Según la revista de historia 'Sàpiens', los servicios secretos de la Alemania nazi contaban sólo en Catalunya con más de 500 espías y colaboradores.
Un documento norteamericano, con el sello de "máximo secreto" y fechado el 4 de agosto de 1944, revela que la policía secreta española "después de los nazis, es la más seria amenaza para la paz en el mundo occidental".
Los nazis de Barcelona ejercían profesiones liberales como agentes comerciales, ingenieros, médicos, militares en la reserva, periodistas, analistas, artistas o historiadores, y hacía años que vivían en Catalunya o habían llegado en 1939, con la aureola de héroes de la legión Cóndor, decisiva en la victoria de Franco en la Guerra Civil española.
Entre las fichas de los agentes alemanes en Catalunya figuran el nombre de un centenar de colaboradores catalanes al servicio del III Reich, entre ellos Josep Trabal, de ERC, y el ex policía de la Generalitat republicana Benet Comas.
Los informes de EE.UU. también desvelan que los laboratorios farmacéuticos Productos Químico-Farmacéuticos, dirigidos por el empresario Hermann Karl Andress Mosser y con sede en Barcelona, sirvieron también de tapadera para reclutar y preparar agentes de la Abwehr que posteriormente actuaron en la Península.
El reportaje de la revista se completa con un mapa que incluye los nombres y domicilios de los colaboradores y espías de los nazis y una reproducción facsímil de algunos de los documentos de los Archivos de Washington.
El 22 de noviembre de 1941, el entonces máximo representante del Tercer Reich en Cataluña, Rolf Jaeger, y el capitán general de Cataluña, Alfredo Kindelán, inauguraban un monumento por la memoria de nueve aviadores alemanes de la Legión Cóndor que durante la guerra de España habían perdido la guerra en el trayecto Stuttgart-Barcelona.
Mientras tanto la capital catalana continuaba atrapada en una dura posguerra donde los vencedores de la guerra civil saldaban brutalmente deudas con los vencidos.
En un clima de terror i represión, en la ciudad se veían (haciéndose ver) centenares de agentes i policías de ideal nazi que contaban con la inestimable colaboración de otros ciudadanos alemanes, pro también españoles y catalanes entusiasmados en participar en la construcción de un nuevo y estratégico nido de águila al lado del Mediterráneo.
Los hombres de Hitler lo tenían todo a su favor porque estaban bien organizados, bien situados económicamente y, además, contaban con las facilidades del régimen franquista para actuar con impunidad.
Cataluña no formaba parte de los proyectos de expansión del Reich, no era un territorio de su espacio vital, pero era una zona estratégica para desarrollar actividades de retaguardia durante la Segunda Guerra Mundial.
La confluencia ideológica entre la nueva España de Franco y la Alemania de Hitler es evidente y demostrable, sobre todo a raíz de los diversos acuerdos hispano alemanes en materia política, económica y cultural, y también por la estrecha colaboración en cuestiones de seguridad, sobre todo después del jefe de los SS alemanes Heinrich Himmler, a España en el octubre de 1940.
Un documento catalogado de máximo secreto, elaborado por las autoridades norte americanas el 4 de agosto de 1944, revela que la policía secreta española “después de los nazis, es la más seria amenaza para la paz del mundo occidental” y añade que “están motivados por los mismos ideales que el nazismo”.
Así no es extraño que a lo largo de la Segunda Guerra Mundial la presencia alemana en la Península fuera del gusto del régimen fascista de Franco, sobre todo a partir de la invasión de Francia, cuando los alemanes recibieron el visto bueno o el silencio administrativo de Madrid a la hora de deportar a republicanos exiliados hacia los campos de concentración y de exterminio.
Todo junto formaba parte de los acuerdos secretos de dos gobiernos que se habían ayudado para derrotar la República. Y es por eso que los nazis disfrutaron de favores simpatías oficiales.
Los nazis de Barcelona eran profesionales liberales: agentes comerciales, ingenieros, médicos, militares en la reserva, periodistas, analistas, gente del mundo del espectáculo, historiadores… que hacía años que vivían en Cataluña o que llegaron en 1939, con la aureola de héroes de la Legión Cóndor, la división aérea alemana que ayudó decisivamente a Franco a ganar la guerra.
Llevaban a sus hijos al colegio alemán de la calle Moià, se distraían yendo a teatros y cines de la ciudad, al fútbol. Al Liceo, donde no se perdieron ninguna ópera wagneriana; celebraban encuentros culturales en la Casa Alemana de la calle Aragón, donde se editaban tres publicaciones, La Revista Alemana, Signal y Deutsche Warte, y el la Librería Alemana, en la Rambla de Cataluña, propiedad de Séller, quien resultó ser un agente del Abewhr.
No todos los alemanes de Cataluña, claro está, fueron nazis. Hubo de tendencias contrarias que tuvieron de huir de su país para evitar posibles represalias. Este fue el caso del profesor Friedlaender, socialdemócrata judío, que no era partidario de la Gleichschaltung (adaptación ideológica) de la colonia alemana en Cataluña, que era de más de 10.000 personas. Pero muchos de los alemanes se prestaron a colaborar con el nacionalsocialismo.
