"Habéis entrado por esa puerta y saldréis por esa chimenea", dijo un oficial de las SS a un grupo de prisioneros que acababa de llegar al campo de concentración de Mauthausen. Ramiro Santisteban rememora este macabro momento, uno de los muchos recuerdos que guarda fruto de su estancia durante 5 años en ese campo 'de exterminio total'.
Pero este cántabro sobrevivió y ahora, a sus 89 años, relata sus vivencias en 'Amanece en París' (Temas de hoy) de la mano de la periodista Paloma Sanz, autora de la obra. Esta novela cuenta la historia de la vida de Ramiro y su paso por ese lugar "donde no existía piedad, solo muerte", tal y como apunta el protagonista.
Ramiro, como todos los prisioneros, dormía en un cochambroso barracón. La ley de cada edificio era impuesta por un "jefe de barraca que si tenía el capricho de matar, lo hacía. Se divertían con ello", relata emocionado pero firme este ciudadano que durante muchos años ha sido apátrida, sin un país que reconociera legalmente su nacionalidad.
"A un nazi le hicieron jefe de barraca porque mató a su mujer", explica Ramiro, quien expone el pavor que los prisioneros tenían a estos personajes. No en vano, según cuenta, "usaban látigos acabados en bolas de metal, que si te daban en la cabeza era más fácil acabar en el crematorio que en la enfermería".
El suicidio
En un lugar como aquel, el protagonista de esta cruenta realidad confiesa que el suicidio era algo muy habitual. "Cada mañana aparecían 15 o 20 personas que se habían lanzado contra las vallas electrificadas del campo".
Un día sí y otro también perecían compañeros de mil formas distintas-"el que moría de un tiro era un afortunado"-, relata Ramiro, quien rememora que un día un oficial ahogó "una a una a veinte personas en un charco".
El trabajo
A pesar de este panorama, este cántabro se consideraba en cierto modo afortunado: "Me tocó trabajar en una cantera civil, fuera del campo, donde las condiciones eran algo mejores". A pesar de algunas ventajas como una ración extra de comida, Ramiro da cuenta del rigor de su ocupación: "Andábamos cuatro kilómetros de ida y cuatro de vuelta para llegar al lugar donde trabajábamos durante 10 horas al día". Además, después tocaba la dura vuelta al infierno del campo.
En esa cantera estaban vigilados por soldados nazis "que podían disparar si nos acercábamos a menos de seis metros de ellos. Incluso el que disparaba se ganaba un día de permiso", confiesa totalmente lúcido a sus 89 años este testigo del horror.
La alimentación
La dieta de este prisionero consistía en desayunar "un cuarto de litro un caldo quizá hecho con productos químicos, algo que los nazis controlaban muy bien", e ingerir a mediodía "un litro de rancho de espinacas, berzas, o a veces trigo, que eso era una fiesta". Para cenar un simple y pequeño "trozo de pan".
Este cautivo sabía que la muerte podía llegar en cualquier momento; "lo pensaba a diario pero procuraba no admitirlo". Por suerte, su historia tuvo un final feliz. Fue capaz de resistir contra todo pronóstico hasta que llegaron los americanos al campo. Luego tocaba rehacer su vida.
La liberación
Ramiro, una vez libre, llegó a Paris, y por casualidad terminó en casa de un soldado francés que le invitó a pasar unos días en él. Allí conoció a Nini, la hermana de aquel soldado y su actual mujer, quien, en la entrevista con Ramiro se atrevió a decir: "con uniforme o sin uniforme estoy enamorada de ti".
La familia de este afable anciano era republicana, ideología que Ramiro comparte. Este cántabro fue apresado tras huir a Francia desde España y una vez en territorio galo se alistó en el ejército francés para combatir contra los nazis, situación en la que fue apresado. No guarda rencor, ya que "el odio destruye, como decía mi padre", comenta, además, "los hijos de los nazis no tienen culpa de lo que hicieron sus padres", apostilla.
Entrañable a la vez que combativo, se siente orgulloso "de ser 'rojo" y mantiene la vena rebelde que quizá le empujó a alistarse para luchar contra Hitler, como muestra al ser preguntado por la expulsión de gitanos en Francia: "Sarkozy es un cabrón", advierte Ramiro, que, con una moral y una salud a prueba de bombas ofrece su testimonio para recordar aquello que no debería volver a pasar.
Pero este cántabro sobrevivió y ahora, a sus 89 años, relata sus vivencias en 'Amanece en París' (Temas de hoy) de la mano de la periodista Paloma Sanz, autora de la obra. Esta novela cuenta la historia de la vida de Ramiro y su paso por ese lugar "donde no existía piedad, solo muerte", tal y como apunta el protagonista.
