde no encontró más que «caos»: no había comida, ni máquinas de escribir, ni teléfonos. La orden de cancelación no le llegó hasta las diez de la noche. Sí se produjo un pequeño ataque de paracaidistas alemanes a la mañana siguiente en el puerto de montaña de Jablonkov, en la frontera de Polonia con Eslovaquia, pero los polacos lo consideraron una de las tantas escaramuzas fronterizas que se habían dado esporádicamente durante las semanas anteriores, y no hicieron el menor esfuerzo por expulsar a los intrusos alemanes.
Si se hubiera producido el ataque el 26 de agosto, es difícil saber con certidumbre si al cabo de dos o tres días habría estallado una guerra general, como en efecto sucedió a primeros de septiembre. Es igual de difícil saber por qué Hitler cambió de idea. Le preocupaba la posibilidad de que se repitiese lo ocurrido el año anterior, cuando se vio obligado a abandonar su guerra y aceptar una cumbre internacional. Él era el jefe supremo de las Fuerzas Armadas, cargo asumido en febrero de 1938 con la intención de desempeñar en serio el papel de caudillo militar. En 1938, después de los Acuerdos de Múnich, la opinión generalizada era que había sufrido una humillación. Con todo, en agosto de 1939 Hitler vaciló una vez más. «Adolf se ha amilanado», comentó un joven militar alemán al conocerse la noticia de la anulación. La explicación de estos repentinos titubeos de Hitler reside en el curso que tomaron los acontecimientos durante los dos días posteriores a la firma del pacto germano-soviético. Hitler había albergado la esperanza de que el pacto provocase un desmoronamiento del eje polaco-británico- francés, permitiendo a Alemania lanzar un ataque rápido, exitoso y localizado contra Polonia al que las potencias occidentales no serían capaces de responder. Sin embargo, la noticia del acercamiento germano-soviético incidió mucho menos en la opinión pública británica y francesa de lo que Hitler esperaba, aunque sí causó una honda conmoción entre los compañeros de viaje y los simpatizantes comunistas que habían depositado su fe en las declaraciones de seguridad colectiva de Stalin y de pronto se vieron en la necesidad de decidir en qué bando estaban.
Pues nada, eso supuso una semanita más de tranquilidad antes de que estallase la tormenta.
ResponderEliminarUn saludo.
Un ejercicio muy complejo ese de anular todo el día antes, aunque quizás no lo vería así si no supiera la que se vino encima después.
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