Horst Theodor Mueller Fiedler, nacido en Magdeburgo, miembro de las Juventudes Hitlerianas, era un nazi fanático que coordinaba la propaganda del partido en Barcelona. A sus compatriotas les hizo saber que jugaran claramente su carta a favor del Reich. Y es entonces cuando nos encontramos con colaboraciones de todo tipo.
En la primera mitad de los años cuarenta, en restaurante Otto Lutz, ubicado en el número 196 de la calle Mallorca, fue uno de los puntos de encuentro de los alemanes en Barcelona. Comían como en su casa, podían hablar en su lengua y eran servidos con la máxima discreción. Nadie les preguntaba nada, nadie se los miraba nunca como extraños, incluso aún cuando llevaban sus uniformes e insignias.
Dentro de la Barcelona Nazi
El propietario, Otto Lutz, era un marinero de Hamburgo que al iniciarse la guerra había sido reclutado como agente del Abwehr en Bélgica.
En 1941 había abierto el restaurante que llevaba su nombre junto con su esposa Rosa. Con la excusa que el restaurante estaba lleno no dejaba entrar ciudadanos autóctonos.
El derecho de admisión se entendía porque el Otto Lutz era un lugar de contacto de los agentes y colaboradores de los servicios de inteligencia nazis en Cataluña.
Muchos otros alemanes, preferían el lujo y glamour que les ofrecía el hotel Ritz ubicado en la avenida Primo de Rivera (hoy Gran Vía). En este histórico hotel confluían personas muy cercanas al aparato nazi. Un cliente habitual fue Hermann Kart Andrés Mosser, miembro del partido nazi y jefe de unos laboratorios farmacéuticos, Productor Químico-Farmacéuticos, S. A, con sede en el Paseo Pujades.
Moser, amigo del coronel Kart Resenberg, cónsul alemán en Barcelona, con el que realizaba a menudo tertulias en el hotel Colon. Ambos acordaron que una de las empresas que regentaba Mosser, Aduanas Pujol-Rubió, actuara como intermediaria en la venta de un autorretrato de Rembrandt que los nazis habían robado de algún país ocupado. Para realizar la operación contó con ayuda de marchantes de arte catalanes.
Los bocazas del Ritz.
Según los informes de los archivos de Washington, los laboratorios de Mosser no solo se dedicaban a comercializar medicamentos. Allí se reclutaban y preparaban a agentes del Abwehr, que posteriormente actuaban por toda la Península.
Este es el caso de Antonio Albareda Campmany, alias Erich, Sipo y SD, Agente, es decir, colaborador de la Gestapo y agente del Sicherheitdienst (servicio de seguridad del partido nazi).
Albareda había sido directivo del hotel Miramar en la población de Sitges durante los años 20, mientras que su padre regentaba los hoteles Bristol y Continental de la capital catalana.
El informe destapa que “probablemente estaba conectado con Sofindus”, sociedad financiera industrial participada por los alemanes en España, y supervisada desde Berlín. Este holding empresarial controlaba tres sectores estratégicos para los nazis en España: comercio, transporte y minería.
En el Ritz, los alemanes también contaban con la ayuda inestimable de algunos empleados, los cuales les pasaban mucha información, a cambió de dinero. Es el caso de Emiliano Bartolomé, nacido en Palencia, jefe de los camareros del hotel. En su expediente sorprende que hubiera estado en el frente del 36 en una milicia de la CNT antes de pasarse al otro bando, pro aún resulta más increíble comprobar que poseía sobre algunos líderes republicanos que continuaban en Barcelona.
Esta información sería suministrada, en el verano de 1944, a los jefes de la inteligencia alemana en Cataluña.
Bartolomé no fue el único hablador del Ritz. En el hall del hotel también era fácil encontrar a dos personajes, Hans Urban y Kart Strohbach.
Confidencias “Sotto-Voce”
Urban regentaba una agencia de viajes y era uno de los alemanes más respetados en la ciudad.
Strohbach, era un agente del Abwehr.
A sus conversaciones, en ocasiones se unía Juan Torres, empleado del hotel, falangista de corazón, que siempre tenía alguna confidencia sobre los extranjeros que habían llegado al lujoso establecimiento.
Los nazis, encontraron en algunos catalanes la colaboración necesaria para extender la tela de araña. Contaban, por ejemplo, con los servicios de Josep Argelés, agricultor y fotógrafo, al cual los nazis le pedían fotografías para hacer pasaportes falsos.
El jefe de Argelés era Hans Martin Mueller, alemán con dirección en la calle Vilafant de Figueres (Girona). En su tarjeta profesional figuraba que era representante comercial de una fábrica de cereales de l’Empordà (comarca de Girona)… pero en su expediente se puede leer:
“Jefe de una importante organización clandestina en la frontera que, bajo las órdenes de los alemanes, opera entre Figueres y Perpiñán, proveyendo de alimentos y guías, y poniendo en marcha una actividad de contrabando (…) colabora con la policía fronteriza española (…) y con destacados miembros de la Gestapo y de la SD de Barcelona”.
