La Segunda Guerra Mundial aún permanece en la memoria de quienes vivieron, sufrieron o heredaron las crueldades, que como toda contienda deja lección nunca cabalmente aprendida.
Los comentarios respecto al Festival de Cannes y carga de emotividad y trascendencia entre los nuevos cineastas, anima prolongar el tema y abordarlo respecto a lo que está sucediendo en el cine alemán a partir de 2005 cuando La Caída circunvaló el mundo exitosamente.
Lo significativo no fue únicamente la acogida de esta película, sino los comentarios y reflexiones sobre la misma, al narrar un tema polémico en Alemania donde aún se respiran evocaciones del tiempo en que Adolfo Hitler concibió y transmitió la idea de superioridad de la raza aria y con ello su poder que lo condujo a casi dominar el mundo de los años cuarenta, siglo pasado.
A más de sesenta años, La Caída describe los últimos días del Tercer Reich con el dramatismo del líder apenas unos años antes, ahora bajo una fortaleza de concreto de la que no habría de salir sin antes suicidarse y quemado su cadáver. Y nada menos que su asesor en propaganda que tanto hizo por movilizar aquellas multitudes al ritmo wagneriano, Goebbels, también lo siguió hasta el suicidio, aunque previamente mataría a su familia para exponerla a mayor humillación y quién sabe cuánto más al sobrevenir La Caída.
Todo llega y pasa, pero a su paso deja huella; alguna más perdurable. La Segunda Guerra Mundial aún permanece en la memoria de quienes vivieron, sufrieron o heredaron las crueldades, que como toda contienda deja lección nunca cabalmente aprendida. Durante más de medio siglo, el tema de esa guerra era inabordable por los medios de comunicación alemanes y en el 2005 Bernd Eichinger rompió el tabú. Ahora las salas exhiben La Caída y el público sensible reconoce la necesidad de evitar hechos y personajes superados por sus pasiones y arrebatos. Las guerras no han terminado de azotar a la población en muchas partes y sólo quienes conocen la pérdida de la paz pueden comprender su real significado.
Los comentarios respecto al Festival de Cannes y carga de emotividad y trascendencia entre los nuevos cineastas, anima prolongar el tema y abordarlo respecto a lo que está sucediendo en el cine alemán a partir de 2005 cuando La Caída circunvaló el mundo exitosamente.
Lo significativo no fue únicamente la acogida de esta película, sino los comentarios y reflexiones sobre la misma, al narrar un tema polémico en Alemania donde aún se respiran evocaciones del tiempo en que Adolfo Hitler concibió y transmitió la idea de superioridad de la raza aria y con ello su poder que lo condujo a casi dominar el mundo de los años cuarenta, siglo pasado.
A más de sesenta años, La Caída describe los últimos días del Tercer Reich con el dramatismo del líder apenas unos años antes, ahora bajo una fortaleza de concreto de la que no habría de salir sin antes suicidarse y quemado su cadáver. Y nada menos que su asesor en propaganda que tanto hizo por movilizar aquellas multitudes al ritmo wagneriano, Goebbels, también lo siguió hasta el suicidio, aunque previamente mataría a su familia para exponerla a mayor humillación y quién sabe cuánto más al sobrevenir La Caída.
Todo llega y pasa, pero a su paso deja huella; alguna más perdurable. La Segunda Guerra Mundial aún permanece en la memoria de quienes vivieron, sufrieron o heredaron las crueldades, que como toda contienda deja lección nunca cabalmente aprendida. Durante más de medio siglo, el tema de esa guerra era inabordable por los medios de comunicación alemanes y en el 2005 Bernd Eichinger rompió el tabú. Ahora las salas exhiben La Caída y el público sensible reconoce la necesidad de evitar hechos y personajes superados por sus pasiones y arrebatos. Las guerras no han terminado de azotar a la población en muchas partes y sólo quienes conocen la pérdida de la paz pueden comprender su real significado.
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