sábado, 31 de mayo de 2008

Al servicio del poder


Steven Bach publica la autobiografía de Leni Riefenstahl, la cineasta que pasó gran parte de su vida justificándose por sus relaciones con el régimen nazi.

Como dice Steven Bach en la introducción de esta magnífica biografía, Leni Riefenstahl gastó más tiempo de su vida en justificarse que en hacer cine. Convertida en la directora de Hitler, plasmó su siniestro mito en El triunfo de la voluntad y más sutilmente el de la presunta raza aria en Olimpiada. Tal vez sea excesiva la afirmación del autor de que la imagen que tenemos del Führer depende en gran medida del trabajo de la Riefenstahl. Pero la capacidad de seducción del fascismo con toda su parafernalia si que quedó marcada en estas dos obras maestras del cine, aunque los que escriban sobre sus virtudes se vean obligados a meter por algún sitio el sambenito de "a pesar de su repugnante ideología" para que no los acusen de negacionistas .

Afortunadamente, esta biografía no se centra sólo en los aspectos más amarillos del personaje, sino que nos presenta a una artista obsesiva con su independencia y con un ego monstruoso. El libro hace algo más que refutar el presunto candor de Leni con el nazismo, demostrando que estaba muy bien relacionada con su cúpula -fue ella la que decidió conocer a Hitler antes de que tomará el poder intuyendo el papel que iba a jugar- lo que le permitió favores en los difíciles tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Entre ellos, el que le más le manchó cara al Holocausto, como usar gitanos de un campo de internamiento para la figuración de Tierra baja. Casi todos acabarían en los crematorios de Auschwitz. También se nos presenta la carrera de una persona ególatra, capaz de utilizar a todos sin escrúpulos y de silenciar a su madre, a lo que por otra parte adoraba, por sus orígenes hebreos. Su capacidad de silenciar también a sus colaboradores y aparecer como la única autora de sus obras queda de manifiesto. Lo malo es que Leni necesitaba a esa gente. Como descubre Bach en su pormenorizado análisis de su frustrado proyecto de adaptar la Pentesilea de Kleist, podía visionar sus escenas y su estilo, pero fue incapaz de escribir una sola línea de guión. Su forma de trabajo era más intuitiva que racional, construyéndolo todo en la mesa de montaje. Algo que le acercaba al universo antiintelectual del nazismo por otra parte.

Tras leer el libro de Steven Bach, quedan dos interrogantes incómodos. Uno ya lo sabíamos, como es que se puede producir arte incluso partiendo de los presupuestos del hitlerismo. Otro es que hasta una persona tan discutible y centrada en si misma como Leni Riefenstahl puede realizar obras maestras. Lástima que este magnífico trabajo se empañe por una pésima traducción que llega a cambiar el título español de determinadas películas.

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