Uno de los contactos permanentes de Martin fue el temido André Pierre Jacques Monat, un francés que se escondía detrás de tres nombres, André Jacques, Jean Clement y Dr. Manguet.
Monat, establecido en la calle San Elías de Barcelona, fue uno de los hombres más buscados por los aliados después de la guerra. Su hoja de servicios es muy original: hasta 1943 había ayudado a oficiales franceses, polacos y judíos a huir de los alemanes, los cuales enterados de esas actividades, lo capturaron y encarcelaron. Entonces le propusieron hacer el doble juego.
Monat, ex miembro de los servicios secretos franceses, delató a los nazis a sus antiguos compañeros. Pero Monat, al igual que muchos colaboradores nazis en Cataluña, hubo de someterse a interrogatorios exhaustivos antes de colaborar con los alemanes.
Entrenador de Agentes
El encargado de examinarlos fue Ernst Hammes, jefe de la Gestapo en Barcelona. Hames vivía en la calle Papua. Hombre agrio, seguramente por la pérdida de sus cuatro hermanos en le frente, fue un nazi exaltado (figura como uno de los jefes de la Werwolf (organización que había de mantener vivos los postulados de Hitler en caso de la derrota alemana.
Cuando en octubre de 1944 Hammes fue llamado a la embajada alemana en Madrid, su lugar fue ocupado por Hermann Hamfler, que vivía acomodado en un lujoso chalet de la calle Calatrava i que pretendió reorganizar las actividades de la SS en Cataluña.
Ahora bien, el auténtico hombre en la sombra de la red de espionaje nazi en Cataluña fue Don Pedro, sobrenombre de Bertie Kopke, un oficial alemán domiciliado en la Avenida República Argentina. Según la ficha elaborada por los servicios de inteligencia norteamericanos, se trataba de “un reclutador y entrenador de agentes destinados a Gran Bretaña, Estados Unidos, Sudamérica, etc..
Kopke consultaba las posibles nuevas incorporaciones a Gottfried Paul Taboschat, oficial de la Abwehr en la capital catalana, el cual hizo una fortuna con la creación de diversas empresas (Metalcalá, Comercial Española, La Prensa,…), empresas que utilizaba como tapaderas legales para blanquear dinero negro.
Vivía en el barrio de Sant Gervasi, pero tenía el despacho en el número 4 de la Plaza de Cataluña, cerca del consulado nazi. Uno de sus hombres de confianza fue el mexicano falangista Luis Fernández de la Reguera, el cual introducía en la Península lujosos coches franceses, que pagaba con el oro de los alemanes de Barcelona.
La sospecha también sobrevoló por la Barcelona de los nazis. Uno de estos casos sucedió con Hans Heinemann, alemán de Dresden, que en octubre de 1943 pisó la capital catalana por primera vez. Se trataba de un tipo muy peligroso, responsable de la muerte de dos aviadores canadienses en un paso fronterizo de la frontera franco española. Su expediente, a ojos de los alemanes, parecía contundente: recluta nuevos agentes, colabora con la policía española en la detención de opositores al régimen y, además, ha abierto dos clubes nocturnos en la ciudad, el Bar Cádiz y La Jungla, donde se congregan muchos alemanes de la ciudad.
En julio de 1944 es acusado de cómplice en el frustrado atentado contra Hitler, por lo que ha de esconderse en Sitges.
Otros caso sorprendente es de un alemán, de apellido Brauner, que trabajaba como agente de la Gestapo en el consulado alemán de Barcelona. Su ficha personal decía “es judío”…
Una lista interminable.
Los nazis de Barcelona no se andaban con chiquitas. Por falsificar documentos oficiales podían pagar tres mil pesetas. Adolf John, uno de los jefes del servicio de seguridad de la SS, establecido en Cataluña desde 1942, cobraba una nómina en el consulado alemán, pero tenía una paga extra de veinte mil pesetas mensuales por sufragar gastos de la SS en el país.
Son cifras desmesuradas para un país donde la mayoría de la población pasaba hambre. Pero los alemanes fieles al Führer podían comprar productos de lujo en el mercado negro. Contaban con Jean Pierre Radenac, un uruguayo de origen francés, jefe de una banda de contrabando de productos de lujo que actuaba en Barcelona con el visto bueno de la Gestapo.
El director de la compañía de seguros Winterthur en Barcelona, en el año 1943, José Hodel, también aparece en la lista de Washington como colaborador de una red clandestina con contactos en Suiza para comprar productos de alto standing.
Edith Keller, tenía una tienda de moda en la Rambla Catalunya, pero en su despacho también se hacían reuniones del servicio de inteligencia alemán.
Carlos Otterbach, socio de una empresa de frigoríficos en la Vía Laietana, concedía ayudas económicas a los agentes de la ciudad… y la lista es larguísima.
Con la derrota alemana, las diversas oficinas diplomáticas, del caído imperio soñado por Hitler, intentaron hacer desaparecer toda la información oficial que poseían. Eran papeles demasiado comprometedores, de las actividades ilícitas de los nazis realizadas bajo el amparo consular, como espionaje, contra espionaje y sabotaje contra los intereses de las potencias democráticas.
