El 25 de agosto de 1944 capituló en París la guarnición alemana que ocupaba la capital francesa. El sangriento camino recorrido por los aliados desde Normandía, la sublevación de los parisinos y la llegada de los libertadores, encabezados por una compañía blindada integrada por republicanos españoles, devolvían la libertad a una ciudad que apunto estuvo de ser destruida por los nazis.
París recuerda con exposiciones y festejos su liberación, el 24 de agosto de 1944, a cargo de la II división blindada de Leclerc, concretamente de la agrupación Dronne, de la que gran parte de sus efectivos eran españoles.
Bien se merece la celebración, porque, hace sesenta años, la ciudad hubiera sufrido destrucciones terribles si el gobernador alemán del Gran París, Von Choltitz, hubiese cumplido las órdenes de Hitler de volar los puentes sobre el Sena y lanzar sobre la ciudad una lluvia de V-1.
Arde París?”, preguntó Adolf Hitler el 25 de agosto, por la mañana, cuando se enteró de que las tropas aliadas ya estaban dentro de la capital francesa.
Un ayudante del Führer, en el cuartel general situado en Rastenburg, llamó a Dietrich Von Choltitz, comandante del Gran París. Un secretario del cuartel general alemán, establecido en el Hôtel Meurice, le respondió que Choltitz se hallaba con el general Philippe Leclerc.
–Pero, ¿arde París? –preguntaron desde Rastenburg.
–¿Cómo?
–¿Arde París? –reiteró impacientemente el ayudante.
–No. Escuche:
El secretario volvió el auricular hacia la ventana abierta y en Rastenburg pudieron escuchar confusamente las notas de La Marsellesa y el alborotado repique de las campanas de París.
Sea o no auténtica la anécdota, los generales Von Choltitz y Speidel, jefe del Estado Mayor del Grupo de ejércitos B, salvaron la capital francesa de la destrucción ordenada por Hitler: “Los puentes del Sena deben ser preparados para su destrucción. París no debe caer en manos del enemigo, a no ser como un montón de ruinas”. Hitler no daba órdenes en vano y dispuso que varias rampas de bombas volantes apuntaran contra París y que se preparara y se dotase de munición al gigantesco mortero Karl, que lanzaba proyectiles de 2.200 kilos. Pero ni las bombas volantes, ni las granadas del Karl destruyeron París, porque Choltitz y Speidel, aunque temieran por sus vidas y por las de sus familiares, no cursaron esas órdenes.
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