Ramiro, como todos los prisioneros, dormía en un cochambroso barracón. La ley de cada edificio era impuesta por un "jefe de barraca que si tenía el capricho de matar, lo hacía. Se divertían con ello", relata emocionado pero firme este ciudadano que durante muchos años ha sido apátrida, sin un país que reconociera legalmente su nacionalidad.
"A un nazi le hicieron jefe de barraca porque mató a su mujer", explica Ramiro, quien expone el pavor que los prisioneros tenían a estos personajes. No en vano, según cuenta, "usaban látigos acabados en bolas de metal, que si te daban en la cabeza era más fácil acabar en el crematorio que en la enfermería".
El suicidio
En un lugar como aquel, el protagonista de esta cruenta realidad confiesa que el suicidio era algo muy habitual. "Cada mañana aparecían 15 o 20 personas que se habían lanzado contra las vallas electrificadas del campo".
Un día sí y otro también perecían compañeros de mil formas distintas-"el que moría de un tiro era un afortunado"-, relata Ramiro, quien rememora que un día un oficial ahogó "una a una a veinte personas en un charco".
El trabajo
A pesar de este panorama, este cántabro se consideraba en cierto modo afortunado: "Me tocó trabajar en una cantera civil, fuera del campo, donde las condiciones eran algo mejores". A pesar de algunas ventajas como una ración extra de comida, Ramiro da cuenta del rigor de su ocupación: "Andábamos cuatro kilómetros de ida y cuatro de vuelta para llegar al lugar donde trabajábamos durante 10 horas al día". Además, después tocaba la dura vuelta al infierno del campo.
En esa cantera estaban vigilados por soldados nazis "que podían disparar si nos acercábamos a menos de seis metros de ellos. Incluso el que disparaba se ganaba un día de permiso", confiesa totalmente lúcido a sus 89 años este testigo del horror.
La alimentación
La dieta de este prisionero consistía en desayunar "un cuarto de litro un caldo quizá hecho con productos químicos, algo que los nazis controlaban muy bien", e ingerir a mediodía "un litro de rancho de espinacas, berzas, o a veces trigo, que eso era una fiesta". Para cenar un simple y pequeño "trozo de pan".
Este cautivo sabía que la muerte podía llegar en cualquier momento; "lo pensaba a diario pero procuraba no admitirlo". Por suerte, su historia tuvo un final feliz. Fue capaz de resistir contra todo pronóstico hasta que llegaron los americanos al campo. Luego tocaba rehacer su vida.
La liberación
Ramiro, una vez libre, llegó a Paris, y por casualidad terminó en casa de un soldado francés que le invitó a pasar unos días en él. Allí conoció a Nini, la hermana de aquel soldado y su actual mujer, quien, en la entrevista con Ramiro se atrevió a decir: "con uniforme o sin uniforme estoy enamorada de ti".
La familia de este afable anciano era republicana, ideología que Ramiro comparte. Este cántabro fue apresado tras huir a Francia desde España y una vez en territorio galo se alistó en el ejército francés para combatir contra los nazis, situación en la que fue apresado. No guarda rencor, ya que "el odio destruye, como decía mi padre", comenta, además, "los hijos de los nazis no tienen culpa de lo que hicieron sus padres", apostilla.
Entrañable a la vez que combativo, se siente orgulloso "de ser 'rojo" y mantiene la vena rebelde que quizá le empujó a alistarse para luchar contra Hitler, como muestra al ser preguntado por la expulsión de gitanos en Francia: "Sarkozy es un cabrón", advierte Ramiro, que, con una moral y una salud a prueba de bombas ofrece su testimonio para recordar aquello que no debería volver a pasar.
Ahogados en un charco (Un poco asombroso) y permiso por dispararles, vamos soy yo y me paso la guerra en casa (No me lo acabo de creer) esta gente siempre termina por engordar la verdad aunque no digo que tenga algo de derecho por lo que le paso, pero esto tambien perjudica a la verdadera historia.
ResponderEliminarVivir con menos dignidad que un perro conduce con frecuencia a plantearse si merece la pena seguir vivo. De ahí que los más desesperados o débiles acudiesen al suicidio para escapar de ese infierno.
ResponderEliminarUn saludo.
es facil opinar pero la realidad hace que uno se muestre tal como es por eso el reyno de Dios es de valientes es por ello que es dificil que el hombre entre en el pero no imposible
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