Los documentos de Washington demuestran, también, que el peso de la esvástica les costó ser controlados de cerca por los servicios secretos de os Estados Unidos, que lo sabían casi todo sobre ellos.
Una tela de araña autóctona
Las fichas de los agentes alemanes en Cataluña destapan el nombre de un centenar de colaboradores catalanes al servicio del Tercer Reich. Desde la persona que simpatiza con aquellas ideas hasta cooperantes en actividades de sabotaje y contra espionaje.
Los alemanes contaron con ellos, sobre todo en zonas próximas a la frontera francesa.
Un espía en Perpiñán
Hay casos sorprendentes como el del Dr. Joseph Trabal, d’Esquerra Republicana de Catalunya (“Izquierda Republicana de Cataluña”), que antes de finalizar la guerra civil viajó a Perpiñán, donde, según las informaciones de los servicios secretos norteamericanos, tenía contactos con la Gestapo y “les pasaba información de los refugiados republicanos españoles”.
Otro caso es el de Benet Comas, domiciliado en la población de Figueres, aún habiendo sido policía de la Generalitat republicana, los avatares de la vida lo conducirían a estar a las órdenes de la Gestapo en el mes de mayo de 1944.
Actividades ilícitas en Andorra
Joan Grau fue el jefe de una red integrada por tres hombres, Aurelio Fernández, Jaime López y Justo Mina, , los cuales trabajaban para los servicios secretos alemanes en Andorra.
Su escenario de operaciones fue el Hotel Palancas, en La Massana (AND).
De Joan Grau, las notas que se encuentran en los archivos norteamericanos hacen constar que:
“Desapareció con una buena suma de dinero en mayo de 1944 (…) posteriormente fue acusado de traidor por los alemanes”.
Policías españoles implicados en la red
La sintonía entre la policía alemana y española fue muy estrecha durante la Segunda Guerra Mundial. De entrada no es ninguna casualidad que en un apartamento situado a dos puertas de la Jefatura de Policía de la Vía Laietana, se celebraran “encuentros frecuentes” entre policías españoles y alemanes.
Nazis y falangistas
También se sabe que en septiembre de 1944, un ciudadano de nacionalidad francesa, Simon Nicolai, propietario del bar Foot-Ball, en Barcelona, vendió doscientas pistolas al grupo Vieja Guardia, un cuerpo de policía secreta de Falange.
Los sobresueldos de la Benemérita
En la capital catalana, el comandante Manuel Chamorro, de la comandancia de policía, colaboró con la Abwehr desde 1941 proporcionándoles “listas de extranjeros y informaciones de los aliados”.
Manuel López Casanova, “el colaborador español más peligroso que trabaja para los agentes alemanes”, es otro sargento de la Benemérita con un sobresueldo que proviene del consulado alemán de Barcelona. Su trabajo, desde su acuartelamiento de Girona, es facilitar documentación falsa a alemanes y franceses de la zona de Vichy para poder entrar en España sin problemas. En su historial también figura la entrega de armas a grupos falangistas pronazis.
Perseguidor de desertores
En Port Bou (Girona), el inspector Mariano López Viñuales colaboró con el ejército alemán durante la ocupación de Francia, informando a la Wehrmacht del paso por la frontera de desertores.
Y aún en Andorra, el jefe de la policía española en la aduana, Paco Sans, fue colaborador de Wilheim Hexamer, uno de los jefes de la Abwehr en España.
Fortunas Nazis en Cataluña
Al margen de actividades delictivas, los nazis establecidos en Cataluña movieron grandes cantidades de dinero, a través de una maquinaria financiera tan tosca como efectiva.
Billetes que vienen y van
Émile-Gonzale Arnús de Ferrer, nacido en París, ingeniero y agente de la Gestapo, establecido confortablemente en el Hotel Continental, mantenía buenas relaciones con la banca Arnús por cuestiones familiares y no dudó en utilizar esa entidad para mover dinero hacia Francia.
Judío traidor
Manfred Katz, judío alemán, recibió importantes sumas de dinero de refugiados británicos y judíos que le pedían ayuda para cruzar la frontera hacia el Estado español. Después de cobrar, los denunciaba a la Gestapo, quien le gratificó su maniobra. Con todo ese dinero, Katz, compró wolframio en España, producto que después vendía a los alemanes.
Evasión de divisas
En Barcelona, el dinero de los nazis se acumulaba en el Banco de Alemania, ubicado en la Plaza de Cataluña, un paso previo a la evasión de divisas hacia Suiza u Sudamérica.
Muchas de las transacciones las efectuaba Gerard Junk, un alemán de origen judío, domiciliado en la Avenida del General Mitre, en Barcelona. Ingeniero de profesión, transfirió dinero y objetos de valor hacia Argentina, con el visto bueno del cónsul general de ese país en Barcelona.
Un documento norteamericano, con el sello de "máximo secreto" y fechado el 4 de agosto de 1944, revela que la policía secreta española "después de los nazis, es la más seria amenaza para la paz en el mundo occidental".
Los nazis de Barcelona ejercían profesiones liberales como agentes comerciales, ingenieros, médicos, militares en la reserva, periodistas, analistas, artistas o historiadores, y hacía años que vivían en Catalunya o habían llegado en 1939, con la aureola de héroes de la legión Cóndor, decisiva en la victoria de Franco en la Guerra Civil española.
Entre las fichas de los agentes alemanes en Catalunya figuran el nombre de un centenar de colaboradores catalanes al servicio del III Reich, entre ellos Josep Trabal, de ERC, y el ex policía de la Generalitat republicana Benet Comas.
Los informes de EE.UU. también desvelan que los laboratorios farmacéuticos Productos Químico-Farmacéuticos, dirigidos por el empresario Hermann Karl Andress Mosser y con sede en Barcelona, sirvieron también de tapadera para reclutar y preparar agentes de la Abwehr que posteriormente actuaron en la Península.
El reportaje de la revista se completa con un mapa que incluye los nombres y domicilios de los colaboradores y espías de los nazis y una reproducción facsímil de algunos de los documentos de los Archivos de Washington.
El 22 de noviembre de 1941, el entonces máximo representante del Tercer Reich en Cataluña, Rolf Jaeger, y el capitán general de Cataluña, Alfredo Kindelán, inauguraban un monumento por la memoria de nueve aviadores alemanes de la Legión Cóndor que durante la guerra de España habían perdido la guerra en el trayecto Stuttgart-Barcelona.
Mientras tanto la capital catalana continuaba atrapada en una dura posguerra donde los vencedores de la guerra civil saldaban brutalmente deudas con los vencidos.
En un clima de terror i represión, en la ciudad se veían (haciéndose ver) centenares de agentes i policías de ideal nazi que contaban con la inestimable colaboración de otros ciudadanos alemanes, pro también españoles y catalanes entusiasmados en participar en la construcción de un nuevo y estratégico nido de águila al lado del Mediterráneo.
Los hombres de Hitler lo tenían todo a su favor porque estaban bien organizados, bien situados económicamente y, además, contaban con las facilidades del régimen franquista para actuar con impunidad.
Cataluña no formaba parte de los proyectos de expansión del Reich, no era un territorio de su espacio vital, pero era una zona estratégica para desarrollar actividades de retaguardia durante la Segunda Guerra Mundial.
La confluencia ideológica entre la nueva España de Franco y la Alemania de Hitler es evidente y demostrable, sobre todo a raíz de los diversos acuerdos hispano alemanes en materia política, económica y cultural, y también por la estrecha colaboración en cuestiones de seguridad, sobre todo después del jefe de los SS alemanes Heinrich Himmler, a España en el octubre de 1940.
Un documento catalogado de máximo secreto, elaborado por las autoridades norte americanas el 4 de agosto de 1944, revela que la policía secreta española “después de los nazis, es la más seria amenaza para la paz del mundo occidental” y añade que “están motivados por los mismos ideales que el nazismo”.
Así no es extraño que a lo largo de la Segunda Guerra Mundial la presencia alemana en la Península fuera del gusto del régimen fascista de Franco, sobre todo a partir de la invasión de Francia, cuando los alemanes recibieron el visto bueno o el silencio administrativo de Madrid a la hora de deportar a republicanos exiliados hacia los campos de concentración y de exterminio.
Todo junto formaba parte de los acuerdos secretos de dos gobiernos que se habían ayudado para derrotar la República. Y es por eso que los nazis disfrutaron de favores simpatías oficiales.
Los nazis de Barcelona eran profesionales liberales: agentes comerciales, ingenieros, médicos, militares en la reserva, periodistas, analistas, gente del mundo del espectáculo, historiadores… que hacía años que vivían en Cataluña o que llegaron en 1939, con la aureola de héroes de la Legión Cóndor, la división aérea alemana que ayudó decisivamente a Franco a ganar la guerra.
Llevaban a sus hijos al colegio alemán de la calle Moià, se distraían yendo a teatros y cines de la ciudad, al fútbol. Al Liceo, donde no se perdieron ninguna ópera wagneriana; celebraban encuentros culturales en la Casa Alemana de la calle Aragón, donde se editaban tres publicaciones, La Revista Alemana, Signal y Deutsche Warte, y el la Librería Alemana, en la Rambla de Cataluña, propiedad de Séller, quien resultó ser un agente del Abewhr.
No todos los alemanes de Cataluña, claro está, fueron nazis. Hubo de tendencias contrarias que tuvieron de huir de su país para evitar posibles represalias. Este fue el caso del profesor Friedlaender, socialdemócrata judío, que no era partidario de la Gleichschaltung (adaptación ideológica) de la colonia alemana en Cataluña, que era de más de 10.000 personas. Pero muchos de los alemanes se prestaron a colaborar con el nacionalsocialismo.
Horst Theodor Mueller Fiedler, nacido en Magdeburgo, miembro de las Juventudes Hitlerianas, era un nazi fanático que coordinaba la propaganda del partido en Barcelona. A sus compatriotas les hizo saber que jugaran claramente su carta a favor del Reich. Y es entonces cuando nos encontramos con colaboraciones de todo tipo.
En la primera mitad de los años cuarenta, en restaurante Otto Lutz, ubicado en el número 196 de la calle Mallorca, fue uno de los puntos de encuentro de los alemanes en Barcelona. Comían como en su casa, podían hablar en su lengua y eran servidos con la máxima discreción. Nadie les preguntaba nada, nadie se los miraba nunca como extraños, incluso aún cuando llevaban sus uniformes e insignias.
Dentro de la Barcelona Nazi
El propietario, Otto Lutz, era un marinero de Hamburgo que al iniciarse la guerra había sido reclutado como agente del Abwehr en Bélgica.
En 1941 había abierto el restaurante que llevaba su nombre junto con su esposa Rosa. Con la excusa que el restaurante estaba lleno no dejaba entrar ciudadanos autóctonos.
El derecho de admisión se entendía porque el Otto Lutz era un lugar de contacto de los agentes y colaboradores de los servicios de inteligencia nazis en Cataluña.
Muchos otros alemanes, preferían el lujo y glamour que les ofrecía el hotel Ritz ubicado en la avenida Primo de Rivera (hoy Gran Vía). En este histórico hotel confluían personas muy cercanas al aparato nazi. Un cliente habitual fue Hermann Kart Andrés Mosser, miembro del partido nazi y jefe de unos laboratorios farmacéuticos, Productor Químico-Farmacéuticos, S. A, con sede en el Paseo Pujades.
Moser, amigo del coronel Kart Resenberg, cónsul alemán en Barcelona, con el que realizaba a menudo tertulias en el hotel Colon. Ambos acordaron que una de las empresas que regentaba Mosser, Aduanas Pujol-Rubió, actuara como intermediaria en la venta de un autorretrato de Rembrandt que los nazis habían robado de algún país ocupado. Para realizar la operación contó con ayuda de marchantes de arte catalanes.
Los bocazas del Ritz.
Según los informes de los archivos de Washington, los laboratorios de Mosser no solo se dedicaban a comercializar medicamentos. Allí se reclutaban y preparaban a agentes del Abwehr, que posteriormente actuaban por toda la Península.
Este es el caso de Antonio Albareda Campmany, alias Erich, Sipo y SD, Agente, es decir, colaborador de la Gestapo y agente del Sicherheitdienst (servicio de seguridad del partido nazi).
Albareda había sido directivo del hotel Miramar en la población de Sitges durante los años 20, mientras que su padre regentaba los hoteles Bristol y Continental de la capital catalana.
El informe destapa que “probablemente estaba conectado con Sofindus”, sociedad financiera industrial participada por los alemanes en España, y supervisada desde Berlín. Este holding empresarial controlaba tres sectores estratégicos para los nazis en España: comercio, transporte y minería.
En el Ritz, los alemanes también contaban con la ayuda inestimable de algunos empleados, los cuales les pasaban mucha información, a cambió de dinero. Es el caso de Emiliano Bartolomé, nacido en Palencia, jefe de los camareros del hotel. En su expediente sorprende que hubiera estado en el frente del 36 en una milicia de la CNT antes de pasarse al otro bando, pro aún resulta más increíble comprobar que poseía sobre algunos líderes republicanos que continuaban en Barcelona.
Esta información sería suministrada, en el verano de 1944, a los jefes de la inteligencia alemana en Cataluña.
Bartolomé no fue el único hablador del Ritz. En el hall del hotel también era fácil encontrar a dos personajes, Hans Urban y Kart Strohbach.
Confidencias “Sotto-Voce”
Urban regentaba una agencia de viajes y era uno de los alemanes más respetados en la ciudad.
Strohbach, era un agente del Abwehr.
A sus conversaciones, en ocasiones se unía Juan Torres, empleado del hotel, falangista de corazón, que siempre tenía alguna confidencia sobre los extranjeros que habían llegado al lujoso establecimiento.
Los nazis, encontraron en algunos catalanes la colaboración necesaria para extender la tela de araña. Contaban, por ejemplo, con los servicios de Josep Argelés, agricultor y fotógrafo, al cual los nazis le pedían fotografías para hacer pasaportes falsos.
El jefe de Argelés era Hans Martin Mueller, alemán con dirección en la calle Vilafant de Figueres (Girona). En su tarjeta profesional figuraba que era representante comercial de una fábrica de cereales de l’Empordà (comarca de Girona)… pero en su expediente se puede leer:
“Jefe de una importante organización clandestina en la frontera que, bajo las órdenes de los alemanes, opera entre Figueres y Perpiñán, proveyendo de alimentos y guías, y poniendo en marcha una actividad de contrabando (…) colabora con la policía fronteriza española (…) y con destacados miembros de la Gestapo y de la SD de Barcelona”.
Uno de los contactos permanentes de Martin fue el temido André Pierre Jacques Monat, un francés que se escondía detrás de tres nombres, André Jacques, Jean Clement y Dr. Manguet.
Monat, establecido en la calle San Elías de Barcelona, fue uno de los hombres más buscados por los aliados después de la guerra. Su hoja de servicios es muy original: hasta 1943 había ayudado a oficiales franceses, polacos y judíos a huir de los alemanes, los cuales enterados de esas actividades, lo capturaron y encarcelaron. Entonces le propusieron hacer el doble juego.
Monat, ex miembro de los servicios secretos franceses, delató a los nazis a sus antiguos compañeros. Pero Monat, al igual que muchos colaboradores nazis en Cataluña, hubo de someterse a interrogatorios exhaustivos antes de colaborar con los alemanes.
Entrenador de Agentes
El encargado de examinarlos fue Ernst Hammes, jefe de la Gestapo en Barcelona. Hames vivía en la calle Papua. Hombre agrio, seguramente por la pérdida de sus cuatro hermanos en le frente, fue un nazi exaltado (figura como uno de los jefes de la Werwolf (organización que había de mantener vivos los postulados de Hitler en caso de la derrota alemana.
Cuando en octubre de 1944 Hammes fue llamado a la embajada alemana en Madrid, su lugar fue ocupado por Hermann Hamfler, que vivía acomodado en un lujoso chalet de la calle Calatrava i que pretendió reorganizar las actividades de la SS en Cataluña.
Ahora bien, el auténtico hombre en la sombra de la red de espionaje nazi en Cataluña fue Don Pedro, sobrenombre de Bertie Kopke, un oficial alemán domiciliado en la Avenida República Argentina. Según la ficha elaborada por los servicios de inteligencia norteamericanos, se trataba de “un reclutador y entrenador de agentes destinados a Gran Bretaña, Estados Unidos, Sudamérica, etc..
Kopke consultaba las posibles nuevas incorporaciones a Gottfried Paul Taboschat, oficial de la Abwehr en la capital catalana, el cual hizo una fortuna con la creación de diversas empresas (Metalcalá, Comercial Española, La Prensa,…), empresas que utilizaba como tapaderas legales para blanquear dinero negro.
Vivía en el barrio de Sant Gervasi, pero tenía el despacho en el número 4 de la Plaza de Cataluña, cerca del consulado nazi. Uno de sus hombres de confianza fue el mexicano falangista Luis Fernández de la Reguera, el cual introducía en la Península lujosos coches franceses, que pagaba con el oro de los alemanes de Barcelona.
La sospecha también sobrevoló por la Barcelona de los nazis. Uno de estos casos sucedió con Hans Heinemann, alemán de Dresden, que en octubre de 1943 pisó la capital catalana por primera vez. Se trataba de un tipo muy peligroso, responsable de la muerte de dos aviadores canadienses en un paso fronterizo de la frontera franco española. Su expediente, a ojos de los alemanes, parecía contundente: recluta nuevos agentes, colabora con la policía española en la detención de opositores al régimen y, además, ha abierto dos clubes nocturnos en la ciudad, el Bar Cádiz y La Jungla, donde se congregan muchos alemanes de la ciudad.
En julio de 1944 es acusado de cómplice en el frustrado atentado contra Hitler, por lo que ha de esconderse en Sitges.
Otros caso sorprendente es de un alemán, de apellido Brauner, que trabajaba como agente de la Gestapo en el consulado alemán de Barcelona. Su ficha personal decía “es judío”…
Una lista interminable.
Los nazis de Barcelona no se andaban con chiquitas. Por falsificar documentos oficiales podían pagar tres mil pesetas. Adolf John, uno de los jefes del servicio de seguridad de la SS, establecido en Cataluña desde 1942, cobraba una nómina en el consulado alemán, pero tenía una paga extra de veinte mil pesetas mensuales por sufragar gastos de la SS en el país.
Son cifras desmesuradas para un país donde la mayoría de la población pasaba hambre. Pero los alemanes fieles al Führer podían comprar productos de lujo en el mercado negro. Contaban con Jean Pierre Radenac, un uruguayo de origen francés, jefe de una banda de contrabando de productos de lujo que actuaba en Barcelona con el visto bueno de la Gestapo.
El director de la compañía de seguros Winterthur en Barcelona, en el año 1943, José Hodel, también aparece en la lista de Washington como colaborador de una red clandestina con contactos en Suiza para comprar productos de alto standing.
Edith Keller, tenía una tienda de moda en la Rambla Catalunya, pero en su despacho también se hacían reuniones del servicio de inteligencia alemán.
Carlos Otterbach, socio de una empresa de frigoríficos en la Vía Laietana, concedía ayudas económicas a los agentes de la ciudad… y la lista es larguísima.
Con la derrota alemana, las diversas oficinas diplomáticas, del caído imperio soñado por Hitler, intentaron hacer desaparecer toda la información oficial que poseían. Eran papeles demasiado comprometedores, de las actividades ilícitas de los nazis realizadas bajo el amparo consular, como espionaje, contra espionaje y sabotaje contra los intereses de las potencias democráticas.
Los documentos de Washington demuestran, también, que el peso de la esvástica les costó ser controlados de cerca por los servicios secretos de os Estados Unidos, que lo sabían casi todo sobre ellos.
Una tela de araña autóctona
Las fichas de los agentes alemanes en Cataluña destapan el nombre de un centenar de colaboradores catalanes al servicio del Tercer Reich. Desde la persona que simpatiza con aquellas ideas hasta cooperantes en actividades de sabotaje y contra espionaje.
Los alemanes contaron con ellos, sobre todo en zonas próximas a la frontera francesa.
Un espía en Perpiñán
Hay casos sorprendentes como el del Dr. Joseph Trabal, d’Esquerra Republicana de Catalunya (“Izquierda Republicana de Cataluña”), que antes de finalizar la guerra civil viajó a Perpiñán, donde, según las informaciones de los servicios secretos norteamericanos, tenía contactos con la Gestapo y “les pasaba información de los refugiados republicanos españoles”.
Otro caso es el de Benet Comas, domiciliado en la población de Figueres, aún habiendo sido policía de la Generalitat republicana, los avatares de la vida lo conducirían a estar a las órdenes de la Gestapo en el mes de mayo de 1944.
Actividades ilícitas en Andorra
Joan Grau fue el jefe de una red integrada por tres hombres, Aurelio Fernández, Jaime López y Justo Mina, , los cuales trabajaban para los servicios secretos alemanes en Andorra.
Su escenario de operaciones fue el Hotel Palancas, en La Massana (AND).
De Joan Grau, las notas que se encuentran en los archivos norteamericanos hacen constar que:
“Desapareció con una buena suma de dinero en mayo de 1944 (…) posteriormente fue acusado de traidor por los alemanes”.
Policías españoles implicados en la red
La sintonía entre la policía alemana y española fue muy estrecha durante la Segunda Guerra Mundial. De entrada no es ninguna casualidad que en un apartamento situado a dos puertas de la Jefatura de Policía de la Vía Laietana, se celebraran “encuentros frecuentes” entre policías españoles y alemanes.
Nazis y falangistas
También se sabe que en septiembre de 1944, un ciudadano de nacionalidad francesa, Simon Nicolai, propietario del bar Foot-Ball, en Barcelona, vendió doscientas pistolas al grupo Vieja Guardia, un cuerpo de policía secreta de Falange.
Los sobresueldos de la Benemérita
En la capital catalana, el comandante Manuel Chamorro, de la comandancia de policía, colaboró con la Abwehr desde 1941 proporcionándoles “listas de extranjeros y informaciones de los aliados”.
Manuel López Casanova, “el colaborador español más peligroso que trabaja para los agentes alemanes”, es otro sargento de la Benemérita con un sobresueldo que proviene del consulado alemán de Barcelona. Su trabajo, desde su acuartelamiento de Girona, es facilitar documentación falsa a alemanes y franceses de la zona de Vichy para poder entrar en España sin problemas. En su historial también figura la entrega de armas a grupos falangistas pronazis.
Perseguidor de desertores
En Port Bou (Girona), el inspector Mariano López Viñuales colaboró con el ejército alemán durante la ocupación de Francia, informando a la Wehrmacht del paso por la frontera de desertores.
Y aún en Andorra, el jefe de la policía española en la aduana, Paco Sans, fue colaborador de Wilheim Hexamer, uno de los jefes de la Abwehr en España.
Fortunas Nazis en Cataluña
Al margen de actividades delictivas, los nazis establecidos en Cataluña movieron grandes cantidades de dinero, a través de una maquinaria financiera tan tosca como efectiva.
Billetes que vienen y van
Émile-Gonzale Arnús de Ferrer, nacido en París, ingeniero y agente de la Gestapo, establecido confortablemente en el Hotel Continental, mantenía buenas relaciones con la banca Arnús por cuestiones familiares y no dudó en utilizar esa entidad para mover dinero hacia Francia.
Judío traidor
Manfred Katz, judío alemán, recibió importantes sumas de dinero de refugiados británicos y judíos que le pedían ayuda para cruzar la frontera hacia el Estado español. Después de cobrar, los denunciaba a la Gestapo, quien le gratificó su maniobra. Con todo ese dinero, Katz, compró wolframio en España, producto que después vendía a los alemanes.
Evasión de divisas
En Barcelona, el dinero de los nazis se acumulaba en el Banco de Alemania, ubicado en la Plaza de Cataluña, un paso previo a la evasión de divisas hacia Suiza u Sudamérica.
Muchas de las transacciones las efectuaba Gerard Junk, un alemán de origen judío, domiciliado en la Avenida del General Mitre, en Barcelona. Ingeniero de profesión, transfirió dinero y objetos de valor hacia Argentina, con el visto bueno del cónsul general de ese país en Barcelona.
Muy interesante y completa esta entrada sobre la presencia nazi en Cataluña. Muy documentada.
ResponderEliminarLa verdad es que era un secreto a voces la connivencia del régimen de Franco con los nazis alemanes. Franco sentía admiración y respeto por el führer, un sentimiento sin embargo que no era tan recíproco. Hitler utilizó a Franco todo lo que pudo, por propio interés y no tanto por afinidad ideológica.
Un saludo.